Capítulo II

Parecía que Colgú estaba a punto de demorarse una vez más, pero, al ver la luz en los ojos de su hermana pequeña, pensó que era mejor responderle.

– Muy bien -contestó-. Pero vayamos allí donde podamos hablar más libremente y sin el riesgo de sufrir más interrupciones. A muchos de los que guardan rencor a los reyes de Muman les gustaría oír lo que te voy a explicar.

Fidelma alzó las cejas sorprendida, pero no dijo nada. Sabía que su hermano no era exagerado y no lo presionó más. Se lo explicaría en su momento.

Salió de la estancia tras él sin hablar y lo siguió por los pasillos de paredes de piedra del palacio, con sus ricos tapices y adornos espectaculares reunidos a lo largo de los siglos por los reyes Eóganacht. Colgú la condujo a través de una gran estancia que ella reconoció como la tech screptra, el scriptorium o biblioteca del palacio, donde de niña había aprendido a leer y a trazar sus primeras letras. Además de los impresionantes textos manuscritos e ilustrados, la tech screptra contenía algunos de los antiguos libros de Muman. Entre ellos, estaban las «varas de los poetas», varitas de madera de álamo temblón y de avellano sobre las cuales los antiguos escribas habían grabado sus sagas, poemas e historias en ogham, el antiguo alfabeto, que todavía se utilizaba en algunas partes en Muman. En aquella tech screptra, se había despertado la imaginación y el ansia de saber de la niña.

Fidelma se detuvo brevemente y se sintió un poco sobrecogida por la nostalgia y sonriendo por sus recuerdos. Varios hermanos de la fe estaban sentados allí estudiando minuciosamente aquellos mismos libros a la luz de unas velas de sebo humeantes.

Se dio cuenta de que Colgú la estaba esperando con impaciencia.

– Veo que sigues abriendo la biblioteca a los estudiosos de la Iglesia -dijo ella con aprobación al reunirse con él; luego siguieron avanzando.

La gran biblioteca de Cashel pertenecía a los reyes de Muman.

– No podría ser de otra manera, pues somos miembros de la fe -respondió Colgú con firmeza.

– Sin embargo, he oído decir que algunos miembros de la fe de mente estrecha han quemado textos antiguos, las «varas de los poetas», argumentando que estaban escritos por paganos idólatras. En Cashel hay muchos de esos libros. ¿Todavía los protegéis de tal intolerancia?

– ¿Os parece que la intolerancia es incompatible con la fe, hermanita? -observó Colgú con ironía.

– Yo así lo diría. Otros no. Me han contado que Coimán de Cork ha sugerido que todos los libros paganos fueran destruidos. Sin embargo, yo digo que tenemos el deber de asegurarnos de que los tesoros de nuestra gente no son incinerados y que se pierden a causa de una intolerancia en boga.

Colgú se rió entre dientes con ironía.

– En cualquier caso, se trata de una cuestión académica. Coimán de Cork ha huido de su reino por temor a la peste. Su voz ya no cuenta.

Colgú siguió conduciéndola por detrás de la tech screptra y luego a través de la diminuta capilla de la familia. Había varias historias que se contaban en la familia de Fidelma de cómo el mismo san Patricio había llegado a Cashel y había conseguido la conversión de su antepasado, el rey Conall Corc, a la nueva fe. Una historia explicaba que había usado el trébol del prado, el seamróg, para demostrar la idea de la Santísima Trinidad a Conall. No es que fuera un concepto difícil de entender, pues todos los dioses paganos de la antigua Irlanda eran reyes trinos, siendo tres personalidades en un dios.

Pasaron del otro lado de la capilla hacia las habitaciones privadas de la familia y su séquito más próximo, que estaban situadas más allá de las salas de acceso general.

Había una habitación preparada para ella, con un fuego recién encendido ardiendo en el hogar.

Era la misma habitación donde había nacido y donde había pasado los primeros años de su vida. Apenas había cambiado.

Ante el fuego, había una mesa preparada con comida y vino.

Colgú le señaló una silla con la mano.

– Comamos y, mientras tanto, intentaré explicarte por qué el rey Cathal te mandó venir.

Fidelma así lo hizo. Se daba cuenta de que el viaje había sido largo e incómodo y de que estaba hambrienta.

– ¿Estás seguro de que nuestro primo está demasiado enfermo para verme? -preguntó, todavía dudando ante la comida-. Yo no tengo miedo a la peste amarilla. Durante estos dos últimos años, me he cruzado en su camino muchas veces. Y, si sucumbo, bueno, entonces seguramente será la voluntad de Dios.

Colgú movió la cabeza con desánimo.

– Cathal ya no está en disposición siquiera de reconocerme. Su médico dice que tal vez no pase de esta noche. De hecho, el arrogante Forbassach de Laigin tenía razón. Ahora es mi deber responder a sus exigencias.

Fidelma apretó los labios al entender lo que ello significaba.

– ¿Si Cathal muere esta noche entonces tú serás…?

Se calló, se dio cuenta de que resultaba impropio pronunciar aquel pensamiento mientras su primo mayor seguía con vida.

Sin embargo, Colgú acabó la frase por ella con una risotada amarga.

– ¿Que seré rey de Muman? Sí, eso es exactamente lo que significa.

Los reyes Eóganacht, como todos los reyes y jefes irlandeses, eran elegidos por el derbfhine de sus familias. Al morir un rey, su familia, es decir, los descendientes vivos de la línea masculina de un bisabuelo común, llamado el derbfhine, se reunían en asamblea y votaban a uno de entre ellos que tomaría el trono. De esta manera, los hijos no necesariamente sucedían a los padres. Failbe Fland, el padre de Colgú y Fidelma, había sido rey de Cashel. Había muerto hacía veintiséis años, cuando Fidelma y Colgú apenas eran unos niños. Para poder ejercer un cargo cualquiera en el país, el candidato tenía que estar al menos en la «edad de elegir», que eran los catorce años para una chica y diecisiete para un chico. Los primos de Failbe Fland lo habían sucedido hasta que Cathal mac Cathail había sido elegido rey de Muman hacía tres años.

Era costumbre y ley, también, elegir al presunto heredero, o tánaiste, en vida de un rey. Cuando Cathal se había convertido en rey de Cashel, el hermano de Fidelma, Colgú, había sido elegido su tánaiste.

Así que ahora, si Cathal moría, advirtió entonces Fidelma, su hermano sería rey de Muman, el mayor de los cinco reinos de Éireann.

– Será una gran responsabilidad, hermano -dijo la muchacha, acercándose a él y poniéndole una mano en el hombro.

El dejó ir un suspiro y asintió lentamente con la cabeza.

– Sí; incluso en otras condiciones este cargo conllevaría pesadas responsabilidades Pero éstos son malos tiempos, Fidelma. El reino se enfrenta a muchos problemas. Ninguno mayor que el problema que surgió hace unos días y por el que, cuando no estaba tan enfermo, Cathal decidió hacerle venir. -Hizo una pausa y se encogió de hombros-. Desde que has estado lejos de aquí, hermanita, tu reputación como brehon y abogado de los tribunales se ha extendido. Nos hemos enterado de que has realizado servicios para el Rey Supremo, el rey de Northumbria e incluso el Santo Padre en Roma.

Fidelma hizo un gesto de reprobación.

– Yo estaba en esos lugares en el momento en que mi talento se necesitaba -respondió la muchacha-. Cualquiera con una mente lógica hubiera podido resolver los problemas. No había nada más que eso.

Colgú le sonrió con rapidez.

– Nunca has sido vanidosa, hermana mía.

– Muéstrame una persona vanidosa y yo te mostraré un talento mediocre. Pero ello no nos acerca a la razón por la que me fueron a buscar. ¿Qué tiene esto que ver con Forbassach de Fearna?

– Deja que te lo explique a mi manera. El rey Cathal creía que podrías resolver un misterio que ha amenazado la seguridad del reino. Es más, es una amenaza para la paz de los cinco reinos de Éireann.

– ¿Qué misterio? -instó Fidelma mientras empezaba a servirse de la comida que había preparada.

– ¿Has oído hablar del venerable Dacán?

Fidelma alzó el ceño levemente al reconocer el nombre.

– ¿Y quién no? -respondió con rapidez-. En algunos sitios hablan de él como un santo. Es un maestro y un teólogo de grandísima habilidad. Por supuesto, su hermano es el abad Noé de Fearna, el consejero personal del rey de Laigin y supuestamente tan santo como su hermano. Ambos hermanos son muy respetados y queridos. Se cuentan historias de su sabiduría y caridad en muchos rincones de los cinco reinos.

Colgú asintió con la cabeza lentamente ante el entusiasta recital de Fidelma. Su rostro mostró una expresión de cansancio como si no le gustara lo que estaba oyendo, pero no esperaba menos.

– Me imagino que sabrás que hace poco ha surgido una cierta enemistad entre los reinos de Muman y Laigin…

– He oído que, desde que el anciano rey Fáelán murió por la peste amarilla hace unos meses, el nuevo rey, Fianamail, ha tratado de aumentar su prestigio provocando a Muman -admitió ella.

– ¿Y qué mejor manera de hacer aumentar su prestigio que encontrar una excusa para exigir a Muman el retorno del insignificante reino de Osraige? -preguntó Colgú con amargura.

Fidelma, sorprendida, apretó los labios como si fuera a silbar.

Osraige era un pequeño reino que llevaba tiempo siendo una fuente de hostilidades entre los dos reinos mayores de Muman y Laigin. Se extendía a lo largo de las orillas del río Feoir, de norte a sur. Cientos de años atrás, cuando los reyes de Muman ostentaban la Realeza Suprema sobre los cinco reinos de Éireann, Osraige estaba bajo el tutelaje de los reyes de Laigin. Cuando Edirsceál de Muman se convirtió en Rey Supremo, los hombres de Laigin decidieron asesinarlo para que Nuada Necht de Laigin pudiera apropiarse del trono. El rey fue asesinado y se acabó por descubrir a los culpables. Conaire Mór, el hijo de Edirsceál, se convirtió finalmente en Rey Supremo y él y sus brehons se reunieron para acordar qué precio de honor el reino de Laigin tenía que pagar para compensar a Muman por su acto de infamia. Se decidió que Laigin perdiera el reino de Osraige. En adelante, Osraige formaría parte del reino de Muman y sus reyezuelos pagarían tributo a Cashel y no a Fearna, la capital de Laigin.

Una y otra vez los reyes de Laigin elevaron protestas ante los Reyes Supremos solicitando la devolución de Osraige. Sin embargo, habían pasado seis siglos desde que, en tiempos de Conaire Mór, Osraige había pasado a formar parte de Muman. Cada una de las protestas había sido rechazada por la Gran Asamblea de los brehons de Éireann, que se reunían cada tres años en el palacio real de Tara. Se ratificaba que el castigo y la compensación eran justos.

Fidelma volvió a fijar su mirada en el rostro preocupado de su hermano.

– ¿Seguro que ni siquiera Fianamail, rey tan joven e inexperto, tratará de arrebatar Osraige por la fuerza?

Su hermano respondió con un gesto afirmativo.

– No sólo por la fuerza, Fidelma -admitió él-. ¿Sabes algo de la política interna de Osraige?

Fidelma conocía poco de aquel reino y así lo reconoció.

– Por razones demasiado largas y complicadas de explicar ahora, hace casi doscientos años los reyes originarios de Osraige fueron sustituidos por una familia procedente de los Corco Loígde en el sudoeste del reino. Desde entonces, ha habido tensiones en Osraige. Los Corco Loígde no son populares. Una y otra vez, ha habido levantamientos en Osraige para derrocarlos. Hace menos de un año, Illan, el último descendiente de los reyes originarios de Osraige con derecho a una reivindicación legal del trono, murió a manos del actual rey, Scandlán. No hace falta decir que Scandlán pertenece a la familia que reina, los Corco Loígde.

Colgú hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos antes de continuar.

– Se habla de un heredero de Illan. Corre el rumor de que, a este heredero, si existe, le agradaría ganarse a Laigin, si Laigin le prometiera ayuda para expulsar a los Corco Loígde del trono.

– Eso seguiría significando una guerra entre Laigin y Muman, pues Laigin se haría con Osraige por la fuerza -indicó Fidelma.

Su hermano se inclinó hacia adelante con expresión de tristeza en el rostro.

– ¿Pero qué pasaría si ocurriera algún acto similar al que supuso que Laigin se desprendiera de Osraige al principio de esta historia?

Entonces Fidelma se sentó con la espalda recta, con los músculos repentinamente tensos. Colgú mostraba en el rostro una expresión ceñuda.

– Me has confirmado que sabes lo considerado que estaba el venerable Dacán de Laigin. Era un hombre santo y reverenciado. Y has confirmado que sabes que su hermano, Noé de Fearna, está igualmente considerado tanto por su rey, Fianamail, como por la gente de los cinco reinos.

Fidelma captó que usaba el tiempo pasado, pero no respondió.

Ciertamente ella había admitido que ambos hombres eran muy respetados en todo el territorio.

– Hace dos meses -continuó Colgú con voz inquieta-, el venerable Dacán llegó a Cashel y buscó la bendición del rey Cathal para trabajar en su reino. Dacán había oído de la labor que se había hecho en la abadía de san Fachtna en Ros Ailithir y quería unirse a esa comunidad. Evidentemente, el rey Cathal celebró la llegada al reino de un estudioso tan sabio y estimado como Dacán.

– ¿Así que Dacán partió para Ros Ailithir? -intervino Fidelma cuando Colgú hizo una pausa.

– Hace ocho días nos enteramos de que Dacán había sido asesinado en su celda de la abadía.

Fidelma se dio cuenta de que, aunque la muerte se había convertido en un lugar común debido a los estragos de la peste amarilla, el fallecimiento del venerable Dacán tendría un gran impacto en los cinco reinos, y muy especialmente ante el hecho de que hubiera sido tan violenta.

– ¿Me estás diciendo que crees que el nuevo rey de Laigin, Fianamail, aprovechará esta muerte para exigir que se le devuelva el territorio de Osraige en compensación?

Colgú se encogió de hombros.

– No sólo pienso eso; sé que es así. Ayer mismo Forbassach de Fearna llegó aquí como enviado de Fianamail, el rey de Laigin.

Fearna era la residencia de los reyes de Laigin, así como la sede de la abadía de Noé.

– ¿Cómo es que han conocido la noticia tan deprisa? -preguntó Fidelma.

Colgú extendió las manos.

– Supongo que, nada más ocurrir, alguien se fue cabalgando desde Ros Ailithir para decírselo al hermano de Dacán, Noé, en Fearna.

– Lógico -admitió Fidelma-. ¿Y qué tiene que decir el arrogante Forbassach respecto a este asunto?

– El enviado de Fianamail fue bastante explícito con sus exigencias. No sólo se ha de pagar la multa del éric, sino también un precio de honor, que implica la entrega de los derechos de soberanía feudal sobre Osraige a Laigin. Si esto no se hace, Fianamail de Laigin lo exigirá por la fuerza. Tú conoces la ley mejor que yo, Fidelma: ¿tienen ellos derecho a tales exigencias? Yo creo que sí, y Forbassach no es tonto.

Fidelma se mordió los labios pensativa.

– Nuestro sistema legal concede a un asesino el derecho a reparar su crimen mediante el pago de una compensación. Hay una multa fijada, el éric, tal como has dicho. Ésta asciende a siete cumals, el valor de veintiuna vacas lecheras. Sin embargo, a menudo, cuando la víctima es un hombre o una mujer de rango e influencia, los parientes de la víctima están en su derecho de exigir un precio de honor, el lóg n-enech. Ésta fue, de hecho, la ley según la cual Conaire Mór reclamó Osraige para Muman en un principio. Si el culpable no puede pagar este precio de honor, se espera que sus parientes lo hagan. Si esto no es así, se permite que los parientes de la víctima inicien una enemistad de sangre, o dígal, para obtener el precio de honor. Pero esto no significa que el rey de Laigin tenga derecho a hacerlo. Hay que resolver un par de cuestiones.

– Aconséjame, Fidelma -suplicó Colgú, inclinándose hacia adelante con impaciencia.

– ¿Qué derechos tiene Fianamail en este asunto? Tan sólo los familiares están autorizados a exigir un precio de honor.

– Fianamail es primo de Dacán y habla como pariente suyo. En esto, por supuesto, tiene el apoyo de Noé, hermano de Dacán.

Fidelma suspiró profundamente.

– Eso, en verdad, permite a Fianamail exigir tal reclamación. ¿Pero de veras el abad Noé lo respalda en sus exigencias? Tales exigencias sin duda conducirán a un terrible derramamiento de sangre. Noé es un destacado abogado de la fe, amado y respetado tanto por sus enseñanzas conciliadoras como por sus actos de perdón. ¿Cómo puede exigir semejante venganza?

Colgú hizo una mueca.

– Dacán era, por encima de todo, el hermano de Noé -advirtió.

– Incluso así, me cuesta creer que Noé actuara de tal manera.

– Bueno, pues lo ha hecho. ¿Pero has sugerido que podría haber otras razones por las que Laigin no pudiera imponer una multa de precio de honor a Muman. ¿Qué más hay?

– La objeción más obvia tiene que ver con el hecho de que las multas tan sólo se pueden imponer a la familia de la persona que es responsable de la muerte de Dacán. ¿Quién mató a Dacán? Únicamente si un miembro de nuestra familia, los Eóganacht, representantes de los reyes de Muman, es responsable, puede exigir Laigin un precio de honor a Muman.

Colgú hizo un gesto de impotencia.

– No sabemos quién mató a Dacán, pero la abadía de Ros Ailithir está gobernada por nuestro primo Brocc. Como abad, es el responsable de la muerte de Dacán.

Fidelma parpadeó para ocultar su sorpresa. Tenía el vago recuerdo de un primo mayor, una persona distante y antipática con su hermano y con ella.

– ¿Cómo es que el rey de Laigin acusa a nuestro primo de la muerte de Dacán? ¿Es simplemente porque es el responsable de la seguridad de todos los que residen en su abadía o hay alguna otra razón más siniestra?

– No lo sé -confesó su hermano-. Pero yo no creo que siquiera Fianamail de Laigin hiciera una acusación tan a la ligera.

– ¿Se ha hecho algo para averiguarlo?

– El enviado de Fianamail simplemente ha declarado que todas las pruebas y argumentos se presentarán ante el Rey Supremo y el gran brehon en la gran asamblea de Tara. Se pedirá a la asamblea que apoye a Laigin y que se entregue Osraige a Fianamail.

Fidelma se mordió los labios mientras pensaba por un momento.

– ¿Cómo puede Fianamail estar tan seguro de que se probará que la muerte de Dacán es responsabilidad de Muman? Forbassach, su enviado, es un hombre vanidoso y arrogante, pero es un ollamh de los tribunales. Ni siquiera su amistad con el rey de Laigin, su orgullo de ser un hombre de Laigin, le impediría respetar la ley. Debe saber que la prueba es lo bastante contundente como para exigir una demanda ante el tribunal del Rey Supremo. ¿Cuál es esa prueba?

Colgú no tenía respuesta y habló con calma.

– Fidelma, se espera que la asamblea de Tara se reúna dentro de tres semanas. Eso no nos deja mucho tiempo para resolver este asunto.

– La ley también da un mes a partir de la decisión de la asamblea para que Fianamail pueda marchar con un ejército sobre Osraige a exigir la tierra por la fuerza si no se la entregan por las buenas -observó Fidelma.

– ¿Así pues, tenemos siete semanas antes de que haya derramamiento de sangre y guerra en esta tierra?

Fidelma alzó ambas cejas.

– Eso, en el supuesto de que se falle a favor de Laigin. Aquí hay un gran misterio, Colgú. A menos que Fianamail sepa algo más que nosotros, no veo cómo el Rey Supremo y su asamblea podrían fallar contra Muman.

Colgú sirvió otras dos copas de vino y ofreció una a su hermana con una sonrisa cansada.

– Éstas fueron las mismas palabras de Cathal, nuestro primo, antes de sucumbir a la peste. Por esta razón me pidió que te hiciera ir a buscar. La mañana después de que se enviara al mensajero a Kildare, cayó víctima de la peste amarilla. Y, si los médicos están en lo cierto, yo seré rey antes de que acabe esta semana. Si hay guerra, entonces las cosas estarán en mis manos.

– No será un buen inicio para tu reinado, hermano -admitió Fidelma mientras sorbía de su vino y consideraba el asunto con atención. Luego alzó la vista para examinar el rostro de su hermano lleno de preocupación-. ¿Me estás encargando que investigue la muerte de Dacán y luego te presente las pruebas?

– A mí y al Rey Supremo -añadió con rapidez Colgú-. Tendrás la autorización de Muman para llevar a cabo la investigación.

Fidelma se quedó en silencio un buen rato.

– Dime, hermano; supongamos que mis pesquisas proporcionan fundamento al rey de Laigin. ¿Qué pasará si la muerte de Dacán es responsabilidad de los Eóganacht? ¿Y si el rey de Laigin tiene derecho a exigir a Cashel Osraige como un precio de honor? ¿Qué sucederá si estos desagradables argumentos se convierten en el resultado de mis pesquisas? ¿Aceptarás el juicio de la ley y satisfarás lo que exige Laigin?

El rostro de su hermano reflejaba complejas emociones mientras luchaba por decidirse.

– Si quieres que hable por mí mismo, Fidelma, diría «sí». Un rey ha de vivir conforme a la ley establecida. Pero también ha de perseguir el bien público de su gente. ¿Acaso no tenemos un antiguo dicho? ¿Qué hace a la gente superior a un rey? Que la gente elige al rey y no éste a la gente. Un rey ha de obedecer el deseo de su pueblo. Así que no me pidas que hable por todos los príncipes y jefes de este reino, ni por supuesto de Osraige. Me temo que no aceptarán tal precio de honor.

Fidelma lo observó con mirada penetrante.

– Entonces eso significará una guerra sangrienta -dijo en voz baja.

Colgú esbozó una sonrisa triste.

– Sin embargo, tenemos tres semanas antes de la asamblea, Fidelma. Y, tal como dices, siete semanas antes de la aplicación de la ley si la decisión va contra nosotros. ¿Irás a Ros Ailithir a investigar la muerte de Dacán?

– No tienes ni que preguntarme eso, Colgú. Ante todo, sigo siendo tu hermana.

Colgú relajó los hombros aliviado y dejó ir un largo suspiro.

Fidelma le puso la mano en el brazo y le dio unas palmaditas.

– Pero no esperes demasiado de mí, hermano. Ros Ailithir está al menos a tres días de viaje de aquí y en una tierra hostil. ¿Esperas que viaje hasta allí, resuelva el misterio y regrese a tiempo para preparar el caso para la asamblea de Tara? Si es así, estás pidiendo ciertamente un milagro.

Colgú inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

– Creo que el rey Cathal y yo exigimos de ti un milagro, Fidelma, pues, cuando los hombres y mujeres hacen uso de su coraje, inteligencia y conocimientos, son capaces de inspirar un verdadero milagro.

– Sigue siendo una gran responsabilidad la que depositas en mí -admitió con renuencia. Se daba cuenta de que no había otra opción-. Haré lo que pueda. Descansaré esta noche en Cashel y espero que esta tormenta amaine mañana. Partiré al salir el alba hacia la abadía de Ros Ailithir.

Colgú sonrió calurosamente.

– Y no partirás sola, hermanita. El viaje hacia el sudoeste es, como has dicho, duro, y quién sabe qué peligros te esperarán en Ros Ailithir. Enviaré a uno de mis soldados contigo.

Fidelma hizo un encogimiento de hombros con cierta timidez.

– Yo sé defenderme. Te olvidas de que he estudiado el arte del troidr-sciathagid, el combate mediante la defensa.

– ¿Cómo puedo olvidar eso? -dijo Colgú riéndose entre dientes-. Cuando apenas éramos unos adolescentes, muchas veces me ganabas con tus conocimientos para combatir sin armas. Pero el combate entre amigos es una cosa, Fidelma. El combate en serio es otra.

– No tienes que advertirme de eso, hermano. A muchos de nuestros religiosos misioneros que van a los reinos de los sajones, o a los de los francos, se les enseña este método de autodefensa para proteger sus vidas. El entrenamiento me ha servido de mucho.

– De todas maneras, he de insistir en que vayas acompañada de uno de mis soldados de confianza.

Fidelma parecía indiferente.

– Tú eres el que da las órdenes, hermano. Tú eres aquí el tánaiste y yo actúo según tus deseos.

– Entonces estamos de acuerdo. -Colgú se sentía aliviado-. Ya he dado las órdenes a un hombre para este asunto.

– ¿Conozco yo a ese soldado que has elegido?

– Ya lo has visto -contestó su hermano-. Es el joven guerrero que antes echó a Forbassach. Se llama Cass, de la guardia del rey.

– Ah, ¿el joven soldado de cabello rizado? -preguntó Fidelma.

– El mismo. Ha sido un buen amigo y no sólo le confiaría mi vida, sino la tuya también.

Fidelma esbozó una sonrisa picara.

– Eso es precisamente lo que vas a hacer, hermano. ¿Qué sabe Cass de este asunto?

– Tanto como he podido contarte.

– ¿Así que confías plenamente en él? -observó Fidelma.

– ¿Quieres hablar con él al respecto? -preguntó su hermano.

Fidelma lo negó con la cabeza y bostezó repentinamente.

– Tendremos tiempo de sobra durante los tres días de viaje hasta Ros Ailithir. Ahora preferiría un baño caliente y dormir.

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