Mi más efusivo agradecimiento a las siguientes personas: Charles Bernstein, Susan Bee y su hijo, Felix. Mark Costello.
Larry Siems y Sarah Hoffman, del PEN American Center. Mi hija, Sophie Auster, por su trabajo de quinto curso sobre Matar a un ruiseñor (1998).
Siri Hustvedt, por la extraña sensación de estar vivo.