Los problemas empezaron con una llamada telefónica. Una llamada a primera hora de la mañana, a las seis cuarenta y ocho para ser exactos (según el reloj digital de la mesita) el miércoles después de los premios Emmy. Sally ya se había ido a uno de sus desayunos habituales de confabulación con Stu Barker, y yo estaba profundamente dormido cuando el teléfono me despertó de golpe. Me incorporé sobresaltado, con una idea incrustada en mi nublado cerebro: una llamada a esas horas nunca es para dar buenas noticias.
La llamada era de mi productor, Brad Bruce. Como cualquier productor, Brad siempre parecía tenso. Pero en cuanto empezó a hablar, me di cuenta de que no estaba simplemente nervioso: pasaba algo muy grave.
– Perdona que te llame a estas horas -dijo Brad-, pero tenemos un problema.
Me senté en la cama.
– ¿Qué problema, Brad?
– ¿Te suena un periodicucho sensacionalista llamado Hollywood Legit -preguntó, mencionando un periódico alternativo que había aparecido en escena hacía un año, en competencia con Los Angeles Reader, que se jactaba de realizar reportajes de investigación y de criticar la habitual prosopopeya de Hollywood.
– ¿Ha salido la serie en The Legit? -pregunté.
– Eres tú el que has salido, David.
– ¿Yo? Si sólo soy guionista.
– Un guionista muy famoso, lo que te hace vulnerable a toda clase de acusaciones.
– ¿Me han acusado de algo?
– Me temo que sí.
– ¿De qué exactamente?
Oí que Brad tragaba saliva, y después, expulsaba airé al pronunciar una sola palabra:
– Plagio.
Mi corazón se saltó tres latidos.
– ¿Qué?
– Te acusan de plagio, David.
– Es una locura.
– Me alegro de oírlo.
– Yo no plagio, Brad.
– Estoy seguro de que no.
– Entonces si no plagio, ¿por qué me acusan de plagiar?
– Porque ese periodista de mierda, Theo MacAnna, escribió algo en su columna semanal, que va a salir a la calle mañana por la mañana.
Conocía la columna de Theo MacAnna: se titulaba «Trapos sucios» y sin duda sacaba muchos a relucir. Semana sí, semana también, aquel hombre destapaba toda clase de desagradables escándalos del mundo del espectáculo. Era de las columnas que yo siempre leía con cierto interés morboso, porque a todos nos gustan los cotilleos, hasta que nosotros somos el objetivo.
– ¿No saldré yo en esa columna? -pregunté.
– En la misma. ¿Quieres que te lea el fragmento? Es bastante largo.
No prometía nada bueno.
– Adelante -dije.
– De acuerdo, allá voy: «Las felicitaciones se acumulan para el creador de Te vendo, David Armitage. Después de recibir la semana pasada un Emmy como escritor de comedia, ahora está acumulando una sensacional colección de críticas de la nueva temporada que, hay que reconocerlo, es aún mejor que la primera…».
Le interrumpí.
– «Hay que reconocerlo», qué observación más mezquina.
– Me temo que se pone peor. «Indiscutiblemente, David Armitage debe ser considerado uno de los grandes descubrimientos de los últimos años, y no sólo por su comicidad irónica y sarcàstica, sino también por el brillante repertorio de observaciones ingeniosas pronunciadas, una semana tras otra, por sus hiperansiosos personajes. Sin embargo, por mucho que nadie quiera discutir la originalidad del talento cómico del señor Armitage, hace unos días un informador de largas orejas ha proporcionado a esta columna la intrigante noticia de que un diálogo completo de un episodio del ganador del premio Emmy, David Armitage, se ha sacado casi palabra por palabra de una comedia clásica del periodismo, Primera plana…»
Interrumpí a Brad de nuevo.
– Eso es una estupidez -dije-, hace mil años que no veo Primera plana…
Entonces me interrumpió Brad a mí.
– ¿Pero la has visto?
– Claro, las dos, la película de Billy Wilder y la versión de Howard Hawkes con Cary Grant y Rosalind Russell. Y también actué en una producción de la universidad en Dartmouth.
– Ah, qué maravilla…
– Todo eso fue hace casi veinte años.
– Pues evidentemente te acuerdas de algo. Porque el fragmento que supuestamente utilizaste…
– Brad, no he utilizado nada.
– Escúchame. Esto es lo que escribe MacAnna: «El intercambio de frases ingeniosas en cuestión puede localizarse en el episodio de Te vendo gracias al cual Armitage ha ganado el Emmy, en el que JOEY, el chico de los recados de la ficticia agencia de relaciones públicas de Armitage, choca contra un furgón de la policía mientras lleva a una clienta importante a una grabación del Oprah Show. A continuación entra vacilante en la oficina, para informar a Jerome, el fundador de la agencia, de que su diva está en el hospital, quejándose de brutalidad policial. En el guión de Armitage, éste es el diálogo:
»Jerome: ¿Que has chocado con un furgón de la policía?
»Joey: ¿Qué puedo decir, jefe? Ha sido un accidente.
»Jerome: ¿Hay algún policía herido?
»Joey: No me he quedado para averiguarlo. Pero ya sabes lo que pasa cuando le das a un furgón de la policía. Salen todos rodando como limones.
«Comparen ahora este brillante diálogo con el siguiente fragmento de Primera plana, en el que Louis, el guardaespaldas del intrigante editor, Walter Burns, se precipita en la sala de prensa para advertir a su jefe de que, mientras paseaba por la ciudad a la futura suegra de la mejor reportera, Hildy Johnson, ha chocado con una furgoneta de la policía de Chicago:
»Walter: ¿Que has chocado con un furgón de la policía?
»Louie: ¿Qué puedo decir, jefe? Ha sido un accidente.
»Walter: ¿Hay algún policía herido?
»Louie: No me he quedado para averiguarlo. Pero ya sabes lo que pasa cuando le das a un furgón de la policía. Salen todos rodando como limones».
– Dios Santo -susurré-. Nunca he…
– Espera a oír el párrafo final de MacAnna. «Indiscutiblemente, esta reproducción literal de Armitage es uno de los ejemplos involuntarios más claros de lo que los franceses llaman “homenaje”, más conocido en lenguaje llano como copiar. Éste será sin duda el único caso de plagio en la obra de Armitage. Sin embargo, está absolutamente claro, que en esta ocasión, este autor de extraordinario talento e ingenio ha confirmado un famoso aforismo de T. S. Eliot: “Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban”.»
Un largo silencio. De repente me sentía como si acabara de caer por el agujero de un ascensor.
– No sé qué decir, Brad.
– No hay mucho que decir. Por decirlo directamente, te ha pillado con las manos en la masa…
– Eh, no tan deprisa. ¿Estás diciendo que utilicé deliberadamente el diálogo de Primera plana?
– No estoy diciendo nada. Sólo veo los hechos. Y los hechos son éstos: el diálogo que ha citado de tu guión y el de esa película son esencialmente el mismo.
– Vale, vale, puede que el diálogo sea el mismo. Pero no es como si me hubiera puesto a escribir con el guión de Primera plana delante y hubiera copiado…
– David, créeme, no te estoy acusando de nada. Pero el hecho es que te han pillado con el arma humeante en la mano.
– Todo esto es banal.
– No, éste es un asunto muy serio.
– A ver, ¿de qué se trata? Un diálogo de un guión que tiene setenta años y que de algún modo acaba, por osmosis, en mi guión. No se trata de un caso intencionado de plagio literario. Se trata de un uso involuntario de un diálogo ya utilizado, nada más. ¿Quién no se apropia de bromas? Es la esencia del juego.
– Es cierto, pero hay una diferencia entre utilizar el gag de alguien y que aparezcan cuatro líneas de diálogo de una obra famosa en tu guión.
Un largo silencio. Me estallaba la cabeza, y de golpe me di cuenta de que estaba metido en un buen lío.
– Brad, tienes que saber que ha sido completamente involuntario por mi parte…
– Y tú, David, tienes que saber que, como tu productor, tengo que ponerme de tu parte en esto. Por supuesto, sé que no harías algo tan tonto y autodestructivo como plagiar. Por supuesto, entiendo que un par de diálogos de otro puedan aparecer involuntariamente en tu trabajo. Y, por supuesto, sé que todos los autores son, en algún momento, culpables de esa pequeña falta. El problema es que te han pillado.
– Pero no es justo…, sobre todo considerando lo insignificante de la falta.
– Todos de acuerdo. Pero el hecho persiste: el cabronazo de MacAnna te ha vendido. Mañana por la mañana, lo sabrá todo el mundo en esta ciudad. De hecho, ya se ha corrido el rumor, y por eso te llamo a una hora tan intempestiva.
– Cuando dices que «ya se ha corrido el rumor»…
– Digo que tengo noticias aún peores. Ya conoces a Tracy Weiss… -dijo, refiriéndose a la jefa de relaciones públicas de la FRT.
– Claro que conozco a Tracy.
– Anoche, a las nueve y media, la llamó un periodista de Variety, Craig Clarke, que quería un comentario oficial de la FRT. Por suerte Tracy conoce bastante bien a Clarke y, de hecho, tuvieron una historia mientras él estaba temporalmente separado de su esposa, pero eso no lo sabes por mí. En fin, ella le convenció de que no publicara nada hasta hoy, con la condición de que tendría una declaración exclusiva de la FRT y tuya.
– Maravilloso.
– Escucha, estamos en modo control de daños. Así que todo lo que puedas hacer para calmar la tormenta…
– Entendido, entendido.
– Cuando Tracy me llamó anoche…
– Si te enteraste anoche, ¿por qué has esperado a llamar hasta hoy? -protesté.
– Porque Tracy y yo sabíamos que, si te lo decíamos anoche, no serías capaz de dormir. Y decidimos que, teniendo en cuenta lo que te caerá encima hoy, necesitabas una buena noche de descanso.
Sobre todo porque probablemente sería la última noche de descanso que tendría en mucho tiempo.
– ¿Qué me espera hoy, Brad?
– Tienes que estar en la oficina a las ocho, no más tarde. Tracy y yo estaremos. Y también Bob Robison…
– ¿Bob lo sabe? -pregunté, bastante nervioso.
– Bob es el jefe de series. Por supuesto que lo sabe. Y aunque no me guste decírtelo, mañana a la hora de almorzar, esto será noticia en las dos costas. Lo que espera Tracy es que podamos redactar un comunicado en el que admitas que fue una utilización involuntaria; que lamentas el error, y que sólo eres culpable de repetir una buena broma. En fin, cuando hayamos redactado el comunicado, tienes una entrevista de diez minutos con el periodista de Variety…
– ¿Tengo que hablar con él cara a cara?
– Si quieres ganarte su comprensión, no hay otro modo. Y Tracy cuenta con que, si te concede el beneficio de la duda, podamos sacar nuestra versión de la historia simultáneamente con la mierda de columna de MacAnna, y con suerte cauterizar este asunto rápidamente.
– ¿Y si el tipo de Variety no se traga mi versión, qué?
Una vez más oí a mi productor respirar honda, profundamente.
– No adelantemos hechos.
Un largo silencio. Levanté la mirada un momento y me vi en el espejo que había frente a la cama. Parecía un ciervo que acabara de quedar expuesto ante los faros de un camión: aterrorizado, y sin embargo extrañamente inmóvil… e incapaz de creer que un destino tan absurdo estuviera a punto de abatirse sobre él.
– David, ¿sigues ahí? -preguntó Brad.
– Sí -dije bajito-. Es que no me lo puedo creer, Brad. Estoy hecho polvo.
– Oye, ya sé que es un desastre…
– ¿Un desastre? Es una locura. Sobre todo porque es mucho ruido por nada.
– Exactamente. ¡Y eso es lo que vamos a decir! Por eso sé que lo superaremos. Pero David, hay algo que debo preguntarte…
Sabía lo que iba a decir.
– No -dije-. Nunca, nunca he plagiado nada intencionadamente. Y no, que yo sepa, no hay otros párrafos o citas involuntarias del trabajo de otros en ninguno de mis guiones de Te vendo.
– Es exactamente lo que quería oír. Ahora mueve el culo y ven rápidamente. Va a ser un día muy largo.
En el coche, durante el trayecto a la oficina, llamé a Alison a casa. Como yo, estaba medio dormida cuando descolgó el teléfono. Pero cuando terminé de explicarle por qué la llamaba estaba totalmente despejada.
– Es la cosa más rastrera que he oído en mi vida -dijo Alison cuando le resumí la columna de MacAnna-, y te aseguro que me he topado con cosas bastante viscosas.
– Lo mires como lo mires, es un desastre.
– Es una tontería disfrazada de escándalo. Malditos periodistas. Tienen todos la moral de una rata. Son capaces de acabar con cualquier cosa que se mueva.
– ¿Qué voy a hacer?
– Pase lo que pase, sobrevivirás.
– Eso me tranquiliza mucho.
– Quiero decir que no te dejes llevar por el pánico. Y menos cuando estés al volante de esa máquina germana tuya. Llega a la oficina sano y salvo. Nos veremos allí. Y créeme: no permitiré que te crucifiquen, David. Ni siquiera les permitiré que te azoten. Tú aguanta.
Mientras me abría camino entre el tráfico, mi estado de ánimo osciló de un extremo al otro. En los escasos veinte minutos que me llevó recorrer la calle 10, pasé por todos los estados psicológicos de la aflicción: negación, ira, más negación, más ira, seguidas de aún más negación y aún más ira. Por alguna extraña razón, no alcancé esa meseta iluminadora llamada «aceptación», seguramente porque estaba demasiado furioso y trastornado para empezar a aceptar nada. Sin embargo, algo bueno sí pasó durante el camino hacia la FRT: mi vacilante estado de ánimo finalmente cambió del temor a la beligerancia. De acuerdo, podía ser que mi subconsciente me hubiera jugado una mala pasada, pero no había hecho nada incorrecto deliberadamente. Es más, aquel rastrero de MacAnna estaba tomando un par de líneas de diálogo sin importancia para transformarlas en un delito con el que quemarme en la hoguera. En mi opinión, la única forma de combatir un comportamiento periodístico tan perverso era salir de la esquina a puñetazos.
– Esto es exactamente lo que no vamos a hacer -dijo Tracy Weiss, cuando le propuse mi enfoque beligerante al inicio de la reunión.
Nos reunimos en el despacho de Brad, sentados a la «mesa de ideas» (como la llamaba él) circular donde normalmente discutíamos los nuevos temas para la serie. Sin embargo, aquella mañana, Brad, Tracy y Bob Robison me recibieron con palabras de apoyo y caras tensas que delataban su miedo, y que dejaban claro también que, en última instancia, aquélla no sería una situación comunal del tipo «la culpa es de todos». Por el contrario, desde el momento en que me senté frente a los tres a la mesa, me di cuenta de que, a pesar de que aquello era, corporativamente hablando, su problema, yo era el acusado. Y si había un castigo, me tocaría a mí cumplirlo.
– El hecho es, David -dijo Tracy-, que por mucho que MacAnna sea en el mejor de los casos una escoria vengativa, te tiene pillado por los cojones. Lo que significa que, nos guste o no, tenemos que ir con cuidado con todo esto.
Alison, sentada a mi lado, encendió un cigarrillo y dijo:
– Pero lo que está haciendo MacAnna es como intentar condenar a David por no cruzar la calle por la zona peatonal.
– No te enrolles, Alison -dijo Bob Robison-. Tiene pruebas. Y eso es lo que se necesita para condenar a alguien, te lo dice un ex miembro del Colegio de Abogados de California. Los motivos no cuentan una mierda si te pillan con las manos en la masa.
– Pero esto es diferente -dije-. El supuesto plagio fue subliminal…
– Vaya puta excusa -dijo Bob Robison-. No querías hacerlo, pero lo hiciste.
– Es una buena puta excusa -intervino Alison-, porque en la mitad de los casos los autores no saben de dónde procede su inspiración.
– Por desgracia, Theo MacAnna ha desvelado esa incógnita en el caso de David -objetó Robison.
– No lo hice aposta -protesté.
– Mis condolencias -dijo Robison-, y lo digo en serio. Ya sabes cuánto te aprecio. Pero el hecho es el mismo: ha sucedido. Has plagiado. Puede que no quisieras plagiar, pero lo has hecho. Decir lo contrario ahora sería como lo del hombre a quien su esposa pilla en la cama con otra mujer, y él salta de la cama, desnudo, gritando: «¡Yo no he sido! ¡Yo no he sido!».
– ¿Ella le cree? -preguntó Brad con una sonrisita.
– ¿Tú qué crees? -dijo Robison; después se volvió hacia mí-: ¿Entiendes lo que quiero decir, David?
Asentí.
– Os repito a Alison y a ti que quiero que sepáis que te apoyamos en todo. Que no te abandonaremos -dijo Brad.
– Es muy conmovedor, Brad -dijo Alison secamente-, y espero no tener que recordarte esta promesa.
– Vamos a presentar batalla -dijo Tracy-, pero de una forma que no parezca ni agresiva ni defensiva. La idea es cerrar cualquier discusión o investigación ulterior emitiendo un comunicado en el cual David admita culpabilidad accidental…
– Buena frase -dijo Robison.
– … pero en el que no nos arrodillamos. El tono va a ser muy importante. Como lo es el tono que tú mantengas en la entrevista con Craig Clark.
– ¿Crees que será comprensivo? -preguntó Brad.
– En primer lugar y sobre todo, es un periodista del mundo del espectáculo. Y un artículo como éste…, en fin, espero que tenga bastante conocimiento de la industria, especialmente de los autores, para comprender cómo ha podido suceder algo así involuntariamente. Por otro lado, no es una rata maliciosa como MacAnna. Le daremos la entrevista en exclusiva con David, y le encanta el programa. Confiemos en que decida que el artículo merece ser tratado como algo marginal y nada más.
Pasamos la hora siguiente elaborando (cómo odio ese verbo) la declaración oficial de la FRT, en la que la empresa reconocía que inadvertidamente yo había incluido en mi texto algunas líneas de Primera plana, que lamentaba enormemente aquel «error involuntario» (palabras de Tracy, no mías), y me había sentido consternado cuando me lo habían señalado. Había una cita de Bob Robison declarando que aceptaba mi explicación de la «inclusión» y que la cadena me daba todo su apoyo, hasta el punto de que, como se había informado en la prensa el mes anterior, acababan de firmar un contrato conmigo para la próxima temporada de Te vendo (fue Alison la que insistió en que incluyeran esa línea en el comunicado, para recordar a todo el mundo que no sólo estaban de mi parte, sino que seguirían «manteniendo la relación»).
Finalmente, había una declaración mía, en la que aparecía muy contrito, pero también sinceramente estupefacto por cómo podía haber sucedido: «Los escritores son como esponjas: lo absorben todo, después lo reciclan, a veces sin ni siquiera darse cuenta. Sin duda ha sido éste el caso de las cuatro líneas de diálogo de Primera plana que han acabado incluidas en un episodio de la temporada pasada de Te vendo. Lo reconozco: Primera plana es una de mis obras preferidas e incluso la representé en la universidad.
Sin embargo fue en 1980, y no la he visto ni leído desde entonces. ¿Cómo, entonces, han acabado un puñado de líneas incomparables de Ben Hecht y Charles MacArthur en mi guión? Sinceramente, no lo sé. Eso no excusa esta inclusión accidental (palabras de Tracy otra vez), que me ha hecho sentir muy avergonzado, como se sentiría cualquier escritor. Nunca he utilizado intencionadamente las palabras de otro autor. Es un error aislado, y lo único que puedo alegar es confusión mental, más conocida como sacar una broma del desordenado almacén de mi cerebro, sin recordar dónde la había oído la primera vez».
Discutimos la declaración confesional a fondo. Bob Robison deseaba que fuera un mea culpa y basta (es católico al fin y al cabo). Alison quería que mantuviera una actitud de disculpa, pero que al mismo tiempo fuera desafiante, insistiendo en que se trataba de una nadería; ¿o acaso las bromas de unos no acaban siempre en el material de otros? Pero fue Tracy la que me animó a equilibrar la contrición con el ingenio, y a mostrarme al mismo tiempo apesadumbrado e irónico con el asunto.
– Éste es también el tono que debes mostrar con Craig Clark -dijo Tracy cuando terminamos de redactar mi declaración.
Apenado, avergonzado, pero con «irónica complicidad», sea lo que sea eso.
Craig Clark resultó ser una persona bastante agradable para ser periodista. Aunque ninguno de los que estábamos allí dejó entrever que conocía la historia que había tenido con Tracy, todos observamos con interés cómo le trataba ella. Y cuando el imbécil de Bob comentó algo así como «¿No acabas de ser padre otra vez hace poco?» (después tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su incomodidad), Craig evitó mirar a Tracy mientras contestaba que efectivamente, él y su esposa (con la que evidentemente se había reconciliado) estaban encantados con su hija de cuatro meses, Mathilda. La sonrisa congelada de relaciones públicas de la pobre Tracy era tan tensa que parecía a punto de resquebrajarse. Lo sentí sinceramente por ella.
Aun así, se comportó de forma totalmente profesional. Después de hacer salir a los demás del despacho de Bob, se sentó discretamente en un rincón mientras Craig me atormentaba a preguntas. Tenía cuarenta y pocos años: era bajo y fornido, y demasiado nervioso en su comportamiento, pero absolutamente profesional y bastante comprensivo, para mi alivio.
– Permita que le diga de entrada que soy un gran admirador de Te vendo.
– Gracias -dije.
– En serio, creo que es un gran salto adelante en la comedia televisiva, totalmente original. Por eso, bien…, esta acusación debe de ser muy dura para usted. Para empezar, me gustaría preguntarle: ¿cree que en una u otra ocasión la mayor parte de los autores ha tomado prestado involuntariamente algo de otro autor?
¡Dios bendito! El hombre estaba de mi parte. No deseaba descuartizarme, o hundir mi carrera. Es verdad que me hizo un par de preguntas peliagudas: sobre si un préstamo accidental era una falta venial (a lo que respondí «No, no lo es», con la esperanza de que el enfoque «no pretendo disculparme» le impresionara) y si merecía una severa censura por parte del colegio profesional («Probablemente», contesté, manteniendo la línea «cumpliré mi castigo como un hombre»). Pero también le hice reír, diciendo que gracias a Dios que si había tomado prestado sin querer de alguien hubiera sido de Prímera plana y no de El Crucero del Amor. También le dije que, como penitencia, escribiría el guión de la siguiente película de Jackie Chan. En resumen, creo que logré el tono de «de acuerdo, lo siento, pero esto no es un delito federal», que me había pedido Tracy. Una vez terminados los veinte minutos (Tracy le permitió pasarse de tiempo, porque Clark parecía estar disfrutando), me estrechó la mano y dijo:
– Espero que esto sea sólo un pequeño contratiempo en su carrera.
– Gracias -dije-, le agradezco la seriedad de su entrevista.
– Ha sido un gran entrevistado.
Metí la mano en el bolsillo y saqué un cuaderno de notas; escribí los teléfonos de mi casa y del móvil en una página, la arranqué y se la di.
– Si necesita preguntarme algo más, llámeme a cualquiera de estos dos números. Y cuando se hayan calmado las cosas, quizá podríamos tomar una cerveza.
– Sería estupendo -dijo, guardándose el papel-. Sobre todo porque…, bueno, he escrito un par de guiones para la televisión…
– Ya hablaremos.
Me estrechó la mano otra vez.
– Nos veremos -dijo.
Tracy le abrió la puerta y dijo:
– Te acompañaré al coche. -Él asintió y salieron. Al cerrar la puerta Tracy me dijo, en voz baja-: Lo has hecho muy bien. Mejor que bien. Creo que le caes simpático.
– Recemos por ello. Parece una buena persona.
La expresión de Tracy se tensó.
– No, no lo es -dijo, y se fue.
En cuanto se marchó, Alison entró en el despacho.
– Tracy me ha dado el visto bueno con el pulgar levantado. ¿Estás contento de como ha ido?
Me encogí de hombros.
– Ahora mismo, me siento atontado.
– Vas a sentirte aún más atontado. Mientras te esperaba en tu despacho, Jennifer ha recibido una llamada de Sally. Ha dicho que era urgente.
Oh, estupendo. Se ha enterado, antes de que yo pudiera decírselo personalmente.
Fui a mi despacho y llamé a Sally. Su secretaria me la pasó inmediatamente. Las primeras palabras de Sally fueron:
– Estoy estupefacta.
– Cariño, puedo…
– … y lo que me ha dolido más ha sido enterarme por otros.
– Es que yo me he enterado poco antes de las siete.
– Deberías haberme llamado inmediatamente.
– Sabía que estabas desayunando con Stu…
– Habría contestado a tu llamada.
– El caso es que tenía que venir rápidamente al despacho, y he estado reunido desde entonces, por no hablar de una entrevista con un periodista de Variety.
– ¿Variety ya lo sabe? -dijo, en tono angustiado.
– Sí, pero Tracy Weiss, la jefa de relaciones públicas…
– Sé perfectamente quién es Tracy Weiss.
– Lo siento, lo siento, en fin, el periodista de Variety llamó a Tracy anoche y ella decidió…
– De modo que ella lo sabía anoche.
– Sí, pero yo no, me lo dijeron esta mañana. Y para hacer pública nuestra versión, ella decidió ofrecer una exclusiva a ese periodista…
– ¿Saldrá en el Daily Variety de mañana?
– Sin duda.
– ¿Y la FRT ha hecho un comunicado?
– Sí, con una declaración contrita personal mía.
– ¿Les pedirás que me la manden por fax?
– Claro, cariño. Pero, por favor, no te pongas fría y profesional conmigo. Ahora te necesito.
– Si me necesitabas, deberías haberme llamado inmediatamente. Se supone que soy el amor de tu vida.
– Sabes que lo eres. Es sólo… Dios, Sally, esta historia es alucinante.
– ¿Puedes imaginar cómo me he sentido yo? Cuando me ha enseñado la columna de Hollywood Legit un don nadie de nuestra oficina de prensa, y me ha dicho: «Qué pena lo de tu novio, debes de estar preocupadísima», y yo sin saber nada…
– Lo siento, lo siento, estoy…
Me callé de golpe, con la sensación de que me estaba aplastando una apisonadora.
– ¿David?
– Sí.
– ¿Estás bien?
– No. Evidentemente no estoy bien.
– Ahora me siento fatal.
– Sabes cuánto te quiero… -dije.
– Y tú sabes cuánto te quiero yo. Es sólo que…
– Tienes razón, tienes razón. Debería haberte llamado. Pero todo ha sido un caos. Y…
– No tienes que darme explicaciones. He reaccionado de una manera exagerada. Pero estaba increíblemente angustiada. Y el asunto tiene muy mala pinta.
– Dímelo a mí.
– Fue involuntario, ¿verdad?
– Desde luego no fue premeditado.
– Bueno, algo es algo. ¿Estás seguro de…?
Otra vez la pregunta: la que todos necesitaban hacerme.
– Te lo aseguro, es la única ocasión en que un diálogo de otro ha acabado en un guión mío.
– Te creo, por supuesto que te creo, créelo. Y eso es una buena noticia. Porque si sólo es un incidente aislado…
– Es un incidente aislado.
– Claro, por supuesto -dijo ella-. Y como ha sido un incidente aislado, se perdonará y olvidará rápidamente.
– No he plagiado intencionadamente -dije, en tono vehemente.
– Ya lo sé. Y sé que dentro de una semana estará todo olvidado.
– Espero fervientemente que tengas razón.
– Siempre tengo razón -dijo ella con tono alegre, y yo me reí por primera vez desde que me había despertado.
– ¿Sabes lo que sería estupendo? -pregunté-. Un largo almuerzo alcohólico contigo. Creo que necesito un martini anestésico ya.
– Cariño, sabes que tengo que volver a Seattle esta tarde.
– Lo había olvidado… -Es aquella serie nueva…
– Vale, vale.
– Pero volveré el sábado a primera hora. Y te llamaré a todas horas.
– Estupendo.
– Todo se arreglará, David.
– Espero que tengas razón.
Después de colgar, saqué la cabeza del despacho y vi a Alison sentada detrás de la mesa de Jennifer, llamando por teléfono. Le hice una señal con la cabeza para que viniera. Cuando terminó la llamada, entró y cerró la puerta.
– ¿Cómo ha ido? -preguntó.
– Al final se ha mostrado comprensiva.
– Algo es algo -dijo, en tono neutral.
– No lo digas.
– ¿Decir qué?
– Lo que piensas de Sally.
– No estoy pensando en Sally.
– Mentirosa.
– Me confieso culpable. Pero al menos ha entrado en razón, supongo que después de decidir que el asunto podía perjudicarla a ella también.
– Eso es una canallada -dije.
– Pero totalmente cierta.
– ¿Cambiamos de tema?
– Encantada. Porque tengo buenas noticias: acabo de hablar con Larry Latouche de la Asociación de Autores de Cine y Televisión -dijo-. Ya sabía lo del artículo de MacAnna.
– ¿Ah, sí?
– Qué puedo decirte…, es una semana mala para los cotilleos en el mundo del espectáculo. Tal vez si tenemos suerte, en las próximas cuarenta y ocho horas pillarán a algún actor famoso con una mexicana clandestina menor de edad, y nos robará un poco de atención. Sin embargo, por ahora, estás a punto de convertirte en el tema de las habladurías de la ciudad. Y el rumor está corriendo deprisa.
– Qué maravilla.
– Pero la buena noticia es que Latouche está indignado con las acusaciones de MacAnna, sobre todo porque él mismo puede citar al menos un par de docenas de ejemplos de unas pocas líneas del guión de otro que han acabado inocentemente utilizadas en alguna parte. En fin, quería que supieras que la asociación te apoya plenamente, y que piensa dar un comunicado de prensa mañana por la mañana, confirmándolo y también condenando a MacAnna por convertir una tontería en una noticia infamante.
– Más tarde llamaré a Latouche para darle las gracias.
– Buena idea. Ahora mismo necesitamos a buenos tiradores de tu parte.
Llamaron a la puerta y entró Tracy, con una copia del comunicado de prensa.
– Ya está. Los peces gordos de la central de Nueva York le han dado el visto bueno.
– ¿Cómo se lo han tomado? -preguntó Alison.
– No están muy contentos, a nadie le gustan los escándalos. Pero le dan todo su apoyo a David, y quieren que este asunto concluya cuanto antes mejor.
Alison le contó lo de la declaración de Latouche y a Tracy no le hizo gracia.
– Está bien tener su apoyo, Alison -dijo-, y te agradezco que te preocuparas por esto, pero ojalá me lo hubieras consultado primero.
Alison encendió otro cigarrillo.
– No sabía que trabajara para ti, Tracy -comentó.
– Ya sabes a qué me refiero -insistió Tracy.
– Sí, eres una obsesa del control.
– Alison… -intervine.
– Tienes razón -dijo Tracy-. Soy una obsesa del control. Y quiero controlar esta situación para que la carrera de tu cliente no salga perjudicada. ¿Eso te molesta?
– No, pero tu tono sí -siguió Alison.
– Y tus cigarrillos están poniendo a prueba mi «obsesión por el control» -estalló Tracy-. Porque resulta que está prohibido fumar en estas oficinas.
– Entonces será mejor que me largue -dijo Alison.
– Alison, Tracy -intervine-, ¿por qué no nos tranquilizamos un poco?
– Claro -aceptó Alison-, y ya puestos, podemos abrazarnos y soltar una lagrimita y alcanzar la iluminación.
– No quería molestarte, Alison -dijo Tracy.
– Esta mierda de situación es lo que me molesta, y lo digo como un intento de disculpa.
– ¿Cenamos esta noche? -le pregunté a Alison.
– ¿Dónde está tu enamorada?
– Vigilando un piloto que se está rodando en Seattle.
– Entonces invito a los martinis. Necesitamos seis por cabeza como mínimo. Ven al despacho sobre las seis.
Después de que Alison se marchara, Tracy se volvió hacia mí y dijo:
– Si no te importa que te lo diga, es un pedazo de mujer, y tienes mucha suerte de tenerla de tu parte. Creo que sería capaz de matar por ti.
– Sí, es bastante feroz, y absurdamente leal.
– Pues tienes suerte. Eliminaron la palabra «lealtad» hace mucho tiempo del vocabulario de Los Ángeles.
– ¿Pero puedo contar con la tuya, no?
– Por supuesto -contesto rápidamente-. Forma parte del servicio. Además creo que en este asunto te la han jugado.
– ¿Y ahora qué hago?
– Esperar y ver qué pasa con el artículo de MacAnna, y cuál es la reacción a la entrevista de Daily Variety. Te diré algo: las próximas setenta y dos horas son cruciales. Si el lunes por la mañana la noticia está muerta, hemos ganado. Si todavía le queda cuerda, tenemos un problema.
– Me parece que va a ser un fin de semana largo.
– Muy largo, me temo.
Pero al mediodía del día siguiente, la sensación era de que habíamos ganado la guerra de las relaciones públicas. Aunque Los Angeles Times publicó un breve artículo en la sección de «Espectáculos» sobre la columna de MacAnna, los demás periódicos de ámbito nacional no recogieron la noticia, una buena señal de que el asunto se consideraba un cuento de Hollywood, y poco más. El Hollywood Reporter, por su parte, publicó dos largas páginas sobre las cuatro malditas líneas de diálogo; era un reportaje equilibrado, con mis disculpas (del comunicado de prensa) y la justificación de Larry Latouche de mi postura. Mejor aún fue el artículo de Craig Clark en Daily Variety, que se ponía de mi parte, y señalaba que durante nuestra entrevista en exclusiva me había mostrado totalmente abierto acerca del «plagio incidental», y «no había intentado echar cortinas de humo o añadir justificaciones exageradas al estilo Clinton por su error involuntario». Continuaba citando a cinco autores famosos de televisión y cine (a los que evidentemente había localizado el día anterior), y todos ellos salían en mi defensa. Pero el golpe de gracia lo daba un comentario que Clark había obtenido de Justin Wanamaker, un hombre que (junto con William Goldman y Robert Towne) era considerado uno de los guionistas más eminentes de los últimos treinta años. En un comunicado preparado (que según decía Clark, Wanamaker le había mandado por correo electrónico en exclusiva para Variety) sencillamente hundía el cuchillo en la espalda de Theo MacAnna. Y lo retorcía un par de veces: «Hay periodistas serios del mundo del espectáculo y hay pugilistas de moral sospechosa como Theo MacAnna, que no dudan ante la posibilidad de destrozar una carrera con presuntas insinuaciones de plagio, basadas en la inconsistente premisa de que tomar prestada una broma constituya un pecado mortal, merecedor de ser denunciado ante la Inquisición. Hay algo profundamente deplorable en ver a un escritor de tres al cuarto atacar a uno de los talentos cómicos más auténticos que existen actualmente en Estados Unidos».
A Tracy le entusiasmó el artículo de Craig Clark, así como a Brad y a Bob Robison y, por supuesto, a Alison.
– Hasta hace sólo cinco minutos, siempre pensé que Justin Wanamaker era un pedante pomposo -dijo-. Pero ahora le nominaría para el premio Nobel. El tipo es un artista. Espero que esto destruya la reputación de esa rata.
Sally también me llamó desde Seattle, encantada con el artículo de Variety.
– Esta mañana no han parado de llamarme, con muestras de solidaridad y diciendo lo mal que te han tratado, y lo elegante que has sido en la entrevista de Variety. Estoy muy orgullosa de ti, mi vida. Lo has llevado de maravilla: venceremos.
Qué alegría saber que seguíamos siendo «nosotros». Pero no podía culpar a Sally por su enfado del día anterior. La forma en que se había enterado debió de ser muy desagradable para ella, y como cualquiera (yo especialmente) había reaccionado con una mezcla de miedo, rabia e incredulidad.
Pero tenía razón, estábamos dándole la vuelta a una situación potencialmente desastrosa, hasta el punto de que mi contestador y mi correo electrónico, tanto de casa como del despacho, se inundaron de mensajes de apoyo de amigos y colaboradores profesionales. Mejor aún, el sábado, la ola de la marea se volvió contra Theo McAnna, con tres cartas publicadas en las páginas de editorial de Los Angeles Times que recordaban otros casos de plagio involuntario, y que vituperaban el periodismo sensacionalista. Después, en la edición dominical del mismo periódico, llegó un gancho de izquierda arrasador, en forma de un artículo breve de trescientas palabras en la sección de «Miscelánea de Arte», que aseguraba que, antes de ser gacetillero del Hollywood Legit, MacAnna había pasado cinco años intentando entrar en el mundo de la comedia de televisión, sin ningún éxito. Se citaba a un productor de la NBC que decía que habían empleado a MacAnna brevemente como guionista a finales de los noventa, pero que lo habían despedido -y en una muestra de cita vengativa- «cuando quedó claro que su escaso talento seguiría siendo escaso». También se señalaba que, poco después de que la NBC lo echara, la International Creative Management también lo había descartado como cliente.
– Ojalá las cosas siempre fueran así -dijo Sally después de leerme el análisis desmembrador de Los Angeles Times sobre MacAnna-. Han declarado abierta la temporada sobre ese imbécil.
– Con toda la razón, porque él se ha hecho una carrera jugando a perro rabioso de Hollywood. Ahora le han neutralizado, y todos se sienten seguros para darle la patada.
– Se lo merece. Y lo más bonito es que tú no sólo te has vengado, sino que vas a salir del incidente como parte ofendida, y como una persona que sabe defenderse.
Sally había vuelto a dar en el clavo. Durante la semana, recibí una llamada de Jake Jonas, el jefe de producción de la Warner, asegurándome que Romper y entrar «pronto tendría luz verde», que lo estaba leyendo Steven Soderbergh (a quien le encantaba, según ellos) y había prometido comunicar su decisión el viernes. Después, hacia el mediodía del domingo, Sheldon Schwartz, el presidente ejecutivo de la FRT, también me llamó a casa y me contó la anécdota siguiente:
– Hace un año, la Asociación Judía de Orange County me nombró ejecutivo del año de entretenimiento, y durante mi discurso de aceptación yo di las gracias a mi esposa, Babs, diciendo, y es una cita literal: «Siempre ha estado conmigo a las tres de la madrugada, cuando el resto del mundo duerme». Después todo el mundo me felicitó por la frase, a excepción de Babs, que me recordó que ésa era la frase exacta que utilizó el dramaturgo August Wilson cuando dio las gracias a su esposa durante su discurso de aceptación del premio Tony a principios de los noventa. Yo había asistido a esos premios, por supuesto, y la frase de Wilson se me había quedado grabada y, todos esos años más tarde, me salió, disimulada como un comentario original de Sheldon Schwartz.
»Lo que quiero decir, David, es que me sentí muy cerca de ti cuando te acusaron tan maliciosamente, y que admiré la dignidad y la sangre fría con las que lo has afrontado. Por propia experiencia sé que lo he te ha pasado puede pasarle a cualquiera.
– Gracias, señor Schwartz -dije-. El apoyo que me han demostrado todos en la cadena ha sido extraordinario.
– Somos una familia, David. Por favor, llámame Shel.
Alison casi se ahoga con el humo del cigarrillo cuando le repetí la conversación al día siguiente.
– ¿En serio te dijo que «somos una familia»? -preguntó.
– Sí, pero yo no le respondí precisamente: «Eh, Shel, ya está bien de tópicos».
– Hablando de tópicos, ¿sabías que tu nuevo amigo íntimo Shel es tan partidario de la familia que acaba de abandonar a su esposa número tres para casarse con su…, no te lo vas a creer, su irrigadora de colon, que resulta que es una serbia de veintiocho años con un par de melones que habrían hecho parecer plana a la difunta Jayne Mansfield?
– ¿De dónde sacas estos cotilleos misteriosos?
– De la columna de MacAnna, por supuesto.
– No tiene gracia.
– Sí la tiene, sobre todo porque ahora él es el motivo de cotilleo. Este asunto le ha dejado fuera de combate. Es como si le hubieras dado una patada en los huevos al bravucón de la calle y todos estuvieran encantados.
– Yo no hice nada. Sólo dije la verdad.
– Sí, y te mereces un premio humanitario por carácter y heroísmo, por no hablar de lo simpático que eres.
– ¿Te estás poniendo cínica?
– ¿Cínica, yo? ¿Cómo puedes decir esas cosas? Eso sí, David: me he quitado un peso de encima, porque creo que puede que hayas salido airoso de esto.
– Todavía no podemos cantar victoria -protesté.
Pero más tarde, aquella mañana, Tracy entró en mi oficina, con cara de satisfacción.
– He hecho un repaso de periódicos nacionales y estatales: un comentario en The New York Times, The Washington Post y el USA Today sobre el artículo de MacAnna criticándote y que Los Angeles Times le acusara de ser un autor fracasado. El San Francisco Chronicle también ha publicado unas líneas, igual que los periódicos de Santa Bárbara, San Diego y Sacramento. Todos los artículos te son increíblemente favorables, especialmente gracias al comentario KO de Justin Wanamaker, que todos los articulistas citan. Por cierto, deberíamos mandar a Wanamaker un discreto regalo de agradecimiento en tu nombre.
– ¿No está metido en el rollo de las armas, las cabezas de rinoceronte y todas esas historias retro a lo Hemingway?
– Sí, ésa es la imagen machista que le va al señor Wanamaker. Pero si te crees que vamos a comprarle un rifle de asalto…
– ¿Qué te parece una caja de un buen malta escocés? Es un bebedor impenitente, ¿no?
– Sí, y nunca se olvida de encender un Lucky Strike cuando le entrevistan, para que quede claro que no soporta a los nazis californianos de la salud. Creo que una caja de escocés será muy bien recibida. ¿Alguna marca concreta?
– Con que tenga un noventa por ciento de graduación…
– Hecho. ¿Qué quieres que ponga en la tarjeta?
Me lo pensé un momento y dije:
– ¿Qué te parece «Gracias»?
– Lo resume todo.
– Por cierto, Tracy, gracias. Lo has llevado de maravilla. Y me has salvado la vida.
Tracy sonrió.
– Es mi trabajo -dijo.
– Pero todavía no ha acabado, ¿verdad?
– Digamos que por lo que he oído de mis espías en Hollywood Legit, MacAnna ha recibido un rapapolvo por el artículo de Los Angeles Times, que en definitiva le ha hecho parecer un imbécil despreciable y sin talento que utiliza su columna como venganza por su fracaso profesional. Es más, nada de lo que ha dicho ha perjudicado tu posición, lo que significa sencillamente que la gente se ha creído tu versión. Pero los dos próximos días son críticos, alguien podría decidir meter más ruido con esto. Mi instinto me dice que hemos terminado, pero voy a esperar hasta el viernes para decirlo oficialmente.
Y el viernes por la mañana llegó la llamada oficial de Tracy. Estaba en casa, trabajando en un esbozo del primer episodio de la tercera temporada de Te vendo cuando sonó el teléfono.
– ¿Has leído la edición de hoy del Hollywood Legit? -preguntó.
– Por alguna razón lo he borrado de mi lista de lecturas obligatorias. ¿Ese idiota está lanzando más mierda en mi dirección?
– Por eso te llamaba. Su columna de esta semana trata de Jason Wonderly.
Se refería a la estrella adolescente del año a quien habían pillado chutándose en el lavabo del plató de su mediocre programa, Jack el crack, en el que hacía el papel de un quarterback de instituto caprichoso y mujeriego, pero con buena conciencia social.
– En fin, según MacAnna, habían visto al camello de Wonderly intentando pasarle a Jason una bolsita en la clínica Betty Ford…
– ¿Pero no hay nada de mí o de Te vendo?
– Ni una palabra. Mejor aún, mi ayudante ha hecho un repaso de todos los periódicos importantes. No hay ningún seguimiento de tu historia. De hecho, no hay nada desde el lunes. Eso significa básicamente que es historia pasada, o podríamos decir muerta. Felicidades.
Aquel mismo día me llegaron más buenas noticias, cuando Jake Jonas de la Warner Brothers me llamó para decirme que Sodebergh había leído el primer borrador de Romper y entrar y que estaba entusiasmado con el proyecto. Aunque tenía que estar urgentemente en Nueva York la semana próxima, quería verme la semana después para pasarme unas notas y mover el proyecto a la siguiente fase.
– Por cierto -dijo Jake hacia el final de la conversación-. Me alegré mucho de que pusieran en su lugar a MacAnna por lo que intentó hacerte. Ese tipo es el equivalente periodístico del virus Ébola. Es agradable verle aplastado…, y lo más importante, ver que tú has salido airoso de la prueba.
Jake Jonas tenía razón: había sido una larga semana de prueba. Además del hecho de que alguien me había señalado acusadoramente en un periódico (una experiencia poco agradable, francamente), lo que me había puesto más nervioso en aquellas circunstancias era darme cuenta de que de no haber ganado mi caso en el tribunal de la opinión pública de Hollywood, el resultado podría haber sido…
Mejor no pensar en eso (me dije a mí mismo). Alégrate de haber salido entero de este desagradable asunto prácticamente intacto. De hecho, como señaló Sally rápidamente (cuando abrimos una botella de champán francés el viernes por la noche para celebrar «el final de mi historia») mi posición había quedado misteriosamente reforzada por aquella tribulación breve pero lacerante.
– A todo el mundo le gusta el contraataque -dijo Sally-. A la gente le gustan las personas que se defienden y son indicadas.
– Entre los autores, el plagio está al mismo nivel que el asesinato. Y la acusación no se borrará nunca.
– Pero tú no plagiaste.
– Deliberadamente, no, al menos.
– No y basta.
– Sigo sintiéndome como un idiota -dije, apoyando la cabeza en el regazo de Sally.
– Eso no es sólo una tontería, también es fútil. Ya lo hemos hablado cien veces esta semana. Fue un error subliminal y no es tan raro. De modo que deja de fustigarte. Te han declarado inocente. Te has librado.
A lo mejor Sally tenía razón. A lo mejor, como los que sufren un accidente potencialmente mortal, toda mi vida profesional había pasado frente a mis ojos, y una semana después del impacto inicial, seguía tambaleante por el shock. Por eso, casi todo el fin de semana dormí hasta tarde, paseé por el loft, leí la nueva novela de Elmore Leonard e intenté borrar todos los pensamientos de mi cabeza.
De hecho, disfruté tanto de aquel fin de semana de indolencia que decidí alargarlo hasta mitad de semana. A pesar de que seguramente habría debido continuar planificando la siguiente temporada de Te vendo, decidí hacer el papel de flaneur durante unos días: vagabundeé por los cafés de West Hollywood, fui a almorzar con un amigo escritor a un buen restaurante mexicano de Santa Mónica, donde bebimos mucho, compré demasiados cedes en Tower Records, pasé a comprar libros por mi antiguo lugar de trabajo, Book Soup, entré y salí de varias películas de sesión de tarde y en general abandoné momentáneamente todos los compromisos profesionales.
El lunes se fundió con el martes y éste con el miércoles. Y aquella noche, mientras fregaba los platos después de una cena de sushi a domicilio, le dije a Sally:
– ¿Sabes qué?, creo que podría acostumbrarme a esta vida de indolencia.
– Eso lo dices porque no eres indolente. La vida contraria a la tuya siempre parece mejor cuando tienes billete de vuelta a la que llevas. ¿Sabes qué se vuelve un escritor cuando se vuelve demasiado indolente?
– ¿Feliz?
– Yo más bien pensaba en «imposible», o quizá, completamente imposible.
– Vale, vale. No me volveré demasiado indolente.
– Me alegro de oírlo -dijo ella secamente.
– Pero te aseguro que en el futuro pienso tomarme una semana libre cada…
Sonó el teléfono y lo descolgué. Era Brad Bruce. No me saludó, ni hizo ningún comentario de cortesía. Se limitó a preguntar:
– ¿Es un buen momento para hablar?
Su tono no era sólo brusco. También era despegado, frío. Y me puso nervioso inmediatamente.
– ¿Qué pasa, Brad? -pregunté, lo que hizo que Sally me mirara en seguida con expresión preocupada-. Pareces de mal humor.
– Estoy de mal humor y muy preocupado.
– ¿Qué ha pasado?
Un largo silencio.
– Quizá sería mejor que hiciéramos esto cara a cara -dijo.
– ¿Quizá deberíamos hacer qué cara a cara?
Otro largo silencio. Finalmente dijo:
– Tracy acaba de entrar en mi despacho con la edición del viernes de Hollywood Legit. Sí, de nuevo apareces de forma destacada en la columna de Theo MacAnna. De hecho, llenas toda la columna.
– ¿Yo? -dije, ya más atemorizado que nervioso-. Pero es imposible. No he hecho nada malo.
– Eso no es lo que dicen sus nuevas pruebas.
– ¿Sus nuevas pruebas? ¿De qué?
– De plagio.
Tardé un momento en hablar.
– Es una locura. Repito, yo no plagio.
Miré a Sally. Me observaba con los ojos muy abiertos.
– Eso lo dijiste la semana pasada -dijo Brad en un tono bajo-, y te creí. Pero ahora…
– ¿Ahora qué?
– Ahora… ha encontrado tres ejemplos más de plagio en tus guiones para el programa. No sólo eso, también ha encontrado un par de diálogos copiados en las obras que escribiste antes… antes…
¿Antes de ser famoso, quizá? ¿Antes de tenerlo todo? ¿Antes de que me acusaran de ser un ladrón literario, aunque nunca hubiera robado nada intencionadamente? Entonces ¿cómo? ¿Cómo?
Me senté lentamente en el sofá. La habitación daba vueltas. De nuevo mi vida profesional me pasaba ante los ojos. Sólo que esa vez supe que la zambullida no sería como cuando sueñas que caes y acababas aterrizando en la almohada. Aquella vez, la caída era real, y el aterrizaje sería cualquier cosa menos blando.