Capítulo 9

Cira.

Muerta hacía más de dos mil años.

Herculano.

– Ve a estirarte. -La mirada preocupada de Eve se dirigió al rostro de Jane-. Estás blanca como el papel. Quizá Trevor tenía razón al decir que te lleváramos a casa.

– Dejad de preocuparos. No me pasa nada. -Sonrió de manera fantasmagórica-. Y Joe piensa que no tiene razón. -Miró a Joe, que no había dejado de hablar con el cuerpo desde que habían llegado a la cabaña, dándole a Christy la información que Trevor le había dado sobre Guido Manza-. No soporta los retrasos. No le gusta que le tomen el pelo y que primero le pongan la alfombra y que luego se la quiten de debajo de los pies. Le gusta que todo esté expuesto con claridad. -Ella puso mala cara-. Y no puedes decir que lo que nos dijo Trevor estaba claro.

– Estaba lo suficientemente claro para alterarte a ti. -Eve hizo una pausa-. Casi entras en estado de shock cuando mencionó ese nombre -repitió ella lentamente «Cira. Y el túnel eran demasiadas coincidencias…».

– No quiero hablar de ello. -Jane se dio la vuelta y se alejó con rapidez. Tenía que salir de ahí cuanto antes. Estaba aguantando el tipo en un acto de fuerza mayor-. Quizás esté un poco cansada. Me iré a descansar hasta la hora de cenar.

– No puedes huir de mí, Jane. Dejaré que me lo digas más tarde, pero no te calles lo que quiera que te esté preocupando.

– Lo sé. -Se fue hacia el pasillo-. Pero a mí también me ayudaría saber qué es lo que me preocupa. En estos momentos estoy confundida.

– No eres la única. Trevor ha lanzado una bomba y se ha marchado. No me extraña que Joe esté enfadado.

– Herculano… -Frunció el entrecejo-. Me suena, pero ¿dónde caray está Herculano?

– En Italia -dijo Eve-. Fue destruida por una erupción del Vesubio a la vez que Pompeya.

– Qué raro. -Jane abrió la puerta de su dormitorio-. Estoy segura de que Trevor no nos dejará mucho tiempo con esta incógnita. Hablaremos luego. -Se apoyó en la puerta mientras la cerraba. ¡Señor!, tenía las piernas como un flan. No soportaba sentirse tan débil.

Y no había razón para ello. Puede que fuera una coincidencia. Sí, seguro. Cira era un nombre muy común. Si no, ¿qué otra explicación había? ¿Estaba soñando con una mujer que había muerto hacía dos mil años? Inmediatamente rechazó ese pensamiento. No había nada de antiguo en los procesos de pensamiento de la Cira que ella conocía. Jamás se había cuestionado que Cira no fuera una mujer actual. Cada pensamiento, cada intuición, Jane los conocía perfectamente. ¿Quizá demasiado bien?

Eso es cuestionarse cada recuerdo e impulso. Esa era la forma de volverse loca. Ni siquiera conocía la historia de la mujer a la que Trevor llamaba Cira. ¿Quién sabe? A lo mejor ella había captado algunas vibraciones extrañas de Aldo que se habían filtrado en sus sueños.

Pero Aldo no había aparecido en su vida hasta varias semanas después de que hubieran empezado los sueños.

A lo mejor era médium y no lo sabía. Había oído hablar de la transmisión telepática.

En realidad estaba captando algo, pensó con desagrado. Lo próximo que vería serían alienígenas o esos pequeños monitos verdes que había mencionado Eve. Tenía que haber una explicación, y ya fuera extraña o pragmática, tendrían que enfrentarse a ella y manejarla de algún modo, entonces, todo se arreglaría.

Y eso es lo que habría hecho Cira.

No, eso es lo que Jane haría. Cira era un sueño y nada tenía que ver con la realidad. Ya se estaba empezando a sentir mejor, más fuerte. Lo único que necesitaba era un poco más de tiempo para superar el shock y darse cuenta de que todo estaba bajo control.

Se puso en pie y se fue al baño. No se iba a acurrucar en la cama y «descansar». Se lavó la cara y encendió el ordenador para ver si podía hallar alguna referencia histórica sobre Cira de Herculano. Era muy probable que encontrara información, quizás una línea o dos que hubiera leído, olvidado y luego la hubiera procesado en sus sueños. Si eso no funcionaba, llamaría a la biblioteca municipal y preguntaría si sabían algo sobre el tema o podían indicarle dónde buscar. Antes de que Trevor hubiera lanzado ese bombazo, ella había aceptado esos sueños con curiosidad y fascinación, pero ya no podía seguir haciéndolo. Si existía algún fragmento de realidad que tuviera relación con Cira tenía que descubrirlo y saber de qué forma estaba relacionado con ella.

Dos horas después se reclinó en su silla y miró al ordenador con frustración. Los bibliotecarios tampoco habían podido acceder a ningún documento que hiciera referencia a Cira.

«Muy bien, no te sulfures».

Tenía que haber una respuesta. Sólo tenía que descubrirla.

Y la única fuente de información sobre Cira parecía ser Trevor, ¡maldito sea!

Cira y Aldo.

Intentaba sofocar su impaciencia. Mantenerse ocupada. Ve a preparar la cena. Siempre había notado que si te concentrabas en hacer bien las cosas pequeñas, las grandes también acababan poniéndose en su lugar.

«Llámame, Trevor, estoy preparada para ti».


Calor.

El humo empezaba a salir de las rocas.

Antonio estaba delante, se movía con rapidez.

Más deprisa. Evita toser. Él no debía darse cuenta de que ella le estaba siguiendo.

¡Ya no estaba!

No, debe haber desaparecido de mi vista en alguna curva del túnel.

No podía perderle. Había llegado hasta allí y ya no había marcha atrás.

Empezó a correr.

No le pierdas. No le pierdas.

Giró la esquina.

– ¿No podemos hacer el resto del camino juntos? -La silueta de Antonio resaltaba entre las rocas resplandecientes.

Ella derrapó antes de detenerse.

– Sabías que te estaba siguiendo.

– Sabía que era muy probable. Eres inteligente y no quieres morir. -Le extendió la mano-. Segunda oportunidad, Cira. Para mí y para ti. Ambos sabemos que las segundas oportunidades no se producen muy a menudo. Podemos hacer que esto funcione. -Hizo una mueca de preocupación-. Si salimos de aquí a tiempo.

– No quiero una segunda oportunidad contigo.

– Me amaste una vez. Puedo hacer que vuelvas a amarme.

– Tú no puedes obligarme a hacer nada. Soy yo quien elije. Siempre.

– Eso es lo que yo he dicho siempre. Pero estoy dispuesto a ceder… un poco. Por ti. -Tosió-. Cada vez hay más humo. No me voy a quedar aquí suplicando. No vale la pena morir por ninguna mujer, pero puede que valga la pena vivir por ti.

– Lo que quieres es el oro y no puedes sacarlo de aquí sin negociar con Julio.

– Quizá no sea bajo las circunstancias habituales, pero el mundo se acaba esta noche. Puede que Julio también acabe con él o que podamos huir a un lugar donde no nos encuentre nunca.

– Y donde tú puedas ser emperador -dijo ella sarcásticamente.

– ¿Por qué no? Sería un emperador magnífico.

– ¿En algún pueblo primitivo huyendo de Julio?

– No sería primitivo por mucho tiempo si los dos estuviéramos allí.

Estaba ejerciendo ese encanto que era lo que le había atraído de él en un principio y la fuerza de su personalidad era casi insoportable.

No debía dejarse seducir por él. Era demasiado peligroso.

Pero también era hermoso como un dios y poseía un encanto perverso e irresistible que hacía parecer que valiera la pena el riesgo.

– No me des toda tu confianza -le dijo-. Ve paso a paso. Sólo deja que te saque de aquí.

Ella miró su mano extendida. Podía tomar su mano como una vez había tomado su cuerpo.

No, nunca volvería a hacer esa tontería.

– Paso a paso -dijo él con suavidad.

– Si querías sacarme de aquí ¿por qué no has dejado que simplemente te siguiera?

– Porque nos necesitaremos mutuamente antes de llegar al final. -Él se sobresaltó cuando un estruendo sacudió la tierra-. Decídete, Cira.

– Te he dicho que…

La tierra se abrió bajo sus pies y ¡ella se quedó mirando al infierno!

Estaba cayendo, muriendo…

– ¡Antonio!


Jane se incorporó de golpe en la cama; el corazón le latía con tal fuerza que pensó que se le iba a salir del pecho.

Fuego.

Fuego líquido y fundido.

Estaba cayendo…

No, no se estaba cayendo. Respiró profundo un par de veces. Ya estaba mejor. Apoyó los pies en el suelo y se levantó.

Toby también se incorporó mirándola con sorpresa.

– Sí, ha vuelto a suceder. No es divertido, ¿verdad? -murmuró. Miró el reloj. Las tres y treinta siete de la madrugada, pero no podía volver a dormir. Cira ya se había encargado de eso. O su extraña mente o lo que fuera.

– Vamos al porche. Necesito aire fresco.

Noche asfixiante.

Calor.

La tierra explotando bajo sus pies.

Cogió la bata y el móvil que había puesto en la mesilla de noche antes de acostarse.

– No hagas ruido. Es muy tarde. No vamos a despertar a Eve y a Joe.

La cola de Toby golpeaba felizmente el suelo de madera y el sonido era todo menos silencioso.

– Levántate, tonto.

Se levantó y el sonido terminó, pero seguía moviendo la cola. Cruzó el pasillo y llegó a la puerta. El aire fresco le daba en las mejillas mientras se sentaba en el primer escalón del porche. Podía ver el leve reflejo del coche patrulla en la carretera y saludó a Mac y a Brian. La saludaron con los faros y volvieron a apagarlos.

¡Señor!, ¡qué agradable era el aire! Llenó sus pulmones y la limpia y tranquilizante sensación casi la dejó embriagada de placer.

Noche asfixiante…

Toby gimió mientras se sentaba a su lado.

– Está bien -murmuró ella acariciándole la cabeza-. Sólo ha sido un sueño. Nada malo…

Entonces, ¿por qué estaba tan aterrorizada?

El mundo termina esta noche.

No su mundo. Olvídalo.

Probablemente el sueño se debiera a la impresión que le habían provocado las palabras de Trevor y no se basara en…

Sonó su móvil. Lo miró pero sin sorpresas. ¿Por qué si no lo había cogido? Era Trevor, por supuesto.

– ¿Estás sola? -le preguntó.

– Sí, si no contamos a Toby.

– No me atrevería a no contar con él. -Calló un momento-. ¿Cómo estás?

– Bien. Estaba bien cuando te marchaste. No necesitas utilizarme de excusa para huir.

– Jane.

No estaba siendo sincera y los dos lo sabían.

– Vale, me dejaste de piedra.

– Lo sé y me sorprendió. No era la reacción que yo esperaba.

– ¿Qué esperabas?

– Curiosidad. Interés. Quizás algo de entusiasmo.

Y ésa era justamente la respuesta que debería haber experimentado, si no hubiera mencionado a Cira. La había juzgado correctamente.

– Entonces, es evidente que no me conoces tan bien como piensas. Lo único que conseguiste dejándonos así ayer por la tarde fue irritar a Joe y darle la oportunidad de llamar y de intentar comprobar lo que nos dijiste sobre Guido Manza.

– ¿Y lo ha hecho?

– Todavía no. No debería hacerlo de ese modo. Ayúdale, ¡maldita sea! Has hecho un trato.

– Todavía no estabas preparada. Y eres tú quien me importa.

– Ahora sí lo estoy.

Guardó silencio un momento.

– Sí, creo que lo estás. Me gustaría poder verte la cara, para estar seguro.

– Puedes estarlo. ¿Quién es Cira?

– Era una actriz del teatro de Herculano durante los años anteriores a la erupción del Vesubio, que destruyó tanto Herculano como Pompeya en…

– Entonces, ¿por qué cree Aldo que Cira mató a su padre?

– El túnel que Guido voló conducía a la biblioteca de Julio Precebio cerca de su villa a las afueras de Herculano. Contenía varios cartuchos de bronce que guardaban manuscritos, joyas y estatuas que se habían salvado de la lava la noche en que fue destruida Herculano. Julio era un ciudadano rico y estaba perdidamente enamorado de Cira. Gran parte de los manuscritos estaban dedicados a alabar sus talentos.

– ¿Cómo actriz?

– Y en otras artes más íntimas. Según parece ser amante de Cira era un gran honor entre la élite de Herculano. Ella elegía a quién metía en su lecho. Nació esclava y se las arregló para conseguir su libertad. Luego empezó a ascender por la escala social. Algunos la llamaban prostituta, pero ella…

– No tenían derecho a llamarla así -dijo ella furiosa-. Tenía que sobrevivir y a veces los hombres sólo entienden lo que pueden usar y poseer. Has dicho que había sido esclava. ¿Cómo se podía esperar que…? ¿Imaginas lo duro que debió ser para ella sobrevivir?

– No. -Hizo una pausa-. ¿Tú sí?

– Puedo imaginármelo. Palizas y hambre y… -Se calló al darse cuenta de que su reacción era demasiado exagerada-. Lo siento. Siempre he odiado a las personas que condenan primero e intentan comprender después. O quizá nunca.

– Te lo estás tomando de una forma muy personal.

– Tengo razón. Supongo que esa mujer tenía mi cara. No puede ser más personal que eso.

Trevor asintió.

– Touché. Y, sí, se parecía a ti. El parecido es asombroso.

– ¿Cómo lo sabes?

– En la biblioteca había varias esculturas de Cira. Era evidente que Julio había encargado a los mejores artistas de su tiempo que le hicieran retratos.

– ¿Y tú las viste? Sólo mencionaste la presencia de Aldo y de su padre en aquel túnel. ¿Tú estabas en la biblioteca?

– Sí.

– Eso es muy escueto. No me voy a enfadar, Trevor, pero no quiero que me digas las cosas a medias. Quiero conocer toda la historia.

Trevor se rió.

– Lo quieres todo. Tienes algo más que una semejanza física con Cira. Ella también lo quería todo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Leí algunos manuscritos. Estuve varado en el yacimiento durante semanas y tenía que hacer algo mientras esperaba a que encontraran el oro de sus sueños.

– ¿El oro?

– Julio había mencionado un arcón lleno de oro que le había regalado a Cira para que se quedara con él unas semanas más. Se suponía que estaba escondido en una habitación de uno de los túneles y sólo él y Cira sabían dónde. Ella encontró otro amante e iba a abandonarle y él estaba desesperado.

Es el oro lo que quieres.

«No recuerdes las palabras que Cira le había dicho a Antonio. Concéntrate en el presente: Trevor, Aldo».

– Esos manuscritos debían estar escritos en latín. ¿Cómo los tradujiste?

– Estaba motivado. Además, contaba con los servicios de un erudito que había contratado Guido cuando descubrió la biblioteca. De hecho, fui yo quien le puso en contacto con Pietro Tatligno. Pietro era muy inteligente y tenía el entusiasmo de un niño. Estaba más interesado en el hallazgo histórico que en el dinero que Guido le había prometido. Los manuscritos se habían conservado en sus cartuchos de bronce. Pero Pietro tuvo que ir con sumo cuidado al abrirlos y traducirlos para no dañarlos. Hizo que Guido pagara una fortuna para comprar el sofisticado equipo que se requería para su conservación.

– Pero a ti no te importaba el increíble descubrimiento histórico.

– Me gusta el dinero. Me gustan las antigüedades, pero al final me he dado cuenta de que hasta los museos las utilizan para hacer trueques. Además, no creo que a Cira le hubiera gustado que sus posesiones estuvieran expuestas al público.

– ¡Caramba!, ¡qué creencia más conveniente!

– Pero cierta. Yo mismo empecé a tener una relación muy personal con Cira durante esas semanas. Todos la tuvimos. Puede que ni siquiera Guido pretendiera traicionarme cuando me llevó al yacimiento. Tanto él como su hijo se obsesionaron y no querían compartir.

– ¿El oro?

– No, en realidad no. No tardé en descubrir qué era lo que más les obsesionaba. Guido estaba totalmente obsesionado por encontrar los restos de Cira. De joven había descubierto una estatua de Cira en las ruinas del teatro y dedicó el resto de su vida a intentar encontrarla.

– ¿Salió alguna noticia en la prensa?

– No, ya te lo dije, estaba completamente obsesionado. Hablaba de ella como si estuviera viva, incluso antes de encontrar los manuscritos. Créeme, no quería que nadie descubriera nada sobre Cira antes que él.

Jane se sintió decepcionada. Por un momento había pensado que había hallado una forma de saber algo sobre Cira.

– ¿Y Aldo también estaba obsesionado con ella?

– De un modo distinto. Empezó a quedarse muy callado cuando su padre hablaba de ella, pero siempre estaba leyendo. Para él, ella también estaba viva. Pero no quería que así fuera; quería matarla y enterrarla para siempre.

– ¿Por qué?

– Para que el tormento finalizara algún día.

– ¿Tormento?

– Imagínate a Aldo a los cinco años cuando su padre descubrió el busto de Cira. Su padre era todo su mundo y ese mundo se había enfocado por completo en una mujer muerta, pasando por alto las necesidades de Aldo; eso debió ser devastador. Lo bastante como para perturbarle.

– Entonces, ¿por qué ayudaba a su padre a descubrirla?

– Estaba totalmente dominado por él. Y quizá también quería encontrar el oro.

– ¿Lo encontraste tú?

– No, pero eso no significa que no esté allí. Apenas había empezado a abrirse camino picando piedra, y ya había decidido que no quería compartir. Tenía que ir con mucho cuidado. Las paredes de los túneles estaban debilitadas por las explosiones volcánicas y sólo podían avanzar unos pocos metros al día sin arriesgarse a un derrumbamiento.

– ¿Y entre tanto tú estabas sentado leyendo los manuscritos?

– El trabajo físico no formaba parte del trato.

– ¿En qué consistía tu trabajo?

– Yo estaba en Milán trabajando en otro proyecto cuando Manza contactó conmigo.

– Contrabando.

– Bueno, sí. Es igual. Manza me dijo que había localizado un antiguo yacimiento que nos proporcionaría millones. Él encontraría las antigüedades y yo me encargaría de sacarlas de contrabando del país y de buscar compradores. Él trabajaba en una excavación cercana a Herculano y descubrió unas cartas antiguas que le condujeron a la finca de Julio situada a las afueras de la ciudad. No mencionó el busto de Cira. Yo era bastante escéptico. Se han hecho excavaciones en Herculano desde mil setecientos cincuenta. Estaba seguro de que ya se habían encontrado todos los yacimientos.

– Pero fuiste de todos modos.

– Estaba interesado. Manza llevaba muchos años trabajando en los yacimientos de Herculano. Aldo había pasado la mitad de su infancia recorriendo esos túneles que se habían excavado durante siglos debajo de la ciudad. Cabía la posibilidad de que Manza hubiera encontrado un tesoro. De todos modos, pensé que no arriesgaba nada. Me equivoqué. Terminé en el hospital durante dos meses.

– ¿Por qué?

– Guido decidió volar el túnel con todas las personas implicadas dentro. Planeó sellar la entrada y regresar más adelante cuando ya no quedara nadie con quien compartir el botín o nadie que supiera que había encontrado los restos de Cira.

– ¿Y tú estabas en el túnel?

– Pietro, yo y seis trabajadores que había contratado en Córcega. Yo fui el único que consiguió salir de ese agujero. Pero sólo porque estaba saliendo en el momento de la explosión. Me rompí una pierna y tardé tres días en llegar a la superficie. Encontré muerto a Guido en la entrada de la cueva.

– ¿No sobrevivió nadie más?

– Estaban en una zona más profunda del túnel. La carga explosiva prácticamente los redujo a pedacitos y quedaron allí enterrados. No quería destruir la biblioteca, por lo que allí colocó menos explosivos.

Se estremeció.

– Todas esas muertes…

– Aldo evidentemente heredó sus tendencias homicidas. Aunque nunca había oído nada acerca de que Guido fuera peligroso. Había sido profesor de arqueología en Florencia antes de empezar a negociar con antigüedades.

– ¿Y dónde estaba Aldo cuando saliste del túnel?

– Se había marchado. Era evidente que había intentado sacar a su padre de los escombros: le había cubierto con una manta y se había largado de allí.

– No fue un adiós muy cariñoso.

– Sí, le quería. A su extraña y retorcida manera. Desde el momento en que apareció por el yacimiento me pareció bastante evidente que Aldo tenía alguna tuerca floja. Estaba totalmente absorto y siempre murmuraba cosas sobre el destino y la reencarnación, además de estar metido en historias bastante psicóticas. También era repugnante, sádico y amedrentaba a los trabajadores siempre que tenía oportunidad. Pero cuando su padre estaba delante bastaba con que éste levantara una ceja para ponerse firme.

– ¿Y estás seguro de que culpaba a Cira de la muerte de su padre?

– Peor aún: la culpaba de la vida que había tenido gracias a ella. Su padre y él habían sacado un busto de Cira de la biblioteca y lo habían cargado en su camión. Desapareció. Pero encontré cerca del cadáver de su padre la estatua que Guido había descubierto cuando Aldo era un muchacho. La había colocado sobre una roca encima de su cabeza y la había partido por la mitad con un hacha.

– ¿No pudo ser la explosión?

– No, porque los rasgos del busto los había arrancado con un martillo.

– Al igual que arrancó el rostro de las mujeres que asesinó -susurró ella.

– En aquellos momentos no pensé mucho en ningún simbolismo. Estaba furioso y lo único que quería era ponerle las manos encima a Aldo. Con Guido era demasiado tarde, pero no con Aldo. No conocía a ninguno de los otros trabajadores, pero me gustaba Pietro. Era un buen chico y no merecía morir. Pero cuando llegué a la ciudad más próxima, tenía la pierna infectada y estaba demasiado preocupado intentando que no me la amputaran como para preocuparme de otra cosa.

– ¿Dijiste en el hospital lo que había sucedido?

– ¡Demonios!, no. Habría terminado en la cárcel y tengo un gran instinto de supervivencia. Cuando salí, regresé, enterré a Guido, camuflé el yacimiento y me puse a buscar a Aldo.

– Pero no le encontraste.

– Ya te he dicho que era inteligente. Se hizo invisible y desapareció. Cada vez que me acercaba a él se esfumaba. Era totalmente frustrante. Hasta que vi la foto de la víctima, Peggy Knowles, de Brighton.

– Cira.

– Tenía sentido. Tanto su padre como él estaban obsesionados con ella y esa desfiguración simbólica del busto era una pista bastante clara. Él culpaba a Cira de la muerte de su padre y de su miserable infancia. Quizá la conmoción de la muerte de su padre le acabó de trastornar y le hizo pensar en ella como si estuviera viva, al igual que su padre. Quizás el primer asesinato fue en Roma porque accidentalmente tropezara con una mujer que se pareciera a Cira. Entonces, cuando se dio cuenta de que había otras, empezó a buscarlas.

– ¿Crees que cree en… la reencarnación?

– ¿Quién sabe? Está loco. Creo que en su cabeza reina una gran confusión. Sabemos que está escudriñando el mundo en busca de alguien que se parezca a ella y ha hecho de ello la misión de su vida. Puesto que Cira murió hace dos mil años, la respuesta que parece más lógica es su creencia en la reencarnación. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?

– ¿Y piensa que soy su reencarnación? -Jane hizo un sonido de hastío-. De ninguna manera. No soy la copia de nadie. Ya es bastante funesto parecerse a esta Cira. Interiormente, soy yo.

– ¿No crees en la posibilidad de la reencarnación? Hay millones de personas que sí creen en ella.

– Pues, buena suerte. Yo sólo acepto reconocimiento o culpa por lo que yo hago. No voy a ir por ahí lamentándome y diciendo que todo se debe a una mujer que vivió hace dos mil años.

– Eres muy categórica.

– Porque lo digo en serio. Estoy harta de oír que Aldo me busca por mi rostro. Soy más que un rostro.

– A mí no tienes que convencerme. Lo supe desde el momento en que te vi. -Se calló unos segundos-. Y Aldo no va en tu busca sólo porque te pareces a Cira. Probablemente, también cree que tienes su alma.

– Entonces, se dará cuenta de que está equivocado. Yo no soy como ella. En realidad, no. -Apretó el teléfono con la mano-. No sé lo que está pasando, pero soy yo quien ha de hacerle frente, no Cira.

– Nosotros le haremos frente -corrigió-. Estamos juntos en esto.

Estaba equivocado. Las palabras eran consoladoras, pero ella tenía el presentimiento de que al final no sería así. Había estado sola toda su vida. ¿Por qué ahora iba a ser diferente?

No, no era cierto. ¿Por qué se le había pasado eso por la cabeza? Era Cira la que había estado siempre sola. Ella, Jane, tenía a Eve y a Joe. Había sido aterrador tener ese momento de confusión. Debía ser toda esa estúpida charla sobre Cira y la reencarnación.

– No pienses que no voy a gritar alto y claro. Ahora háblame de Aldo. Lo único que me has dicho es que es repugnante, sádico y que estudiaba para ser actor cuando su padre le reclamó en Herculano. Es una extraña profesión para una bestia como él.

– No tan rara para alguien que no está en sus cabales. Doble personalidad, paranoia… Podía ser quienquiera que le apeteciera en el momento de subir al escenario.

– Has dicho que era brillante. ¿En qué?

– Informática. Llevó toda la investigación de su padre. Ésa era una de las razones por las que él quería que estuviera en el yacimiento. Le tenía explorando todos los mapas que aparecían en Internet para comprobar si alguno de los túneles excavados en Herculano podía estar conectado con la casa de Julio.

– ¿Encontró alguno?

Trevor movió la cabeza negativamente.

– Guido estaba contrariado. Estaba convencido de que él le facilitaría la excavación. Pero no hubo suerte. Y transmitió su decepción a Aldo de una forma bastante evidente. Le tachó de idiota y le hizo buscar una y otra vez para asegurarse de que no se estaba equivocando. Estaba claro que era así cómo le había tratado toda su vida. Si Aldo no hubiera sido tan cabrón, me habría dado pena.

– A mí no. -Su mente estaba barruntando otra cosa-. No entiendo cómo ha podido Aldo ir de un país a otro sin que le atraparan. ¿Tenía dinero?

– Cuando se marchó de Herculano, no. Pero tenía uno de los bustos de Cira que había sacado de la biblioteca. Se lo vendió a un coleccionista privado de Londres. Así es como encontré su pista en Inglaterra. Tuve noticias de él a través de uno de mis informadores. El busto tenía un valor incalculable, incluso en el mercado negro, y con lo que debió sacar seguro que tiene lo bastante como para comprar todos los documentos falsos que necesite y vivir sin trabajar durante muchos años.

– De modo que utilizó a Cira para asesinar a todas esas mujeres.

– Podría decirse que sí. ¿Quieres saber algo más?

– Tengo una pregunta más. -Retorció los labios-. ¿Estás más enfadado con Aldo porque ha matado a todas esas personas o porque intentó estafarte el oro?

Se quedó un momento en silencio.

– Interesante pregunta. -Pero no la contestó.

– Tengo que advertirte que contaré a Eve y a Joe todo lo que me has dicho. Y eso significa que probablemente envíen investigadores al yacimiento de Herculano. Otra persona encontrará el arcón de oro en esos túneles.

– No lo encontrarán. Esos túneles están muy bien escondidos. No los han descubierto en todos estos años; la explosión selló las entradas al túnel y yo hice el resto. Cubrí todos los indicios del yacimiento. Cuando todo esto haya terminado, todavía tendré mi oportunidad… si la quiero aprovechar.

– ¡Oh!, creo que sí querrás.

– ¡Vaya!, ¡qué cínica! ¿Crees que el espíritu mercenario domina mi vida? Quizá tengas razón y quizá no. ¿Se te ha ocurrido pensar que sabía que se lo dirías a Quinn y que estaba dispuesto a correr el riesgo? Por lo que podría tener más sed de venganza que avaricia. Mañana te llamaré y podrás decirme si Quinn tiene más preguntas. Que duermas bien, Jane.

Colgó antes de que ella pudiera responder.

¿Dormir bien? Como si eso fuera fácil, pensó ella al colgar. La cabeza le daba vueltas con la sobredosis de información que tenía que digerir, que la inundaba de miedo, pánico y desafío. No intentes absorberla. Deja que vaya entrando y no la fuerces. Paso a paso.

Recordaba que Antonio se lo había dicho. Le había dado su mano y le había dicho a Cira que confiara en él. Pero Cira no la había cogido. No había tenido tiempo antes de que la tierra se abriera a sus pies y viera la lava…

Olvida el sueño. Recuerda la realidad. Si es que lo que Trevor le había dicho era real y no mentiras. Él quería el oro.

No, Antonio quería el oro. Una vez más, sueño y realidad se mezclaban, fundiéndose convirtiéndose en uno por un momento.

Toby bostezó y restregó su cabeza sobre su falda.

– ¡Vale!, vamos dentro. -Jane se levantó-. ¡Qué pesado eres! -Se detuvo un segundo y miró al bosque. ¿Estaría Trevor allí observándola? Había sido una extraña coincidencia que la hubiera llamado en el momento en que había salido al porche. Le había preguntado si estaba sola, pero puede que no quisiera que supiera que estaba tan cerca vigilándola. Sentía un poco de claustrofobia con todas esas restricciones y escrutinios, y él era muy perspicaz.

Estaba allí.

Levantó la mano haciendo un saludo de broma y entró en la casa.

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