Capítulo 8

«Tranquila. Camina sin prisas», se dijo Jane.

Eve estaba trabajando en su nueva reconstrucción esta mañana, pero eso no significaba que no estuviera mirándola por la ventana. Las primeras fases de una reconstrucción no exigían tanta atención como las últimas y Eve se sentía muy protectora con Jane, como una leona defendiendo a su cachorro. Jane se dirigía a paso tranquilo hacia la espesa techumbre formada por los árboles a unos pocos metros del tronco donde solía sentarse, se sentó en el suelo y apoyó la cabeza contra un roble. Cuando levantó la cabeza hacia el sol comprobó que estaba en el ángulo de visión de Mac y Brian, los muchachos del coche patrulla y de Eve en la cabaña. Tenía que hacerlo todo deliberadamente pero que pareciera natural.

Se sentía tan natural como si estuviera sentada encima de una granada.

– Habla rápido -dijo entre dientes intentando no mover los labios-. Te daré unos minutos antes de empezar a gritar.

– Vas de farol -dijo Trevor con una risa ahogada desde los espesos matorrales que Jane tenía detrás-. No me habrías dicho que fuera por el colector si hubieras querido que me atraparan. Quieres jugar con ventaja. Lo entiendo. Estoy seguro de que serías una extraordinaria jugadora de póquer.

– No me gusta el póquer.

– No importa. El concepto es el mismo. Pero deberías aprender. Yo te enseñaré.

– No quiero que me enseñes nada. Y no sabes nada de mí.

– Sí, sí que sé. Aunque no hubiera tenido la oportunidad de estudiarte a fondo, te conocería. Con algunas personas simplemente sientes una conexión.

Ella no podía negar esa verdad, puesto que había sentido lo mismo cuando conoció a Trevor.

– ¿Por qué me llamaste?

– Por la misma razón que no le has dicho a Eve que era yo quién había llamado. He pensado que ya era hora de que nos viéramos. Era demasiado peligroso esperar más. Él aparecerá en cualquier momento.

– Ha asesinado a una mujer en Charlotte y a otra en Richmond. Eve piensa que puede que me haya tachado de su lista.

– No, no lo piensa. Es demasiado desconfiada. Es sólo una esperanza. Él no va a tacharte de su lista. Ha utilizado los asesinatos para alejar a Quinn y convencer a la policía de Atlanta que ya no necesitas tanta vigilancia.

– Joe no me ha dejado sin protección.

– Yo he llegado hasta ti.

– Porque yo lo he permitido. ¿Cuánto le has pagado a esa mujer para que hiciera esas llamadas?

– No mucho. Sólo tenía que seguir llamando hasta que respondieras tú en lugar de Eve. Le dije que era una historia de amor como la de Romeo y Julieta y ella tenía un corazón romántico. Siempre es más conveniente confiar en las emociones que en las amenazas.

– ¿Y qué quieres de mí?

– Quiero que hables con Quinn y le digas que quiero hacer un trato. Si me deja ayudarle a atrapar a Aldo, me entregaré cuando todo haya terminado.

– ¿Por qué lo haces a través de mí? Un estafador como tú debería poder pactar sus propios tratos.

– Estoy de acuerdo. Va contra mis principios confiar en otra persona. Pero el tiempo es esencial y Quinn tiene la tendencia a oponerse a todo lo que yo digo. Tú eres inteligente y puedes prepararme el terreno. Yo haré el resto.

– Joe no hace tratos.

– Pruébalo. Éste no es un caso habitual. Tiene un interés especial en que sigas viva. Estoy seguro de que estará dispuesto a arriesgarse a perder a un pez pequeño como yo para atrapar a uno gordo como Aldo.

– No está seguro de que seas un pez pequeño. Puede que seas una barracuda.

– Aunque lo fuera, lo que es seguro es que no voy por ahí asesinando a mujeres indefensas o torturando perros. Pero por si estoy equivocado, ¿tienes teléfono móvil?

– Sí. Eve me regaló uno para mi cumpleaños.

– Ya tienes mi número de móvil. Guárdatelo en la agenda de tu móvil para que puedas hacer una marcación rápida si lo necesitas. No estaré demasiado lejos de ti.

– ¿Me estás ofreciendo tu protección? No quiero tu protección. Quiero información. Eso es lo que siempre he querido de ti.

– Y si te digo lo que quieres saber, te alejarás de mí y me excluirás. No te lo voy a permitir.

– Y si no vas a decirme lo que quiero saber, ¿qué me impide gritar para hacer que te arresten?

– No te he dicho que no fuera a darte información. Te diré lo suficiente para ayudarte, pero no pasa que mi presencia te resulte innecesaria. -Guardó silencio durante un momento-. Pero como señal de buena fe, dejaré que ahora me hagas dos preguntas.

– ¿Quieres una pregunta? Dime por qué Aldo está asesinando a todas esas mujeres que se parecen a mí.

Dudó un momento.

– Si te contara eso ahora iría en mi contra. Pregunta otra cosa.

– Bueno, te has cargado esta pregunta. Muy bien, si quieres atrapar a Aldo, ¿por qué no cooperaste con Joe en lugar de intentar engañarle?

– Quinn quiere pescar a Aldo y ponerme a mí entre rejas.

– ¿Y tú?

– Yo quiero estar treinta minutos a solas con Aldo.

– ¿Y luego se lo entregarás a Joe?

Guardó silencio.

– Quinn lo tendrá… al final.

– Muerto. -Su intención no podía ser más clara, pero no le sorprendió-. Quieres matarle.

– Tiene que morir. No puedo arriesgarme a que lo dejen libre. Quinn, tampoco. Volvería a ir a por ti. Nunca se detendrá.

– Y tú estás muy preocupado por mí. -Su tono de voz era de escepticismo-. Chorradas.

– No deseo que te asesinen.

– Pero sería estúpida si no me diera cuenta de que quieres utilizarme para atrapar a Aldo. Me consideras prescindible, ¿no es cierto?

No respondió enseguida.

– Te he hecho vigilar durante semanas. Me han tenido informado sobre todos tus movimientos. Sé lo especial que eres Jane.

Su voz era suave y persuasiva, casi seductora y estaba teniendo un extraño efecto hipnótico sobre ella. Aunque no podía verle, era como si lo tuviera delante. Podía notar la intensidad, el carisma, la inteligencia que eran más atractivas para ella que su agraciado rostro.

– Deja de engatusarme. ¿Cuánto puedes saber sobre mí por un informe?

– Lo suficiente. Habría venido yo mismo a vigilarte, pero no me atreví. Tenía que conservar mi objetividad. Sabía que no tendría ninguna oportunidad.

Notó calor en sus mejillas y nada tenía que ver con el sol. ¡Señor, era muy bueno! Estaba jugando con sus emociones como un director de orquesta, conmoviéndola, excitándola, haciéndole creer cada palabra. Tenía que terminar con eso.

– No me has respondido. Me consideras prescindible.

No respondió en seguida.

– Lamento profundamente todo lo que te pasa.

Eso era lo que necesitaba. Esa respuesta supuso una fría dosis de realidad que le ayudó a controlar su respuesta respecto a él.

– No lo suficiente como para interrumpir tus planes, venir aquí y ayudar a Joe.

– A Joe le ayudará trabajar conmigo. Nadie puede ayudarle más. Conozco muy bien a Aldo. A veces hasta creo que puedo leer la mente de ese cabrón. He estado a punto de atraparle un par de veces. La otra noche le habría pillado si no hubiera tenido que preocuparme por tu maldito perro. -Se calló-. Ahora he de marcharme. Estos bosques están plagados de compañeros de Joe. Me he arriesgado mucho viniendo aquí.

– Espera. Me has dicho que podía hacerte dos preguntas.

– Ya has hecho más de dos.

– En realidad no. Estaban relacionadas.

Trevor se rió entre dientes.

– Ya te estás quejando. Debería haberlo supuesto. Muy bien, pregunta.

– Las cenizas. Joe dijo que el laboratorio no podía identificar su origen. ¿Sabes de dónde son?

– Sí. Pero creo que debería guardarme esa información para tener un as en la manga.

Jane emitió un sonido de fastidio.

– Eludes todas las preguntas que te hago. Quizá vayas de farol. Quizá no tengas nada que ofrecernos.

Durante un momento no dijo nada.

– Vesubio. ¿Satisfecha?

A Jane le dio un brinco el corazón.

– Entonces, ¿Aldo es italiano?

– Las cenizas son del Vesubio -repitió.

– El laboratorio dijo que podían ser de la isla Montserrat o de Indonesia.

– Aldo ha mezclado cenizas de los tres volcanes para despistar a los investigadores, pero la mayoría de los fragmentos son del Vesubio. Llámame cuando hayas hablado con Quinn.

– Dijo que a veces los científicos podían saber hasta de qué orificio habían salido. ¿Conoces esa localización?

No respondió.

Se había marchado.

Esperó unos segundos y se levantó. Sentía una gran excitación mientras regresaba a la cabaña. Tenía que hablar con Eve y luego llamar a Joe. Estaba claro por qué Trevor había elegido acercarse a Joe a través de ella. Sabía que ella intentaría convencerle. Tenía razón. Era la primera vez en varios días que sentía que empezarían a pasar cosas, que podría salir y hacer algo, cumplir algún objetivo. Lo único que tenía que hacer era sacar a escena a Trevor y empezaría la reacción en cadena. Vesubio…


– ¿Vesubio? -repitió Joe-. Podría ser otro farol. Podría estar poniéndonos una zanahoria delante de las narices para hacernos pensar que sabe más de lo que en realidad sabe.

– Supongamos que nos está diciendo la verdad y que la Interpol indaga la posibilidad de que Aldo realmente comenzara su carrera en Italia -dijo Eve-. Eso no nos haría ningún mal.

– Por supuesto que sí. Nos haría perder un tiempo del que no disponemos. Ese bastardo va por ahí asesinando mujeres y nosotros no podemos echarle el guante.

– ¿No hay pistas en el asesinato de Richmond?

– Cenizas.

– Entonces, es él -susurró Eve-. Quizá Trevor esté equivocado. Quizá se haya olvidado de Jane.

– Y quizá tenga razón. La capitana ya está empezando a decir que deberíamos reducir la vigilancia de Jane puesto que parece que la amenaza ha disminuido.

– Has de elegir.

– Ya lo sé, maldita sea. -Se calló un momento-. Dile a Jane que se ponga.

Eve se acercó a Jane, que estaba sentada en el sofá al otro lado de la sala. Ella asintió con la cabeza y descolgó el supletorio.

– No creo que Trevor esté mintiendo, Joe. No te habría dicho nada de su propuesta si así lo creyera.

– Ha demostrado ser un experto en el arte del engaño.

– Pensé que valía la pena probar. Ahora deja de refunfuñar y dime lo que piensas hacer.

– No hago tratos con delincuentes.

– Eso es lo que le dije, pero él me respondió que puede que esta vez hicieras una excepción para atrapar a Aldo. Como es lógico, esperaba que yo te persuadiera. -Se calló un momento-. Eso es lo que iba a hacer, pero al final he pensado que mejor lo dejo en tus manos.

– ¡Qué magnánima!

– Pero, por si te sirve de algo, creo que Trevor puede ser un elemento clave para dar con Aldo. Y creo que tú piensas lo mismo.

Joe guardó silencio unos segundos.

– ¿Y tú que vas a hacer si yo no acepto el trato? ¿Si Trevor te vuelve a llamar, saldrás corriendo a reunirte con él?

– No correría, pero pensaría en ello.

– Y luego te irías.

Jane tardó unos segundos en responder.

– Aldo hirió a Toby. Le hizo daño y fue culpa mía.

– ¡Por el amor de Dios!

– Lo siento si te enfadas, pero no voy a volver a mentirte.

– Sí que me enfado. Estoy furioso y frustrado y me gustaría darle un puñetazo a alguien.

– ¿Qué vas a hacer, Joe? -preguntó Eve con tono tranquilo.

– Ya te lo diré cuando lo haga. -Colgó.

Jane hizo una mueca mientras dejaba el auricular en su sitio.

– ¿Qué posibilidades crees que hay de que acepte pactar con Trevor?

Eve también colgó.

– ¿Cómo quieres que lo sepa? Ya me has oído. Depende de él, pero tú has hecho lo que has podido para persuadirle.

Jane abrió los ojos con expresión de sorpresa.

– ¿Qué quieres decir? Ya me has oído. Lo he dejado en sus manos.

– Supuestamente, pero le has planteado la amenaza de peligro contra tu vida de una forma muy astuta. Has apretado todas las teclas correctas. -Sus miradas se encontraron-. Le has manejado con la habilidad de Henry Kisinger. Me has dejado alucinada.

– Yo nunca «manejaría» a Joe -dijo Jane genuinamente compungida-. Pensaba que ya sabías eso, Eve.

– Quizá no intencionadamente, pero mientras hablabas con él estudiaba tu cara y era casi como si estuviera observando a una persona desconocida. -Se encogió de hombros cansinamente-. Quizá sean imaginaciones mías. Has dicho todas las palabras adecuadas. Quizás estoy viendo cosas que no son. -Se levantó-. Me voy a la cama. Si vuelve a llamar Joe, ya te diré lo que ha decidido.

– Gracias. -Jane todavía la miraba con preocupación-. Nunca le haría eso a Joe. A mí tampoco me gusta que intenten persuadirme. Sólo estaba siendo sincera.

– Entonces, olvida todo lo que te he dicho. Estoy muy cansada y estresada en estos momentos; probablemente estoy viendo monitos verdes. -Eve se dirigió hacia su dormitorio-. Buenas noches, Jane.

Era casi como si estuviera observando a una persona desconocida.

Jane se estremeció mientras se dirigía al porche después de que Eve se hubiera ido a la cama. Su conversación con Joe, las palabras que había elegido habían sido totalmente inconscientes. Era como si llevara puesto el piloto automático.

Sin embargo, mientras las pronunciaba sabía que eran las palabras justas para llevarle a su terreno. Era como si hubiera hecho eso toda su vida. Le había parecido totalmente natural y no se había dado cuenta hasta que Eve se lo había dicho. Su primer instinto fue negarlo, pero ahora no estaba segura de que no hubiera intentado manipular a Joe. ¿Y qué tipo de persona le había hecho actuar así? Toby movió la cola y le tocó la pierna con su pata.

Ella se agachó y le acarició la cabeza.

– Vale, vale pequeño.

Se sentía mal y estaba intentando consolarse. Necesitaba ese consuelo. Ella odiaba las mentiras y las artimañas y últimamente había caído en ambas cosas.

¡Jesús!, además le habían surgido con mucha facilidad…

Debía aceptar que era imperfecta y capaz de manipular, así que tenía que estar atenta. Ella controlaba sus propias acciones y tenía que ir con cuidado para no herir a Eve o a Joe. Le daba miedo reconocer que no se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.

«Olvídalo. No volverá a suceder».

Maldito Aldo por ponerla en esa situación en la que tenía que admitir que era capaz de enredar hasta las personas que tanto amaba para conducirlas adonde ella quería.

Annapolis, Maryland

La barra estaba abarrotada, pero eso era bueno para él. Reducía las posibilidades de que alguien recordara a un hombre sentado a la barra. Se aseguró de que su maquillaje y su ropa no llamaran la atención; la clave siempre era confundirse entre la gente.

Aunque era difícil mezclarse entre unos clientes cuya mayoría eran cadetes de Annapolis, pensó Aldo. Tenía que asegurarse de que nadie le viera observando a la joven que jugaba a los dardos al otro lado del local. Aunque no era difícil observarla cuando ella hacía todo lo posible por llamar la atención. Con su uniforme de cadete y su pelo corto, Carrie Brockman era masculina y ruidosa. Se reía, silbaba y hacía bromas con los otros jugadores. Era extrovertida y bulliciosa.

No era como Cira, a la que le bastaba entrar silenciosamente en una habitación para que todos los ojos se fijaran en ella.

Era casi sacrílego que esa mujer poseyera sólo algunos rasgos de Cira y ninguno de su carisma.

No era como Jane MacGuire.

No tenía que pensar en Jane MacGuire. No tenía que compararla con esa mujer o no podría hacer lo que tenía que hacer. El acto que cometió con la mujer de Richmond le había hecho sentirse un tramposo y eso no podía volver a suceder.

– ¿Otra copa?

Era el barman.

– Sí, por favor. -Aldo hizo una mueca-. La necesito para poder mirar a estos críos. Cada vez que vengo aquí a ver a mi hijo regreso a casa sintiéndome cien años más viejo. ¿Cómo lo hacen?

El barman se rió.

– Juventud. -Le sirvió otro Bourbon-. ¿No es justo, verdad? -Se dio la vuelta y se dirigió a un cadete que le estaba haciendo señas desde el otro extremo de la barra.

Pero la juventud no tenía por qué ser burda e ignorante. Podía estar llena de gracia, pasión y elegancia.

Como Cira.

Se estremeció de desagrado al oír a Carrie Brockman reírse escandalosamente al otro lado de la barra. Le gustó esa sensación.

Sí, quería sentir ese asco. Eso haría que su muerte fuera mucho más satisfactoria.

Richmond, Virginia, 04:43

La llamada despertó a Joe de un sueño profundo.

– Has dicho que querías saber cualquier novedad sobre el asunto -dijo Christy-. Una joven cadete ha sido hallada muerta en un área de servicio a las afueras de Baltimore, hace tres horas. Ningún intento de ocultar su identidad, salvo por el rostro. Comprobaron las huellas dactilares y descubrieron que eran las de Carrie Ann Brockman, veintidós años, cadete en Annapolis.

– ¡Mierda!

– Cada vez es más atrevido. No lleva más de ocho horas muerta y prácticamente no ha intentado ocultarla en los matorrales del área. La ha tirado de cualquier manera, ha dejado las cenizas y se ha largado. Es arrogante como el demonio. ¿Se está burlando de nosotros?

– Quizá.

– Si se está volviendo tan descuidado, pronto le atraparás. ¿Te vas a Baltimore?

Otra ciudad, otro paso, que le llevaban cada vez más lejos de casa.

Tienes que elegir, le había dicho Eve.

Arriesgarse a que Trevor le estuviera diciendo la verdad u optar por la posibilidad de que Aldo fuera tan estúpido como para caer en sus manos. De cualquier modo podían engañarle.

De modo que mejor confiar en el instinto.

– No. -Saltó de la cama-. Estáte al corriente de lo que sucede en Baltimore. Yo me vuelvo a Atlanta.


– Me ha dicho que prepare un encuentro con Trevor. -Jane colgó lentamente el teléfono-. Vuelve a casa, Eve.

– Gracias a Dios. -Estudió la expresión de Jane-. No te veo contenta. ¿Por qué no? Eso es lo que querías.

– Lo sé. -Se mordió el labio inferior-. Sigo creyendo que es lo mejor. Sólo que… siento como si hubiera puesto algo en movimiento que me asusta.

– Deberías haberlo pensado antes cuando Trevor te utilizó para traer a Joe.

Jane se puso tensa.

– Él no me utilizó. Yo no dejo que… -Sonrió-. Me estás tomando el pelo, ¿verdad? Pues no lo vas a conseguir. No utilicé a Joe intencionadamente.

– Si creyera eso, te estaría diciendo algo más fuerte de lo que te he dicho. -Se dio la vuelta-. ¿Cuándo y dónde será el encuentro?

– Joe no quiere que sea más tarde de mañana, aquí en el bosque, al otro lado del lago. Le he dicho que quería ir con él.

– Yo también.

Ella asintió con la cabeza.

– Mac y Brian no nos seguirán siempre que vayamos juntas con Joe. -Ella sonrió-. Me dijo que tuviéramos claro que la tregua con Trevor terminaría en cuanto atraparan a Aldo. Y me ha dicho que le vería en el infierno antes de entregarle a un prisionero.

– No podías esperar ninguna otra reacción. Puede que Trevor no acepte el trato.

– Creo que sí lo hará. Suele pedir más de lo que sabe que va a obtener. Toma lo que puede y luego se las ingenia para conseguir el resto.

– ¿De verdad? -Eve ladeó la cabeza-. «Suele». ¿Cómo caray sabes lo que suele hacer?

– No lo sé. Quiero decir… -Había hablado sin pensar, su mente estaba en el encuentro de mañana-. Por supuesto que no lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Pero todos tenemos impresiones y él, sin duda alguna, provoca una fuerte impresión.

– Así es -dijo Eve-. Y es evidente que a ti te ha impresionado especialmente.

– Pero eso puede ser bueno. Siempre es bueno tener una idea del carácter de las personas con las que has de tratar.

– Siempre que no te equivoques.

Jane asintió.

– Por supuesto. -Pero no se equivocaba. No respecto a Trevor. Toda ella irradiaba esa convicción-. No obstante, Joe no confiará en mi intuición. A él le bastan sus propias opiniones.

– Me lo vas a decir a mí -dijo Eve tajante-. Y no se lo va a poner fácil a Trevor.


– Trevor estuvo en Roma hace cuatro años -dijo Christy cuando Joe respondió al teléfono mientras conducía de regreso a casa desde el aeropuerto esa misma noche-. Es sospechoso de robar unas antigüedades que se habían encontrado cerca de un acueducto en el norte de Italia. No hubo arresto.

– ¿Alguna conexión con Aldo?

– De momento, no. -Christy hizo una breve pausa-. Me alegro de que vuelvas a casa, Joe. Es mejor.

Se quedó paralizado.

– ¿Por qué es mejor?

– Tú perteneces aquí.

– ¿Y tú no puedes hablar? ¿La capitana quiere decírmelo personalmente? Deja que lo adivine. La capitana está retirando la mayor parte del despliegue policial para proteger a Jane. Consideran que no es necesario, puesto que es evidente que Aldo se ha trasladado. ¿Cuándo retiran a los muchachos?

– Mañana.

– ¿A todos?

– Te dejan a ti, a Mac y a Brian.

– Mejor eso que nada. Lo estaba esperando. -Y Trevor le había dicho a Jane que Aldo lo había planeado para que así fuera-. Gracias por ponerme al corriente Christy.

– Como te he dicho, es mejor que vuelvas a casa.

– Estoy de acuerdo.

– Te llamaré en cuanto tenga noticias de la policía italiana para averiguar qué estaba haciendo Trevor en Roma.

– Hazlo. -Colgó.

Y mañana le haría la misma pregunta a Trevor, pensó preocupado.


– ¿Dónde demonios está? -dijo Joe con cara de pocos amigos mientras su mirada escudriñaba el bosque que rodeaba el claro-. Llega treinta minutos tarde.

– Vendrá -dijo Jane-. Me lo prometió.

– Y la promesa de Trevor probablemente valga menos que el aire que emplea para hacerla.

– Estoy herido. -Trevor salió del bosque-. Al fin y al cabo un hombre vale lo que vale su palabra. Al menos eso es lo que dicen los filósofos. Personalmente, creo que es una visión…

– Llegas tarde -dijo Joe tajante.

– Tuve que dar un pequeño rodeo. Sólo me estaba asegurando de que al final no hubieras pensado que vale más pájaro en mano… -dijo haciendo una mueca de dolor-. Me parece que hoy es mi día de frases hechas. Lo siento. -Se giró hacia Eve y Jane-. No es que no confiara en vosotras, pero Quinn es más brusco e impredecible. Es un buen elemento, como yo.

– No me parezco a ti en nada.

– Siento no estar de acuerdo. -Sonrió-. Pero yo tengo la ventaja de haber estudiado tu carácter. Por eso pensé que podrías estar dispuesto a cooperar. -Levantó la mano en cuanto Joe empezó a hablar-. ¡Ah!, Jane me ha dicho que no estabas dispuesto a servirme en bandeja la cabeza de Aldo. Al menos, no por el momento. Apuesto a que cambiarás de opinión antes de que termine este asunto. Eres muy protector con tu familia.

– Información -dijo Joe.

– Necesito ciertas garantías -dijo Trevor.

– Y yo necesito respuestas. Habla.

– No voy a ser un insensato. Me gustaría cooperar activamente en encontrar a Aldo y alojarme en vuestra cabaña, pero sé que no me queréis bajo vuestro techo. De modo que lo que te pido es que me dejes estar cerca de Jane y que me avises si Aldo se le acerca. -Apretó los labios-. Probablemente lo sabré, pero no quiero correr ese riesgo.

Joe guardó silencio.

– No está pidiendo demasiado, Joe -dijo Jane en voz baja-. Menos de lo que yo esperaba.

– Decidiré yo. Tú ya sé de qué lado estás.

– ¿Qué de qué lado estoy? -preguntó Jane-. Dímelo tú. Quiero vivir y quiero a Aldo. Si piensas que eso implica estar sólo de tu bando, te equivocas.

Joe miró a Eve.

Ella se encogió de hombros.

– Es tu trabajo lo que está en juego. Yo aceptaré cualquier decisión que tomes.

– Eso es una prioridad.

Ella sonrió.

– Hasta que decidas que es una decisión equivocada.

Parte de su aire funesto desapareció.

– Eso es mejor. Temía que estuvieras enferma. -Se volvió hacia Trevor-. Trato hecho, y si por alguna razón cambio de opinión, te avisaré. Es lo único que puedo prometerte.

– Con eso basta -dijo Trevor-. No esperaba mucho más.

Eve miró a Jane de reojo.

– ¿Pide la luna y se conforma con lo que pueda conseguir? ¿Es tu forma habitual de actuar?

Trevor sonrió.

– Nunca se gana si no se apuesta fuerte. -Se volvió hacia Joe-. Pregunta.

– ¿Dónde está Aldo?

– No lo sé. Pero si lo supiera estaría siguiéndole la pista. Si su última víctima ha sido en Baltimore, supongo que irá más hacia el norte para cometer su siguiente asesinato. Querrá hacernos creer que se aleja de Jane

– ¿Tan seguro estás de que volverá? ¿Por qué?

La mirada de Trevor se dirigió hacia Jane.

– Porque ella es perfecta -dijo suavemente-. Y él lo sabe. La ha encontrado.

– Quizá sólo sea tu opinión. Esas otras mujeres se parecían…

– ¿Encontrado a quién? -Jane se adelantó para estar cara a cara con Trevor-. ¿A quién cree haber encontrado? ¿Y por qué quiere matarla?

Trevor sonrió.

– Eso ya me lo has preguntado antes. De hecho, esperaba que fuera la primera pregunta de Quinn.

– Dímelo.

– Está buscando a una mujer que piensa que puso a su padre en su contra y que fue la responsable de su muerte.

– ¿Lo hizo?

– Quizá.

– Por lo tanto, la odia.

– Y la desea. A veces los sentimientos se confunden cuando se está desquiciado.

– ¿La desea hasta tal punto que intenta destruir su imagen cuando la encuentra? -Joe sacudió la cabeza-. Es un carnicero.

Trevor asintió con la cabeza.

– Pero tuvo relaciones sexuales con las primeras víctimas. Probablemente, tuviera esperanzas de haberla encontrado y pensaba que el sexo sería la humillación final. Pero luego se dio cuenta de que el mundo es muy grande y que había muchas mujeres que se parecían a ella. Se siente con la obligación de asesinarlas, de destruir su parecido, pero no le apetece tener sexo con ellas, puesto que no son la verdadera; sólo lo hace para cumplir su deber.

– Deber -repitió Jane-. ¿Por qué?

– Porque se parecen a ella y no les puede permitir que se escapen -dijo Trevor-. No puede soportar que ninguna mujer que se le parezca siga viva. Han de morir.

Jane movió la cabeza.

– Eso no tiene sentido. Esas mujeres… Son de todas las clases sociales. Si las ha seguido, si las ha cazado es porque sabía algo de ellas. Debía saber que no podían ser la mujer que sedujo a su padre.

– Según su forma de pensar existe una probabilidad.

– Tonterías. Y si Aldo es tan inteligente como para seguir a todas esas mujeres con su rostro, mi rostro, ¿por qué no investigó? -dijo Jane haciendo gestos con una mano-. ¿Por qué no fue a la policía o contrató a un detective privado para encontrar a la verdadera culpable?

– Habría sido muy difícil.

– No tanto como asesinar a once mujeres por si eran la que él estaba buscando.

– Sí, lo habría sido.

– ¿Por qué? -Jane estaba temblando cuando se dio cuenta. No quería que le respondiera. ¿Qué demonios le pasaba?

Él la miró directamente a los ojos.

– No temas. Yo cuidaré de ti.

– No necesito que cuides de mí. Sólo dime por qué no podría encontrarla.

– Porque Cira lleva muerta unos dos mil años.

Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Al principio, sólo había entendido el nombre que él había mencionado.

– Cira… -susurró ella-. ¿Su nombre es Cira?

Joe emitió un gruñido de hastío.

– ¿Un cadáver de dos mil años? ¿Adonde demonios quieres ir a parar, Trevor?

– Espera, Joe -dijo Eve, mirando a Jane-. Déjale hablar.

– Está asustando a Jane, maldita sea.

– Ya me doy cuenta. Déjale hablar.

Jane apenas les oía.

– ¿Cira? -Cerró los puños-. ¿Está buscando a Cira?

– ¿Cira qué? -preguntó Joe.

– Nadie conocía su apellido. -Trevor no apartaba la mirada de Jane-. Ella sólo era Cira. Cira la magnífica, Cira la divina, Cira la hechicera.

– Corta el rollo -dijo Eve tajante-. Estamos perdiendo la paciencia. ¿Cómo podía una muerta de dos mil años haber asesinado al padre de Aldo?

– Lo siento. -Trevor apartó la mirada de Jane y sonrió a Eve-. De hecho, Cira no fue la culpable. Su padre se murió cuando intentó sellar el túnel con una explosión.

– ¿Túnel? -repitió Eve.

Trevor asintió.

– Ese bastardo egoísta lo quería todo para él. Quiso sellar la entrada, pero no era muy hábil con los explosivos y falleció en la explosión.

– ¿Dónde sucedió eso?

– En el norte de Italia -dijo Joe-. Hace cuatro años ¿verdad?

– Caliente -dijo Trevor-. Debes haber estado muy ocupado si me has seguido la pista hasta tan atrás. Fue hace cuatro años y se suponía que el trabajo se iba a realizar en el norte de Italia. Pero surgió algo más interesante.

– ¿Aldo?

– No, Aldo estaba en la sombra por aquel entonces. Guido, el padre de Aldo.

– ¿Cuál era su nombre completo?

Trevor dudó antes de responder.

– Guido Manza.

Joe soltó un taco.

– Maldito seas, ¿has sabido el apellido de Aldo todo este tiempo y nunca se lo has dicho a la policía? Algunas de esas mujeres todavía podrían estar vivas.

– No me enteré de lo que estaba haciendo ese bastardo hasta que abandonó Italia y se fue a Inglaterra. Pensaba que sólo estaba huyendo de mí hasta que vi la foto de la mujer que había asesinado en Brighton en el Times. En cuanto vi el parecido me di cuenta de la conexión y empecé a seguirle la pista.

– ¿Por qué iba a huir de ti?

No respondió.

– ¿De qué le hubiera servido un nombre a Scotland Yard? Utilizaba una identidad falsa y no había modo de utilizar a sus amigos o familiares para atraparle. Aldo era un solitario.

– Descripciones. Podían haber puesto fotos suyas en los periódicos.

– Aldo quería ser actor. Estudió vestuario y maquillaje en Roma antes de que su padre le desterrara a la excavación. Ésta es una de las razones por la que era tan difícil seguirle el rastro cuando empezó a asesinar. Es un experto del disfraz. Es experto en bastantes cosas. Es realmente brillante.

– Todo esto son excusas.

– No te estoy dando razones. -Se encogió de hombros-. Pero tienes razón. Según tu punto de vista lo he hecho todo mal.

– Porque querías atrapar a Aldo tú mismo -dijo Jane.

– Por supuesto. Ya te lo he dicho. Ha de morir.

La realidad de esas palabras escalofrió a Jane. Tenía razón: había dicho antes esas palabras, pero en este momento parecían más reales. Más aterradoras. Antes le había entusiasmado, sentía que era un reto, se sentía segura. Antes no se sentía segura. Se notaba abatida, como si el mundo entero estuviera dando vueltas.

– ¿Por qué? -preguntó Joe.

– ¿Qué? -La mirada de Trevor volvió a posarse en el rostro de Jane-. ¡Ah!, porque se lo merece. ¿Por qué si no? -Se dio la vuelta-. Ella ya ha tenido bastante. Llevadla a la cabaña. Ya me pondré en contacto con vosotros más tarde.

– Quiero saber…

– Ya ha tenido bastante -repitió Trevor girando la cabeza-. Tendréis vuestras respuestas pero no hasta que ella sea capaz de asimilarlas.

– Estoy bien -dijo Jane. Se sentía un poco estúpida. Tenía que dominarse.

– Sí, lo sé -dijo Trevor-. Pero no es urgente. Necesitas tiempo para digerir lo que te he dicho.

– No me has dicho nada. Ese túnel, ¿dónde está?

Trevor se alejaba.

– Más tarde.

– ¿Dónde está? Dímelo ahora.

– No te enfades. No tengo intención de guardar secretos. Bueno, quizás algunos. Pero no éste. -Ya había llegado a los árboles-. Herculano.

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