Capítulo 17

– Has hecho lo imposible para que esto pareciera auténtico -le dijo Eve a Trevor mientras observaba cómo los estudiantes colocaban el ataúd sobre la mesa en la gran biblioteca de techo alto-. No les fue fácil subir el ataúd por esa escalerilla.

– Aunque no tanto como lo hubiera sido si Sontag no se hubiera asegurado de que la abertura fuera lo bastante ancha como para que pasaran objetos grandes.

– Por lo que puedo ver, sólo has hecho una cosa mal -dijo Eve-. Si se supone que la localización de estos túneles que corren por debajo de esta villa son tan secretos, ¿no van a hablar los estudiantes?

– No, si quieren seguir trabajando con Sontag. Él les dará puerta si se les escapa el más mínimo detalle. Ya te he dicho que no era muy agradable. Pero en este caso, eso nos va bien. -Se giró hacia Jane-. La fiesta va a empezar. Última oportunidad para echarse atrás.

– No seas ridículo. -Se humedeció los labios. ¿Por qué no podía apartar su mirada del ataúd? Era un engaño, una farsa. No había razón para preocuparse. -¿Qué hay en el ataúd?

– Un esqueleto.

Jane le miró.

– Estás bromeando.

Trevor movió la cabeza.

– No sé a qué distancia nos estará observando Aldo y no quería correr ningún riesgo.

– ¿Dónde lo has conseguido?

– Visité un museo pequeño de Nápoles y lo he tomado prestado de allí. Charlé un poco con ellos y les hice un montón de promesas en nombre de Eve. -Se giró hacia Eve-. El esqueleto de esta mujer pertenece a uno de los cuerpos que se encontraron en el puerto.

– ¿Quieres que haga una reconstrucción real?

Asintió con la cabeza.

– Todo debe parecer totalmente auténtico. Una vez me dijiste que nunca querías ver ninguna foto porque temías que tus manos te traicionaran. Esta vez quiero que lo hagan. Piensa en Cira o en Jane. Te he preparado un pedestal y te he traído todo lo que necesitas. ¿Qué te parece?

– Depende de qué promesas hayas hecho en mi nombre.

– Les prometí que cuando terminaras con el esqueleto borrarías el rostro de Cira y harías una reconstrucción real. Ese museo no tiene ninguna financiación y tu nombre sería una estupenda tarjeta de visita para ellos. No me pareció mal. ¿Qué te parece?

Eve asintió lentamente con la cabeza mirando el ataúd.

– ¿Qué sabes de ella?

– Era joven, sería una adolescente. Tenía una tibia rota. Los del museo creen que por la falta de nutrición que denotaban sus huesos debía ser de clase obrera. La llaman Giulia. -Sonrió-. Y eso es todo lo que sé. Es todo lo que saben. -Su mirada se dirigió a Joe y a Sontag que estaban acompañando a los estudiantes a la salida-. Será mejor que vaya para asegurarme de que Sontag no mete la pata. Necesita mano dura.

– Entonces, estoy segura de que la tendrá -dijo Eve dirigiéndose hacia el ataúd-. ¿Dónde está el estudio que me has preparado?

El tono de Eve era ausente y Jane ya sabía que había empezado a concentrarse en el proyecto.

– ¿Puedes esperar a deshacer la maleta y cenar?

– El estudio -dijo Trevor-. Te traeré el cráneo y te lo colocaré después de hablar con Sontag.

– Quiero verla ahora.

– Adelante. El ataúd no está cerrado con llave. -Trevor se fue hacia Joe y Sontag.

Jane siguió a Eve al otro lado de la habitación.

– ¿Por qué tienes tanta prisa? Ella no es uno de tus seres perdidos, Eve.

– Sí, si hago su reconstrucción. No sólo eso, voy a tomarme libertades poniéndole tu rostro y quiero conocerla. -Levantó la tapa del ataúd-. ¿Cómo la llamaban en el museo?

– Giulia.

Tocó delicadamente el cráneo.

– Hola, Giulia -le dijo con dulzura-. Vamos a conocernos muy bien. Sólo siento admiración y respeto por ti y estoy deseando saber quién eres. -Se quedó de pie un momento mirando el esqueleto y cerró la tapa-. De momento ya basta. -Se dio la vuelta-. No podría empezar a trabajar sin haberme presentado.

Jane movió la cabeza.

– Ya sé que no podías. Te he visto hacerlo con tus seres perdidos. ¿Crees que te oyen?

– No tengo ni idea. Pero me siento mejor al hacer la intrusión. -Se fue hacia la escalera-. Al menos trabajar en Giulia me mantendrá ocupada. He estado perdiendo el tiempo desde el día en que tejiste este plan. Volver al trabajo va a ser un alivio. Tiene unos huesos faciales muy pequeños e interesantes… -Miró a Jane que estaba de pie al borde de la escalera-. ¿No subes?

– No, ahora no. Creo que iré al jardín. Estoy inquieta. -Sonrió-. Yo no tengo una Giulia en quien pensar. Te veré para cenar.

– No te alejes -dijo Eve mientras empezó a subir de nuevo la escalera-. Joe tiene a tantos hombres por aquí que supongo que el jardín es tan seguro como la casa, pero prefiero la idea de tenerte entre estas paredes.

– En casa iba a pasear al lago.

– Este lugar es diferente. Me parece extraño.

A ella no le parecía extraño, pensó Jane mientras cruzaba el recibidor y abría las puertas cristaleras que daban al jardín de rosas. Desde que había llegado a Herculano había sentido una extraña familiaridad. Incluso ahora con el sol calentando sus mejillas, con el aroma de las rosas, el sonido de la fuente vertiendo su agua sobre las baldosas, todo ello le resultaba curiosamente reconfortante.


– Se te ve muy contenta. Casi me duele molestarte.

Se puso en guardia y se giró para mirar a Trevor que venía de la casa.

– Entonces, no lo hagas. A menos que tengas una buena razón.

– La tengo. Quiero establecer las normas de la casa, ahora que el juego ha comenzado. -Miró por el jardín-. Es un lugar muy hermoso. Parece un lugar que se ha detenido en el tiempo. Casi se puede ver a las damas con sus túnicas blancas charlando por esos senderos.

– Al menos ves a las damas con togas. Me estoy saturando de historia antigua.

La miró detenidamente.

– No pareces cansada.

– Lo llevo como puedo. -Apartó la mirada de Trevor-. ¿Era realmente necesario llevarle ese esqueleto a Eve? ¿Qué probabilidad tenemos de que Aldo se acerque lo suficiente como para ver su trabajo o la propia reconstrucción?

– Bastante alta. No podemos saber si podrá ver la reconstrucción en el ataúd. Era más seguro así. Además, Eve estará más tranquila trabajando.

– ¿Y por eso lo has hecho?

No respondió.

– Eve me cae bien. Es difícil para una mujer como ella estar aquí sentada sin hacer nada.

– Sí, lo es. -Y él había sido muy perspicaz al darse cuenta de ello y satisfacer esa necesidad-. Muy bien, ¿cuáles son las normas de la casa? ¿Se supone que no puedo salir al jardín?

– No, sólo que no te acerques a la verja y que no salgas de la villa sola.

– No pensaba hacerlo. No hay razón alguna para ello. -Hizo una pausa y su mirada se dirigió hacia la verja de hierro-. Él vendrá a mí.

– Probablemente lo haga. -Trevor siguió su mirada-. Pero no juegues cuando estés en sus manos.

– No era necesario que me lo dijeras. Puedo ser una colegiala, pero no soy tonta.

Trevor hizo una mueca.

– Eso realmente te dolió, ¿verdad?

– Me has llamado tal como me ves. -Le lanzó una fría mirada-. Soy una colegiala y no me avergüenzo de ello. Pero tener mi edad e ir al instituto no significa que sea una ignorante. Desde que tenía cinco años he rondado por las calles y he conocido a todas las prostitutas y camellos del sur de Atlanta. A los diez años creo que sabía más que tú cuando dejaste el orfanato. Sí, me dolió, pero he reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que no tienes ni la menor idea de cómo soy y que eso te ha desorientado.

– Así es. -Sonrió-. Y cada minuto soy más consciente de ello. ¿Podrás perdonarme?

– No. -Su mirada se dirigió a la fuente-. No me has tratado como a una persona. Eso es lo que no puedo perdonar. Me has incluido en el resto de las chicas de mi edad y te has largado. No pasa nada. No te necesito. Pero, en cierto modo eres como Aldo. Vio mi rostro y no ha pasado de largo.

– Coquetear con una chica de tu edad es una gran responsabilidad -dijo en voz baja-. No quería herirte.

– Nadie puede hacerme daño salvo yo misma. Y tú no querías esa responsabilidad. Bien. Ni siquiera sé de qué estás hablando. Demos esto por zanjado. -Se levantó-. Y en realidad no ha pasado nada.

– Sí ha pasado algo.

Sabía lo que quería decir y no iba a negarlo.

– Nada que no pueda olvidar.

Trevor hizo una mueca.

– Me gustaría poder decir lo mismo.

– No deberías olvidarlo. La has cagado. -Tuvo que marcharse. Se estaba olvidando de su ira y empezaba a recordar su humillación. Se dio la vuelta y se dirigió al camino-. Quizás aprendas algo de esto.

– Ya lo he aprendido. -Su voz la siguió mientras se dirigía hacia la pérgola-. No te alejes, Jane.

No respondió. Deseaba con todas sus fuerzas que se marchara. La tranquilidad de ese momento antes de que llegara al jardín había desaparecido. Pensaba que se había protegido contra él, pero ¡Dios mío!, estaba temblando. ¿Era ése el efecto del sexo? Entonces, podía pasar de él. Quería tener el control de su cuerpo y no le gustaba el modo en que la estaba traicionando. No quería recordar su aspecto con la suave luz solar volviendo doradas sus bronceadas mejillas. No quería recordar lo que había sentido al tocarle.

No lo recordaría. Actuaría con fortaleza e inteligencia y esa sensación desaparecería pronto. Miró atrás por encima de su hombro. Sintió alivio al comprobar que Trevor ya no estaba. Se quedaría un poco más en el jardín para recobrar la compostura y luego se marcharía a su habitación. Necesitaba una ducha y ver a Eve. No para hablar. No le gustaban las confidencias, pero estar con Eve siempre la tranquilizaba. Siempre que se sentía herida o…

Sonó su móvil.

Probablemente era Eve preocupada porque llevaba rato fuera.

– Enseguida voy Eve. Deberías oler las rosas. Casi te emborrachan con…

– ¿Estás en el jardín?

Aldo.

El shock la paralizó y se quedó sin habla.

– No me estás respondiendo.

– Sí, estoy en el jardín. -Su tono era desigual y tuvo que esforzarse por controlarlo-. ¿Dónde estás?

– Cerca. Te he visto en el túnel hoy. Casi he estado lo bastante cerca como para poder tocarte. Pronto lo haré. ¿Quieres que te diga cómo?

– No me interesa. Eres patético. No puedes… -Se calló. Por mucho que quisiera discutir con él, sabía que podía echarlo todo a perder si le convencía de que no era Cira. Tenía que seguirle el juego. Deja de protestar y tiéndele la trampa-. Supongamos que tienes razón y que soy Cira. No puedes detenerme. Estoy demasiado cerca. Eve está haciendo la reconstrucción y cuando termine, seré famosa. Aunque esté muerta viviré eternamente. Mi cara aparecerá en la publicidad de los autobuses. Escribirán libros sobre mí. Darán mi nombre a perfumes. Puedes llamarme. Lanzarme todo el veneno que te plazca, pero no te va a servir de nada. Vas a perder.

– Zorra. -Era evidente que tenía que controlar su ira-. Crees que estás muy segura rodeada de Duncan y Quinn y de ese bastardo de Trevor. Ninguno de ellos podrá protegerte. Te mataré a ti y luego les mataré a ellos.

Le dio un vuelco el corazón y agarró con fuerza el teléfono.

– ¿Por qué vas a matarles? Es a mí a quien buscas.

– Les has contaminado. Nunca dejarán de buscarme. -Se calló un momento-. ¿Te preocupa eso?

– No, me parece absurdo.

– Intentas engañarme. Te preocupa. Quizá cuando atraes a las personas, también creas un apego.

– Si soy tan fría como crees, entonces no podrías estar más equivocado.

– Pero no siempre eres fría. Julio Precebio escribió con asqueroso detalle tu pasión. Se te puede tocar. Trevor te ha tocado, ¿no es cierto?

– No.

– Mientes. He visto cómo te mira. -Su voz se suavizó-. Y una noche te vi con Eve Duncan; se te veía muy emotiva.

Sintió un escalofrío.

– Estaba fingiendo.

– Puede que sí, puede que no. Notó algo en tu tono… -De pronto su voz volvió al tono malvado-. De todos modos, no me voy a perder el placer de comprobarlo. ¿Quieres que te diga lo que voy a hacerle a Eve Duncan?

– No.

– Se esfuerza mucho en devolver los rostros a las víctimas, ¿verdad? Le voy a arrancar la cara. Me he vuelto muy diestro en rebanar ese endiablado rostro tuyo. Con Duncan iré despacio y me cercioraré de que sufre todo el tormento que se merece.

Jane intentó evitar que le temblara la voz.

– Eres un monstruo.

– Oh, no. Soy la espada de la justicia. Tú eres el monstruo. Fuiste tú quien envenenó a mi padre hasta que no pudo ofrecerme más que reproches; has sido tú quien ha atraído a Duncan y a los otros aquí cuando Sontag halló el esqueleto. Sabías que les mataría si se interponían en mi camino.

– No has dicho que les matarías si se interponían en tu camino. Has dicho que les matarías de todos modos.

– Cuando tú ya has empezado a usarlos, automáticamente han de ser eliminados. -Se rió entre dientes-. Y ahora que sé que eso te dolería, puede que lo haga antes de matarte a ti. Será un placer añadido.

– ¿No te estás desviando? Yo soy tu objetivo.

– No podría estar más enfocado. Ha sido un placer hablar contigo. Volveremos a hacerlo pronto. Adiós, Cira. -Colgó.

¡Dios mío!, estaba temblando.

Alargó el brazo y se agarró a uno de los postes de hierro forjado de la pérgola.

Maldad. Locura. Muerte. Terror.

El corazón le latía con fuerza, con dolorosa fuerza.

Eve. Joe. Trevor.

¡Qué Dios la ayude! Eve…

– ¿Jane?

Miró por encima de su hombro y vio que Trevor se acercaba por el camino.

– ¿Qué pasa?

Ella movió la cabeza.

– ¿Qué pasa, maldita sea? -Extendió los brazos y se los puso encima de sus hombros-. Te estaba vigilando desde la casa y he visto que te has agarrado a esta valla como si fuera un salvavidas.

– Llamada -dijo en un estado de shock-. ¡Oh, Dios! ¡Eve!

– ¿La llamada era de Eve?

– Era Aldo.

Se puso en guardia.

– ¿Qué?

– Dijo que me llamaría. De hecho lo estábamos esperando. Sólo que… -Intentó escaparse-. Déjame marchar.

– Cuando acabes de decirme qué demonios está pasando.

– Aldo.

– ¿Qué te ha dicho?

– Demasiadas cosas. -Se humedeció los labios-. Está realmente trastornado. Y yo estoy peor. He metido la pata. Intenté tenderle una trampa, pero le perdí. Le he dejado ver que… lo he estropeado todo. Me asusté mucho y él se dio cuenta. -Cerró los puños pero no podía dejar de temblar.- Se dio cuenta y ahora lo hará. Pero no puedes permitirlo. Ha sido culpa mía. No le permitiré que se acerque a ella, no a…

– Jane, cállate. ¿Quieres que te dé una bofetada?

Le miró anonadada.

– Hazlo y te daré un golpe tan fuerte en los huevos que cantarás como una soprano.

– Vale, ya has vuelto a la normalidad. -Aflojó la presión de sus manos-. Ven y siéntate en el banco hasta que recobres la respiración.

Ya respiraba normal, pero todavía no controlaba el temblor. Se sentó y cruzó los brazos.

– No estoy normal. Tengo miedo y me encuentro mal, quiero estar sola. Vete.

– Desde luego que lo haré. Cuando quieras hablar conmigo, aquí estaré.

Deja que se quede. No importa. Dale lo que quiere.

Respiró profundo.

– Va a matar a Eve. No importa que me mate a mí primero. La matará de todos modos.

– ¿A Eve?

– A Eve, a Joe y a ti. Pero sintió mucho placer al decirme cómo iba a matarla a ella. -Se arañó las palmas de las manos-. No se lo permitiré. Yo la protegeré.

– Jane, Eve sabía que corría peligro viniendo aquí. Tú también lo sabías.

– Pero no sabía que ella también era su objetivo. Pensaba que sólo me quería a mí. Todas las demás víctimas eran mujeres que se parecían a mí. ¿Cómo iba a suponer que todas las personas que estuvieran cerca de mí iban a morir? Quiere matarte a ti.

– Me siento halagado de que piense que te importo, pero él ya tenía buenas razones para querer matarme.

– No tenía razones para matar a Eve y a Joe.

– La llamada de Aldo no ha cambiado nada, Jane. Te ha lanzado unas cuantas amenazas para asustarte.

– Lo ha conseguido. -Pero el terror estaba empezando a disminuir y podía volver a pensar-. Y ha disfrutado con ello; me ha cogido desprevenida y le he mostrado cuánto daño puede hacerme.

– Vale, pero no has metido la pata del todo. ¿Vale? No le has tendido la trampa, pero ¿te volverá a llamar?

– Dijo que sí -respondió amargamente-. Se lo ha pasado tan bien que probablemente no tarde demasiado.

– Entonces, como puedes ver esta llamada no ha cambiado nada.

– Te equivocas. No me había dado cuenta de que estaba poniendo en peligro a Eve y a Joe. Y se lo he puesto más fácil a Aldo demostrándole cuánto me importan. -Se mordió los labios-. Y eso lo cambia todo. Hemos de proteger a Eve y a Joe.

– Haremos todo lo que podamos.

– Eso no basta. -Se levantó-. Tenías razón al tratarme como a una colegiala estúpida. Tenía que haber podido engañarle, llevarle en otra dirección. Pero no he podido. Estaba tan asustada que no he podido pensar con la suficiente rapidez. No voy a esperar a que venga a por Eve.

– Eve no vendrá al túnel con nosotros y tendrá protección aquí en la villa.

Se giró.

– ¿Y si me mata a mí? ¿Puedes garantizar que no burlará las barreras de seguridad y la cortará en rodajitas? No va a hacerle daño a Eve. Ni siquiera se va a acercar a ella -dijo ferozmente-. ¿Tienes una idea de cuánto me importa?

– Creo que sí -dijo en voz baja.

– Entonces, deberías saber que jamás dejaré que ese trozo de mierda se acerque a menos de un kilómetro de ella. De modo que si quieres atrapar a Aldo, vale más que me prometas una cosa. Pase lo que pase, evitarás que les ocurra nada a ellos. No me importa si Aldo se escapa. No me importa si piensas que yo estoy en peligro. Que no les pase nada.

– Es una promesa difícil de hacer, pero haré lo que pueda.

– Prométemelo.

– Te lo prometo. -Su sonrisa era forzada-. Y me temo que yo no soy lo bastante importante para ti como para exigirme que te prometa lo mismo respecto a mi seguridad personal.

– Tú puedes cuidar de ti mismo. A ti no te han traído hasta aquí como a Eve y a Joe. Además, se trata de Aldo y tú.

– Por supuesto. ¿Qué más? Se trata de Aldo.


– ¿Qué le pasaba? -preguntó Bartlett al encontrarse con Trevor en las puertas cristaleras-. Parecía que se había convertido en Godzilla.

– Casi. Recibió una llamada de Aldo.

Bartlett abrió los ojos.

– Claro.

Trevor sacudió la cabeza con fuerza.

– ¿Y la ha asustado mortalmente?

– Eso no me cuadra -dijo Bartlett-. Jane no se asusta fácilmente.

– Sí, cuando se trata de Eve y de Joe Quinn. Es evidente que sus amenazas fueron específicas y sádicas.

– Ya veo. -Bartlett movió la cabeza con un gesto de gravedad-. Sí, eso podría llevarla al límite. Es muy recelosa con la mayoría de la gente, pero Eve y Joe son todo su mundo.

– Me hizo prometerle que les protegería. ¿Cómo voy a hacerlo en una situación como ésta?

– Estoy seguro de que encontrarás la manera. Desde que nos conocimos, has estado barajando ideas y posibilidades, dándole la vuelta a las cosas para que se adaptaran a ti. Es un proceso automático en ti. -Sonrió-. Para mí es bastante agotador, puesto que no tengo esa capacidad. Pero decidas lo que decidas yo estaré contigo. Me he dado cuenta de que me habíais dejado a un lado en todo este plan. Eso ha herido mis sentimientos -añadió en tono bajo-. No interferiré en tu camino, pero estoy harto de merodear por el margen. Tengo que ayudar.

– Te dije que tenías que quedarte aquí para proteger a Eve.

– Quinn ha organizado un equipo de seguridad para ella que está mucho más cualificado que yo.

– Según Jane, nada es suficiente.

– Voy a ir contigo.

– Bartlett, no te necesito. -Se detuvo y se encogió de hombros-. Vamos. ¿Por qué no iba a arriesgar también tu cuello? He puesto en peligro a todos los demás.

– ¡Por favor! ¿Tienes remordimientos? ¿Puedo recordarte que soy un hombre adulto con libre albedrío? Me dijiste que fue Jane la que organizó todo el plan para ponerse ella misma como cebo.

– Pero yo le proporcioné los medios para que lo hiciera. -Giró el volante-. ¡Demonios! ¿Por qué habría de preocuparse un cabrón como yo? Haz lo que te dé la gana.


El terciopelo rojo estaba sobre en el suelo rocoso en la oscuridad. Esperándola.

La luz de la linterna de Aldo se movía entre los pedestales de mármol, las luces fotográficas y las baterías, y por detrás de ellos, iluminando los túneles que salían del vomitorio. Sintió la tentación de adentrarse en ellos y explorar, pero nadie podía saber qué trampas habría preparado esa zorra para él. Ya era mucho que ella hubiera encontrado ese túnel que él no conocía. Había sido una gran sorpresa para él cuando les vio llevando el ataúd por un ramal inesperado. Les siguió hasta la escalerilla que conducía a la Via Spagnola antes de dar la vuelta. No había vuelto para hacer un reconocimiento a fondo hasta después de llamar a Jane MacGuire ese día.

Entonces encontró la tela, roja como la sangre, como la sangre fresca.

Esperando el ataúd. Esperándola a ella.

Ya te tengo, zorra.

¿Pensabas que ibas a encontrar algún lugar en esta ciudad donde estuvieras a salvo de mí? Había formas de descubrir lo que necesitaba sin arriesgarse a caer en su trampa.

Se agachó y tocó la tela con la yema de sus dedos y le recorrió un escalofrío.

Suave. Blanda. Fría.

Como la carne de una mujer muerta.


– Casi has terminado.

Eve miró hacia la puerta del estudio donde estaba Joe observándola. Ella asintió con la cabeza.

– Cierra. Estoy empezando la fase final.

– Y lo estás deseando. Has estado trabajando a toda máquina. -Se acercó al pedestal y se puso a su lado-. ¿Por qué? Nosotros marcamos el ritmo de los acontecimientos. Aldo no va a hacer nada hasta que nosotros demos el primer paso.

– Quiero acabar. Me siento rara haciendo este rostro con las facciones de Jane. Es casi como una traición. -Allanó la arcilla en la zona de la sien-. Me alegro de poder hacerlo luego para Giulia.

– Quizá si supiera que está ayudando a Jane estaría contenta. -Joe sonrió-. Debería haber supuesto que crearías un lazo afectivo con ella.

– Es interesante. En el museo dijeron que era de clase obrera. Me pregunto cómo sería su vida. -Ladeó la cabeza-. Y me pregunto qué aspecto tiene realmente…

– Pronto lo sabrás.

Asintió con la cabeza.

– Puedes estar seguro. Todo esto es tan extraño… -Se apartó el pelo de la frente-. Primero la reconstrucción de Caroline Halliburton y ahora esto. Las dos, Jane. ¿Sabes?, un día Jane me habló de que las cosas tienen procesos cíclicos.

– Tienes arcilla en la cara. -Joe sacó un pañuelo y le limpió cuidadosamente la frente-. ¿Cuántas veces he hecho esto en todos estos años?

– Seguro que el suficiente número de veces como para merecer un puesto en el Libro Guinness de los Records, dado que mi profesión no es precisamente la más popular del mundo -sonrió- y tú eres muy bueno haciéndolo.

– Es un placer. -Le tocó el labio superior con el dedo-. Siempre. Cuidar de ti me llena… Me reconforta.

– Lo sé. -La sonrisa de Eve desapareció-. Y por eso intentas mantenerme alejada de ese túnel.

– Te mantengo alejada. -Hizo una mueca con los labios-. Ya has hecho tu parte. Déjame ahora hacer la mía.

– No discutí cuando todos hablabais de los detalles, porque sabía que no serviría de nada. -Le puso las manos en sus caderas y apoyó la frente en su pecho-. Pero si piensas que voy a dejar que bajes allí sin mí, estás loco.

– Entonces, estoy loco.

Levantó la mirada.

– No -dijo con firmeza-. Haré todo lo que me digas para no ponerme en peligro, pero voy a estar allí. Dame una pistola. Sabes que sé usarla; tú me enseñaste.

Joe sacudió la cabeza negativamente.

– Tú vas a estar abajo en ese infierno. Jane también. ¿Creéis que podéis mantenerme al margen? O me llevas contigo o iré sola.

Joe suspiró.

– Te llevaré conmigo. -Apretó los labios con fuerza-. Vendrás al pasadizo conmigo. Te estarás callada, y no moverás ni un músculo, pase lo que pase. Dejarás que yo me encargue de todo. ¿Lo has entendido?

Eve no respondió.

– Si no lo haces, lo primero que haré será darte un puñetazo para dejarte inconsciente y asegurarme de que no te matan.

– No te lo perdonaría.

– Me arriesgaré. Es mejor que lo otro. -Le sonrió inquieto-. Me has perdonado por hacer algo mucho peor. Bueno, quizá no del todo, pero me has dejado estar contigo. Y después de todo lo que he hecho, no te voy a perder por ese hijo de puta.

– Es de Jane de quien te has de preocupar.

– No, es de ti. En primer lugar y siempre. Luego viene Jane y después el resto del mundo. -La besó con pasión-. No puede ser de otro modo. Ya deberías saberlo.

Sí, lo sabía y eso había sido su refugio y su fuerza todos estos años. ¡Cuánto le amaba! Le estrechó entre sus brazos.

– Para mí también. Tú primero, Joe.

Joe movió la cabeza.

– Todavía, no. Algún día, quizá, me tocará a mí. -Se frotó contra ella sensualmente-. Pero entretanto… Nunca he hecho el amor contigo en Herculano ni en ninguna otra ciudad antigua. ¿Crees que podríamos arreglarlo? -Miró el cráneo que estaba en el pedestal-. Puesto que la primera reconstrucción de esta dama no va a conllevar ninguna sorpresa, creo que Giulia lo aprobaría.

– Yo también. -Eve empezó a desabrocharle la camisa-. Y, de todos modos, he de demostrártelo. Tú eres lo primero, Joe…

Загрузка...