Capítulo 11

Lava fundida abriéndose a sus pies.

– ¡Salta!-Antonio extendió sus brazos-. Ahora, Cira. Yo te cogeré.

¿Saltar? La grieta era demasiado ancha y se hacía más grande cada segundo.

No había tiempo. No tenía opción. Saltó para cruzar la grieta. El calor le chamuscó las piernas aunque sus pies ya habían tocado el otro lado.

¡El fuego reptaba detrás de ella!

Él tiró de ella y la levantó en un solo movimiento.

– Ya te tengo. -Las manos de Antonio ya había asido sus antebrazos y empezaron a retroceder a trompicones.

Otro estruendo.

– Hemos de salir de este túnel. -Cira miró por encima de su hombro.

La grieta se estaba abriendo, ensanchando.

– Has dicho que conocías el camino -dijo Cira jadeando-. Demuéstramelo. Salgamos de aquí.

– Sólo tú podías ser tan testaruda para esperar a ver las puertas del infierno antes de decirme eso. -Antonio la cogió de la mano y empezaron a correr por el túnel-. La grieta parece que ha cruzado el túnel a través. No podemos volver atrás, pero al menos no nos sigue.

– O si no hace que se desplome el techo cuando intente devorar la otra pared.

Calor. La lava que tenían a sus espaldas se estaba engullendo el poco aire que todavía quedaba en el túnel.

– Entonces, mejor que salgamos de este ramal del túnel antes de que eso suceda. Un poco más adelante hay un desvío que debería conducirnos al mar.

– O a Julio.

– Cállate. -Le apretó la mano con una tremenda fuerza-. No te estoy llevando a Julio. Si quisiera que murieras, habría aceptado el dinero que me ofreció hace dos semanas por tu rostro.

– ¿Mi rostro?

– Cuando le dijiste que le abandonabas y que no ibas a devolverle el oro, me pidió que te matara.

– ¿Qué tiene eso que ver con mi rostro?

– Me dijo que había encargado una docena de bustos de ese maravilloso rostro y que no quería que nadie más los poseyera. Ni siquiera tú. Quería que te matara, que sacara mi cuchillo y te arrancara el rostro para entregárselo a él.

Cira se mareó.

– Locura.

– Estoy de acuerdo. Y como me gusta tu cara, rechacé la oferta. Pero eso implicaba que debía dejar Herculano durante unos días. Era muy probable que también hubiera puesto precio a mi cabeza. Sabía que éramos amantes. Por eso pensó que yo tendría la oportunidad de matarte.

– Eso si hubieras podido burlar a Domenico -dijo ella furiosa-. Domenico te habría cortado la cabeza y me la habría servido en una bandeja de plata.

– Esa fue la razón por la que Julio recurrió al soborno. Todo el mundo sabía lo bien protegida que estabas. ¿Dónde está Domenico? Debería estar aquí contigo.

– Le mandé a su casa, al campo.

– Porque no querías que Julio acabara con él. Para eso son los guardaespaldas, Cira.

– Me sirvió bien. No quería que… puedo cuidar de mí misma. ¿No deberíamos haber llegado al final del túnel?

– Hace una curva. Julio no quería que fuera demasiado fácil salir de su villa.

– ¿Y cómo es que conoces la salida?

– Me lo tomé como un asunto personal. Pasé muchas noches en estos túneles mientras estábamos juntos. No hubiera sido muy inteligente robar el oro y no saber cómo huir.

– Bastardo.

– Estaba dispuesto a compartir.

– Mi oro.

– Había suficiente para los dos. Me lo habría ganado. Te habría protegido y valorado tanto como al oro.

– ¿Por qué habría de creerte? ¡Por los dioses! Qué tonterías estás…

Estruendo.

Las rocas caen a su alrededor.

Una piedra afilada rasga la piel de Cira. Nota la sangre caliente corriendo por su brazo.

– ¡Deprisa!-Antonio tiraba de ella a través del túnel-. La estructura se está debilitando. Puede desplomarse en cualquier momento.

– Ya me doy prisa. ¡Estúpido! -Otra roca la hirió en la mejilla.

Más dolor.

Más sangre.

Más dolor.

Más dolor…


¡Despierta! Deja de gemir, por favor.

Sangre…

Abrió los ojos.

– Sangre -dijo jadeando.

– Despierta.

– Antonio…

No, era Trevor que estaba de pie a su lado en el columpio del porche.

Por supuesto que no era Antonio…

– Estoy despierta. -Intentaba recuperar su respiración normal-. Estoy bien. -Se incorporó sentándose y se frotó los ojos-. Debo haberme quedado dormida. ¿Qué hora es?

– Poco más de media noche. Vi que te acurrucabas en el columpio cuando relevé a Bartlett hace una hora. Pero dormías tan a gusto que pensé que te dejaría dormir hasta que te movieras. -Apretó los labios-. Pero eso fue antes de que empezaras a gemir. Fue muy desconcertante. No eres persona de gemidos. ¿En qué demonios estabas soñando?

Rocas que caían, sangre, dolor.

– No me acuerdo. -Arqueó la espalda para aliviar la rigidez. Debía haber estado enroscada en posición fetal durante horas. O quizá no-. ¿Cuánto tiempo ha durado el sueño? ¿Va todo bien?

– Ningún problema. El equipo de seguridad es bueno. Sólo he de recordarles que permanezcan atentos. El aburrimiento es nuestro peor enemigo. -Frunció el entrecejo-. No temas.

– Pues claro que sí. Sería estúpido si no tuviera miedo.

– ¿Estás tan asustada como para tener pesadillas?

– Todo el mundo tiene pesadillas.

– No de sangre. -Guardó un minuto de silencio-. Ni sobre Cira

Jane se incomodó.

– Por lo que veo he hecho algo más que gemir. ¿Qué he dicho?

– No pude entender mucho. Creo que has dicho «Cuidado, Cira. Demasiado tarde». Cuando te has despertado hablabas con un tal Antonio. -La miró directamente a los ojos-. Y si sabes de qué te estoy hablando, es que recuerdas la pesadilla.

– Y tú deberías haberme despertado enseguida en lugar de quedarte escuchando.

– Reconocerás que es normal que me llamara la atención oír el nombre de Cira.

– No me importa si es normal o no. No deberías haber escuchado.

– De acuerdo. -Se calló-. ¿En qué soñabas?

Apartó la mirada de él.

– ¿En qué crees que puedo soñar desde que me has hablado de ello. En túneles. Erupciones volcánicas. Una mujer que corre para salvar la vida.

– ¿Es la primera vez que sueñas con ella?

– No.

– ¿Cuándo empezaste a soñar?

– No te importa. -Se levantó y recogió su ordenador portátil-. Hemos dejado que te inmiscuyeras en nuestras vidas, pero apártate de mis sueños, Trevor.

– Suponiendo que pueda.

– ¿Qué quiere decir con suponiendo que pueda?

Se encogió de hombros.

– Me cuesta mucho no sentirme atraído por todos los aspectos de tu vida. Créeme, he intentado mantenerme a distancia, pero no funciona.

– Sigue intentándolo. -Dio un paso hacia la puerta-. No te necesito como confidente. Tengo a Eve y a Joe. Si quiero hablar de Cira o de cualquier otra cosa, hablaré con ellos.

Trevor levantó la mano en señal de disculpa.

– Muy bien. Muy bien. Ya lo he captado. -Se quedó de pie observándola mientras abría la puerta mosquitera-. Si cambias de opinión…

– No cambiaré. ¿Por qué debería?

– Por curiosidad. -Esbozó una ligera sonrisa-. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que quizá no seas la única que sueña con Cira?

La mirada de Jane voló hacia Trevor.

– ¿Qué?

– ¿De qué te sorprendes? Parece que nos domina a todos. Yo empecé a soñar con ella hace un par de años, cuando leí los manuscritos.

Se humedeció los labios.

– ¿Qué tipo de sueños?

– Cuéntame los tuyos y yo te contaré los míos -le dijo moviendo la cabeza y con tono suave.

– Y tú probablemente confeccionarás los tuyos.

Trevor se rió entre dientes.

– Mujer de poca fe. -Empezó a bajar los peldaños-. Si te decides a hablar, ya sabes dónde estaré.

– No quiero hablar. Y no me importan tus malditos sueños. -Cerró de golpe la puerta mosquitera.

Pero sí que le importaban. Él sabía que esa pequeña concesión la intrigaría. ¿Alguien más soñaba con Cira?

Si es que eso era cierto.

Ella no iba a prestarse a un posible ridículo para satisfacer su curiosidad.

Y la suya propia, ¡condenado!

Dahlonega, Georgia Tres días después

Eve Duncan.

Joe Quinn.

Mark Trevor.


Aldo cerró la tapa de su ordenador portátil y se reclinó con un suspiró de satisfacción mientras miraba el listado. Sabía lo suficiente como para poner el plan en acción. Qué pena que los enemigos de Cira no hubieran tenido acceso a Internet. La información habría sido un arma formidable para acabar con ella. Había sido blanda en muchos aspectos. Con su guardaespaldas al que le salvó la vida. Con el niño que encontró en la calle y que recogió en su casa. Lo único que Julio hubiera tenido que hacer habría sido encontrar su punto débil y utilizarlo para matar a esa zorra. Y para ello, la información siempre es la clave.

Quizá Julio la mató. Pero si lo hizo, no impidió que quedaran vestigios de su presencia que podían atormentar y destruir. Debería haberla borrado de la faz de la tierra.

Como iba a hacer él.

Había preparado el camino hacia Jane MacGuire todo lo que había podido. Ahora tenía que hacer un reconocimiento, descubrir los obstáculos y luego podría proseguir con todo el ritual de costumbre.

Sonrió al mirar la maleta que tenía al otro lado de la habitación del motel.

Fuego verde. Fuego encantadoramente letal.

«¿Me estás esperando, Cira»


– El correo -anunció Trevor mientras subía los escalones-. Facturas, una postal de la madre de Eve desde Yellowstone. Dos paquetes de FedEx. Uno para Eve y otro para ti.

– Espero que te haya gustado la postal -dijo Jane apartando el ordenador-. Empiezas a saber demasiadas cosas de nosotros.

– Nunca puede ser demasiado -sonrió-. Y no he leído la postal, sólo la firma. El paquete para Eve es de una universidad de Michigan. El tuyo es de un centro de negocios Mail Boxes Unlimited de Carmel, California. ¿Conoces a alguien en Carmel?

Jane asintió.

– Sarah Logan. Ella y John viven en el 17 de Mile Strip. Fue quien me regaló a Toby.

– Entonces, es una buena amiga. Ven, abriremos los paquetes.

– Puedo abrir el mío.

– No, no puedes. Tú no abres nada. He revisado el buzón y parecía normal, pero nunca puedes estar seguro.

– ¿Qué? -preguntó ella levantando las cejas-. ¿No había una bomba? ¿Ni ántrax?

– No tiene gracia. De hecho, le he pedido a Quinn que me trajera un escáner portátil para detectar bombas.

– ¿Para qué? Una bomba es un arma de destrucción actual. No existían en Herculano.

– Cierto. Pero un volcán explota y una bomba también. Es una probabilidad muy lejana, pero no quiero correr riesgos. En cuanto al ántrax, no lo creo. Pero podría haber encontrado algún otro polvo volcánico y por eso lo abro. -Abrió la puerta-. ¿Vienes?

Ella se levantó.

– Es bastante normal que Sarah me envíe regalos. Viaja por todo el mundo y le compra juguetes a Toby y detalles para Eve y para mí.

– Una mujer encantadora. Veamos qué os manda esta vez.

Trevor mantenía la puerta abierta esperando a Jane y estaba claro que no tenía intención de entregarle el paquete. Ella se encogió de hombros y entró antes que él en la casa.

– No voy a discutir. Pero tú mismo dijiste que seguramente Aldo preferiría asesinarme con sus propias manos.

– Sí, pero no estoy dispuesto a cargar con las consecuencias si me equivoco. -Trevor sonrió a Eve, que estaba trabajando en una reconstrucción en su estudio al otro lado de la sala-. Correo, Eve. Tú madre se lo está pasando bien en Yellowstone.

– Has dicho que no habías leído la postal -dijo Jane tajante.

– No lo he hecho. Pero por lo que sé todo el mundo se lo pasa bien en Yellowstone. ¿Dónde quieres que te deje las cartas, Eve?

– En la mesa de centro. -Levantó las manos llenas de arcilla-. Si lo cojo ahora, lo voy a empastar todo y no podré leerlo.

– ¿Cómo te va la reconstrucción?

– Bastante bien. Ya he tomado las medidas y ahora estoy empezando con el molde. Pero nunca lo sé realmente hasta las etapas finales.

– Sí, ya me lo habías dicho. -Trevor empezó a separar el correo de Eve sobre la mesa de centro-. Interesante…

Jane les miró a los dos enfurecida. No se había dado cuenta hasta ahora de lo bien que se habían adaptado el uno al otro. Le había visto hablando con Eve en algunas ocasiones e incluso les había visto tomar una taza de café cuando ella le llevaba una jarra a Bartlett.

Eve se volvió a girar hacia el pedestal.

– ¿Le han enviado algo a Jane?

– Un paquete. Cree que es de Sarah Logan.

– ¿Otro? Hace unas semanas le mandó una correa de Marruecos… -Sus manos se movían esculpiendo y su tono era ausente. Un momento después Jane sabía que estaba totalmente absorta en su trabajo y que ya no estaba con ellos.

– ¿Dónde está Quinn? -preguntó Trevor mientras acabada de apilar las facturas.

– En la comisaría. Christy había programado una videoconferencia con Scotland Yard y la policía de Roma para hablar sobre Aldo. -Jane le lanzó una fría mirada y se sentó en el sofá-. Y la policía local italiana no ha encontrado ningún rastro de ningún túnel a las afueras de Herculano. Ni ninguna villa que perteneciera a Julio Precebio.

– Ya te dije que no lo encontrarían.

– Porque hiciste todo lo posible para ocultarlo. Cuando todo esto termine tendrás que responder a muchas preguntas.

– ¡Hum! -Trevor estaba abriendo el paquete postal-. Ya me siento debidamente intimidado.

– No, no es verdad -le dijo Jane enfadada.

– No, pero siento decepcionarte. -Su sonrisa se esfumó al abrir la tapa-. Hay otro paquete dentro. -Se apartó del sofá donde estaba sentada Jane y se fue hacia la puerta-. Es pequeña, de terciopelo y no parece contener ningún juguete para Toby. Creo que lo abriré en el porche.

Jane no pudo evitar ponerse tensa.

– Para. ¿No te estás excediendo?

– Quizá.

Miró en la caja de FedEx y abrió lentamente la cajita de terciopelo.

– ¿Qué es?

– Un anillo.

– ¿Una joya? -Se sintió aliviada y se puso de pie de un salto siguiendo a Trevor por la habitación-. Déjame verlo.

– Un momento. -Sostuvo el anillo en alto para verlo a la luz.

– Ahora. -El anillo era una banda ancha de oro con intricados grabados y la piedra que tenía encastada era de color verde pálido brillante, demasiado pálido para ser una esmeralda, probablemente un peridoto-. ¿Crees que Sarah me mandaría un anillo de los Borgia con veneno o algo parecido?

– No. -Le apartó el anillo-. Pero no creo que esto sea de Sarah. ¿Por qué no la llamas mientras lo reviso?

La mirada de Jane pasó del anillo a la cara de Trevor y lo que vio hizo que se engrandaran sus ojos. ¿Por qué?

– Llámala -repitió-. Si es de ella, podrás darle las gracias. Me quedaré aquí esperándote.

Ella dudó, tentada a negarse a hacer lo que le pedía y a enfrentarse a él. Jane entró en la casa, descolgó el teléfono y llamó a Sarah en Carmel.


Trevor estaba de pie bajo la luz del porche cuando Jane salió de la casa transcurridos cinco minutos.

– No lo ha mandado ella -dijo Jane cansinamente-. No sabía nada de esto. ¿Ha sido Aldo?

Trevor asintió con la cabeza.

– Eso creo.

– ¿Por qué iba a enviarme un anillo? Es un peridoto, ¿verdad?

– No lo creo. Se parece y la mayor parte de la gente lo confundiría con un peridoto.

– Entonces, ¿qué es?

– Es una vesubianita.

– ¿Qué demonios es eso?

– Cuando un volcán emana tefra a veces forma una sustancia que se cristaliza y se puede pulir y refinar hasta parecerse a una gema. Puede que hayas visto la helenita, la gema de color verde oscuro que se hizo popular tras la erupción del Monte Saint Helens.

– Pero ¿esta procede del Vesubio? -Jane estaba fascinada por el anillo que Trevor sostenía en su mano-. Estaba bromeando, pero ¿podría ser algún tipo de anillo envenenado?

Trevor lo negó con la cabeza.

– Lo he examinado. Es justamente lo que parece. Es evidente que no quería matarte.

– Es precioso… ¿Por qué querría regalarme algo tan bonito?

– ¿Cómo te sientes?

– Enfadada y confusa.

– Y ¿tienes miedo?

¿Era el miedo la base de todas esas emociones? Sólo sabía que se había estremecido.

– No es más que una joya.

– Pero te ha descentrado.

– Y eso es lo que quería. Quiere que tenga miedo y esté aterrorizada. -Alargó su mano y tocó el anillo de oro. Estaba caliente por la mano de Trevor, pero no pudo calentar el helor que recorría su cuerpo-. Y quiere que sepa que no se ha olvidado de mí.

Trevor asintió.

– Es un juego mental.

– Cabrón.

– Si sabe que todavía no te puede tocar, probablemente empeorará. Un poco de tormento a distancia será muy satisfactorio para él.

– ¿Crees que me está vigilando?

Trevor se encogió de hombros.

– No desde cerca. Te lo garantizo, Jane.

– Y te puedo asegurar que querrá ver si al haberme enviado esto… ha conseguido hundirme. ¿Qué tipo de satisfacción puede obtener de imaginar el sufrimiento? -Jane notaba que la ira aumentaba a cada instante-. ¡Oh, no!, querrá ver que me ha hecho daño.

– Posiblemente.

– No, con seguridad. -Le cogió el anillo de la palma y se lo puso en su dedo índice-. Entonces, que vea que no me ha afectado nada.

Trevor echó la cabeza hacia atrás y se rió.

– Debería haberlo supuesto. Puede que Aldo haya llevado esta chuchería encima durante años, pero ¿no crees que Quinn querrá averiguar de dónde procede?

– Puede hacerle una foto.

El anillo le apretaba y era muy pesado para su mano, como una pitón enroscándose sobre su víctima. Pero ella no era una víctima y se lo iba a demostrar. Todavía sentía ira, pero ahora estaba mezclada con euforia y entusiasmo.

– Me lo voy a poner.

Trevor dejó de sonreír.

– Esto te está gustando demasiado. ¿Qué estás planeando? ¿Un poco de incitación para cabrear al tigre?

– No es un tigre, es una babosa. ¿Y qué más te da si le incito? Puede que le haga salir a la luz.

Trevor guardó silencio durante un momento.

– Tienes razón. Puede que funcione, si eso no va a hacer que te desmorones. -Empezó a bajar los escalones del porche-. Y curiosamente, me preocuparía si te sucediera eso.

– Pero, no vas a intentar disuadirme.

– No, siempre he sido un hijo de perra. Haz lo que te plazca. Te apoyaré en lo que hagas.


– Sarah acaba de llamarme. -Eve acababa de salir de su estudio y estaba de pie en la sala de estar cuando Jane entró en la cabaña un segundo después-. Estaba preocupada. Me ha dicho que no parecías tú. ¿Qué pasa con este anillo, Jane?

Jane levantó la mano con un aire bravucón.

– Un regalo de Aldo. Una vesubianita. Es bonita ¿verdad?

Eve se incomodó.

– Estás loca. ¿Qué está pasando?

– Esto es una prueba de que no me ha olvidado y de que pasará a realizar otras hazañas.

– Sarah me ha dicho que fue enviado desde una franquicia de Mail Boxes Unlimited de Carmel.

– Él no está en California. Quiere ver si el anillo ha tenido el efecto deseado. -Jane apretó los dientes-. Probablemente espera que me acobarde y me esconda debajo de la cama.

– Pareces estar muy segura. -Eve atravesó la habitación y le tomó la mano-. Parece bizantino.

– Estoy segura de que se supone que ha de ser romano. Pero, ¿qué puedes esperar? Probablemente ha comprado lo que ha encontrado. No creo que haya mucha vesubianita por ahí.

– Entonces, será más fácil descubrir de dónde procede. Sácatelo.

– No

– Jane.

– No. -Le apartó la mano-. Lo voy a llevar. No voy a dejar que piense que puede asustarme. Lo llevaré y haré alarde de él como si fuera el regalo de un amante.

– ¿Amante?

– Eso es lo que haría Cira. -Sonrió con inquietud-. ¿Cree que soy Cira? Bueno, pues actuaré como ella. Ella nunca hubiera dejado que un bastardo asesino la amedrentara. Le plantaría cara, le provocaría y buscaría la forma de acabar con él.

– ¿De verás? -Eve la miró fijamente-. ¿Y cómo sabes tú eso, Jane?

– Así es como la ha descrito Trevor. -Jane movió la cabeza-. No, no voy a mentirte. Siento que es así.

Eve se calló unos momentos.

– ¿O es que lo has soñado? Nunca me dijiste el nombre de la mujer de tus sueños. ¿Era Cira?

Inteligente y sensata, Eve. Debería haber supuesto que la empatía entre ambas era tan intensa que Eve habría notado lo que pasaba por su mente.

– Sí. Pero, no es que… Por lo que sé, estoy haciéndome una composición de lugar de cómo la ve Aldo o quizá de cómo la ve Trevor. Puede que alguna vez leyera algo y no lo recuerde. O quizás estoy teniendo fases de videncia. No es probable, pero prefiero pensar eso a pensar que estoy tan loca como para creer que conozco a Cira por un sueño -se apresuró a decir.

– Creo que estás excusándote demasiado -dijo Eve-. No tienes por qué darme explicaciones. Pensé que eso ya lo teníamos claro. -Volvió a mirar el anillo-. Sácatelo.

– Te he dicho que…

– Sé lo que me has dicho -dijo Eve tajante-. Y sé que es como ponerle un capote rojo a un toro. Sácatelo.

– Pensará que le tengo miedo.

– No me importa.

– A mí sí. -Podía sentir cómo se le hacía un nudo en la garganta mientras miraba a Eve. ¡Señor, qué difícil era eso!-. Te quiero, Eve. Jamás haría algo que pudiera hacerte daño.

– Entonces, sácatelo.

Jane sacudió la cabeza.

– Estás equivocada. No podemos rendirnos a él. Yo incluso podría hacerle salir de su escondrijo y conseguir que cometiera algún error si le enojo lo suficiente. De lo contrario, si doy un paso hacia atrás, él dará un paso hacia delante. Y no voy a dejar que me acorrale en un rincón donde pueda arrancarme la cara. -Jane vio que Eve se estremecía-. Lo siento. Pero, eso es lo que él quiere. Quiere asustarme y que me ponga de rodillas. No podemos concedérselo.

– Tampoco te voy a entregar a él. ¿Por qué no…? -Eve cerró los ojos y respiró profundo-. Estoy perdiendo el tiempo. -Abrió los ojos-. Y quizá tengas razón. No lo sé. Pero lo que sé es que si vas a restregarle ese anillo por las narices a Aldo hemos de asegurarnos de que estás a salvo -añadió apesadumbrada. Se dirigió al teléfono-. Voy a llamar a Joe. Sácate el anillo, trae la cámara digital y haz algunas fotos para ver si pueden localizar dónde lo compró Aldo.

– Eve…

– No estoy enfadada contigo. -Eve descolgó el auricular-. Sólo estoy cansada y frustrada y quiero que atrapen a ese maníaco antes de que acabe volviéndonos locos a todos. -Sonrió-. No, con esto no estoy diciendo que tú estés loca. Pero sí que eres obstinada y de ideas fijas. Ahora ve a buscar la cámara y saca las fotos.

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