Capítulo 7

– ¡Bingo!-dijo Christy cuando Joe descolgó el teléfono a la mañana siguiente-. Tenemos información sobre Trevor.

– Cuéntame.

– Nació en Johannesburgo hace treinta años y se llama Trevor Montel, no Mark Trevor. Sus padres eran hacendados que fueron asesinados por las guerrillas cuando él tenía diez años. Le metieron en un orfanato y siempre tuvo algún que otro problema hasta que huyó cuando tenía dieciséis. Los informes de los profesores eran muy controvertidos. Unos querían meterle en la cárcel para siempre, mientras que otros querían darle una beca y enviarle a Oxford.

– ¿Por qué?

– Porque es brillante. Era una especie de niño prodigio. Una de las mentes más agudas que habían visto los profesores. Matemáticas, química, literatura. Destacaba en todas las asignaturas. Sus puntuaciones superaban todas las previsiones. Estamos hablando de un genio.

– De ahí lo del conteo de cartas.

– Ésa es su profesión más conocida. Ya sabes lo de sus años como mercenario; luego hay varios años de los que no tenemos información sobre él. Después empezó con el circuito de los casinos; también se sabe que se ha dedicado al contrabando y que ha traficado con antigüedades. Una vez le arrestaron en Singapur por intentar robar en ese país una valiosa vasija de la dinastía Tang. Les persuadió de que él no tenía nada que ver con eso, pero quedó bajo sospecha. Parece ser que tenemos muchas sospechas y ningún hecho respecto a Trevor. O bien ha andado con pies de plomo o es tan inteligente como dicen.

– Inteligente. Nada tuvo de cauteloso el modo en que llegó a mi casa. Hemos de encontrar la conexión entre Trevor y Aldo. ¿Nos ha dado alguna pista el retrato de Aldo?

– Todavía no. Es una pena que no consiguieras sus huellas.

– Imposible. Hasta las borró del collar del perro. ¿Qué hay de las cenizas volcánicas?

– Hemos estrechado el círculo a tres lugares: Krakatoa en Indonesia, Vesubio en Italia o La Soufriere en la isla de Montserrat del Caribe.

– Cielo. Eso no es lo que yo llamo estrechar el círculo. Estamos hablando de lugares que están en las antípodas entre ellos.

– Están trabajando en refinar las pruebas. Según el laboratorio no va a ser tan difícil. Todo volcán tiene su propia firma tefra.

– ¿Tefra?

– Material piroclástico granulado fino.

– O sea, cenizas.

– Sí, estoy empezando a hablar como los muchachos del laboratorio, ¿verdad? ¡Qué Dios me ayude! Resumiendo, las partículas granuladas tienen su propia firma. Generalmente, se puede localizar el volcán del que han sido extraídas. De hecho, los científicos pueden decir de qué orificio del volcán se ha sacado la tefra.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Indicios mezclados. Están perplejos.

– Estupendo.

– Les estoy presionando. Lo conseguirán. -Se detuvo-. Sé que esto puede parecerte eterno, Joe. Si estuviera en tu lugar odiaría cada minuto de retraso. Sólo quiero que sepas que en el cuerpo todos te apoyamos y que estamos trabajando sin cesar.

– Lo sé. Gracias, Christy.

Cuando colgó se fue a la ventana y vio a Jane sentada junto al lago. Toby estaba echado a sus pies. El sol brillaba, el cielo estaba azul, el lago transparente y tranquilo. La escena debería ser tranquilizadora.

Pero no lo era.

– Está esperando. -Eve se había acercado para estar junto al lado de la ventana. Su mirada estaba puesta en Jane-. En estos dos últimos días ha pasado muchas horas junto al lago. Dice que está disfrutando del sol. Pero le está esperando.

Joe asintió con la cabeza. También había percibido una ligera tensión en el cuerpo de Jane, un aire casi visible de expectación.

– ¿Aldo?

– O Trevor. -Eve se encogió de hombros-. Quizás a ambos. Puesto que ella no admitirá que está esperando a nadie, no es probable que lo averigüemos. No sé cómo puede pensar que se le van a acercar. -Añadió con un tono de preocupación-. Si lo consiguen, estrangularé personalmente a los hombres que estén de guardia ese día.

– Tendrás que ponerte a la cola -dijo Joe. Apartó la mirada de Jane-. Ha llamado Christy para darme más información sobre Trevor. Ahora te pongo al día.

– Vale. -Pero la mirada de Eve seguía puesta en Jane-. Sé cómo se siente -susurró-. Yo también les estoy esperando.

Charlotte, Carolina del Norte

No era perfecta, pero tendría que contentarse.

Aldo patrullaba lentamente detrás de ella observando cómo caminaba por la calle y el movimiento de sus caderas con su minifalda y su chaqueta ribeteada en piel. Sabía que la habitación de su hotel se encontraba a cinco manzanas porque la había visto llevar a dos de sus clientes esa tarde. Esperó hasta que ella estuvo lo suficientemente lejos como para que resultara más razonable para los dos ir en coche que andando. Una vez en el coche siempre era mucho más fácil.

Aceleró y se acercó a la acera para ponerse a su lado y bajó la ventanilla.

– Una noche fría, ¿verdad? -dijo él sonriendo-. Pero creo que tú podrías calentar a cualquier hombre. ¿Cómo te llamas?

Se acercó a él y apoyó los codos en la ventanilla.

– Janis.

A esa distancia pudo darse cuenta de que era menos perfecta de lo que había pensado. Sólo tenía un aire al original. Su piel estaba marcada por el acné, los ojos estaban demasiado juntos y los pómulos no eran tan definidos como los de Jane MacGuire.

Pero podría arreglárselas con esa mujer aunque en circunstancias normales se habría preguntado si la molestia valía la pena. Ahora que la búsqueda había concluido no tenía por qué ser tan selectivo. Sacó el billete de cien dólares que había pegado en la visera del coche.

– ¿Tienes algún sitio adonde ir?

A ella se le abrieron los ojos.

– En la calle Quinta. -Abrió la puerta del coche-. Puedo hacer que te lo pases bien, pero nada de perversiones. Ni látigos ni cuerdas.

– Ni látigos ni cuerdas. Lo prometo. -Puso el seguro en cuanto ella entró en el coche-. Janis es un nombre muy bonito, pero ¿te importa si te llamo Cira?


Joe colgó el teléfono y se giró hacia Eve.

– Han encontrado a una mujer en una cuneta de la carretera en las afueras de Charlotte, Carolina del Norte. Sin rostro. El mismo modus operandi como las otras víctimas de Aldo.

– ¿Charlotte? Eso está lejísimos de aquí. ¿Se ha marchado? ¿Debo sentirme aliviada?

– No, podría ser un imitador. -Cogió su chaqueta-. De todos modos voy a ir para asegurarme. Te llamaré desde Charlotte. No dejes que Jane salga de la cabaña. Les diré a los muchachos que están de guardia que me marcho y que estén más alertas.

– Pero ¿podría significar que hubiera decidido que Jane no merecía el riesgo?

– Quizá, pero no cuentes con ello.

Eve observó cómo bajaba corriendo los escalones. No, no podía contar con nada, pero tampoco podía evitar sentirse un poco aliviada. Charlotte estaba a miles de kilómetros de distancia y en otro estado. Quizás ese bastardo estaba dando muestras de tener algo de juicio y se había dado cuenta de que no dejarían que tocara a Jane. ¡Señor, eso sería fantástico! Era terrible sentir ese alivio a costa del infortunio de otro.

Sonó el teléfono.

– ¿Diga?

No hubo respuesta.

La persona que estaba al otro lado del aparato colgó.

Alguien que se equivoca pensó mientras colgaba el auricular. La gente les llamaba continuamente. Era de mala educación colgar sin decir nada, pero era bastante corriente. También podía ser una de esas llamadas de televenta generadas por un ordenador que hubiera resultado fallida.

No tenía por qué ser Aldo.

Estaba en Charlotte o en alguna parte de esa zona. Había perdido interés por Jane y se había largado.

«Aquí no. Ruego a Dios, que aquí no».


– Es posible -dijo Joe cuando llamó esa tarde desde Charlotte-. Las mismas características que en los demás casos. Cenizas junto al cuerpo. Mujer joven. Sin rostro. No lleva muerta ni cuarenta y ocho horas. Atuendo muy provocativo. Signos de que ha habido relación sexual. Podría tratarse de una prostituta. El cuerpo de policía de Charlestton ha encargado a la brigada antivicio que hiciera averiguaciones sobre las prostitutas de la zona.

– ¿Regresas esta noche?

– Probablemente, no. Voy a trabajar en el ordenador y a revisar los archivos de fotos de la brigada antivicio para ver qué puedo descubrir; puede que sea más rápido que ir por ahí preguntando a putas y chulos.

Eve se estremeció.

– Para comprobar si hay alguna que se parezca a Jane.

– Es para estrechar el círculo. Ningún imitador sabría que las mujeres tienen rasgos parecidos. ¿Cómo está Jane?

– Bien. Igual.

– ¿Y tú?

– Impaciente hasta la saciedad.

– Yo también. Déjame trabajar para ver si puedo regresar a casa cuanto antes. -Hizo una pausa-. Te echo en falta. Ésta es la primera vez en todos estos años que estoy lejos de ti durante más de unas horas. -No esperó a que Eve contestara-. En cuanto averigüe algo te lo diré. -Colgó.

Ella pulsó lentamente la tecla de colgar. También le echaba de menos. Hacía sólo nueve o diez horas que se había marchado y sentía el mismo vacío. ¡Jesús!, a veces también había estado esas mismas horas fuera resolviendo casos sin salir de la ciudad. Era una estupidez sentirse así.

– ¿Era Joe? -Jane estaba de pie en la puerta-. ¿Es un imitador?

– No está seguro. Podría ser él. Creen que la víctima podría ser una prostituta. Joe se ha quedado para revisar los archivos de fotos. -Se fue a la cocina-. Voy a abrir una lata de sopa de tomate para cenar. ¿Quieres hacer unos sandwiches de queso calientes?

– Claro que sí. -Jane arrugó la nariz-. Está buscando mi cara. ¿No es cierto? Es deprimente pensar que hay tanta gente que se parece a mí. Supongo que a todos nos gusta pensar que somos únicos. -Abrió la nevera y sacó el queso-. Quizá debería plantearme lo de la cirugía estética.

– Ni lo sueñes. Tu cara es única. Todos somos únicos. ¿Quién puede saberlo mejor que yo? ¿Sabes cuántas caras he reconstruido?

– Prefiero no adivinarlo. -Empezó a hacer los sandwiches de queso-. Sabes que no he llegado a ver la reconstrucción de Caroline Halliburton, sólo la foto. Debiste pensar que se parecía a mí.

– Sí. Pero hay diferencias. Tu labio superior es más grueso. Tus cejas están más arqueadas. -La estudió un poco-. Y nadie tiene una sonrisa como la tuya.

Jane se rió.

– Pero nunca haces tus reconstrucciones con una sonrisa.

– Justamente. -Puso la sopa en un cazo-. Por lo tanto, eres única.

– Y tú también. -La sonrisa de Jane se fue desvaneciendo mientras sacudía la cabeza-. Estaba bromeando cuando he dicho lo de la cirugía estética.

– Lo sé. -Apagó el fuego-. Pero ha de ser molesto pensar que eres una de…

Sonó el teléfono.

– Ya lo cojo yo. -Jane se apartó de la cocina.

– ¡No! -Eve se apresuró a coger el teléfono-. Yo responderé. Tú vigila los sandwiches.

– Muy bien. -Jane frunció ligeramente el entrecejo arqueándosele las cejas-. Lo que tú digas.

– ¿Diga?

– ¿Susie?

Era la voz de una mujer. Eve se sintió aliviada.

– No, se ha equivocado de número.

– No puede ser. Esta es la tercera vez que lo intento. Debe haber un cruce de líneas. He tenido todo tipo de problemas de conexión para llamar a mi hija, Susie. A veces, ni siquiera consigo establecer la llamada. -La mujer suspiró-. Debo tener algún mal karma con el teléfono. Siento haberla molestado.

– No se preocupe. Espero que consiga hablar con ella. -Eve colgó y volvió a la cocina-. Se había equivocado.

– Por el modo en que has saltado para descolgar he supuesto que pensabas que volvía a ser Joe. No le pasa nada, ¿verdad?

– Tiene ganas de volver a casa. Por lo demás está bien.

Y ella también. Esa otra llamada también debía haber sido una equivocación como había imaginado. Su rostro se iluminó con una sonrisa.

– ¿Ya están esos sandwiches? Estoy muerta de hambre.


Janis Decker

Casi se la salta.

Joe se inclinó hacia la pantalla del ordenador para ver mejor la foto. Sólo guardaba una leve semejanza con Jane, pero puede que para Aldo bastara. Veintinueve años. Arrestada por prostitución en tres ocasiones durante los últimos cinco años.

– ¿Has encontrado algo? -El detective Hal Probst del cuerpo de policía de Charlestton estaba mirando por encima de su hombro.

– Quizás. -Apretó la tecla para imprimir el informe-. ¿Puedes pedir a los chicos de la brigada antivicio que hagan circular esto? A ver si descubren si alguien sabe algo de ella. Sería conveniente comprobar sus huellas con las de la víctima.

– De acuerdo. Ahora mismo les iré a decir que se pongan a ello. -Probst sacó la hoja de la impresora-. Cuanto antes empecemos a actuar tanto mejor. Este caso es demasiado sangriento para nuestros delicados políticos. Van a estar todo el tiempo detrás de nosotros. Ojalá ese tipo se hubiera quedado en Atlanta.

– Puede que no sea ella. -Se frotó los ojos-. Cuatro horas delante de la pantalla del ordenador puede que me hagan ver doble.

Probst ladeó la cabeza, estudiando la foto de archivo.

– Se parece un poco a la reconstrucción que apareció en la prensa.

– Hago hincapié en lo de «un poco». -Joe se recostó en la silla-. Si es nuestro hombre, esta vez no ha sido tan selectivo. ¿Cuánto tardarás en saber los resultados de las huellas dactilares?

– En unas horas. Tardaré más en conseguir un informe de la brigada antivicio, pero… -Sonó el móvil de Probst-. Probst. -Escuchó-. Muy bien, estoy en ello. -Miró a Joe mientras colgaba-. Puede que tengamos otras huellas que cotejar. Tenemos un informe del cuerpo de policía de Richmond. Unos excursionistas han encontrado el cuerpo de otra mujer cerca de un lago que está a las afueras de la ciudad.

Joe se puso tenso.

– ¿El mismo modus operandi?

Probst asintió con la cabeza.

– De momento, lo único que sabemos es que no tiene rostro.


– Richmond, Virginia -repitió Eve-. Eso no está lejos de Washington. Se está desplazando costa arriba. Y alejando de Atlanta -añadió aliviada-: ¿Cuándo fue asesinada?

– En las últimas veinticuatro horas.

– He de seguirle la pista. Hay indicios de que está empezando a ponerse nervioso. No fue cuidadoso al elegir a Janis Decker y nos ha dejado unas huellas para trabajar. Los hombres nerviosos cometen errores. Suelen tropezar y si estás en el lugar apropiado les atrapas. -Se calló un momento-. A menos que prefieras que vuelva a casa. Si estás nerviosa, sólo tienes que decírmelo.

– Pues claro que estoy nerviosa. Eso no significa que tengas que volver corriendo. Yo puedo cuidar de Jane -añadió furiosa-: Tú encárgate de atrapar a ese bastardo.

– Lo haré. Te llamaré en cuanto sepa más detalles al llegar a Richmond.

Inspiró profundo al colgar el teléfono. Primero Charlotte y ahora Richmond. Cada una de esas ciudades era como dar un paso gigante para alejarse de Atlanta y de Jane. Salió al porche y se sentó en el balancín al lado de Jane.

– Hermosa noche.

– Estás de buen humor.

– No debería estarlo. Ha habido otro asesinato en Richmond. El mismo modus operandi. Joe se dirige hacia allí. Cree que Aldo empieza a ser imprudente.

– Espero que tenga razón. -La mirada de Jane se perdió en el lago-. Está totalmente desquiciado, ¿sabes? Esa noche me di perfecta cuenta. Sé que la mayoría de los asesinos en serie tienen alguna tuerca floja, pero guardan algún instinto de supervivencia. No creo que ese sea el caso de Aldo.

– Entonces, será más fácil atraparle.

– He dicho desquiciado, no estúpido. -Le dio una palmadita a Eve en la mano-. Pero Joe le atrapará de todos modos. No va a dejar que ese cabrón se salga con…

Sonó el teléfono.

– Maldita sea, ahora que empezaba a sentirme bien -renegó Eve-. ¿Qué te juegas que es la señora que intenta hablar con Susie?

– Nada -respondió Jane sonriendo-. ¿Cuántas veces ha llamado?

– Cuatro veces esta tarde. -Suspiró-. No debería ponerme tan nerviosa. Estoy segura de que no es culpa suya, siempre ha sido muy amable.

– Quédate ahí. Ya lo cojo yo. -Jane se levantó de un salto y se fue hacia la puerta-. Enseguida vuelvo.

Eve se recostó. Era estupendo estar ahí sentada con el aire fresco acariciando su rostro con la luna llena de otoño brillando sobre el lago. Le traía viejos recuerdos de otras noches cuando ella, Joe y Jane se sentaban allí para hablar y reírse antes de irse a la cama. Jamás había considerado insignificantes esos momentos, pero quizá no los había valorado lo suficiente. ¡Señor, cuánto deseaba que volvieran esos tiempos! Cerró los ojos y se puso a escuchar los sonidos de la noche.

Oyó que Jane regresaba a los pocos minutos y abrió los ojos para ver cómo se sentaba a su lado en el balancín.

– ¿La madre de Susie?

– ¿Quién si no?

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