Capítulo 5

Estaba demasiado oscuro y no habían encendido la luz del porche. Aldo bajó los prismáticos profundamente decepcionado. Cuando las dos mujeres habían salido al porche, pensó que podría verlas con claridad, pero sólo habían sido un par de sombras borrosas.

No obstante, sabía que una de ellas era Jane MacGuire. Podía sentir su exquisita fortaleza, su extraordinaria fuerza, la poesía propia de ella. Cuando se arrodilló delante de la otra mujer y le puso la cabeza en la falda, había sido un gesto muy característico y familiar. Podía conmover el corazón con un gesto, controlar a quienes tuviera alrededor con una sonrisa o con una lágrima, pensó amargamente.

Ahora estaba haciendo lo mismo con esa mujer, que debía ser Eve Duncan. La mujer todavía la seguía con la mirada y Aldo casi podía sentir el amor que irradiaba entre ellas. No le sorprendió cuando descubrió que Jane vivía con la escultora forense que había hecho la reconstrucción de Caroline Halliburton. Era una señal más de que el círculo se estaba cerrando.

Ni siquiera el coche patrulla que había aparcado en la carretera le había intimidado. Se podía mover por esos bosques tan silenciosamente como un animal salvaje. Y esos policías en la puerta vigilando no eran más que un indicativo de que ella sabía que él estaba cerca y que tenía miedo.

Como debía ser.


Joe estaba estirado sin moverse en la oscuridad del dormitorio cuando Eve se introdujo en la cama, pero pudo notar que no dormía.

– Jane ha tenido otra pesadilla -dijo mientras se tapaba con la manta-. He tenido que hablar con ella.

– ¿Y?

– Corre por un túnel, no puede respirar, hay alguien en el túnel con ella, pero no le tiene miedo. -Se abrazó a él y le puso la cabeza en su hombro-. Parece una pesadilla típica, pero con Jane nada es típico. Tendremos que estar pendientes de ella.

– De eso no cabe la menor duda -dijo Joe tajante-. Especialmente bajo estas circunstancias. Y si es tan típico como me has dicho, no creo que hubierais estado las dos ahí fuera en el porche tanto rato.

Eve guardó silencio por un momento.

– Me ha dicho que a veces no está segura de que sea un sueño.

– No, eso no es típico.

– Y asusta un poco.

– No, sólo hay que hacerle frente. -Joe acarició suavemente su cabello en la zona de la sien-. Tú también has tenido tus sueños con Bonnie y ambos luchamos para que lo superaras.

Oh, sí, Eve recordaba esos primeros años después del secuestro de Bonnie, cuando él había sido su puntal en su angustioso torbellino de desesperación. Pero no había compartido con él estos últimos años de sueños sanadores con Bonnie. Eran demasiado extraños. ¿Cómo interpretaría él esas visiones?

– ¿Eve?

– ¿Y si ella tiene razón, Joe? A veces me pregunto… ¿Cómo sabemos qué es real y qué es un sueño?

– Lo sé. -La besó suavemente en la frente-. No te pongas filosófica. ¿Quieres saber lo que es la realidad? Pregúntale a un policía cabezota como yo. Nosotros la vivimos y la respiramos.

– Es verdad.

Él debió sentir un ligero alejamiento mental porque su brazo se tenso a su alrededor.

– Vale, no soy la persona más sensible del mundo. Pero estoy contigo y con Jane para lo que haga falta. Acepta lo que puedo darte.

– Eres sensible, Joe.

Se rió entre dientes.

– Sí, seguro. La única razón por la que soy sensible contigo es porque te quiero tanto que no puedes respirar sin que yo me entere. Por otra parte, soy un hijo de puta duro y quiero seguir siéndolo. Ser duro no es malo. No si sirve para que tú y Jane estéis a salvo.

«Así era Joe», pensó ella. Leal, inteligente y siempre negando cualquier indicio de lo que él consideraba debilidad. ¡Dios mío! ¡Cómo le quería! Se giró y le besó.

– No, ser duro no es malo -susurró ella. Pero sabía que no se lo iba a decir esta noche.

Todavía no, Bonnie…


– Ya estoy en camino -dijo Bartlett-. Ahora estoy haciendo trasbordo en Kennedy. No pude coger un vuelo directo, pero se supone que llegaré a Atlanta en un par de horas. A menos que la policía me detenga.

– Creo que todavía estás a salvo -dijo Trevor-. Habrían impedido que entraras en el país si Quinn hubiera podido relacionarte conmigo.

– Eso es tranquilizador. ¿Dónde hemos de encontrarnos?

– En el vestíbulo del Best Western Hotel en el lago Lanier. No te registres. Nos marcharemos enseguida.

– ¿Y adonde vamos?

– A la casa de Quinn en el lago. Bueno, no a su casa. He estado durmiendo en el bosque estas dos últimas noches.

– ¿Por qué? Que yo recuerde, te alquilé un bonito y confortable alojamiento al norte de la ciudad. Estaba muy orgulloso de lo bien que había podido falsificar todos los documentos.

– He de estar cerca de ella. Aldo acabará apareciendo tarde o temprano. -Se calló un momento-. Puede que ya esté aquí. Pero todavía no le he encontrado. Quinn tiene mucho terreno y Aldo conoce bien los bosques.

– Tú también. Pero, a decir verdad todavía no he descubierto nada en lo que no seas bueno. Es muy desalentador. Por supuesto, no eres tan bueno al aire libre como en un casino. Me atrevería a decir que no tienes tantas posibilidades. Pero ¿yo qué sé? Otras veces también me has demostrado que estaba equivocado. Sin embargo, te puedo asegurar que no deseo pasar una temporada en ningún húmedo y terroso bosque salvaje.

– Te acostumbrarás.

– Cuentos. Te veré a las nueve en el hotel si no te atrapan merodeando por ahí. -Bartlett colgó.

Trevor apretó la tecla de colgar y miró al lago. Jane estaba en la cabaña. Aunque era media tarde y debería estar en el instituto, la tenían en casa, para protegerla.

O al menos eso creían ellos. No había seguridad cuando se trataba de Aldo. Era implacable y su paciencia inagotable.

Así de paciente debía ser Trevor. ¡Jesús, qué difícil era! Nunca había estado tan cerca antes. Bueno, debía tener paciencia. Jane MacGuire era un rayo brillante al que Aldo no podría resistirse y sólo tenía que esperar hasta que ese bastardo se aventurara a acercarse a la llama.

Aldo querrá matar a Jane con todo el ceremonial. Nada de rifles de largo alcance. Y si estaba en lo cierto, él tendría tiempo para atraparle antes de que pudiera asesinarla.

Las probabilidades no eran tan buenas.

Bueno, Bartlett estaba equivocado. Las probabilidades siempre eran proporcionales al esfuerzo realizado para resultar vencedor. Había tenido que erradicar toda emoción y utilizar el intelecto y la lógica. Había tenido que olvidar ese momento en que había mirado a Jane y había visto el espíritu y la vitalidad que irradiaba su rostro. Ella no debía importarle como persona, sólo como medio para alcanzar su meta. Había cometido un error. No podía permitirse cometer otro.

O Jane MacGuire moriría en unos días.


– No cabe duda de que lo que encontraron en el cuerpo de Caroline Halliburton eran cenizas volcánicas -dijo Christy cuando Joe descolgó el teléfono-. Estamos intentando averiguar de cuál. Pero todavía no hemos tenido suerte.

– ¿No puede ayudarnos Scotland Yard?

– Tampoco llegaron a ninguna conclusión con las cenizas que hallaron en los cuerpos de las otras víctimas.

– Eso es lo que dijo Trevor. ¿Cómo podía saberlo si no es de Scotland Yard?

– Ésta es la pregunta.

– Sí. -Y tenía que aceptar la probabilidad. Al infierno con su instinto. Su formación debía indicarle lo que tenía que pensar en este caso-. ¿Alguna noticia de Trevor?

– Todavía no. No había ninguna información sobre Mark Trevor en sus bases de datos y se tarda mucho en emparejar un dibujo robot con una foto. Tampoco había nada sobre sus huellas. Se las enviaron a la Interpol. En cuanto sepa algo te lo comunicaré.

– Más te vale.

– ¿Cómo está Jane?

– Inquieta, impaciente. Indiscutiblemente, mucho mejor que Eve y yo. No le gusta sentirse encerrada.

– Es típico de Jane -dijo Christy sonriendo-. Pero no es estúpida, Joe. No va a hacer ninguna tontería.

– Lo que para ella es absurdo, puede que no lo sea para mí. No se quedará en la cabaña. Dice que tener todo el día un par de policías pisándole los talones ya es bastante rollo como para convertirse en una verdadera prisionera.

– Una escolta policial visible suele ser una medida disuasoria bastante eficaz, Joe.

– Suele. -Se fue a la ventana y observó a Jane mientras caminaba junto al lago. Mac y Brian iban varios metros detrás de ella, pero a la vista, y Toby retozaba a su alrededor-. No me gusta tener que contar con ello. Llámame en cuanto tengas alguna noticia.

– ¿Alguna noticia? -preguntó Eve cuando Joe colgó el teléfono.

– Cenizas volcánicas. No conocen su procedencia. -Se giró para mirarla-. No se sabe nada de Trevor.

– ¡Maldita sea! -Eve fue a la ventana junto a él-. ¿De qué sirve tanta tecnología si no se puede obtener la información cuando se necesita?

– Trevor me impresionó porque me pareció muy inteligente. Puede que no tenga antecedentes penales.

– Sí, es inteligente. Pero se equivocó con nosotros. Y si cometió un error, puede cometer otros. -Frunció el entrecejo-. Y nadie es una isla hoy en día y en esta era. ¿Qué hay de sus huellas? Aunque no tenga antecedentes penales, debe haber ido a la escuela, debe tener un permiso de conducir. Algo…

– Estamos en ello. -Joe le pasó el brazo por la cintura, mirando a Jane, que acababa de sentarse en un tronco junto al lago-. Sólo es cuestión de tiempo.


Tenía que esconderse, pensó Aldo. Ya era de día y puede que hubiera más policías peinando los bosques, aparte de los dos que la estaban vigilando. Joder. Pronto se ocultaría, pero quería aprovechar ese momento. Era la primera vez que podía verla claramente.

Miró con avidez a la muchacha que estaba sentada sobre el tronco junto al lago. No parecía tener miedo y era verdaderamente exquisita. Tan segura con su fuerza y su juventud. Los jóvenes siempre pensaban que eran inmortales, pero ella debería saberlo mejor. ¿No recordaba nada?

Ha de recordar algo. Daba muestras de su habitual arrogancia. No admitía que tenía miedo porque lo consideraba una derrota. Pero pronto lo admitiría. Cuando le mirara a los ojos conocería el terror.

Sólo era cuestión de tiempo.


¿Estaba allí fuera?

Jane miró en dirección al bosque al otro lado del lago. No veía nada, pero sentía… algo. Era raro pensar que un hombre te estaba acechando, deseando matarte sólo porque no le gustaba tu cara. Era una locura y debería tener más miedo.

Sentía algo más que miedo. Tenía una enorme curiosidad, excitación y rabia. La idea de la presa y el cazador la intrigaba. ¿Qué haría ella si fuera la cazadora? ¿Y si intentara cambiar los papeles?

No es que ella fuera a hacer algo parecido, pensó sintiéndose culpable. Eve y Joe tendrían un gran disgusto y ella no iba a causarles ninguna preocupación. Eve ya estaba demasiado preocupada después de la conversación de la pasada noche. Entendía a Jane más que a ninguna otra persona, pero a pesar de haberle dicho que no tenía derecho a juzgarla, la había preocupado. No, no haría nada por voluntad propia que pudiera causarle más ansiedad a Eve.

Pero las palabras clave eran voluntad propia. No tendría la culpa si era atraída hacia el remolino que estaba provocando Aldo. Y no podían esperar que ella no luchara, ¿verdad?

Jane cogió una piedra y la lanzó al lago haciendo que se deslizara por la superficie.

«¿Lo has visto Aldo? ¿Me estás observando, Aldo?»

Sí, la estaba observando. Podía notarlo. Estaba cerca y seguía acercándose. Pronto tendría que enfrentarse con él cara a cara.

Era sólo cuestión de tiempo.


– Hemos conseguido un informe sobre Mark Trevor -dijo Christy cuando llamó por la noche-. La Interpol ha dado con él.

Joe le hizo señas a Eve para que descolgara el supletorio.

– ¿Algún antecedente penal?

– No exactamente.

– ¿Qué quieres decir con «no exactamente»? Tiene antecedentes o no los tiene.

– Estaba en su lista de sospechosos por su actividad en el casino de Montecarlo. Entre sus muchos talentos, es un magnífico contador de cartas; limpió varios casinos de la Riviera antes de que se dieran cuenta y le prohibieran la entrada. Puesto que ser contador de cartas es una habilidad, no una actividad delictiva, no pudieron imputarle nada, pero la policía local lo vigilaba. Es muy probable que alguno de los casinos hubiera puesto precio a su cabeza.

– ¿Ningún otro cargo?

– No, por el momento. Pero debe haberse cambiado de identidad al cambiar de país. El nombre que usaba en Montecarlo era Hugh Trent.

– ¿Ciudadano británico?

– No, los británicos no pueden creer que no hayan podido encontrar nada en sus archivos. Están muy frustrados porque lo consideran una ofensa a su profesionalidad.

– Parecía británico.

– El casino de Montecarlo pensaba que era francés. En Alemania pensaban que era alemán. Es evidente que habla varios idiomas con fluidez. En todos los informes se refleja que tiene una buena educación, que es brillante y escurridizo.

– ¿Y no tiene algún antecedente de violencia?

– No he dicho nada de eso. Cuando el casino de Zurich estaba buscando a Trevor para recuperar parte de su dinero, tropezaron con uno de sus contactos, Jack Cornell, que dijo que había luchado junto a él cuando eran mercenarios en Colombia. Eso fue hace unos diez años, cuando Trevor era poco más que un adolescente, pero era un hijo de puta letal.

– Y puede que todavía lo sea. El ejército puede suponer un magnífico campo de entrenamiento.

– Tú deberías saberlo. Estuviste en las fuerzas especiales de la marina, ¿verdad?

– Sí. -Se calló un momento-. Y adolescente o no, podía haberse dejado seducir por el lado oscuro.

– ¿El lado oscuro? Venga ya. Pareces de La Guerra de las galaxias.

– ¿Lo parezco? Esta frase me llamó la atención cuando la oí por primera vez. La violencia puede crear adicción si no le pones remedio enseguida.

– Quizá lo hizo. Jugar a las cartas es un ejercicio mental.

– Pero muy peligroso si lo practicas a la escala que lo hace Trevor. Es como caminar por una cuerda floja. A los asesinos en serie también les gusta correr riesgos. ¿Han obtenido alguna información personal de Cornell?

– No demasiado. Cornell dijo que Trevor era callado y que nunca hablada de sí mismo. Siempre estaba leyendo o jugando con esos rompecabezas del tipo Rubik. Era un as con esas cosas. Pero mencionó que había estado en Johannesburgo.

– Bueno, por fin algo concreto. ¿Y le siguió la Interpol?

– Negativo. No tenían ninguna razón para hacerlo. No había delito y Trevor había desaparecido de su campo de acción. Ya tienen suficiente trabajo como para ir a buscar trabajo extra.

– Bueno, ahora ha vuelto a escena con una venganza. Están tanteando el terreno, pero puede que tardemos en conseguir algo. Te enviaré una copia del fax que hemos recibido de Scotland Yard y me pondré en contacto contigo en cuanto tenga más noticias. -Colgó.

– No es mucho. -Eve colgó el supletorio-. Ni siquiera saben su nacionalidad.

– Es más de lo que sabíamos antes.

– Sabemos que es brillante y misterioso y que ha sido entrenado para matar. No es muy alentador.

El pitido anunciaba la recepción de un fax.

– ¿Vamos a dejar que Jane se entere del turbio pasado de Trevor? -preguntó Joe.

– Demonios, pues claro. Le diremos todo lo que podamos que pueda servir para que deje de identificarse con él. Un mercenario no es un modelo de rol. -Eve fue al fax y cogió las dos hojas-. Además se enfadaría si intentáramos ocultarle algo. No la culpo. Yo haría lo mismo.

Joe asintió con la cabeza.

– Las dos os parecéis mucho. -Sonrió-. Pero no creo que vaya a condenarle al instante por esa información.

– ¿Por qué no?

– Porque yo no lo he hecho. -Abrió la puerta mosquitera-. Y también se parece mucho a mí.


Las luces de la cabaña se apagaron.

Pronto estaría durmiendo, pensó Aldo. Estaría estirada e indefensa en su cama; no se daría cuenta de lo cerca que estaba de ella. Quizá podría trepar hasta su ventana y…

No, de ese modo quizá podría matarla, pero no como debía hacerse. No iba a tener una muerte rápida y compasiva. Había dispensado a sus imitaciones la ceremonia habitual y no se iba a privar de ese placer con la verdadera Cira.

¿Así qué, a observar y a esperar?

No, no podía soportarlo. Esta vez no. No con ella. Tenía que hallar la forma de atraerla hacia él y de poner fin a la espera. Hacer que se arrodillara como había hecho con las otras mujeres. La sumisión era algo que ella no podía soportar y era la venganza perfecta.

Sí, eso era lo que tenía que hacer. Hacer que ella fuera hacia él.


– Has de venir aquí. No seas tonta -le decía la voz del hombre que tenía detrás mientras corría por el túnel.

¿De quién era esa voz?, se preguntaba confusa. Eso es, era del hombre que había salido de la bruma y que estaba en la bifurcación del túnel. Pero no le conocía…

No, eso no era cierto. Jane no le conocía, pero ella sí. Antonio. Su nombre surgió de ninguna parte y con él llegaron todos los recuerdos, la amargura y, de nuevo, la rabia.

– Sería tonta si te creyera. No volveré a cometer el mismo error. Sé lo que quieres.

– Sí, lo quiero. Pero también te quiero viva. No es momento de luchar.

Al menos era sincero.

O inteligente. Antonio siempre era inteligente. Era la cualidad que le había atraído de él. Inteligente, interesado y despiadado. Pero ella tenía esas mismas cualidades y no podía reprochárselas.

Hasta que las puso en su contra.

– ¿Por qué crees que te he seguido? -Su voz reflejaba rabia-. Conozco el camino. Podía haberte dejado morir.

– O dejar que me perdiera en esta cueva para luego decirme que no me enseñarás el camino hasta que te dé lo que quieres. ¿Crees que no sé que siempre aprovechas todas las oportunidades, Antonio?

– Por supuesto, que sí. Porque somos iguales. Por eso me elegiste como amante. No confiabas en mí, pero me conocías. Me mirabas y era como verte reflejada en un espejo. Podías ver todas las cicatrices y sentir el odio y las ansias que te guían.

– No te hubiera traicionado.

– Cometí un error. He sido pobre demasiado tiempo. No me di cuenta de que tú eras más importante que…

– ¡Mentiroso! -Calor. Cada vez hacía más calor, los pulmones le dolían y se le bloqueaban.

– Sí, soy un mentiroso, un estafador y he sido un ladrón. Pero ahora no te estoy mintiendo. Deja que te ayude.

– Lárgate. Ya me las arreglaré sola. Como lo he hecho siempre.

– Entonces, muérete, ¡maldita sea! -Su tono era duro-. Pero morirás sola. Yo voy a vivir, a ser más rico que un emperador y a hacer que la tierra tiemble cuando mueva la mano. ¿Por qué me voy a preocupar si te quemas, Cira?

– No te he pedido que te preocupes si…

Ya no estaba allí. Su sombra había desaparecido de la abertura del túnel.

Sola.

Tenía que sacarse esa desesperación. Siempre había estado sola. Ahora no era diferente. Tenía razón en haber dependido sólo de ella misma. Él la había engañado una vez y estaba claro que ahora era más ambicioso que nunca. Aunque conociera la salida, puede que la hubiera entregado a Julio al final del túnel.

Pero él quería vivir y no la había seguido por el túnel. Había tomado el camino de la izquierda. Si era cierto que conocía la salida, entonces sería absurdo por su parte seguir su camino. Ella no tenía idea de cómo salir de allí. Le seguiría por el otro camino. No tenía por qué darse cuenta de que le estaba siguiendo. Iba a utilizarle como él la había utilizado a ella.

Se giró y empezó a retroceder hacia la otra rama del túnel. La tierra estaba cada vez más caliente bajo la suela de sus sandalias y las rocas de la derecha empezaban a resplandecer levemente en la oscuridad. Aceleró el paso al sentir una oleada de miedo.

No le quedaba mucho tiempo…


Al abrir los ojos estaba jadeando.

Hacía calor. No podía respirar.

No, eso era Cira.

Ella no estaba en el túnel. Estaba en la cama, en la cabaña. Hizo varias respiraciones largas y profundas, sin moverse de la cama. A los pocos minutos se calmaron los latidos del corazón y se sentó en la cama. Estaba acostumbrada a este efecto secundario, pero siempre era nuevo y aterrador. Aunque esta vez no había sido tan horrible como de costumbre. Había tenido pánico, pero también esperanza. Cira creía haber hallado una forma de cambiar el destino para su conveniencia, como era habitual. Siempre estaba más contenta cuando podía emprender alguna acción.

¿Y cómo estaba ella tan segura de eso? ¿Quién podía saberlo? Quizás estaba repitiendo las palabras de Antonio y Cira era su reflejo. Era raro saber el nombre de Cira sin comprender cómo lo sabía. Quizá Cira fuera algún tipo de manifestación de una doble personalidad.

No, ella no aceptaba ese tipo de explicaciones. No estaba loca y no tenía ningún alter ego corriendo por su cabeza. Por lo tanto sólo eran sueños extraños. No le hacían ningún daño; Cira le resultaba fascinante. Cada sueño era como leer más páginas de una novela y descubrir cosas nuevas en cada frase. Aunque esa historia a veces era demasiado excitante y se despertaba aterrada, eso formaba parte del juego.

Al menos esta vez no había gritado ni gemido, porque de lo contrario Eve o Joe habrían ido corriendo a su habitación. Puso los pies en el suelo y se levantó para ir al baño a beber un vaso de agua. Miró el reloj que tenía en la mesita de noche. Eran casi las tres de la madrugada y al cabo de unas pocas horas Eve se levantaría para empezar a trabajar. Esta vez no había sido necesario que se levantara a consolarla, pensó mientras se dirigía al baño. Se bebería el vaso de agua y se iría a la sala de estar a abrazar a Toby en el sofá hasta quedarse lo bastante atontada como para volver a la cama. De pronto se asustó. Algo andaba mal.

Se giró para mirar la cama de Toby que estaba al lado de la suya.

– ¿Toby?

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