Capítulo 14

– No hay nada -murmuró Jane, con la mirada pegada al diario La Nazione en su ordenador-. Ni una palabra.

– Sólo han pasado dos días -dijo Eve-. No estoy segura de lo que supone modificar una web site, pero creo que ha de llevar algún tiempo.

– Entonces, ¿por qué no nos ha llamado para decirnos que tenía problemas? Nos dijo que el trabajo de preparación llevaría sólo tres semanas.

– Aproximadamente. Creo que has sido tú quien se ha fijado ese tiempo en la mente.

Hizo una mueca.

– He sido yo, ¿verdad? Sólo quería presionarle un poco.

– Creo que no necesita que nadie le presione. Se marchó de casa a escape.

– Por eso, para que no bajara la marcha sin… ¡aquí está! -Jane se acercó a la pantalla, todo su cuerpo estaba tenso de la emoción-. Sólo un pequeño artículo al final de la página cinco.

– ¿Dónde? -Eve cruzó la habitación y miró por encima de su hombro-. Sólo cuatro líneas.

– Está bien. Suficiente para captar la atención y la curiosidad de Aldo y no lo bastante como para resultar descarado. -Jane salió de la web site de Florencia y entró en la del periódico de Roma-. Si hubiera escrito algo más, habría levantado sospechas.

– Estoy segura de que apreciaría tu aprobación.

– No le importaría un carajo. -Jane ojeaba los artículos-. Es inteligente ¿verdad? Esto debe haberle costado mucho… aquí está. -Sonrió-. Ha firmado con las siglas de la Associated Press para que parezca que ha recogido la noticia del periódico de Florencia. -Pasó a la página del Times de Londres. A los diez minutos movió la cabeza decepcionada-. Nada.

– Dale un respiro. Dos de tres no está mal.

– Supongo que no. -Se reclinó en el sofá-. Al menos está haciendo progresos. ¿Has podido hablar con Ted Carpenter?

– Está en Guayana. Le dejé un mensaje ayer. Todavía no me ha devuelto la llamada. Volveré a intentarlo más tarde. -Movió la cabeza cuando Jane empezaba a hablar-. Más tarde -repitió-. Yo me encargo de esto, Jane.

– Lo siento. No pretendía pisarte tu trabajo. -Retorció los labios-. Mi problema es que no se me permite hacer nada. Eso me está volviendo loca y tengo ganas de salir y hacer algo. -Se levantó y salió al porche con Toby de escolta-. Voy a tomar el aire. En cuanto sepas algo dímelo.

– Lo haré. -Entonces Eve la llamó con resignación-. ¡Vale, maldita sea!, le llamaré ahora mismo.

Una sonrisa radiante iluminó el rostro de Jane.

– Gracias.

– De nada. Pero ni se te ocurra pensar que has conseguido manipularme.

Jane movió la cabeza.

– Ni por asomo. -La puerta se cerró detrás de Eve y Jane se sentó en el peldaño superior de la escalera del porche. Al menos empezaban a pasar cosas. No lo bastante rápido. Pero había un movimiento y una acción que le daban esperanzas. Sería más feliz si pudiera participar en esa acción, aunque sabía esperar.

Quizás.

– ¿Has tenido noticias de Trevor? -preguntó Bartlett desde el sendero.

– No, ¿y tú?

Bartlett movió la cabeza negativamente.

– Tampoco esperaba tenerlas. Cuando entra en acción es como un torbellino. No le cuesta mucho olvidarse de mí.

– Entonces, ¿por qué has pensado que me habría llamado?

– Porque piensa en ti continuamente. No olvides que siempre está contigo.

Jane puso cara de incredulidad.

– Piensa en Aldo, no en mí.

Bartlett sonrió.

– Quizá tengas razón. Puede que me haya equivocado. -Retrocedió por el camino-. Pero avísame cuándo llame, ¿vale?

Si llamaba, pensó Jane enfadada. «Me prometió llamarme cada noche y ya ha roto su promesa. Vale, ha estado ocupado y esa actividad ha dado su fruto». Pero una promesa era una promesa y se sentía extrañamente sola. Hasta entonces no se había dado cuenta de cómo se había acostumbrado a verle merodeando por allí, llevándole el correo cada tarde, saludándola informalmente desde lejos cuando estaba hablando con Singer o con Joe. Había pasado a formar parte de su vida y ahora ya no estaba.

Y eso era bueno. No necesitaba nada en su vida que contuviera una fuerza errática como Trevor. Tenía que reconocerlo; su cuerpo respondió desde el primer momento en que le vio. No era tonta. Sabía que se trataba únicamente de una atracción sexual, pero eso era nuevo para ella y no estaba muy segura de qué es lo que tenía que hacer. Él la perturbaba.

Pero a una parte de su naturaleza le gustaba esa perturbación. El conflicto era un reto y se parecía a cómo se había sentido cuando adiestraba a Toby. Cada instante era una aventura, llena de risas y pequeñas catástrofes. Se dio cuenta de que estaba sonriendo. A Trevor no le gustaría esa comparación con su perro y en modo alguno toleraría que le adiestraran. Tampoco es que ella quisiera estar lo bastante cerca como para…

Sonó el teléfono.

– ¿Has visto el artículo? -preguntó Trevor.

Le dio un vuelco el corazón y tuvo que aclararse la voz.

– Sí. ¿Por qué no ha salido en el periódico inglés?

– ¡Dios, que dura eres! -Su tono denotaba irritación-. Dame veinticuatro horas más. He de ir con más cuidado con la prensa inglesa. Salvo que quieras que aparezca en el Sun. No les importa si la historia es demasiado sensacionalista.

– Aldo lee el Times, no el Sun.

– Estaba bromeando.

– ¡Ah! -Hizo una pausa-. Lo has hecho muy bien. -Dijo ella con gran entusiasmo. -A ti no te interesan mis halagos.

– ¿Quién te ha dicho eso? Me gustan las caricias como a todo el mundo. Y dado que en tu caso he de limitarme a lo verbal, me gustaría beneficiarme de ello. -Trevor prosiguió antes de que pudiera contestarle-. Fuera de lugar. Olvida lo que te he dicho. ¿Ha hablado Eve con Ted Carpenter?

– Todavía no. Está en Guayana y todavía no le ha devuelto la llamada. Ahora lo está volviendo a intentar. -Se levantó-. Puede que ya haya terminado. Voy a entrar en casa a comprobarlo.

– ¿Estás en el porche?

– Sí, ¿por qué quieres saberlo?

– Estoy muy lejos de allí y rodeado de ruinas y de charlatanes intentando vender sus baratijas. Es agradable poder imaginarte junto al lago. Limpia…

Jane notó ese extraño calor repentino que empezaba a serle demasiado familiar.

– Eve ha colgado. ¿Quieres hablar con ella? -dijo rápidamente.

– Sí.

Jane le pasó el teléfono.

– Trevor.

Eve la miró con curiosidad antes de hablar.

– Acabo de hablar con Ted. Me ha dicho que la persona con la que hemos de hablar es el profesor Herbert Sontag. Lleva quince años excavando en Herculano y es conocido y respetado por el gobierno italiano. Posee su pequeño reino allí y probablemente sea el único hombre que podría conseguir lo que hemos de hacer. Ted le ha visto varias veces en conferencias y me ha dicho que su fuerte no son las relaciones públicas pero que es muy bueno en lo suyo. Me ha dicho que mañana le llamaría, que le contaría la versión de la historia que has inventado y que le pediría su colaboración. -Eve hizo una mueca-. No me des las gracias demasiado pronto. Ted no parecía muy convencido. No estaba seguro de que Sontag le diera ni los buenos días. Me llamará en cuanto tenga noticias suyas. -Le pasó de nuevo el teléfono a Jane-. Mejor que le digas que empiece a pensar en otro plan porque éste se apoya en un firme muy poco seguro.

– ¿La has oído? -le dijo Jane a Trevor-. Pero no tenemos otro plan.

– Tengo algunas ideas, pero vale más que consigamos que ésta funcione. Le he dedicado demasiado tiempo y esfuerzo. -Guardó silencio un momento-. Sontag… he oído ese nombre, pero no sé nada concreto de él. Maldita sea, he de dar nombres y lugares en los próximos artículos y no puedo mencionar su nombre sin saber si está dispuesto a ayudarnos. Llámame en cuanto sepas algo.

– Lo haré. Soy consciente de la importancia que tienen las comunicaciones en estas situaciones -añadió deliberadamente.

– ¿Ha sido otro golpe bajo? -preguntó Trevor-. He estado bastante ocupado en las últimas cuarenta y ocho horas. No he dormido más de dos horas desde que me marché de Atlanta.

– ¿Qué has estado haciendo aparte de craquear webs sites?

– ¿No te parece bastante? No, creo que no. ¡Ah!, mientras intentaba romper las medidas de seguridad de las webs sites de Internet, pensé en cómo localizaba Aldo a sus víctimas. Muy sencillo. A través del Departamento de Permisos de Conducir. Sus archivos están bien protegidos, pero un buen hacker podría entrar y Aldo es un experto. De ese modo podría obtener fotos y direcciones sin ningún problema.

– Y Aldo no empezó a acecharme hasta que conseguí el permiso de conducir.

– Puede que me equivoque, pero dile a Quinn que revise esa posibilidad.

– Se lo diré ahora mismo.

– Puede que sea como cerrar las puertas de la cuadra cuando ya se han escapado los caballos, pero eso es todo lo que se me ha ocurrido. En lugar de romperme más la cabeza con ese tema, he estado buscando lugares donde podríamos cercar a Aldo. Ha de ser algún lugar al que piense que puede acceder y donde podamos tenderle una trampa.

– ¿Lo has encontrado?

– Todavía no. Pero todavía tenemos tiempo. Me has dado tres semanas.

– No, no es así. Sólo acepté el tiempo aproximado que me diste. Cuanto antes mejor.

Trevor se rió.

– En otras palabras: que no duerma y que no descanse hasta que haya hecho el trabajo.

– No he dicho eso. Sólo que no te duermas en los laureles.

– Lo intentaré. -Hizo una pausa-. ¿Qué has estado haciendo desde que me he marchado?

– Dibujar, deberes, jugar con Toby y volverme loca de aburrimiento. Lo mismo que cuando estabas aquí.

– Veo que te estás esmerando en asegurarte de que me entere de que mi presencia no te afecta en nada en tu vida.

– Quizá sí me afecte. Me irrita que tengas libertad para hacer algo.

– Reconozco mi error.

– Y al menos estás en un lugar diferente e interesante. Yo nunca he salido de Estados Unidos.

– Eres joven. Tienes mucho tiempo para trotar. Y esta ciudad no es tan fascinante.

– Tú tienes experiencia para opinar y comparar. Probablemente a mí me parezca interesante. Cuéntame.

– Apenas he arañado la superficie y estas ciudades turísticas son todas iguales hasta que las excavas a fondo. -Se rió-. ¡Vaya juego de palabras! Te juro que me ha salido espontáneo.

– Aún así quiero que me cuentes cómo es.

Se calló un momento.

– ¿Porque Cira vivió aquí?

– ¿Tanto te extraña que sienta curiosidad por el lugar donde vivió y murió?

– No es más extraño que todo lo que está relacionado con este embrollo. -Hizo una pausa-. Haremos un trato. Tú me cuentas tus sueños y yo te describiré hasta la última ruina de esta ciudad. Podrás verla con mis ojos.

– Podré verla yo misma dentro de tres semanas.

– Pero dudo de que Quinn te deje ir a patear la ciudad.

Eso era cierto, pero tendría que matarla antes de ceder ante él después de haber resistido la tentación durante las últimas semanas.

– Encontraré la manera.

– Muy bien. He pensado que no perdía nada por intentarlo. -Dio un suspiro-. Sólo ha sido un farol. Dame uno o dos días y te descubriré las delicias de la antigua Herculano. Quizás eso te haga ser más generosa con tus confidencias.

– No lo seré. -Su mente iba a mil por hora intentando pensar en todas las cosas que quería preguntarle-. El teatro. Quiero saberlo todo sobre el teatro de Herculano. Lo único que he encontrado en Internet es que era famoso. Nada sobre Cira. Tiene que haber algo en alguna parte si era tan famosa.

– Hace dos mil años, Jane.

– Muy bien, entonces quiero saber cómo vivía, el sabor de su tiempo…

– ¡Dios mío!, no me apasiona la historia y voy a tener que hacer algunas cosas más importantes que…

– Entonces, hazlas. Sólo he pensado que en tu tiempo libre podías… Olvídalo.

Trevor suspiró.

– No lo olvidaré. Te daré lo que quieres. Tendrás que perdonarme si pongo a Aldo el primero en la lista de prioridades.

– No te perdonaría si no lo hicieras. -Apretó el teléfono con su mano-. ¿Crees que habrá visto los artículos?

– Eso depende de con qué frecuencia visite estas webs sites. Ésa es la razón por la que hemos de seguir insertando párrafos y que cada vez sean más impactantes. Si algo le llama la atención, volverá a visitarlas para ver si puede encontrar otras referencias. Pero, maldita sea, hemos de probar que tenemos algo para el Archaeology Journal.

– ¿Cuándo?

– La semana siguiente como mucho o la otra si no hay más remedio. No tiene que ser mucho. Una historia breve y quizás una foto de la estatua que se ha encontrado junto al esqueleto.

– ¿Qué estatua? Eso forma parte de la gran mentira. No tenemos ninguna estatua de Cira.

Se quedó en silencio.

– Yo sí.

Jane se puso tensa.

– ¿Qué?

– Se la compré al coleccionista inglés al que se la vendió Aldo. Le hice una oferta que no pudo rechazar.

– ¿Por qué?

– La quería. Bueno, el caso es que tenemos la estatua para utilizarla en el artículo del Archaeology Journal si es que van a usarla.

– Me sorprende que estés dispuesto a prestarla. ¿No es peligroso para tus planes de encontrar el oro? Es probable que atraiga más la atención sobre Cira y su vida. Un artículo es una cosa, pero vivimos en un mundo orientado hacia la vista y una foto despierta la imaginación. Mira todo el revuelo que despertó el busto de Nefertiti.

– Corro mis riesgos, pero te aseguro que el lugar que elegiré para presentar la reconstrucción de Cira no estará cerca del túnel de Julio Precebio.

– No lo pongo en duda. -Jane guardó silencio y luego le hizo una pregunta-. ¿Por qué la querías?

– Era mía, maldita sea. Era mi busto favorito de Cira y había negociado con Guido que sería una parte de mi trozo del pastel. Aldo me la robó. Era mía.

– El gobierno italiano supongo que tendría algo que decir.

– Era mía -repitió él-. Te llamaré mañana por la noche. Buenas noches, Jane.

– Buenas, noches. -Colgó el teléfono y miró pensativa al lago. Otra vez Cira.

La quería. Era mía.

– ¿Jane? -dijo Eve-. ¿Has terminado de hablar?

– Sí. -Se giró y se dirigió a la cabaña-. Pero no me ha dicho mucho más de lo que sabemos después de revisar la web site. Le preocupa el Archaeology Journal, pero me ha dicho que se las arreglaría.

– Entonces, estoy segura de que así será. No puedes poner en duda su habilidad y dedicación.

Era mía. Aldo me la robó.

– Creo que la palabra es «obsesión», no «dedicación» -murmuró-. De todos modos me va a llamar mañana por la noche y quizás sepamos algo más.

Dahlonega, Georgia. Dos días después

¿Cira?

Aldo se puso en guardia al ver esas palabras en el diario de Florencia. Eran sólo unas pocas líneas, pero suficientes para captar su atención y dejarle sin respiración.

El esqueleto de una mujer sepultado y conservado durante miles de años.

Cerró los ojos al notar que el miedo se apoderaba de él como una oleada gélida.

Su peor pesadilla.

Si era cierto. Si la mujer era Cira.

Pero podía ser Cira. Hallada en una antesala del antiguo teatro y ¿cuántas actrices tenían tantas estatuas?

Abrió los ojos, revisó el artículo a conciencia. Para asegurarse. Revisó todas las fuentes. Luego empezó a saltar de una web site a otra.

Allí estaba de nuevo. Roma.

Quizá. No te excites demasiado. Este artículo hace referencia a rumores de un hallazgo, pero no habla de detalles. Nada en el Archaeology Journal.

Quizá no fuera cierto.

Pero si lo era tenía que enfrentarse a ello. No se trataba sólo de unos frágiles huesos que llevaban siglos esperando a que les dieran un lugar de descanso. Era esa Medusa la que había atrapado a su padre en sus mortales tentáculos. Tenía que romperla. Utilizarla. Humillarla. Dominarla. Luego trituraría sus huesos hasta hacerlos cenizas, para que nadie pudiera volver a resucitarla.

Más tarde se encargaría de matar al abominable engendro que se había atrevido a desafiarle hacía tan sólo unos días.

Calma. Podía esperar. Tenía tiempo para asegurarse de que el esqueleto era el de Cira. Podía estudiar e investigar para encajar todas las piezas del rompecabezas. Podía tratarse de una trampa.

Quizá no fuera el desastre que había pensado en un principio. Quizás el destino le estaba dando una oportunidad. La destrucción final de esa zorra.

Y estaba en su derecho, pensó enfurecido. Podía imaginarse dirigiéndose al sarcófago y mirándola triunfal. Alargando el brazo y tocándola. Era una imagen tan clara que empezó a temblar.

Espera. Observa. No hay prisa.

No importaba lo que estuviera sucediendo en Herculano, él todavía tenía a otra Cira en Jane MacGuire.


Jane no esperó a que Trevor la llamara. A las 22:45 del día siguiente le llamó ella.

– Sontag se ha negado a cooperar. Carpenter nos ha dicho que ha sido muy arrogante y que no podía comprometerse admitiendo una conexión con un hallazgo que no era suyo. No estaba dispuesto a arriesgar su maravillosa reputación si se trataba de un fraude, y ha amenazado a Carpenter con descubrirle si intentaba desvelar su hallazgo. Carpenter cree que no está dispuesto a compartir su pequeño imperio con nadie que pueda obtener mayor publicidad que él.

– ¡Mierda! ¿Puede Eve convencer a Carpenter de que haga un segundo intento?

– Se te ha adelantado. Ha estado hablando con él durante una hora, pero no lo ha conseguido. Nos ha dicho que no puede hacer nada más respecto a Sontag y que no está dispuesto a volver a hablar con ese cabrón. Es evidente que Sontag no ha sido muy agradable.

– Sí, ya he hecho averiguaciones. Ni siquiera su equipo le tiene en muy alta estima. Los estudiantes internos se echan a suertes quién va a trabajar con él.

– ¿Cómo has averiguado eso?

– No estaba dispuesto a sentarme a esperar a que Carpenter nos dijera si teníamos alguna posibilidad de que eso sucediera. Fui al yacimiento y fisgoneé un poco.

– ¿Qué más has descubierto?

– ¿Aparte de que no es precisamente un ser maravilloso? Le encanta la publicidad; tiene un ego que le desborda. Le encanta el dinero y que le adulen.

– ¿Algo que puedas utilizar?

– Posiblemente. Estoy revisando algo de su pasado. Pronto lo sabré.

– ¿Cuándo?

– Te lo diré cuando lo sepa.

Jane dejó de presionarle. Había hecho muchos más progresos de lo que ella esperaba.

– ¿Algo más?

– No, en cuanto a Sontag. Pero pude hablar con un par de estudiantes sobre la erupción. No me fue muy difícil puesto que están entusiasmados con su trabajo. Viven ese día en cada pala de tierra que levantan.

– ¿Te hablaron del teatro? -preguntó ella entusiasmada.

– No llegamos tan lejos. Estaban demasiado absortos en el tema de la erupción.

– No puedo entenderlo.

– Pero estás decepcionada. Me sorprende. Debió ser una explosión infernal. Primero, el sol brillaba con normalidad y luego el final de su mundo.

Noche asfixiante.

– ¿El sol? Pensé que había sucedido durante la noche.

– ¿A sí? Entró en erupción a las siete de la mañana hora local. Pero para alguien que estuviera en algún túnel debió ser como si fuera de noche. O cuando la ceniza y el humo cubrieron el cielo… Tal como te he dicho, el final de su mundo.

– Pero he leído que en todos estos años sólo se han encontrado menos de una docena de cuerpos en Herculano. Quizá la mayor parte de la población logró huir.

– Últimamente se han encontrado más cuerpos en una zona que han drenado debajo del puerto deportivo. Hay la teoría de que cientos de personas intentaron llegar al mar y murieron en las playas o a causa de la ola sísmica que les engulló.

– ¡Dios mío!

– Pero los esqueletos y cuerpos estaban casi en perfecto estado de conservación, lo que da mucha credibilidad a nuestra historia de la conservación del esqueleto de Cira en la antesala del teatro. Estoy seguro de que Aldo debe conocer todos los detalles que se han descubierto sobre la erupción.

Jane se había quedado tan atrapada en la visión de esas pobres gentes huyendo aterradas hacia el mar que se había olvidado de Aldo.

– Yo también estoy segura de que los conoce, dado que según parece dominan su vida. -Se humedeció los labios-. Entonces, podría ser cierto. Todavía podría estar sepultada allí.

– Posiblemente. Los expertos todavía no saben a ciencia cierta qué les sucedió a todas esas personas. La ciudad entera quedó sepultada en material volcánico a más de dieciocho metros de profundidad. Y el tremendo calor de la lava produjo efectos sorprendentes. En algunos casos carbonizó lo que halló a su paso y en otros conservó los objetos intactos. En algunas casas había placas de cera intactas. Es alucinante.

– Pero los manuscritos de la biblioteca de Julio no estaban dañados.

– Ese túnel estaba bastante lejos de la ciudad y en otra dirección opuesta a Herculano. No debió recibir toda la fuerza de la lava. Además, estaban protegidos dentro de cartuchos de bronce.

– ¿Viste algún indicio en ese túnel de que se hubiera abierto la tierra y hubiera entrado la lava?

– No, pero no fuimos mucho más allá de la biblioteca. Como ya te conté, avanzábamos muy despacio y Guido se volvió avaricioso. -Se detuvo un momento-. ¿Por qué?

– Simple curiosidad. -No, no podía alegar simple curiosidad. No, si realmente quería descubrir lo que necesitaba saber-. Trevor, realmente quiero saberlo todo sobre el teatro.

– Porque forma parte de ella.

– Y quiero saber exactamente qué decían esos manuscritos sobre Cira. Fuiste muy escueto.

– Sólo puedo hablarte de ella desde la visión de Julio. Y desde la visión de los pocos escribanos que plasmaron las descripciones que él hizo de ella.

– ¿Eran los mismos?

– Creo que no. Creo que los escribanos hicieron lo que hacen todos los «negros» si no se les vigila. Contaron su propia historia, con sus propias impresiones.

– ¿Qué cuentan?

– Creo que mejor dejarlo para otro día.

– Cabrón.

Trevor se rió.

– Vaya forma de hablar para una jovencita. ¿Nunca te han corregido Eve y Quinn?

– No. No creen en la censura y de todos modos era demasiado tarde para cambiarme cuando me fui a vivir con ellos. Y tú no deberías ver la paja en el ojo ajeno.

– Lo tendré en cuenta. Te llamaré mañana por la noche.

– ¿Qué le digo a Eve respecto a Sontag?

– Que ya me ocuparé yo. Buenas noches.

Volvió a la cabaña después de colgar.

– Me ha dicho que ya se ocuparía del tema -le dijo a Eve-. No me preguntes cómo. Probablemente será mejor que no lo sepamos.

Eve asintió.

– No me extrañaría. Acabo de entrar en la web site de Roma. Esta tarde menciona a un importante arqueólogo británico que dice que puede que sea el mayor descubrimiento desde Tutankamón. Si va a ocuparse de ello, mejor que sea rápido. Sontag no es el único arqueólogo de Herculano, pero es el más conocido y seguro que le harán preguntas.

– Pero una negación no tiene por qué ser un desastre. Trevor dijo que la mayoría de los arqueólogos son muy reservados con su trabajo.

– Salvo que abra la boca respecto a la llamada de Ted Carpenter.

Jane se encogió de hombros.

– Entonces, no nos queda más remedio que confiar en que Trevor encuentre una solución. No tenemos mucha elección.


La oficina de Sontag se encontraba en el primer piso de un pequeño almacén en la zona del puerto y era sorprendentemente lujosa. Un sofá de terciopelo corto y una alfombra de kilim competían con un escritorio evidentemente antiguo de elegantes formas.

– ¿Profesor Sontag? -dijo Trevor-. ¿Puedo entrar?

Herbert Sontag levantó la mirada frunciendo el entrecejo.

– ¿Quién es usted? Estoy ocupado. Hable con mi asistente.

– Me parece que ha salido. Me llamó Mark Trevor. -Entró en el despacho y cerró la puerta-. Y estoy seguro de que usted no querrá que su asistente oiga nada de lo que vamos a hablar. Hemos de negociar.

– Lárguese. -Se puso en pie, con las mejillas rojas de ira-. No me interesa comprar lo que usted vende.

– No, si usted no va a comprar, va a vender. Y con un buen beneficio. Por supuesto, si hubiera tenido los contactos adecuados le habría salido mucho mejor. Podría haber aumentado su parte un cien por cien.

– No sé de qué me está hablando -dijo Sontag fríamente-. Pero si no se marcha ahora mismo llamo al guardia de seguridad.

– ¿Realmente quiere que se entere de lo de La Chica y el Delfín?

Sontag se quedó helado.

– ¿Qué está usted diciendo?

– Una estatua exquisita que sobrevivió a la erupción. Usted la descubrió hace once años aquí, en el muelle.

– Bobadas.

– Es bastante pequeña y estoy seguro de que no debe haber tenido problemas en encubrir el hallazgo. Por lo que he averiguado de usted durante ese período de su carrera, era mucho más práctico. En cuanto pensaba que había la posibilidad de recuperar algo de valor, probablemente enviaba a su equipo a trabajar a otra parte y excavaba usted mismo. Pero probablemente, no tenía los contactos adecuados para conseguir el dinero que esa estatua valía, porque James Mandky todavía se ríe de cómo le engañó con el precio.

Sontag ya no estaba rojo, sino pálido.

– ¡Miente!

Trevor movió la cabeza.

– Usted lo sabe perfectamente. A mí no me importa que usted robara una o dos piezas. Es una práctica bastante común entre sus colegas con menos escrúpulos. Cuando me enteré de que a usted le gustaba la buena vida, supuse que en algún momento debió apropiarse de alguna pieza valiosa. Al fin y al cabo ésta es una vida dura y una persona merece tener algunas comodidades.

– Mandky es tan culpable como yo. Él es el receptor de las piezas robadas. Nunca testificará en mi contra.

– Es posible, pero un rumor que promueva un escándalo arruinaría su reputación y le devolvería a Londres sin pena ni gloria. Según me ha dicho Ted Carpenter a usted le importa mucho su buen nombre. -Sonrió-. Y yo soy muy bueno insertando pequeños artículos en los periódicos digitales.

– Carpenter. -Apretó los labios-. ¿Va a hacerme chantaje?

– Por supuesto. Y además resulta tremendamente sencillo. Esperaba que fuera un reto mayor.

Se humedeció los labios nervioso.

– ¿Me está insinuando que olvidará mi transacción con Mandky si acepto fingir que he descubierto ese esqueleto?

– Y ofrecernos toda su cooperación. Yo doy las órdenes y usted las sigue. Sin preguntas, ni discusiones.

– No lo haré -replicó-. Daré el anuncio, pero eso es todo.

– Incorrecto. -Trevor le miró directamente a los ojos y su tono de voz se endureció-. Míreme y se dará cuenta de con quién está tratando. No tengo ningún problema con los criminales, pues como usted mismo podría decir, yo también tengo esa inclinación. Pero usted es un novato y yo un profesional, lo que a usted le deja fuera de juego. Está acorralado y más le vale saber cuándo ha de ceder. No doy un céntimo por usted si interfiere en mi camino. Le arruinaré su carrera. Arruinaré la confortable vida que usted se ha labrado. Y si me cabrea mucho, hasta puedo plantearme poner fin a su miserable existencia. ¿Le ha quedado claro?

– Va de farol -susurró Sontag.

– Póngame a prueba. -Se dirigió a la puerta-. Le llamaré dentro de unas horas y le diré exactamente lo que tiene que decir en la rueda de prensa que va a convocar para esta noche. He dicho exactamente. Nada de improvisaciones. Nada de verborrea grandilocuente. Bueno, quizás un poco. Tiene que parecer natural.

– No le prometo nada.

– ¿Prometer? No le creería ni aunque me lo jurara sobre una montaña de Biblias. Lo hará porque sabe que lo que le he dicho iba en serio.

– No funcionará. Mi equipo sabe que últimamente no he hecho ninguna excavación cerca del teatro.

– Por eso ha contratado un equipo de Marruecos y les ha hecho excavar secretamente durante la noche. Éste iba a ser el gran hallazgo de su carrera y quería reservárselo para usted hasta que pudiera dar la buena noticia. Carpenter ha accedido generosamente a permanecer en la sombra y conformarse sólo con los beneficios económicos. La gloria será toda suya.

– ¿De verdad? -Sontag se calló, pensando en ello-. Suena plausible -dijo con prudencia.

– Lo es. Piense en ello. -Abrió la puerta-. Más tarde le daré los detalles.


Sontag.

Aldo revisó excitado el artículo del diario de Roma. Apenas recordaba haber oído hablar a su padre de Herbert Sontag e intentaba acordarse de lo que decía de él. Algo sobre la naturaleza poco honesta de Sontag y de la posibilidad de trabajar juntos. Pero nunca llegó a suceder. Su padre había descubierto el túnel de Precebio y no había compartido su hallazgo con otro arqueólogo.

Ahora Sontag había vuelto a escena y alardeaba de su gran hallazgo. Sin dar detalles. Todavía estaba intentando descifrar el descubrimiento de este gran secreto. No había dado el nombre de la actriz que habían encontrado en la antesala. Quizá todavía no conociera su identidad. Sólo había hecho referencia a su belleza y a las joyas de oro y lapislázuli que la adornaban. Decía que era otra Nefertiti.

Esa frase le dio escalofríos.

«No, más bella que Nefertiti», pensó Aldo. Cira.

Y ese cabrón de Sontag ya estaba intentando reivindicarla como un icono inmortal.

¡No!

Respiró profundo e intentó controlarse. Miró los otros periódicos. No había más información. Entró en Archaeology Journal. No había mención alguna del descubrimiento de Sontag.

Se sintió aliviado. La revista semanal solía ser la primera en anunciar cualquier descubrimiento importante y no habían hecho ninguna referencia, ni siquiera cuando salieron las primeras menciones antes de que Sontag lo anunciara públicamente. Quizá, Sontag estaba intentando conseguir algo más de publicidad.

Espera. Ten cuidado. Hay mucho en juego.

Cira.


Jane todavía estaba mirando el informe de la entrevista cuando Trevor la llamó esa noche.

– La entrevista de Sontag aparece en el New York Times. ¿Cómo lo has conseguido? -preguntó.

– No lo he conseguido. En el momento en que la historia se ha convertido en una noticia real, en lugar de ser una invención, ha sido como una bola de nieve rodando montaña abajo. Eso significa que tendremos que movernos con rapidez. Habrá reporteros merodeando alrededor de Sontag y no hay nada más peligroso que un reportero inquisitivo.

– ¿Qué pasa con Archaeology Journal?

– Me encargaré de ello en cuanto pueda. Ahora no puedo dejar a Sontag. Se está entusiasmando demasiado. Le encanta ver su nombre impreso y ya está preparando otra entrevista para mañana. Es inteligente, pero puede dar un patinazo que podría llevarnos al fracaso.

– ¿Dónde están las oficinas centrales de la revista?

– Es una prensa universitaria de Newark, Nueva Jersey. Pequeña, esotérica y tremendamente importante para nosotros. ¿Alguna noticia de Aldo?

– Ya sabes que Joe te lo habría dicho si la hubiera habido.

– Eso espero. -Se calló-. He descubierto algunas cosas sobre tu teatro mientras estaba rondando por esa rueda de prensa.

– ¿De uno de los estudiantes de Sontag?

– No, de Mario Latanza, un reportero de Milán. Había hecho sus deberes tras el anuncio de Sontag de que el esqueleto probablemente perteneciera a una de las actrices que actuaban en el teatro. Latanza pensó que puesto que la actriz aparecía adornada con joyas y triunfal, probablemente fuera la versión herculana de una estrella del musical.

– ¿Qué?

– La pantomima musical era el espectáculo más popular después de las carreras de cuadrigas y las batallas de gladiadores. Mucho desnudo, chistes muy gráficos, canciones y baile. Sátiros persiguiendo a ninfas blandiendo sus falos de piel erectos. Si Cira era tan conocida como dicen los manuscritos de Julio, es más que probable que gozara de esa popularidad.

– ¿Comedia musical? Siempre había pensado que el teatro antiguo eran las grandes tragedias griegas o romanas. Por cierto, ¿no eran hombres la mayoría de los actores?

– No, cuando se creó el teatro de Herculano. Las mujeres también podían actuar como tales, se quitaron las máscaras y se mostraron al público. Era un teatro impresionante con paredes de mármol y columnas hechas con los mejores materiales de la época. Los actores y actrices se hicieron casi tan populares como los gladiadores y eran bien acogidos en los lechos de la élite de la ciudad e incluso de algún emperador.

– Y Cira pudo ascender por esa escala.

– Subió todo lo que pudo, pero ser actriz también conllevaba un estigma que jamás habría podido eliminar. Había leyes estrictas que regulaban los matrimonios de actores y actrices, aislándoles del resto de la sociedad.

– No me extraña que intentara procurarse algo de seguridad.

– Un cofre lleno de oro suponía bastante más que algo de seguridad. Especialmente en aquellos tiempos.

– La trataban como un juguete, sin sentimientos ni derecho -dijo Jane furiosa-. Era normal que deseara asegurarse de que no volviera a suceder.

– No estoy discutiendo. Era sólo un comentario. Yo la admiro. Ahora más que nunca. ¡Caray!, ni siquiera sé cómo llegó a ser actriz. Las representaciones eran gratuitas y abiertas a todos los ciudadanos de Herculano. Salvo a los esclavos. Cira nació esclava y seguramente no se le debió permitir asistir a ninguna obra.

– Y ella trabajó muy duro para ser una estrella, ¡malditos!

Trevor se rió entre dientes.

– Sí, lo hizo -repitió él-. ¡Malditos!

Compañerismo. Calor. Unión. Eso era todavía más fuerte que el magnetismo físico que ejercía sobre ella. Al infierno con ello, pensó inquieta. Estaban a miles de kilómetros de distancia. No corría riesgo alguno aceptando más de él.

– ¿Qué más has descubierto sobre…?

– Eso es todo. Es normal que estuviera más preocupado por lo que decía Sontag que por la historia antigua. Más adelante, más.

Jane dejó notar su descontento.

– Por supuesto. Sontag era mucho más importante. Hablaremos mañana por la noche.

– Ahora que me has sacado toda la información te deshaces de mí.

– ¡Qué afortunada soy! Tú no eres de ese tipo de hombres que deja que le pase eso. He de pensar en algunas cosas y no puedo hacerlo mientras hablo contigo.

– Dios me libre de interferir en tus reflexiones. Buenas noches, Jane. -colgó.


Jane colgó y se recostó en el balancín, su mente giraba llena de imágenes.

Esclavos. Actores y actrices caminando flamantes por las calles de Herculano. Sátiros con falsos falos por los escenarios de mármol.

Aldo esperando en la sombra con su cuchillo en la mano.

No, eso no tenía nada que ver con el teatro donde Cira había obrado su magia.

Sí, sí que tenía. Se dio cuenta aterrada de que las imágenes del pasado se fundían con las del presente, se superponían.

Entonces detenlas.

Respiró profundo y limpió su mente de todo, salvo de Joe, Eve y de su querido hogar donde hacía ya tantos años que vivía.

Y de Aldo.

Aldo era la verdadera amenaza. No era algo que había sucedido hacía siglos.

Vale, eso estaba mejor, más claro.

Era muy normal que se hubiera dejado llevar por el torbellino de imágenes que Trevor había invocado. Ahora ya había terminado y tenía que volver a su mundo para hacer frente a lo problemas que le presentaba Aldo.

Y tenía que enfrentarse a ellos. Ya no podía seguir allí sentada esperando a ser convocada en Herculano como lo habría sido la indefensa esclava Cira siglos atrás. Ella no era una esclava y tenía que moverse.

Cogió su portátil y lo abrió.


Joe estaba sentado en el sofá cuando ella entró en la cabaña dos horas más tarde; tenía un montón de papeles sobre la mesa de centro.

– ¿Dónde está Eve?

– Se ha ido a la cama. -Joe levantó la mirada y se puso en guardia al ver su expresión-. ¿Algún problema? Pensaba que todo iba bien. ¿Qué ha dicho Trevor?

– No mucho. Está ocupado. Pero me ha dicho que teníamos que movernos deprisa.

Joe la miró detenidamente.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que puede que necesite tu ayuda. No, que voy a necesitar tu ayuda. Y no te va a gustar, pero va a suceder. Ha de suceder -añadió enseguida.

Joe se quedó en silencio un momento.

– Entonces, ¿por qué demonios sigues ahí plantada como un pasmarote sin contarme de qué se trata?

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