10

El lugar donde se había refugiado Isolda Moore no se parecía en nada a su casa. Las escaleras de madera sin pintar que conducían a su escondite en el tercer piso parecían ceder bajo mi peso. El vestíbulo era deforme. El suelo estaba hundido, el techo abombado. Por un lado era ancho, pero al irse acercando a la puerta de Isolda se iba estrechando.

Las fotos que tenía en el espejo del tocador, incluso las secretas en bikini, no hacían justicia a la señorita Moore. Nada más verla resultaba encantadora, aunque había perdido el equilibrio al soltar la cuña de la puerta para abrirla. Tenía la piel de un moreno claro, y llevaba un vestido de topos azul y blanco. El dobladillo le llegaba justo por debajo de las rodillas, revelando unas piernas muy bien formadas. Isolda no llevaba sujetador, y no parecía que le hiciera falta. Sus grandes ojos estaban algo juntos y eran almendrados. Los labios formaban un eterno puchero, como si esperase un beso.

– ¿Sí? -preguntó, nerviosa.

– ¿Isolda Moore? -dije. Ella dudó, así que continué-: Me llamo Easy Rawlins. John y Alva querían que viniese a preguntarle algunas cosas sobre Brawly.

Mientras hablaba, mis ojos iban catalogando sus atributos.

La preocupación de su rostro desapareció cuando vio cómo la miraba.

– Entre.

La habitación podía haber sido una cabaña de una ciudad fronteriza en el lejano oeste. Las paredes jamás habían recibido una capa de pintura, y cualquier astilla del suelo podría haberle enviado a uno al hospital con tétanos. Pero Isolda había trasladado todos los muebles que había junto a la ventana, y lo había cubierto todo con unas sábanas blancas y de colores pastel. En el alféizar de la ventana había puesto unas flores silvestres en una botella de leche. La forma de arreglarlas habría hecho palidecer a un florista del centro.

– ¿Quiere un poco de té, señor Rawlins? -preguntó.

– Lo que tome usted -dije.

Ella sonrió y me condujo hacia los muebles cubiertos de telas.

Era una habitación de tamaño mediano y sin acabar, como he dicho. Pero Isolda había conseguido crear una pequeña isla de estilo allí, junto a la ventana. El té que me sirvió estaba frío como el hielo, aunque en la habitación no había ni rastro de nevera.

– Meto la jarra en un cubo lleno de hielo que consigo en la tienda de licores -me dijo, viendo la pregunta en mi cara.

– Debería ser diseñadora de interiores -le dije.

– Gracias.

Isolda hizo girar la silla en la que estaba sentada y noté que mi corazón estaba atrapado. Tenía toda la gracia y la belleza de una mujer que se codea con primeros ministros o con gángsters, ese tipo de mujer que necesita a un hombre muy poderoso para que florezcan todas sus habilidades.

Se había colocado de tal modo que el sol incidía en su cabeza, haciendo que le brillaran los ojos. Supongo que la miraba demasiado fijamente, porque ella se movió de nuevo y dijo:

– ¿Así que Alva y John le han mandado para encontrar a Brawly?

– Sí, eso es. Pero en realidad creo que es Alva quien desea que lo encuentre.

Mencioné a Alva para ver qué sentimientos albergaba Isolda hacia su prima.

– Debe de estar enormemente preocupada -dijo Isolda, dejándome sin pista alguna.

– John me dijo que han encontrado al ex marido de Alva muerto en su casa.

Isolda asintió, mirando mis manos.

– ¿Quién le ha matado? -le pregunté, intentando sacudirla un poco.

– Pues en realidad no lo sé, señor Rawlins.

– John dice que usted piensa que ha sido Brawly.

El sol en su rostro hizo que su expresión apenada pareciese insoportable.

– Brawly y Aldridge llevaban peleados muchos años, desde… desde que Brawly se fue de casa. Yo intentaba que volvieran a hablarse, pero… pero entre ellos nunca había paz.

– ¿Por qué se pelearon en un principio?

– Nunca lo supe -dijo ella, aunque no la creí-. Fue hace años. Cuando fui a recogerle después de aquella pelea, tenía la mandíbula hinchada, y me pidió que le dejara quedarse en mi casa. Cuando le pregunté por su padre, me enseñó un diente ensangrentado que le había arrancado Aldridge a golpes.

– ¿Por qué no se fue con su madre? -le pregunté.

– ¿No se lo contó John?

– Estábamos delante de Alva. Ella estaba muy afectada.

– Es que… todo esto le afecta mucho. Fue más o menos la época en que mataron a su hermano Leonard. Se lo tomó tan a pecho que tuvo una crisis nerviosa y tuvieron que llevarla a Camarillo.

Isolda volvió sus labios hacia mí y tuve que concentrarme para oír lo que me estaba contando. Sus ojos se clavaron profundamente en los míos, y pensé que aunque no fuese una mala persona en lo más hondo de su corazón, muchos hombres habrían tropezado ya con piedras puntiagudas distraídos por sus encantos.

Quizá por eso le disgustaba tanto a Alva.

– ¿Y por eso Brawly tuvo que venir con usted? -le pregunté-. ¿Porque su madre estaba hospitalizada?

Isolda asintió.

– Ella estaba ida del todo. Cuando Brawly fue a verla, antes de su pelea con Aldridge, le dijo que no podía quererle, y que no volviese a ir a verla nunca más.

– ¿Por qué llamó a Alva, señorita Moore?

– Llámeme Issy -dijo ella-. Así es como me suelen llamar.

– ¿Por qué no está en su casa, Issy?

– Llevo unos cuantos días sin pasar por allí. Me fui a Riverside y cuando volví, Brawly había… quiero decir que Aldridge estaba muerto. No volví a casa porque tenía miedo de Brawly. -Apartó la mirada. Quizá aquello significaba que se lo tomaba todo muy a pecho, o quizá sólo estuviera ensayando las poses, practicando para algún interrogatorio más serio.

– ¿Por qué cree usted que fue Brawly? -le pregunté-. ¿Y por qué no avisó a la policía?

– Aldridge había llegado a la ciudad hacía unas semanas. Vino a verme.

– ¿Era su novio?

Isolda desvió los ojos hacia la ventana. De nuevo brillaron al darles la luz. Dudo que fijase la vista en nada. Su mirada era, definitivamente, de las que miran hacia dentro.

– Estábamos muy unidos. Pero bueno, Aldridge seguía yendo a su aire. Si venía a la ciudad y yo estaba con un hombre, me dejaba en paz. Pero si estaba libre, se venía conmigo un tiempo.

– ¿Y Alva sabía lo de ustedes dos? -le pregunté, buscando algún tipo de conexión.

– Hace diez años que no hablo con Alva.

– ¿Sabía Brawly que su padre estaba liado con usted?

Yo había pensado que aquellas palabras groseras le afectarían, pero a Isolda no le preocupaba lo más mínimo ni yo ni lo que pudiera pensar.

– Vino una vez cuando Aldridge estaba conmigo, hace unas dos semanas. Se miraron el uno al otro como animales salvajes en la entrada, pero hice que se sentaran a la mesa como personas normales. Hice té y serví un poco de pan con mantequilla. Les dije que eran padre e hijo, y que tenían que empezar a comportarse como tales.

Isolda desvió de nuevo su mirada hacia mí. No hice ni caso. Me preguntaba cómo se sentirían aquellos dos hombres.

– Al principio todo fue bien -dijo ella, como si yo hubiera expresado mi pregunta-. Hablaron de lo que habían estado haciendo. "Brawly incluso se rió una vez.

La voz de Isolda tenía el tono nostálgico del amor. Me pregunté si era amor por Brawly o por su padre.

– Pero entonces Aldridge tuvo que sacar aquella maldita petaca -dijo Isolda-. Dijo que quería hacer un brindis por haberse visto después de tanto tiempo.

– ¿Era un mal bebedor? -le pregunté.

– Los dos lo eran -exclamó ella, con desdén-. Los dos. Por eso les di té. Bebieron para celebrar su encuentro. Bebieron por mí. Bebieron por una larga vida y por no sé qué más. Luego Aldridge cometió el error de brindar por la madre de Brawly. Brawly le dijo a su padre que no quería volver a oír aquel nombre nunca más.

Dijo aquellas últimas palabras en el tono que debía haber usado Brawly. Me estremecí. Había visto a hombres borrachos matar a alguien sólo por ese tono de voz.

– El único motivo por el cual no se mataron el uno o el otro en aquel momento fue porque interpuse mi cuerpo entre ellos. -E Isolda levantó la mano, como si jurase.

Se bajó la manga izquierda del vestido de lunares y me mostró una magulladura muy fea que tenía justo por encima de la curva del pecho. Era una de esas marcas profundas que duran meses.

– Recibí esto antes de que se detuvieran -dijo-. Eché a Brawly de casa y le dije que no volviera hasta que aprendiera a comportarse civilizadamente.

– ¿Y dónde estaba usted cuando mataron a Aldridge? -le pregunté.

– En Riverside, como ya le he dicho -afirmó-. Oí decir que habían matado a un hombre en mi edificio por la radio, llamé a un vecino y averigüé lo que había pasado. En cuanto lo supe volví… por si Brawly me necesitaba.

– ¿Y por qué no ha ido a la policía? Si no hizo nada, no tiene motivo alguno para sentir miedo.

– ¿Nunca le ha interrogado la policía? -me preguntó Isolda.

Por primera vez nuestros ojos se encontraron de verdad. No era una mirada entre hombre y mujer, sino de comprensión total.

A mí me habían «interrogado» cientos de veces, más aún. Y cada vez mi vida y mi libertad habían estado en la cuerda floja. No importaba que fuese inocente, o que no tuvieran prueba alguna de mi culpabilidad. El texto de la Proclamación de Emancipación no estaba clavado en el tablón de anuncios de la cárcel. Ni tampoco la Declaración de Derechos.

El tirante del vestido de Isolda todavía colgaba desde su hombro. Me hormigueaban los dedos ante la proximidad de su piel.

– ¿Cree que Brawly podía dominar a un hombre de la corpulencia de Aldridge? -pregunté.

– ¿Cómo sabe usted cómo era Aldridge?

– Alva me lo dijo -expliqué, esperando que ya fuese un tipo gordo cuando ella le conoció.

– Brawly parece un niño -dijo-. Mentalmente, quizá sea un niño. Pero es muy fuerte, asusta de lo fuerte que es. Una vez, en un picnic del instituto, cuando Brawly vivía conmigo, unos niños apostaron a que no podía levantar una piedra grande del suelo. Era una piedra muy grande. Brawly la levantó como si fuera de papel en lugar de granito. Y estaba con dos jugadores de fútbol muy corpulentos. Vi el miedo en los ojos de esos chicos.

– ¿Fue Brawly quien le dio ese golpe?

– No me acuerdo. Era una confusión total. Golpes y empujones por todos lados. Pero aunque lo hubiese hecho, sólo fue porque me metí en su camino.

– ¿Dónde está ahora?

– No lo sé.

– ¿Conoce a sus amigos?

– ¿Por qué me hace todas estas preguntas? ¿Es usted una especie de policía o algo así?

– Sólo un amigo de John y Alva, como ya le he dicho. Me pidieron que buscara a Brawly, y eso es lo que estoy haciendo.

– Bueno, pues no le he visto desde que salió de mi casa, hace dos semanas.

– ¿Dijo adónde iba?

– Dijo que iba a matar a Aldridge en cuanto se despistara.

– No me ha dicho si tiene amigos.

– Está esa chica blanca. Bobbi Anne Terrell, creo que se llama. Fueron juntos al instituto.

– ¿En Riverside?

– Ajá.

– ¿Sabe cuál es su número?

– No, a lo mejor está en la guía.

A lo largo de nuestra conversación, un aire frío fue instalándose entre Isolda y yo. Quizá fuese porque yo representaba a Alva. O quizá era que yo no tenía utilidad alguna para ella.

– ¿Por qué llamó a Alva, Issy?

– Para contarle lo de Aldridge y Brawly. Y para averiguar si sabía dónde estaba.

– ¿Por qué quería saberlo?

– He sido como una madre para ese chico, señor Rawlins. Y eso es algo que no se olvida así como así.

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