28

Jasper Xavier Bodan vivía en el tercer piso de una pensión en Hoover. Su habitación se encontraba al final de un largo vestíbulo iluminado por una sola bombilla.

Una raya de luz asomaba a los pies de su puerta.

– ¿Quién es? -preguntó, al llamar Tina.

– Tina -dijo ella-. Y el hombre que me sacó del local la otra noche. Easy Rawlins.

La puerta se abrió hacia dentro. La habitación que había detrás parecía vacía. Seguí a Tina con las manos visibles, a la altura de la cintura. Xavier estaba de pie detrás de la puerta con una pistola extraordinariamente pequeña en la mano.

Cerró la puerta y nos miró, ceñudo.

– ¿Por qué le has traído aquí? -preguntó a Tina.

– Ya sabía tu dirección -respondió ella-. Me ha invitado a venir con él.

– ¿Y por qué has hablado con él?

– Encontró mi dirección, y la señorita Latour dijo que se le daba muy bien ayudar a la gente negra con problemas -dijo Tina. Era una joven negra más que rogaba a su novio negro que atendiese a razones-. Le he traído porque dice que quiere ayudar.

– No necesito su ayuda -me dijo él-. Debí dejar que Conrad le disparara la otra noche.

Cuando colocó la pistola frente a mi cara ya no me pareció tan pequeña, en absoluto. La proximidad del cañón afectó a mis pulmones. Inhalaba bastante bien, pero la capacidad de exhalar parecía haber quedado paralizada.

– Baja esa pistola, Xavier -dijo Tina-. Ha venido aquí sólo a hablar contigo.

– No necesito hablar.

– Sí, sí que lo necesitas -dije yo. Obligar al aire a salir de los pulmones era una de las tareas físicas más difíciles que había llevado a cabo jamás. Me moría por un cigarrillo-. Hay cosas que debes saber. Cosas que harán que veas todo este asunto de forma muy distinta.

– Escúchale, cariño -dijo Tina. Se acercó al flaco muchacho. Cuando ella puso la mano en el brazo que sujetaba el arma yo temblé, temiendo que él apretase el gatillo y me disparase por error.

Cuando Xavier dejó la pistola a un lado, todo mi cuerpo se relajó. Me di cuenta de que tenía que ir al baño, pero decidí que no era un buen momento para preguntar dónde se encontraba.

– ¿Puedo sentarme? -pregunté.

– Ahí. -Señaló una solitaria silla de madera.

Me senté y busqué en el bolsillo, recordando que había tirado mis cigarrillos.

– ¿No tendréis un cigarrillo?

Tina buscó en su bolso y sacó un paquete de tabaco con filtro.

– ¿Qué tiene que decirme? -dijo Xavier, mientras Tina me encendía una cerilla.

Inhalé profundamente y mi garganta y pulmones notaron un extraño frío ardiente que los recorría de arriba abajo. Durante un segundo temí haber sido envenenado, pero entonces me di cuenta de que se trataba de un cigarrillo mentolado.

– La policía -dije, atragantándome con el extraño humo.

– ¿Qué pasa con ellos?

– Han venido a verme y me han pedido que te espíe -le dije.

– ¿Por qué quieren espiarme? -preguntó Xavier.

Me encogí de hombros.

– ¿Y por qué ha venido a contármelo?

– Eres tú quien cree que la policía mató a Strong.

– Dice que el padre de Brawly está muerto también -añadió Tina.

– ¿Aldridge? ¿Y por qué iban a matar a Aldridge?

– Es una buena pregunta -dije-. Pero tengo otra mejor aún.

– ¿Cuál?

– Fui a ver a la policía y les dije que estaba dispuesto a ayudarles, a compartir información…

– ¿Cómo? -El arma de Xavier se elevó de nuevo, pero yo ya no tenía tanto miedo, aunque tampoco las tenía todas conmigo.

– Vamos, hombre -dije-. Ya te he dicho que estoy intentando ayudar a Brawly. Cuando la policía vino a verme y empezó a hablar del Partido Revolucionario Urbano, quise averiguar qué pasaba.

– Eso es lo que usted dice. -Xavier mantenía la pistola apuntando a mi pecho-. Pero yo no lo sé en realidad. A lo mejor planea delatarme.

– Ya sabía tu dirección, cariño -dijo Tina-. Te lo he dicho. No tenía que venir aquí para hacer que te arrestasen.

– Entonces, quizá haya algo más.

A Xavier le sudaba el labio superior. No debía de tener más de veintidós años, pero aguantaba bastante bien la presión de la situación. Miré a mi alrededor mientras él pensaba en mi posible duplicidad. Aquello parecía más un compartimento que un apartamento. La característica más importante era una pequeña ventana que daba a un letrero de neón rojo: MERRIAN'S. Tenía un sofá de vinilo color agua en el cual seguramente dormía también, y una mesa llena de pilas de libros y papeles.

– Os han asignado una brigada especial -dije-. La llaman brigada D. Está dirigida por un hombre llamado Lakeland. Es del ejército, pero le han asignado para que os vigile.

Aquello era demasiado, él ya no podía seguir con sus dudas o sus bravatas.

– Oh, no -dijo Tina, mirando a su hombre.

– No sabemos si lo que está diciendo es verdad -dijo Xavier.

Me sentí orgulloso de él por intentar controlar los problemas, que iban en aumento.

– Pero Henry dijo que intentaban matarnos -razonó Tina.

Si yo hubiera planeado imponerme, aquel hubiese sido el momento. Xavier volvió los ojos hacia Tina. Quizá fue porque llamó a Strong por su nombre. Quizá por su furia al ver que ella quería creer en lo que yo estaba diciendo.

– No mataron a Henry -dije yo.

– ¿Y cómo demonios sabe eso?

– Porque yo estaba allí, en su despacho, cuando lo averiguaron. Se sorprendieron. Para ser polis, incluso parecían preocupados.

– ¿Y dónde está su oficina? -preguntó Xavier.

– Tengo que ir a orinar -repliqué yo.

Tina soltó una risita. Estaba casi histérica.

– ¿Qué? -me preguntó Xavier.

– Que tengo que ir al baño, tío.

– No -dijo Xavier. Había un gran poder en su voz, y las trazas de una sonrisa maligna en su labio sudoroso. Se acercó más a mí y dijo-: Se va a quedar ahí sentado hasta que tenga las respuestas que quiero.

Aquello ya era demasiado.

Le di un palmetazo en la mano con la que sujetaba la pistola con la izquierda, y le propiné un puñetazo sin demasiada fuerza con la derecha. Le agarré la muñeca, se la retorcí y le quité la pistola de sus dedos sueltos.

– ¡Alto! -gritó Tina.

Me volví hacia ella con las manos en el aire.

– Sólo quiero ir al lavabo -dije-. Ningún puto negro me va a impedir que haga mis necesidades. ¿Dónde está?

Los ojos de Tina señalaron hacia una puerta que se encontraba perpendicular a la ventana. Fui y me alivié sin cerrar la puerta detrás de mí.

Cuando volví, Tina había colocado a Xavier sentado en el suelo, pero él todavía estaba demasiado atontado para levantarse.

– Siento haberte golpeado, tío -dije-. Pero no se puede tratar así a la gente. No se le pone a uno la pistola delante de la cara cuando no te ha hecho nada.

Tina estaba demasiado asustada para hablar y Xavier todavía veía doble, preguntándose qué imagen mía de las varias que veía estaba hablando con él.

– ¿Puedo coger otro cigarrillo? -le pedí a Tina.

Ella asintió y yo cogí el bolso donde ella lo había dejado caer, en el suelo.

– Déme uno también, ¿quiere? -me pidió ella.

Encendí dos a la vez y le tendí uno.

Xavier se quejaba y se llevó la mano a la cabeza.

– No tenía que haberle pegado -dijo Tina.

– No. Lo que tenía que haber hecho es mearme en los pantalones. Pero déjame que te diga una cosa, es una auténtica putada que tu chico me haya hecho esto.

– ¿Qué quiere? -consiguió decir Xavier, antes de hacer muecas de dolor.

– Te lo he dicho desde el principio, tío -le dije-. La madre de Brawly me ha pedido que me asegure de que el chico está bien. Si no está demasiado metido, intentaré arreglar la situación. Lo único que me importa de los Primeros Hombres es que Brawly forma parte de ellos.

– No sé dónde está Brawly -dijo Xavier.

Se sujetó el brazo y Tina le ayudó a ponerse de pie. Dudo que pesara más que ella.

– Ya lo sé. Eso ya lo sé. Pero a lo mejor podrías ayudarme de otra manera.

– ¿Cómo? -Xavier no tenía miedo, aunque yo le había quitado la pistola y había demostrado mi superioridad física.

En realidad, aquel chico me gustaba.

– En primer lugar -dije-, ¿qué estáis haciendo con las armas?

– ¿Qué armas?

– Las armas que tiene la novia de Brawly en su casa. Armas como ésta. -Cogí la pistola del calibre cuarenta y cinco que había cogido de debajo de la cama de Bobbi Anne Terrell.

Ambos se mostraron impresionados por el tamaño y el peso del arma.

– ¿Sacó eso de casa de Clarissa? -me preguntó Xavier.

– No, de casa de Bobbi Anne.

– ¿Quién es Bobbi Anne?

Tuve con Xavier la misma conversación que había tenido con Tina. Ambos aseguraban que no conocían a ninguna chica blanca con la que fuese Brawly.

– Nosotros no obligamos a nadie a hacer nada, pero no se aprueba que uno del partido elija a una mujer blanca en lugar de una de nuestras hermanas negras -dijo Xavier-. No le diríamos que no puede estar con ella, pero si fuera así seguro que lo sabríamos.

– ¿Y qué hay de Henry Strong? -pregunté.

Tina se puso tensa y Xavier preguntó:

– ¿Qué pasa con él?

– ¿Cuánto tiempo lleva aquí? La otra noche me pareció que acababa de llegar a Oakland para dar una charla en vuestra organización. Pero por lo que he oído desde entonces, parece que llevaba aquí al menos unas cuantas semanas.

– ¿Por qué?

– Porque alguien le ha asesinado -dije-. Le han asesinado a menos de cinco manzanas de distancia de donde trabajaba Brawly hace unas semanas. Eso le une con Brawly, y me gustaría saber cómo.

– El señor Strong está relacionado con varias organizaciones políticas de la zona de la bahía -dijo Xavier-. Nos había estado observando desde hacía tiempo, y quería recaudar algo de dinero para nosotros. Ya ve, tenemos algunos partidarios en Berkeley a los que les gusta lo que hacemos. Lo más interesante que queremos hacer es inaugurar una escuela para niños desde primer curso hasta octavo. Queríamos comprar la vieja fábrica de pan Kleggman, en Alameda, pero necesitamos más dinero.

– ¿Y Henry os lo iba a conseguir?

– Había ido viniendo durante los últimos meses y reuniéndose con algunos de los dirigentes de los Primeros Hombres -dijo Xavier.

– ¿Y por qué conoció a Brawly? -le pregunté.

– Brawly dijo que él conocía a constructores y contratistas negros -apuntó Tina-. Cuando él llegó y le contamos que queríamos convertir la fábrica de pan en un colegio, nos empezó a hablar del novio de su madre y de las viviendas que estaba haciendo en Compton.

– ¿Dijo que John os podía ayudar con lo del colegio?

– Al principio sólo presumía -dijo Tina-. Ya sabe, que él era contratista, y que podía reunir a un buen grupo de trabajadores negros. No le escuchábamos hasta que dijo que había una mujer negra que ayudaba a financiar la obra del amigo de su madre. Cuando Henry se enteró de eso, empezó a hablar con Brawly.

– No me digas -musité yo.

– ¿Cómo ha averiguado dónde vivíamos? -preguntó Xavier.

– Lakeland -dije-. Tenía tu foto, tu historial, todos tus datos, incluso los empastes que tienes en las muelas apuntados en un archivo.

Los amantes se cogieron de las manos.

– Contadme lo de ese colegio -dije-. Por todo lo que he oído y leído últimamente, yo pensaba que lo que intentabais era derribar el sistema, no educar a los niños.

– El que habla es su miedo -dijo Xavier, el peso mosca-. Si hubiese escuchado de verdad, si hubiese leído nuestro manifiesto, sabría que el colegio es nuestra prioridad. Queremos abrir un colegio, una casa pública, un centro comunitario, y un comedor para nuestros niños y nuestros ancianos.

Los ojos de Tina estaban clavados en el perfil flacucho de su novio. Me intrigaba ella… enamorada de dos hombres tan poderosos. Ella estaba en medio, en medio de todo aquello que amaba y tenía en gran estima.

Al cabo de un rato, ella se metió en la conversación. Dijo que las mujeres negras tenían que aprender a amar su propia belleza y a sus propios hombres.

– No podemos dejar que ellos nos dicten cómo vivir, cómo amar y cómo aprender -dijo-. Es nuestra responsabilidad, y si no tomamos las riendas nosotras mismas, nunca seremos auténticamente libres.

Me preguntaba a quién incluiría en ese «ellos». ¿Sería yo uno de los que reprimían a la raza negra?

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