31

Me dejé caer por la oficina del coronel Lakeland más o menos a las diez de la mañana.

A la señorita Pfennig no le hizo ninguna gracia, pero me envió adonde Mona, a la que hacía menos gracia si cabe mi presencia. Sin embargo, Mona llamó a su jefe y él me hizo entrar de inmediato.

El detective Knorr estaba sentado a la mesa, en la misma silla que yo había elegido para evitar ser el centro de atención.

– Sí, señor -dije, sin que me preguntaran nada.

Tomé asiento, sin que me invitaran tampoco.

Knorr me dirigió una sonrisa asesina. Lakeland se mostró más honrado y sencillamente frunció el ceño.

– ¿Qué tiene usted para nosotros? -me preguntó Lakeland.

– No demasiado -dije-. Nada consistente.

– ¿Cómo le han detenido? -me preguntó Knorr.

– Tal y como les he contado -dije-. Jasper, Christina y yo habíamos ido a ver a Bobbi Anne, pero ella había salido y la puerta estaba abierta. Últimamente he tenido la vejiga un poco floja y…

– Deje esa mierda, Rawlins -dijo Lakeland. Sacó una pistola del calibre cuarenta y cinco que me era muy familiar de alguna parte de debajo de su escritorio-. ¿Qué demonios es esto?

– Lo encontré en la mesa del salón de esa mujer, Bobbi Anne -dije.

– ¿Eso es lo que le contó a Petal? -dijo.

Sabía que se estaba refiriendo a Pitale. Quizá fuera esa la forma de pronunciar el nombre.

– No es ningún cuento -dije-. Estaba allí, a plena vista.

– ¿Qué le parecería pasar treinta y cinco años en una prisión federal, señor Rawlins? -preguntó Lakeland.

– No, gracias.

– Porque esta, esta pistola en concreto, fue robada de unas instalaciones federales en Memphis, Tennessee, y ésa es la condena por el robo.

– Creo que mi abuelo paterno era de Tennessee -dije-. Se cuenta que mató a un hombre blanco y tuvo que irse a Louisiana por motivos de salud.

Los ojos claros de Knorr me miraron como un niño miraría el ala de una mosca que estuviera a punto de arrancar.

– Estaba en una mesita -dije-. La cogí, me la metí en el bolsillo y entonces entró la policía. Por cierto, ¿por qué fueron allí?

– Petal trabaja para el capitán Lorne. También vigilan a los miembros de los Primeros Hombres -dijo Lakeland.

– ¿Estaban acampados fuera del apartamento de Bobbi Anne? -pregunté.

– Al parecer, así fue -dijo Lakeland-. Cuando vieron a Bodan y a Montes entrar, pensaron que podían cogerlos con algo entre manos y desarticular su organización. Pero la pregunta más importante es: ¿qué estaban haciendo ustedes allí?

– Averigüé que Bobbi Anne era amiga de Brawly en el instituto en Riverside, de modo que fui allí con Xavier y Tina para hablar con ella.

– ¿De qué? -preguntó Lakeland. Tanto él como Knorr se inclinaron hacia delante, casi imperceptiblemente, para oír con mayor claridad mis mentiras.

– Estaban asustados -dije yo.

– ¿Asustados de qué? -inquirió Knorr.

– De quienquiera que matase a Strong. Tina se había estado trasladando de un lugar a otro, y Xavier se escondía detrás de la puerta con una pistola en la mano.

– ¿Y qué tenía que ver todo eso con Bobbi Anne? -preguntó Knorr.

– Les dije que el padre de Brawly, Aldridge Brown, también había sido asesinado, y que yo pensaba que su muerte tenía algo que ver con la de Strong, y que Bobbi Anne sabía algo, a causa de su conexión con Brawly.

– ¿Y qué tenía que ver ella con la muerte de Strong? -preguntó Lakeland.

– No tengo ni idea -dije-. Como ya le he dicho una docena de veces, lo único que me interesa es Brawly. Tina y Xavier conocían a Bobbi Anne, de modo que yo pensé que podían hacer que me llevara hasta Brawly.

– Pero ¿qué tiene que ver todo esto con los tiroteos? -preguntó Knorr.

– ¿No acabo de contestar a esta misma pregunta?

– ¿Así que usted no sabe nada de la muerte de Strong? -preguntó Lakeland-. Les mintió a ellos para que le llevaran a ver a Brawly.

– Sí, les mentí -dije-. Pero eso no quiere decir que no sepa nada.

Esperé, queriendo que pensaran que me estaban sacando la información en lugar de dársela toda digerida.

– ¿Qué? -preguntó Lakeland.

– Lo mismo que sabrían ustedes si hubiesen estado escuchando -dije-. Tina tiene un miedo cerval, y también Jasper. Los dos querían a Strong y creen que fue asesinado por el gobierno, la policía o ambos. Seguramente no tuvieron nada que ver con ello. Lo único que quieren es construir colegios para los niños negros.

– En los colegios es donde enseñan a los niños a odiar -dijo Knorr.

Lakeland volvió la cabeza hacia Knorr como si sus palabras fuesen una alarma contra incendios. Luego se volvió hacia mí.

– ¿Es todo lo que sabe?

– Hasta ahora.

– Así que entra usted aquí y nos dice que no cree que esta gente esté metida en ningún crimen -anunció Lakeland-. Entonces, ¿quién le mató?

– Alguien que estaba asustado, algún estúpido -dije-. Alguien a quien él conocía, y a quien podía hacer daño. Siempre pasa lo mismo, ¿no es así, coronel?

Los representantes de la ley se sentían perplejos al ver que yo usaba su mismo lenguaje.

– ¿Va usted a seguir con esto? -me preguntó Lakeland.

– Si lo que quiere decir es si voy a seguir buscando a Brawly e intentando que vuelva a casa con su madre… la respuesta es sí.

– Le hemos sacado de la cárcel -dijo el coronel.

– Y ya les he contado todo lo que sé de Xavier y Tina.

Lakeland cogió la pistola y movió la mano.

– ¿Era ésta la única arma que había en el apartamento?

– Sí señor.

– ¿Necesita saber algo más de nosotros?

– Me gustaría tener una dirección más -dije.

– ¿Cuál?

– ¿Dónde vivía Strong cuando andaba por aquí? -Había oído la dirección que habían dado en las noticias. No era la misma que había obtenido de Tina.

– En el hotel Colorado -dijo Knorr-. En Cherry. Pero no tiene que preocuparse por ir allí. Ya lo hemos registrado.

– ¿Le importa a usted para algo el sitio donde él vivía? -preguntó Lakeland.

– No. Quiero decir que pensaba ir y preguntar si Brawly Brown había aparecido por allí. Ya saben que él es mi objetivo principal.

– Pensaba que era usted conserje -dijo Lakeland-. Pero más bien parece un detective.

– ¿Sabe usted coser, oficial? -le pregunté, como respuesta.

– ¿Cómo?

– No me refiero a dar puntadas -dije-. Quiero decir cortar una prenda entera y coser las costuras de una falda o unos pantalones.

– No.

– ¿Sabe usted cocinar un pastel, o colocar el suelo de una habitación? -continué-. ¿O poner ladrillos, o curtir el cuero de un animal muerto?

– ¿Adónde quiere ir a parar? -dijo el coronel.

– Yo sé hacer todas esas cosas -dije-. Y puedo decirle cuándo un hombre va a volverse loco, o cuándo un matón es un cobarde o un fanfarrón. Puedo echar una mirada a una habitación y decirle si debe preocuparle que le roben. Todo eso lo aprendí por ser pobre y negro en este país que usted está tan orgulloso de salvar de los coreanos y vietnamitas. En el lugar de donde yo procedo, no hay detectives privados negros. Si un hombre necesita que le echen una mano, acude a alguien que lo haga como trabajo extra. Yo soy ese hombre, coronel. Por eso usted envió al detective Knorr a mi casa. Por eso habla conmigo cuando vengo a verle. Lo que hago, lo hago porque me sale de dentro. Yo estudié en las calles y los callejones. La mayoría de los polis darían cualquier cosa por comprender lo que yo sé. De modo que no se obsesione por la forma en que llegué aquí o cómo explicar lo que hago. Escúcheme y a lo mejor aprende algo. -Cerré la boca entonces, antes de decir algo más de lo que yo había aprendido en un mundo que ya había sobrepasado a aquellos policías.

Ambos me miraban. Yo me di cuenta de que cualquier posibilidad que hubiese tenido de que me subestimasen había pasado también.

– Entonces, ¿quién cree usted que mató a Strong? -me preguntó Lakeland.

– No sé nada de eso, agente -contesté-. Podría ser alguien de los Primeros Hombres, pero esos dos chicos seguro que no.

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