27

Liselle se reunió conmigo en la puerta principal. Parecía más vieja aún a aquellas horas de la noche. La piel le colgaba debajo de los ojos y tenía también los hombros caídos.

Pero por muy débil y cansada que estuviese, me acribilló a preguntas antes de permitirme poner los pies en el umbral.

– No quiero que la angusties ahora, Easy -dijo Liselle-. Sabes que esta chica ya ha tenido bastantes problemas. Y no quiero que la hundas sólo porque quieres ayudar a ese demonio de chico de Brawly.

– ¿Conoces a Brawly? -le pregunté.

– Sí, ha estado aquí. Sí, señor.

– ¿Y qué sabes de él?

– Sólo que es muy huraño, y que es un niño. Habla a todo el mundo como si a los demás les importara lo que él siente o no siente. Me dijo que yo le gustaba, porque yo no era fría, como su madre. Yo le dije que es mucho más fácil ser amable para un desconocido que para una madre, que oye a su hijo presumir de que es un hombre mientras le tiene que lavar la mierda de los calzoncillos.

Me reí.

– ¿Y qué dijo él al oír eso?

– Se enfurruñó mucho y no volvió a decirme ni hola.

– No molestaré a Tina -le dije-. Te lo prometo.

Liselle me sostuvo la mirada con sus ojos desfallecidos y acuosos durante sus buenos cinco segundos antes de conducirme hacia el anticuado salón, donde Tina estaba sentada en una silla de nogal de respaldo recto.

La joven radical llevaba unos pantalones azules muy holgados y una blusa color coral que también le quedaba muy suelta. Tina tenía la nariz pequeña y la piel de un marrón claro. Era guapa porque tenía veinte años, más o menos. A los treinta ya no sería más que agradable, y a los cuarenta, del montón.

Pero entonces tenía todavía el fuerte atractivo de la vulnerabilidad. Miró a Liselle y luego a mí como a un prisionero condenado que espera un aplazamiento pero se teme lo peor.

– Aquí está, cariño -dijo Liselle-. Pero si no quieres hablar más, sencillamente te levantas y vienes a verme. Sólo ven conmigo y ya está.

– Gracias, señorita Latour -dijo Tina.

Liselle se dirigió hacia su pequeño apartamento, dejando la puerta ligeramente abierta. Yo esperé un momento, me levanté y fui a cerrarla. Luego volví a la silla y me senté frente a Christina Montes.

– ¿Qué tal te va? -le pregunté.

– Muy bien. Pero tres de nuestros hermanos están todavía en la cárcel. Y uno en el hospital.

– ¿Por qué entraron los polis de aquella manera?

– No lo sé -dijo ella-. Gracias por ayudarme a salir.

– No tiene importancia.

– Conrad no debió ponerle la pistola en la cara. Xavier dice que como la gente cree que es blanco, él siempre tiene que probarse a sí mismo.

– La verdad es que él no me preocupa -le dije-. Liselle te habrá dicho que estoy intentando ayudar a Brawly, ¿no?

– Ya nos dijo que le buscaba en el coche, la otra noche.

– Sí, se me había olvidado. Bueno, supongo que ella te diría que llevo buenas intenciones.

– Dijo que usted podía ayudar a gente que tiene problemas pero que yo debía tener cuidado, porque usted se mueve entre gente peligrosa.

– Eso no puedo negarlo, la verdad -dije-. Pero me has puesto en evidencia.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Hiciste que Conrad y Brawly almacenasen armas en casa de la novia de Brawly…

– ¿Clarissa? -Tina estaba realmente sorprendida.

– No, la blanca, Bobbi Anne.

– En eso se equivoca, señor Rawlins. La novia de Brawly es Clarissa -dijo Tina-. Él la ama.

– No sé entonces qué le habrá dicho a Bobbi Anne, pero también es su chica -dije yo, con gran autoridad en mi voz.

– No sé nada de ninguna arma. Lo único que sé es que Henry Strong está muerto y yo tengo miedo, tengo miedo por Xavier y los demás.

– ¿Y qué hay de Aldridge Brown? -pregunté.

– ¿Qué pasa con él?

– ¿Le conoces?

– Pues claro que le conozco. Es el padre de Brawly. Un par de veces nos ha llevado a cenar al Egbert's Coffe Shop.

– ¿Así que Aldridge estaba también en el partido? -pregunté.

– No. En realidad no creo que se meta en política. Pero tuvo muchos problemas con Brawly cuando era pequeño, y ahora está intentando arreglar las cosas.

– ¿Crees que quien mató a Strong mató también al padre de Brawly?

– La policía mató a Henry, pero ¿qué dice del señor Brown? -Si mentía, la verdad es que lo hacía magistralmente.

– Le mataron hace dos días en una casa que pertenecía a una mujer llamada Isolda Moore.

Tina meneó la cabeza lentamente.

– ¿No lees los periódicos? -pregunté.

– ¿Y por qué iba a hacerlo? De todos modos todo es mentira… -dijo-. ¿Por qué dejarse engatusar por las mentiras del hombre blanco?

– Porque a lo mejor lees algo que tiene relación contigo -le dije-. Por eso.

– No sé qué decirle, señor Rawlins. He estado en casa de diferentes amigos desde la noche en que la policía entró en la reunión. El señor Strong decía que debíamos irnos trasladando porque la policía nos tenía en una lista, y que los líderes serían asesinados. Sólo he venido aquí esta noche para recoger mis cosas y trasladarme a otro sitio. La señorita Latour siempre ha sido muy amable conmigo. Me ha dicho que debía hablar con usted, pero en realidad yo no sé nada de armas ni de crímenes.

– ¿Por qué crees que fue la policía quien mató a Strong? -le pregunté.

– Porque él era muy importante para el movimiento. Nos dijo que la policía intentaría eliminar a nuestra élite o bien tendiéndoles una trampa o bien mediante el asesinato.

Antes de visitar al coronel Lakeland yo me habría burlado de la posibilidad de una conspiración semejante, pero entonces ya no.

– ¿Y qué hay de Aldridge? -le pregunté-. ¿Por qué le mató la policía?

– Pues no lo sé. Nunca vino a nuestras reuniones ni nada. Sólo venía a recoger a Brawly a veces y nos llevaba a tomar un café.

– ¿Pero él y Brawly se llevaban bien?

– Sí -dijo ella-. Bueno, habían tenido un mal rollo, como ya le he dicho. Pero todo aquello había pasado ya. Aunque Brawly todavía seguía un poco distante.

Retuve aquellas palabras. Era un rompecabezas con demasiadas piezas. Aunque una de ellas pareciese encajar, siempre quedaba algo suelto.

– ¿Y tú y Strong? -le pregunté.

– ¿Qué quiere decir?

– Ya sabes lo que quiero decir. ¿Te visitó alguna vez sin que Xavier lo supiera?

– Algunas veces. Pero no había nada malo en ello. Los hombres y las mujeres son libres de conocerse y verse entre sí y…

– ¿Cuánto le diste a conocer al señor Strong? -le pregunté.

– ¿Para qué quiere saber eso?

– Porque después de esta conversación voy a pedirte que vengas conmigo a ver a Xavier. No quiero decir algo que le ponga tan furioso que le haga perder los estribos.

– ¿Y por qué quiere que le lleve a ver a Xavier?

– No he dicho que quisiera que tú me llevases a verle. Ya sé dónde vive. En Hoover. -Le di la dirección-. Lo que necesito es que me allanes un poco el camino para que la conversación sea tranquila. Pero ¿cómo vamos a tener una conversación tranquila si de repente sale el tema de que tú te acostabas con el maestro?

La intensa mirada de Tina me dijo que las sospechas de Liselle estaban fundadas.

– No fue nada -dijo Tina-. Estaba muy solo aquí, y quería hablar. Un día me puso la mano en la nuca…

No quería saber los detalles. No me importaba si habían estado juntos o no.

– ¿Dónde? -pregunté.

– En la nuca.

– No, digo que dónde le… bueno, dónde le besaste por primera vez.

– En su habitación.

– ¿En el hotel Colorado?

– No. -Me dio una dirección en Watts, no lejos de Central Avenue.

– Bueno -dije-. No tenemos por qué hablar de esto con Xavier. Pero ¿te dijo algo más Henry, aparte de la idea de que iba a ser asesinado?

– No.

– Le dispararon en una urbanización en Compton -dije-. ¿Fuiste alguna vez con él allí, o te habló de aquel sitio?

– Brawly estaba allí -dijo ella, recordando dubitativa-. Creo que Henry fue con él allí una vez, o a lo mejor más veces.

– ¿Por qué?

– A Henry le gustaba Brawly. Decía que era un revolucionario en bruto. Me dijo que le estaba cultivando para el movimiento.

«Sí, lo mismo que hacía contigo», pensé yo.

– ¿Quieres ir a ver a Xavier? -le pregunté.

– ¿Por qué?

– Porque sé algunas cosas que él debería saber. Alguien está matando a gente próxima a ti, y estaría bien averiguar quién es.

– Yo sé quién es -dijo entonces ella.

– Tú crees que lo sabes -dije-. Pero no puedes identificarlos. Crees que lo sabes, pero ¿por qué iba a matar la policía a Aldridge Brown? ¿Por qué matar a Strong? Era de Oakland. El jefe es Xavier. ¿Por qué no matarle a él, o a ti… o a Anton Breland?

– ¿Cómo puedo confiar en usted? -Su pregunta se abrió camino hasta lo más hondo de mi interior. Pensé en el Ratón, que un día salió y no volvió más. Y era amigo mío.

– No puedes -afirmé-. ¿Por qué ibas a hacerlo? No me conoces. No sabes quién soy. Lo único que sabes es que yo sabía dónde encontrarte a ti, y que sé dónde encontrar a Xavier. Ven conmigo, vigílame, y a lo mejor consigues averiguar si puedes confiar en mí o no.

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