Nota final

El origen de Cristóbal Colón se encuentra envuelto en oscuros velos de misterio, enlazados en intrincados nudos que sólo dejan traslucir los contornos indecisos de un personaje muy complejo. La enmarañada tela de secretos parece haber sido urdida por el propio gran navegante, el cual, de forma deliberada y planificada, ocultó mucha información sobre su pasado, envolviéndolo en un manto de silencios y acertijos dichos en voz baja, dejando atrás un largo rastro de pistas contradictorias y frases ambiguas. No están claros aún los motivos por lo que lo hizo y constituyen una fuente de intensa especulación entre historiadores y curiosos no especialistas.

Para volver más difusos los rasgos nebulosos de este hombre, cuyo rostro nadie conoce, muchos documentos probablemente esclarecedores acabaron perdiéndose en los pasadizos laberínticos del tiempo, hecho agravado por la constatación de que la mayor parte de los textos que sobrevivieron no son originales, sino copias que podrían (o no) haber sido adulteradas. Como si eso no bastase, hubo documentos que resultaron ser falsificaciones habilidosas, al mismo tiempo que perduran dudas en lo que respecta a la autenticidad de unos cuantos más. Sobre numerosos detalles de la trayectoria de Colón se encuentran, por ello, pocas certidumbres, innúmeras contradicciones y diversos enigmas, terreno fértil para abundantes especulaciones sobre quién fue verdaderamente el descubridor de América.

Para que no queden dudas es importante subrayar que, aunque inspirado en hechos reales y recurriendo a documentos auténticos, que pueden encontrarse en varias bibliotecas, éste es un trabajo de ficción. Fueron muchas las fuentes para los diversos temas que componen esta novela, comenzando por las bibliográficas. La lista de las obras consultadas es tan extensa y variada que no la expondré aquí, para no abusar innecesariamente de la paciencia de los lectores. Sólo hago referencia a los autores que me resultaron relevantes para obtener elementos relativos a los aspectos más controvertidos y polémicos acerca del origen y la vida de Colón: Patrocinio Ribeiro, Pestaña Júnior, Santos Ferreira, Ferreira de Serpa, Arthur d'Ávila, Alexandre Gaspar da Naia, Mascarenhas Barreto, Armando Cortesào, Jorge Gomes Fernandes, Vasco Graqa Moura, Alfredo Pinheiro Marques, Luís de Albuquerque, Luiz de Lencastre e Távora, Simon Wiesenthal, Maurizio Tagliattini, Moses Bensabat Amzalak, Jane Francés Almer, Sarah Leibovici, Salvador de Madariaga, Ramón Menéndez Pidal, Luciano Rey Sánchez, Gabriel Verd Martorell y Enrique Bayerri y Bertomeu.

Muchos amigos, directa o indirectamente, estuvieron detrás de esta novela, aunque, como es natural, permanezcan ajenos a la intriga de la ficción. Agradezco encarecidamente las valiosas aportaciones de Joao Paulo Oliveira e Costa, profesor de Historia de los Descubrimientos de la Universidad Nova de Lisboa; Diogo Pires Aurelio, director de la Biblioteca Nacional de Lisboa; Paola Caroli, directora del Archivio di Stato de Génova; Pedro Correa do Lago, presidente de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y uno de los coleccionistas mundiales más importantes de manuscritos autógrafos; Antonio Gomes da Costa, presidente del Real Gabinete Portugués de Lectura de Río de Janeiro; el embajador Antonio Tánger, que me abrió las puertas del palacio de Sao Clemente, en Río de Janeiro; Antonio da Graça, padre e hijo, y Paulino Bastos, cicerones por Río de Janeiro; Helena Cordeiro, que me dejó observar Jerusalén por una ventana; el rabino Boaz Pash, el último cabalista de Lisboa; Roberto Bachmann, presidente de la Asociación Portuguesa de Estudios Judaicos; Alberto Sismondini, profesor de italiano en la Universidad de Coimbra, conocedor de las lenguas de la Liguria y un valioso apoyo para la comprensión del dialecto genovés; Doris Fabris-Bucheli, preciosa guía por el hotel da Lapa, en Lisboa; Joào Cruz Alves y Antonio Silvestre, los guardianes de los portones que ocultan los misterios de la Quinta da Regaleira, en Sintra; Mario Oliveira y Conceição Trigo, médicos cardiólogos del hospital de Santa Marta, en Lisboa; Miguel Palha, médico y fundador de la Asociación Portuguesa de Portadores de trisomía 21, y su mujer Teresa; y también de Dina, Francisco y Rosa Gomes, que compartieron conmigo sus experiencias.

Florbela fue, como siempre, la primera lectora y la más importante crítica, el faro que me guio por el intrincado laberinto de la narración.

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