Capítulo 24

La agencia de publicidad en la que trabajaba Kazuki Tada quedaba en un edificio de oficinas situado a unos veinte minutos a pie desde la salida sur de la estación de Shinjuku. La oficina en sí era pequeña y estaba atestada de mesas. La mayoría del personal estaba fuera cuando Chikako y Makihara llegaron.

La joven que los recibió comprobó la tabla de horarios que colgaba de la pared y les informó que Kazuki Tada regresaría a la oficina en un cuarto de hora. Sin preguntar sus nombres o motivo de visita, la joven les dijo que podían esperarlo ahí. Les invitó a acomodarse sin mostrar un ápice de suspicacia.

– Lo siento, pero no tenemos sala de espera -se disculpó, sonriente.

Chikako le devolvió la sonrisa y preguntó dónde se encontraba la mesa de Tada. La joven señaló una, y los detectives acercaron un par de sillas y aguardaron su llegada sentados.

Makihara no tardó en fisgonear la mesa y, con la mandíbula apretada, en un gesto de determinación, acercó su silla y se puso a leer los papeles que descansaban sobre la superficie y encima de unos cajones abiertos.

– ¡Compórtese! -le regañó Chikako en voz baja-. ¿Qué puede haber en sus cosas que nos interese?

– Me pregunto si guarda aquí alguna cosa que le recuerde a su hermana -masculló de inmediato, más para sus adentros que para Chikako.

– ¿Yukie?

– ¿Cree que sus compañeros conocerán su pasado?

Chikako le dio una palmadita en el brazo.

– ¿Y por qué se lo diría a nadie? Usted no le contó a los del distrito de Arakawa lo que sucedió con Tsutomu, ¿verdad?

Sin mediar palabra, Makihara prosiguió con su búsqueda. Ojeó el bloc de notas de papel reciclado que Tada había dejado sobre su mesa. No había más que algún que otro apunte y lo que parecía el esbozo de un anuncio de leche para bebés.

– Natural, teniendo en cuenta su situación -comentó Makihara con guasa antes de dejar el bloc donde estaba.

La puerta de la oficina se abrió, y entró una mujer alta, ataviada con un abrigo desgastado. Su perpleja mirada recayó sobre Chikako y Makihara, e hizo una reverencia. La joven que los había recibido fue la primera en hablar.

– Señora Minami, estos señores esperan a Tada.

La mujer alta asintió mientras se despojaba del abrigo. Acto seguido, se volvió hacia los detectives.

– ¿Tienen cita con Tada?

– Sí -mintió Chikako.

– Me llamo Minami -dijo la mujer. Colgó su abrigo sobre una silla y se acercó a ellos. Les tendió una tarjeta de visita que rezaba: «Tomoko Minami: Directora de Cuentas».

– Tada trabaja para mí. Lo siento, pero no recuerdo haberlos visto antes…

Sus palabras eran tranquilas y su actitud amistosa, pero era obvio que estaba en guardia. Chikako intuyó que pese a ser mayor que Tada, los dos tendrían una relación muy cercana.

Chikako le mostró su placa. Minami esbozó una mueca de sorpresa y, en el acto, echó un vistazo alrededor de la oficina. Nadie más se había percatado de nada. Minami acercó su silla hasta Chikako y Makihara.

– ¿Se ha metido Tada en algún problema? -preguntó en voz baja.

– No, ni mucho menos. No tiene de qué preocuparse.

– ¿Es la primera vez que vienen a verlo?

– Así es.

Minami dudó un momento. Se humedeció los labios y, a continuación, preguntó:

– ¿Acaso la policía lo está vigilando desde hace tiempo?

Aquella era una pregunta algo singular.

– ¿Han estado aquí otros agentes? -inquirió Chikako a su vez.

– No -repuso brevemente ella. Se la veía preocupada-. No es exactamente eso…

La puerta se abrió de nuevo, y entraron dos jóvenes. Uno era musculoso y lucía un bonito bronceado pese a la estación del año. A diferencia del primero, el que le seguía estaba pálido y un abrigo blanco colgaba sobre su figura larguirucha.

La señora Minami se levantó y llamó al segundo.

– Tada, tienes visita.

La mirada de Tada reflejó su sorpresa, y su rostro lívido y cansado se tensó por los nervios.

– Esto, ya que disponemos de tan poco espacio, ¿quieren que vayamos a algún sitio que quede cerca? -sugirió Minami y tendió la mano hacia el abrigo-. No pretendo importunarles pero ¿les molesta si los acompaño? Se lo explicaré una vez nos pongamos cómodos.

– ¿Son de la policía? -Esas fueron las primera palabras de Kazuki Tada una vez tomaron asiento en una cafetería situada en la planta inferior del mismo edificio. Poseía una voz grave y resonante, y un bonito rostro. Había algo en él que inspiraba confianza. Era el típico joven que las mujeres considerarían un buen marido y padre potencial, pensó Chikako.

Sin embargo, sus atractivos rasgos se veían ensombrecidos por una expresión de molesta sospecha. La detective reparó en que tenía los ojos hinchados e inyectados en sangre. Recordó que los Sada habían dicho que el joven estuvo llorando cuando los vio la noche anterior.

– Hemos hablado con los Sada -empezó Chikako con sosiego-. Hay ciertas cosas que nos gustaría que nos contase. Pero antes, señora Minami… -Chikako se dirigió a ella, y prosiguió-: Creo que será mejor escuchar lo que tiene que decirnos. ¿Hay algo en el señor Tada que la preocupe?

– ¿Minami…? -Era obvio que aquella pregunta cogió por sorpresa a Tada.

– Siento no haber dicho nada antes. Pensé que quizá estuviera equivocada… -Agachó la cabeza, avergonzada.

– ¿Sobre qué?

El único sonido procedía de una radio encendida en la trastienda de la cafetería, casi vacía a esa hora.

– Bueno, ya ha pasado un par de semanas desde entonces. Tuve la sensación de que alguien lo vigilaba.

Makihara, que se encontraba sumido en un taciturno silencio, se enderezó de súbito.

– ¿Vio a alguien?

– Sí. Normalmente, soy la última en abandonar la oficina por la noche. Los únicos que tenemos la llave somos el presidente de la agencia y yo, y él casi nunca cierra porque está muy ocupado con otros asuntos. De modo que, una noche a principios de mes, estaba cerrando cuando Tada regresó. Serían poco más de las diez.

– Es cierto -asintió Kazuki Tada-. Había olvidado algo.

– Así que nos marchamos juntos. Íbamos de camino hacia la estación y me di cuenta de que alguien nos seguía. -La señora Minami esbozó una sonrisa ligeramente avergonzada-. Sé que puede parecer extraño, pero aunque no estamos muy lejos del centro de Shinjuku, no hay mucha gente que merodee por aquí de noche. En una ocasión, de camino a casa, me asaltaron. Así que, al principio, pensé que me seguían a mí.

– ¿Qué aspecto tenía esa persona?

– Era un hombre con abrigo negro. No creo que fuera joven. No pude verle la cara, pero esa fue la impresión que tuve.

– ¿Iba solo?

– Sí, en aquel momento sí. Sin embargo, una vez llegamos a la estación, nos separamos. No cogemos el mismo tren. Me despedí de Tada e intenté divisar mejor la cara de la persona que iba detrás. Bueno, la estación estaba atestada de gente, y vi que el hombre le pisaba los talones a Tada como si no quisiera perderlo de vista. Entonces, me percaté de que otro hombre que aguardaba en la entrada se unía al primero.

– ¿Y usted los vio? -preguntó Chikako a Kazuki Tada, pero este negó con la cabeza.

Perseguir a alguien en pareja era propio de profesionales. ¿Habría estado vigilando la policía a Tada?

– Desde aquella noche, he advertido… -Minami volvió a bajar la mirada hacia la mesa-. No se lo he dicho a Tada, pero digamos que he mantenido los ojos bien abiertos y he visto cosas. Como cuando Tada sale a visitar a un cliente. Siempre me asomo por la ventana de la oficina y veo a un hombre trajeado que lo sigue como si tal cosa. O algún tipo joven que se sienta frente a nuestro edificio y escucha su Walkman, pero observa las idas y venidas de los empleados. Y Tada siempre recibe llamadas cuando no está aquí, pero la persona que llama jamás da su nombre.

Chikako se volvió hacia Tada y preguntó de nuevo:

– ¿Y nunca se fijó en este tipo de cosas?

Y este, a su vez, respondió con una negación.

– ¿Ha visto a alguien sospechoso merodeando por su casa o por su vecindario?

– No -repuso en un hilo de voz.

– De hecho, pensé que podía tratarse de unos detectives privados. -Minami lanzó a Kazuki Tada una mirada rebosante de disculpas-. Que quizá los padres de Miki lo estuvieran vigilando.

– Miki es mi prometida. Aún no estamos casados -añadió Tada, sin apartar la mirada de la mesa-. Vivimos juntos.

– Pero cuenta con la aprobación de sus padres -intercedió Minami-. ¡Incluso ya tienen fecha para la boda!

– Y su prometida está embarazada -intervino Makihara, sin mucho tacto.

– Sí, lo está -repuso Tada, sombrío.

– ¿Cuándo sale de cuentas?

– En febrero.

– Qué bien.

– El médico dice que es un niña saludable, ¿no es cierto, Tada? Quieren retrasar la boda para que los tres puedan compartir ese momento -dijo Minami, sonriendo de oreja a oreja. Aún intentaba quitar hierro al asunto, pero un incómodo silencio cayó sobre el grupo-. Lo siento, supongo que me estoy entrometiendo.

– No, en absoluto -le aseguró Chikako con dulzura-. Su información nos está resultando muy útil.

Pero prefirió callarse: «Y ahora por favor, déjenos solos».

Sin embargo, Minami pareció entender la indirecta. Echó un vistazo a su reloj.

– Será mejor que vuelva a la oficina -zanjó y recogió sus cosas en un santiamén. Se volvió hacia Tada, que seguía con la cabeza gacha, y le pidió disculpas una vez más-. Cuando me han dicho que son de la policía, he pensado que sería mejor hablar de mis inquietudes en lugar de guardar silencio… Quizá no sea nada. Siento haber metido las narices en tus asuntos.

Entonces, se volvió hacia Chikako y Makihara para terminar de explicarse.

– Solía trabajar con su prometida. De hecho, fui yo quien los presentó, así que… -fanfarroneó Minami, pero Chikako sonrió y asintió, con complicidad-. Realmente les deseo lo mejor.

La mujer hizo una reverencia exagerada y se marchó.

El silencio cayó de nuevo. Un silencio tan pesado que casi costaba respirar. Para Chikako, tanto Makihara como Tada parecían niños enrabietados. Intentaba dar con el modo de romper el hielo, cuando su compañero se le adelantó.

– De acuerdo. -Con los brazos aún cruzados, miró a Tada-. ¿Cuándo va a dejar de proteger a Junko Aoki?

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