Capítulo 31

Makihara estalló en carcajadas cuando vio aparecer a Chikako ataviada con botas de lluvia y el traje de esquí de su hijo.

– ¡No se ría! -resolló Chikako que fingía indignación mientras trataba de sacar el pie derecho del montón de nieve. Una enorme capa blanca le llegaba hasta las rodillas y cuando logró sacar la pierna casi cae de espaldas.

– Intente evitar los sitios profundos, ¿de acuerdo? -Makihara le tendió la mano, y Chikako se apoyó en ella para equilibrarse-. Algo retro, pero es un conjunto bonito.

– Mi hijo se lo ponía cuando aún estaba en el instituto.

Chikako se las arregló para avanzar junto a Makihara, pero el esfuerzo la dejó sin aire.

– Fue el primer traje de esquí que le compramos. Por aquel entonces, no había mucho donde elegir. Aquel bonito conjunto de los atletas olímpicos era difícil de encontrar, y su precio, desorbitado. Pensamos que este bastaría para un crío de instituto. ¡Qué ingenuos! Vaya escándalo armó cuando se lo regalamos.

El día de Navidad amaneció con el suelo cubierto por un espeso manto de nieve. Ya había dejado de caer, pero el cielo aún seguía encapotado. Un cielo lechoso era el puro reflejo del suelo inmaculado. Podría tratarse de un paisaje hermoso y romántico a la vez, pero era una verdadera lata para una megalópolis tan poco acostumbrada a las nevadas. Ciertas líneas ferroviarias y de metro seguían funcionando, pero el transporte público estaba en gran parte fuera de servicio; y los accidentes de tráfico causados por las intensas precipitaciones invernales taponaban las arterias de la ciudad. Con tanta gente que intentaba tomar el metro, estaciones y trenes estaban más abarrotados que nunca.

– El hombre del tiempo anuncia más nieve.

– Vaya, pues espero que se equivoque.

Mientras se abrían camino por la acera, toparon con una zona que había sido completamente despejada. Chikako alzó la vista y vio que se encontraban frente a una cafetería. Un hombre bajito con el pelo canoso -probablemente el dueño- aún se afanaba por retirar lo que quedaba de nieve con una pala.

Chikako se detuvo para tomar aliento y abrió la chaqueta para sacar el mapa que guardaba en el bolsillo interior. Los detectives iban a visitar a una mujer llamada Yoshiko Arita, y Chikako ya había anotado la ruta a seguir en el plano. Casi habían llegado. Era una zona residencial y tranquila que quedaba a unos diez minutos a pie desde la estación de Higashi Nakano. Habían previsto llegar más temprano, pero dado el estado imposible de las calles, se habían retrasado un poco. Eran casi las once de la mañana.

Yoshiko Arita había trabajado con Kazuki Tada en Toho Paper. Al parecer, también conocía a Junko Aoki.

Makihara y Chikako pidieron a Tada los datos de la empresa y, por suerte, Yoshiko aún trabajaba allí, aunque se había casado un año antes y estaba de baja por maternidad. Chikako la llamó a casa y Yoshiko respondió en un tono cansado pero alegre mientras sujetaba en brazos a su niña de dos meses.

A Tada le hubiese gustado acompañarlos, pero Chikako se opuso. Junko Aoki no tenía ningún amigo en Toho Paper, y Yoshiko era la única empleada que había intercambiado unas palabras con ella. No importaba lo trivial que fuera la relación entre aquellas dos mujeres, si Yoshiko tenía algo que decir, algo que Tada desconocía, le resultaría difícil hablar delante de él.

Kazuki Tada tenía una excelente memoria y recordaba los lugares a los que Junko y él habían ido juntos o lo que habían hecho allí. Incluso detalles insignificantes como la gente con la que habían estado o se habían encontrado. Sus recuerdos de aquella época, antes de la tentativa de asesinato contra Kogure en Hibiya Park, seguían frescos en su memoria. Makihara había elaborado una lista de esas personas y lugares, y habían empezado a visitarlos uno por uno, metódicamente. Tras tachar los que Chikako ya había comprobado, aún les quedaba la mitad de la lista. El nombre de Yoshiko Arita aparecía justo en el medio.

– Debe de ser aquí.

Chikako se detuvo frente a un bonito edificio de apartamentos de cuatro plantas. Oyó un sonido sordo cuando un montón de nieve cayó del cableado eléctrico e impactó contra el suelo.

– Esta mañana, cuando la llamé, parecía sorprendida por recibir nuestra visita en un día como este.

– Hum, pues tendremos que mostrarle que los de la policía somos huesos duros de roer.

La entrada al edificio no había sido despejada, y Chikako casi quedó atrapada otra vez.

Yoshiko Arita tenía treinta y nueve años, las mejillas rosadas y la feliz sonrisa de quien es madre por primera vez. Exudaba cansancio, quizá fruto de alimentar a un bebé cada tres horas. Chikako recordó los primeros días de vida de su único hijo y la típica conversación que mantenía con las mujeres que se encontraban en su misma situación: «¡Necesito dormir!»

– Espero que no les haya costado mucho llegar hasta aquí. – Yoshiko se apresuraba por la cocina mientras les preparaba café. Chikako le pidió que no se molestase, pero Yoshiko se echó a reír y explicó-: ¡Yo también necesito uno!

El apartamento era pequeño pero acogedor, por lo que la limpieza se convertía en una necesidad. Con el mobiliario apartado en los rincones de la casa, la presencia de la cuna dominaba el espacio del centro en un suelo cubierto por tatami. Con el permiso de Yoshiko, Chikako se acercó a la cuna y vio a la pequeña que dormía profundamente, tapada por una mantita rosa. El característico olor dulce de un bebé amamantado la hizo sentir una punzada de nostalgia.

Tras soportar las temperaturas bajo cero del exterior, Chikako y Makihara se sintieron agradecidos de poder descansar a la mesa de la cocina con una buena taza de café caliente. Yoshiko rebuscó en un cajón y, finalmente, regresó con una sonrisa triunfante y una lata cuadrada de galletas en la mano. Abrió la tapa, y reveló una gran pila de fotografías.

– Cuando recibí la llamada de Kazuki Tada, intenté recordar lo que sabía de Junko. -Yoshiko se dispuso a ojear las fotografías, alegre-. Nunca las organizo. ¡ Ay, madre! Esta es de un viaje que hicimos hace quince años… Me limito a guardarlas aquí y a dejar que acumulen polvo.

– Ya verá como todo cambia con las fotos del bebé -sonrió Chikako-. En cuanto las tenga reveladas, las organizará en un álbum.

– ¿Usted cree? -Sin perder la sonrisa, Yoshiko miró a Chikako. Entonces, extrajo una foto grande y exclamó-: ¡Aquí está! No estaba segura de tenerla. Es de cuando Kazuki Tada y Junko trabajaban en Toho.

Yoshiko se la tendió a los detectives, pero fue Makihara quien la tomó.

– Es de una fiesta que celebran anualmente en la residencia de los hombres -explicó mientras se sentaba y tomaba entre las manos su taza de café-. Una especie de baile para los residentes. ¿Ve la mesa de refrescos?

Cerca de veinte hombres y mujeres se levantaban junto a letreros que anunciaban tallarines fritos y estofado de oden [14]. A juzgar por la imagen, se lo estaban pasando bien.

– ¿Las mujeres también vivían en la residencia?

– No, solo íbamos de visita. Toho Paper dispone de residencias para hombres solteros -rió Yoshiko-. Digamos que es algo así como una fiesta de citas. No pocas parejas se conocieron en circunstancias semejantes.

Chikako localizó la cara de Kazuki Tada en la foto. Aún tenía aspecto juvenil, con sus cálidos ojos y una dulce sonrisa. Junko Aoki trabajó tres años en la compañía. La foto no tenía fecha por lo que era imposible saber si había sido tomada antes o después del asesinato de Yukie.

– Aquí está Junko Aoki. -Yoshiko señalaba a una mujer esbelta que quedaba en el margen izquierdo de la foto, ligeramente apartada de los demás-. No destaca mucho, ¿verdad?

Era exactamente igual que el retrato que Kazuki Tada había trazado a partir de sus recuerdos. Tenía el mismo corte de pelo, las mismas mejillas delgadas y los mismos labios huérfanos de sonrisa.

No era nada extraño que una mujer de veinte años cambiara radicalmente de aspecto en el intervalo de unos pocos meses. Algunas empezaban a brillar por sí mismas cuando se enamoraban o hacían nuevas amistades, pero también cuando alcanzaban la cima de su belleza natural, momento en el que empezaban a experimentar con su aspecto.

Sin embargo, Junko, no había hecho nada parecido. No había nada añadido, ni nada omitido. Era la misma. Quizá explicara eso la soledad que desprendía, tal vez no había conocido a nadie que la hiciera cambiar.

«Me pregunto si sigue siendo la misma.»

Por lo visto, cuando Junko se acercó a casa de Kazuki Tada, no lo hizo sola. Iba en el asiento del copiloto, de modo que alguien debía de estar al volante.

¿Sería un hombre el conductor? ¿Podría existir alguien con el que Junko compartiera tanto su corazón como para ir a ver juntos a un fantasma del pasado, a Kazuki Tada? Quizá el rostro de Junko Aoki ya hubiese dejado de palidecer bajo esa mirada tan solitaria.

Chikako no consideraba el matrimonio o el amor como el único camino a la felicidad de una mujer, pero sabía que cuando llegaba el momento de conocer a alguien, la vida podía dar un giro definitivo.

– ¿Se ha metido Junko en algún lío? -Yoshiko dio voz a su pregunta con tono dubitativo, y la expresión de su amistosa cara redonda quedó borrada por la preocupación. Lógicamente le habían contado lo justo. No obstante, Chikako se apresuró a tranquilizarla.

– No, no, no ha hecho nada malo.

– Kazuki Tada me pareció algo distraído y preocupado por teléfono. -Yoshiko agachó la cabeza-. Junko era muy callada. Siempre estaba sola, pero parecía estar cómoda con ello, de modo que nadie le prestaba demasiada atención. Prácticamente la llevamos a rastras a este baile, pero no sonreía mucho ni hablaba con nadie, así que todos le dieron de lado.

– ¿Nos podría prestar esta foto? -preguntó Makihara.

– Claro, adelante. Es la única que tengo de ella. Siento que no se le vea muy bien la cara, pero de todos modos, pueden llevársela.

Makihara sacó su bloc de notas y preguntó a Yoshiko si recordaba los lugares que Junko frecuentaba mientras trabajaba en Toho Paper.

– Cafeterías, bares, librerías, tiendas, florerías, dentista… ¿Quizá algún sitio donde almorzasen juntas? ¿O una tienda de ropa a la que fueron después del trabajo? ¿Una película que vieron, tal vez?

Yoshiko negó con la cabeza a cada una de las preguntas.

– No hicimos nada de eso juntas, ni siquiera una vez. Ahora que lo pienso, fue casi un milagro que asistiese a aquel baile. Siempre se mantenía alejada de los demás. Parecía disfrutar únicamente de su propia compañía. Aún así, yo siempre la saludaba e intercambiaba alguna palabra con ella. A veces, volvíamos juntas a la estación. Pero eso es todo.

Makihara cerró su bloc de notas y miró a Chikako. Dijo que le gustaría dejarse caer por Toho Paper. Quizá hubiese algún archivo de antiguos empleados donde quedara registrada la dirección en la que vivía por aquel entonces.

– Lo siento, pero me temo que esto ha sido una pérdida de tiempo para ustedes.

Chikako le dio una palmadita en el brazo, como si quisiera asegurarle lo contrario. Makihara se despidió y se encaminó hacia la salida con demasiada brusquedad. Se dirigió al ascensor, por lo que Chikako y Yoshiko quedaron solas en la entrada de la casa.

– ¿Cómo se llama su bebé?

– Momoko.

– Es una monada.

– Fue mi marido quien eligió el nombre. -Yoshiko se ruborizó-. Me da algo de vergüenza que nos casásemos tan tarde, pero mi marido es una dulzura. Adora a Momoko e incluso lava su ropa y le cambia los pañales.

– ¡Eso es maravilloso! ¿Y por qué avergonzarse? No hay límite de edad para formar una familia con la persona a quien se ama.

Yoshiko asintió, feliz.

– Cuando era soltera, me gustaba mi trabajo. Me sentía a gusto. Tenía la sensación de que la empresa dependía de mí, y también ganaba un buen sueldo. Me lo pasé muy bien trabajando allí. Pero en cuanto me casé y tuvimos a Momoko, me di cuenta de que, en realidad, siempre me había sentido sola. Junko debió de sentir lo mismo. Ojalá hubiese puesto más de mi parte para que fuésemos amigas.

– No le dé vueltas a ese asunto. Es mejor que se concentre en su marido y su bebé, y cuide de sí misma -respondió Chikako.

– Gracias -dijo Yoshiko, y se despidieron.

De fondo, Chikako pudo oír el principio de un gemido. Era casi como si el bebé hubiese esperado educadamente hasta que los invitados de su madre se marchasen para reclamar su atención.

A Chikako y Makihara les permitieron el acceso a los expedientes de Toho Paper, y pasaron por las tiendas del barrio en un intento por dar con alguien que reconociese a Junko. Sin embargo, regresaron con las manos vacías. Visitaron después la zona donde la chica vivía por aquella época, pero tampoco encontraron nada.

– Kazuki Tada me dijo que no tuvo éxito cuando vino aquí a buscarla, tras los homicidios de Arakawa.

El peso de la nieve había derribado los cableados eléctricos, por lo que la mayoría de los trenes quedaron fuera de servicio casi todo el día. Todos los taxis de la ciudad estaban ocupados, de modo que Chikako y Makihara no tuvieron más remedio que desplazarse de un sitio a otro en metro. Todos estos problemas parecían una broma pesada, pues tenían que desplazarse a los cuatro puntos cardinales de Tokio.

Hicieron una pausa en el camino para llamar a los Sada y a Kazuki Tada, a la espera de novedades. También llamaron a Fusako Eguchi para preguntar por Kaori y la señora Kurata. Aparte de eso, pasaron la tarde de Nochebuena pateándose las calles de Tokio y tachando los nombres de la lista elaborada a partir de la información proporcionada por Kazuki Tada. Todas las tiendas de Tokio lucían su decoración navideña, y los villancicos que sonaban en el interior se abrían camino hasta la calle. Chikako estaba de buen humor. Makihara seguía con el ceño fruncido e imprecaba contra la nieve de vez en cuando.

– Bueno, al menos ha parado en el momento oportuno -dijo Chikako.

Las nubes estaban más cargadas que nunca, y no parecía que fuese a escampar pronto, pero al menos de momento no nevaba. Los quitanieves ya habían despejado las arterias principales, y el tráfico se había reanudado sobre autopistas y avenidas. Dicho de otro modo, volvían a formarse los atascos habituales.

Para cuando cayó la tarde, como era de esperar, a Chikako le dolían las piernas y se sentía el doble de cansada que de costumbre.

– ¿Damos por concluida la jornada? -sugirió.

– ¿Por qué no se va a casa? -respondió Makihara-. Solo queda un lugar al que me gustaría ir, pero puedo acercarme solo.

Era un restaurante en Akasaka, llamado Sans Pareil. Chikako se remitió a la lista que dicho local encabezaba. Había una marca junto al nombre.

– Pero ya ha estado allí, ¿verdad?

– Sí. Pero cuando fui solo tenía el retrato, y ahora con la foto, quizás resulte más fructífera la visita. Me gustaría mostrársela a los empleados. Creo que a la gente le resulta más fácil hacer memoria cuando tiene una fotografía enfrente.

– Entonces, le acompaño.

Encabezaba la lista, pues era uno de los primeros lugares que Kazuki Tada había recordado.

– ¿Iban Junko y Tada a menudo?

– Fue allí donde hablaron por primera vez del asesinato de Yukie y donde se plantearon acabar con la vida de Masaki Kogure. Era el restaurante favorito de Junko Aoki. Todas las mesas están decoradas con velas. Tada dijo que encendió una para demostrarle sus capacidades. Y dado que Tada seguía sin creerle, prendió fuego a un coche que había aparcado fuera.

Negando con la cabeza, Chikako se encaminó hacia la boca del metro.

En la entrada del Sans Pareil, asomaba un abeto natural, más alto incluso que Makihara. Estaba adornado con sencillez, nada recargado. Unas cuantas luces así como nieve auténtica que salpicaba sus ramas verdes completaban la decoración.

Se trataba de un local con estilo, en el que despuntaba una barra elegante y gigantesca. Había velas iluminando cada mesa. Ya eran las seis pasadas de la tarde, y el restaurante empezaba a llenarse. Los clientes eran, sin excepción, parejas que se disponían a pasar la Nochebuena juntos. En la barra, resaltaba un gran candelabro en forma de corazón de los que solían verse en las recepciones de las bodas. El encargado del restaurante debió de pensar que le daría un toque romántico, pero a Chikako le pareció que deslucía el aire sofisticado del entorno.

El personal del Sans Pareil reconoció a Makihara en cuanto entró por la puerta. Tuvieron que maldecir para sus adentros cuando vieron al detective en una noche tan ajetreada como aquella. El encargado hizo una breve mueca aunque sin perder la compostura y, con suma amabilidad, los condujo hasta su despacho, detrás de la cocina. Accedió a que sus empleados fueran interrogados uno a uno siempre y cuando los detectives se dieran prisa. En cuanto vio el retrato y la fotografía, los apartó a un lado y alegó no recordar a aquella dienta en particular. Unos cuantos camareros afirmaron lo mismo. Ya eran casi las siete, y Makihara y Chikako estaban a punto de rendirse, cuando un joven camarero afirmó reconocerla.

– No sabía si llamarlos o no…

Era bajito y tenía un rostro de rasgos finos, como los de una muñeca. No debía de tener más de veinticinco años, y su acento situaba su lugar de nacimiento lejos de Tokio.

– Cuando vino por aquí, detective, dejó una copia de ese retrato, ¿verdad?

Makihara asintió.

– Bueno, se lo enseñé a mi novia cuando llegué a casa. Ella solía trabajar aquí a media jornada, hace tres o cuatro años. En fin, la recuerda. Dice que venía a veces, sola.

– ¿Esta mujer venía sola?

– Eso es.

– ¿No venía aquí para encontrarse con alguien, sino sola?

– Sí. Por eso mi novia la recuerda. Ya sabe, las mujeres tienen mejor memoria que los hombres. A veces, eso puede suponer un inconveniente…

Chikako se echó a reír.

– Un inconveniente para los hombres, no para las mujeres, claro.

– Sí, me ha pillado -rió este a su vez.

– ¿Y? -insistió Makihara con tono de evidente enfado-. ¿Eso es todo?

– Esto, no… -El joven camarero se rascó la cabeza-. Mi chica dice que se la veía muy solitaria, completamente ensimismada. Mi novia tiene la manía de sacar conclusiones sobre las personas e imaginar sus pasados. Entonces, concluyó que aquella mujer debía de tener una razón para venir sola. Que quizás antes acudiera con un amante que había muerto o algo parecido.

– Ah… Entiendo.

– Bueno, el caso es que además de buena memoria, es muy observadora. Y como todo se pega, ahora yo también lo soy. -El joven golpeó la foto con mucho énfasis-. Y ¿saben qué? Estuvo aquí anoche.

Makihara ya se había puesto a cerrar su bloc de notas, como si quisiera poner punto y final a aquella aburrida conversación. Pero al escuchar eso, los ojos casi se le salen de las órbitas.

– ¿Ella qué?

– Estuvo aquí. Seguro que era ella.

– ¿Sola, como de costumbre?

El camarero negó con la cabeza.

– No, estaba con un hombre. Se sentaron juntos en la barra y pidieron dos expresos. Estuvieron aquí unos treinta minutos.

– ¿Qué aspecto tenía el hombre?

– Parecía un tipo con mucha pasta. -El camarero mencionó la marca de la chaqueta que llevaba, pero ni a Chikako ni a Makihara le sonaba de nada-. Actuaba con mucha naturalidad, como si estuviera acostumbrado a ir vestido así. Como un modelo. Parecía muy cómodo.

– ¿Cuántos años tendría?

– Veinticinco o veintiséis. Pelo largo, del corte que todos quieren ahora pero que a la mayoría no le sienta bien.

– ¡Como mi hijo! -exclamó Chikako-. Nació con el pelo largo y siempre lo lleva recogido. He intentado apreciarlo, pero sigue pareciéndome un samurái famélico. No obstante, él cree que le sienta muy bien.

– ¿En serio? Yo también intenté llevarlo así, pero mi novia me obligó a cortármelo.

Chikako, encantada de saber que ambos compartían algo, parecía agradecer que el joven se hubiese puesto a divagar, pero a Makihara no le hizo ninguna gracia.

– ¿Puede ceñirse a los hechos, por favor? ¿Está convencido de que era la mujer de esta fotografía?

– Sí.

– ¿La vio de cerca, y se aseguró de que era ella?

– Sí. Yo los acompañé a la barra. Pero detective… -El joven se volvió hacia Chikako-, está completamente cambiada.

– ¿Cambiada?

– Sí. Ahora es una belleza. Parece una persona completamente distinta. Llevaba un vestido bastante corto, por cierto.

– Entonces, quizá se tratase de otra persona, ¿no? -Makihara frunció el ceño.

El camarero agitó ambas manos.

– No, ¡qué va! Estoy seguro porque mi novia y yo hemos hablado de ella, y tengo bien estudiado el retrato. Me preguntaba por qué la estaría buscando la policía, de modo que pensaba en ella constantemente.

– Quizá precisamente por eso ha visto a una mujer que se le parece y cree que se trata de ella…

Chikako interrumpió a Makihara y preguntó al camarero:

– ¿Qué sensación tuvo cuando los vio?

– ¿Qué sensación…?

– ¿Parecían conocerse?

– Oh, claro. Eran la pareja perfecta. Estaban sentados muy juntitos y salieron de aquí cogidos de la mano -sonrió con complicidad-. De eso no me cabe la menor duda, apuesto a que no se despidieron en la puerta… Y para cuando se fueron, ya era pasada la medianoche.

– ¿Pudo escuchar de qué estaban hablando?

Él se rascó la cabeza de nuevo, reflexionando.

– No me podía acercar demasiado sin llamar la atención. El jefe me habría regañado por ser un entrometido con los clientes. De modo que no pillé gran cosa.

– No se preocupe, no es culpa suya. Y cuando se marcharon, ¿vio hacia donde se dirigían?

– No… Pero creo que vinieron en coche. Pidieron café pues el hombre dijo que no quería beber porque conducía.

– ¿ Pagaron en efectivo?

– Sí. Al fin y al cabo, solo pidieron dos cafés.

Makihara albergaba sus dudas. El camarero, a su vez, parecía decepcionado, como si acabara de suspender un examen oral.

– Una pareja… -masculló Makihara con una mueca-. Es como si hablásemos de una persona diferente.

– No olvide que alguien la acompañó a casa de Kazuki Tada -le recordó Chikako.

– Pero Tada no estaba seguro de eso.

– Yo creo que sí.

Makihara enarcó una de sus cejas.

– ¿Detective Ishizu, por qué se le ve tan contenta?

Chikako estaba feliz porque Junko Aoki no estaba sola. Fue a aquel lugar acompañada, y cogida de la mano de un hombre. Algo había cambiado en su vida. Probablemente, ya no se sintiera tan desamparada.

– Makihara, no es de extrañar que, de la noche a la mañana, una chica joven cambie radicalmente de aspecto. Puede que este joven esté en lo cierto.

El camarero se animó visiblemente ante el apoyo de Chikako.

– Parecía una persona totalmente diferente, prácticamente resplandecía. ¿Y ven ese candelabro en forma de corazón de ahí?

– Sí, ya lo he visto.

– ¿Eso tan cutre? -se mofó Makihara.

– Sí, bueno, a mí también me parece una horterada. En fin, ella lo estaba mirando y lo señalaba con el dedo. Estaba precioso, con todas las velas encendidas. Se supone que lo reservábamos para hoy, pero por alguna razón, se encendió cuando ellos aún estaban sentados en la barra. Después, el jefe regañó al encargado de la barra, pero este juró que no lo había tocado.

Chikako miró a Makihara. Estaba paralizado; no podía apartar la mirada del joven.

– ¿He dicho algo malo?

– No, en absoluto. No se preocupe. ¿Por casualidad no sabrá hacia dónde se dirigieron después? Estuvo observándolos, ¿verdad?

– Sí, lo hice, pero… Bueno, tampoco podía seguirlos. Se suponía que estaba trabajando.

– ¿Llegó a ver el coche del hombre?

– No, ojalá se me hubiese pasado por la cabeza hacerlo.

– ¿Este restaurante tiene aparcamiento?

– No, no tenemos. Por esa razón todos aparcan en la calle y utilizan los parquímetros.

– ¿Y anoche había muchos coches aparcados ahí afuera?

– No especialmente, ya que era fiesta y víspera de Nochebuena. Estaré alerta por si regresan -añadió cargado de disculpas-. Les llamaré en seguida.

– De hecho, nos sería de más utilidad que apuntara el número de matrícula. Incluso si nos llama y venimos corriendo, existe la posibilidad de que se nos escapen.

– Oh, sí.

Makihara suspiró y cerró su bloc. Justo en ese instante, intervino de nuevo el camarero.

– Si necesita saber el número de matrícula de los coches que anoche había aparcados fuera, los tenemos.

– ¿En serio?

– Es decir, no sé si el coche de ese hombre estaba ahí o no. De todos modos, el encargado anotó las matrículas de todos los coches aparcados fuera.

– ¿ Y cómo está tan seguro?

– Bueno, hace una temporada, unos dos años creo, un Mercedes aparcado en la calle se incendió.

«El mismo que quemó Junko Aoki.»

– Sí, estamos al tanto. ¿Y?

– Bueno, fue un incendio provocado, ¿sabe? Al parecer, se trataba de la obra de un pirómano, pero no lograron dar con él. El propietario armó un escándalo, la pagó con nosotros. Dijo que teníamos que cargar con la responsabilidad. No es que pudiera emprender ninguna acción legal contra nosotros, pero el incidente dio muchos problemas a mi jefe. Llegó a un acuerdo con aquel tipo pero, desde entonces, se ha vuelto un neurótico y vigila todos los coches que aparcan fuera. La policía le dijo que anotara las matrículas porque quizá el pirómano se moviera también en coche, y existía la posibilidad de que actuara de nuevo. Durante una temporada, pusimos una cámara de vigilancia, pero a los clientes no les agradaba la idea de que los grabasen y decidimos quitarla. Aun así, el encargado sigue anotando las matrículas. El jefe sigue en sus trece…

Makihara se puso de pie de un salto y la silla cayó al suelo, emitiendo un fuerte sonido.

– ¡Llame al encargado!

La lista del encargado poseía las matrículas de todos los coches aparcados en la puerta de Sans Pareil desde la apertura, a las cinco y media hasta el cierre, a las dos de la madrugada. Junko Aoki y su novio solo habían estado media hora en el restaurante, y se habían marchado pasada la medianoche. Chikako y Makihara acotaron las posibilidades, subrayando los coches aparcados de once a doce de la noche.

En ese intervalo de tiempo, se registraron cuatro matrículas. Al comprobarlas y cotejarlas con el modelo y la marca del coche, descubrieron que uno de ellos era un vehículo comercial. Otro pertenecía a un abogado cuya oficina estaba situada cerca del restaurante. Cuando contactaron con él, este aseguró no haber estado en el Sans Pareil la noche anterior, ni tampoco haber prestado el coche a nadie. Por la descripción que tenían, no parecía muy probable que el compañero de Junko Aoki condujera un coche prestado, de modo que tacharon esos dos de la lista.

Aquello reducía las posibilidades a dos. Ambos eran todoterrenos, modelos muy populares entre los jóvenes, y ambos propietarios eran veinteañeros. Uno estaba empadronado en el distrito de Nerima de Tokio, y el otro, sorprendentemente, en una dirección en el lago Kawaguchi, prestigiosa zona residencial y destino de vacaciones dominada por el monte Fuji.

– El lago Kawaguchi no queda muy lejos de aquí. Puedo comprobar ambos lugares esta misma noche. ¿Por qué no va a casa y descansa un poco? -sugirió Makihara.

– ¿Intenta deshacerse de mí? -le acusó Chikako.

– Debe de tener los pies destrozados con esas botas de goma. Puedo hacerlo yo solo. Además, es Nochebuena.

– No me entusiasma la idea de comer un pastel de Navidad con mi marido a estas horas. Y para ir al lago Kawaguchi, necesita coche, ¿no? Si conduce, podré estirar las piernas y relajarme. De modo, que lo acompaño.

Ya eran las ocho de la noche.

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