Capítulo 29

Cuando Junko llegó a casa, visualizó en la pantalla del ordenador una ventana que anunciaba correo entrante. Colgó el abrigo, se inclinó sobre el ordenador y pronunció: «Incendiaria». En la pantalla, asomó el ángel sobre el fondo azul, y Junko hizo clic sobre el icono. Fue a enchufar la calefacción del apartamento y, cuando regresó, encontró las fotografías de tres mujeres en la pantalla. Junto a cada una de ellas, había un breve perfil.

Al estudiar todo de cerca, comprobó que las dos primeras eran adultas y, la tercera, una niña. La que respondía al nombre de Fusako Eguchi aparentaba más edad de la que indicaba la descripción. Yukiko Kurata, por otro lado, era una mujer hermosa que parecía mucho más joven. La tercera, Kaori Kurata, hija de Yukiko, era una niña preciosa de unos trece años que guardaba un pasmoso parecido con su madre. Al final de las respectivas reseñas, se mencionaba que las tres vivían actualmente en el Tower Hotel de Akasaka. Junko frunció el ceño. ¿Qué tipo de vida era ése para una niña tan pequeña?

Cuando se dispuso a repasar la información otra vez, el teléfono sonó.

– Bueno, por fin estás en casa. -Era Koichi-. ¿Dónde has estado? Esta es la quinta vez que llamo.

– Había mucha gente.

– ¿En el supermercado? ¿En la tienda?

– En el salón de belleza.

Koichi soltó un silbido.

– ¡Bien hecho! ¡Las mujeres han de cuidar su aspecto!

– Ahora que trabajamos juntos, ese tipo de comentario puede considerarse como acoso sexual, que lo sepas -soltó Junko entre risas.

– Entonces, ¿trabajamos juntos?

– Eso parece.

– Pensaba que éramos amantes.

– Ya te dije lo que sentía…

– Vale, vale, me acuerdo. No puedes abrirte a nadie que no haya cruzado contigo esa peligrosa línea. A sus pies, mi princesa de hielo.

Por lo visto, no la había entendido muy bien. Lo que ella había dicho exactamente era: «hasta que cometamos un asesinato juntos, hasta que ambos tengamos las manos manchadas». Junko se sintió algo decepcionada, pero no dejó que eso la perturbara más que un breve instante. Seguía sonriendo. Si siempre le decía todo lo que le molestaba de él, jamás aprenderían a confiar el uno en el otro. Quería creer que era su compañero, que finalmente había encontrado a alguien que la comprendía. De modo que prefirió cambiar de tema.

– ¿De qué va este correo?

– Es tu próximo trabajo. Es triste, pero me temo que en esta ocasión no vamos a poder cruzar juntos esa peligrosa línea. No se trata de ejecuciones.

– Gracias a Dios -dijo Junko con alivio-. No quiero tener que ir detrás de ningún niño. Tendrías que convencerme de que esta cría posee algún tipo de instinto asesino.

– ¿Permites que esas cosas te perturben?

– Por supuesto. ¿Por qué? ¿Tú no?

– No podría hacer lo que hago si me dejase llevar por cosas así. – Koichi adoptó su habitual tono de mofa-. Tienes que recordarlo, yo no poseo tu poder de destrucción total.

Junko borró la sonrisa de su cara.

– ¿Significa eso que has matado a niños? -preguntó en voz baja.

– No -repuso Koichi, de forma algo precipitada.

Junko no lo creía. Enmudeció e intentó controlar el impulso por interrogarlo. Koichi prosiguió con la conversación:

– ¿Te importa si acabo de explicarte esto?

– Adelante.

– Esta vez, nuestra misión no es ningún ajusticiamiento, sino una búsqueda de candidatos.

– ¿A qué te refieres?

– Vamos a reclutar a alguien para que trabaje con nosotros.

– ¿A esas tres? ¿Van a ser Guardianes? Yo acabo de entrar, ¿cómo se supone que voy a reclutar a alguien?

– Déjame empezar con la última pregunta, princesa. Puedes y, de hecho, eres la persona idónea para el trabajo.

– ¿Por qué?

– Esa niña de trece años tiene el mismo poder que tú. -Junko se quedó sin palabras durante unos instantes. Miró la fotografía de Kaori. Parecía hablarle con la mirada-. ¿Me estás escuchando? – preguntó Koichi.

– ¿También puede provocar incendios?

– No tiene ni por asomo el poder que tú posees. Es más una caja de cerillas que un lanzallamas. Pero sí que tiene potencial.

Junko se llevó la mano a la cara.

– Nunca he conocido a nadie de mi especie.

– Pues felicidades. A mí todavía me queda encontrar un bicho como yo.

Junko releyó el perfil de Kaori. Se empapó de cada una de las frases y estudió con suma atención su fotografía. Venía de una familia acaudalada y había recibido una buena educación. No era más que una niña.

– Entonces, ¿nuestro objetivo es la pequeña?

– Eso es.

– ¿Va a ser miembro de los Guardianes?

– Esa es la idea.

– ¿Y vamos a hacer que esta niña nos acompañe y atrape criminales junto a nosotros?

Koichi estalló en carcajadas.

– ¡Claro que no!

– No, claro. Por supuesto que no -respondió con tono aliviado.

– No estamos tan faltos de personal como para recurrir a una táctica como ésa. Nuestra misión es ponerla bajo nuestra custodia preventiva.

Junko reparó de nuevo en los ojos tristes de Kaori.

– ¿Bajo custodia preventiva? Ahora que lo mencionas, ¿qué hay de su padre? No aparece en su perfil. Fusako Eguchi es el ama de llaves, ¿verdad? ¿Por qué no hay ninguna información sobre su padre?

– Es uno de nosotros. ¿Has visto el otro correo?

Junko comprobó la bandeja de entrada y, efectivamente, había otro mensaje.

– Deja que le eche un vistazo.

– Es un informe sobre la complicada situación en la que se encuentra el objetivo, y el modo en el que se manifiestan sus poderes.

El mensaje ocupaba la pantalla con una diminuta caligrafía y Junko hizo lo que pudo por leerlo cuanto antes. El padre de la niña quería que su hija quedara bajo la custodia preventiva de los Guardianes. Su madre se oponía, había iniciado los trámites del divorcio y vivía con su hija en el Tower Hotel, en Akasaka.

Según el documento, los poderes de la niña aparecieron unos dos años atrás, y Kaori aún debía aprender a utilizarlos. Se iniciaban fuegos sospechosos a su alrededor, alguien había salido herido, y la policía ya estaba asomando las narices.

– ¿Qué pensarán sus padres? -Junko expresó su impaciencia.

– Una de las razones que explican la inestabilidad de Kaori es la relación de los mismos. Por eso empezó a provocar los incendios.

– Alguien debe enseñarle cómo utilizar su poder, cómo controlarlo. No es tan difícil -aseguró Junko-. Es como aprender a controlar tus emociones. Del mismo modo que enseñas a los niños a tranquilizarse cuando cogen una rabieta. Es cuestión de disciplina.

– ¿Eso hicieron tus padres contigo?

– Sí. Me enseñaron todo tipo de cosas. Técnicas para liberar la energía cuando no podía reprimirla. Y nadie se daba cuenta. Solía hacerlo en la piscina del colegio.

– ¿Y podrías enseñarle eso a Kaori?

– ¿A la niña? Por supuesto. Alguien tiene que hacerlo. De lo contrario, correrá demasiado peligro.

– Sabía que no nos defraudarías. El señor Kurata ha decidido traer a Kaori tan pronto porque sabe que cuenta con tu ayuda.

Junko sabía que probablemente era la persona indicada para cuidar de esa niña y enseñarle a comprender su poder y el peligro que conllevaba.

– Pero no puedes limitarte a enseñar a un niño. Los padres deben comprender la situación y también aprender. Sea cual sea el problema, deben afrontarlo los tres juntos. Tienen que responsabilizarse de su hija.

– Bueno, no creo que eso sea posible ahora mismo -apuntó Koichi.

– ¿Por qué no?

– Porque como ya te he dicho, sus padres están divorciándose.

– La niña es lo primero.

– Ya, pero resulta que no podemos hacer nada para mantener unida a la familia -suspiró Koichi, irritado-. El informe dice que la madre no quiere involucrase con los Guardianes, ¿no? Tendremos que separarlas una temporada hasta que convenzamos a la señora Kurata de que es la mejor opción. No va a acceder a que eduquemos a su hija, ni aun explicándole nuestros motivos.

– ¡No me lo creo! Cualquier madre entendería que la educación es esencial.

– Tranquilízate. Entiendo lo que tratas de decir.

– ¿Cómo quieres que me tranquilice? -Angustiada, Junko se levantó con el auricular aún en la mano. El aparato cayó de la mesa-. ¡Hay gente herida! Solo es cuestión de tiempo que mate a alguien. ¿Acaso pretendes que asesine a gente? Todavía es una niña. ¿Nadie ha pensado en la repercusión que puede tener eso sobre la vida de una cría?

Había una pequeña caja secreta en un rincón del corazón de Junko. Ella era consciente de que estaba ahí. Y por eso andaba con sumo cuidado para guardar las distancias. Sin embargo, en aquel preciso instante, se daba cuenta de que se estaba acercando peligrosamente… ahí. Sentía que la caja explotaba. Había esperado el momento oportuno. Junko pudo oír el sonido sordo cuando se abrió y descubrió el recuerdo de un niño pequeño convertido en una bola de fuego. Podía sentir el frío metal de la escalera del tobogán en el oscuro parque, saborear las lágrimas que le descendían por las mejillas hasta sus labios. El niño corría de un lado a otro, envuelto en llamas. Podía ver sus ojos, asustados, conforme se derretían bajo el calor infernal. Podía oler la carne quemada. Entonces, escuchó a alguien gritar. «¡Tsutomu! Tsutomu! ¡Ayuda! Tsutomu, ¿qué ha pasado?»

Y a continuación, también pudo oír su propia voz: «¡No quise hacerlo! ¡No era mi intención!». Junko empezó a jadear. Se quedó inmóvil, con los nudillos blancos. El silencio cayó. Por fin, oyó la voz de Koichi.

– ¡Eh! ¿Estás bien? -preguntó con suavidad Koichi-. He oído algo caer.

– Ha sido el teléfono. -Junko lo recogió y lo colocó en la mesa. Le temblaban las manos.

– Entonces, no prendes fuego a nada cuando estás sola en casa.

– Eso es porque de niña pasé mucho tiempo aprendiendo a controlarme. -Junko aspiró una profunda bocanada de aire, y cerró los puños para contener sus emociones, y el temblor de sus manos-. Esa niña tiene que aprender a controlar el poder, como yo lo hice, para que no asesine a nadie por error.

– Junko, ¿fue eso lo que sucedió cuando eras pequeña? -inquirió Koichi.

Durante unos pocos segundos, Junko no lograba decidir qué hacer: guardar silencio, negarlo o contarle toda la verdad. Al final, se decantó por la opción más fácil.

– Sí. Pero no quiero hablar de ello.

– Entiendo.

Junko tenía ganas de echarse a llorar. No podía entender qué la hacía sentirse tan débil de repente. Deseó que Koichi estuviese con ella y no al otro lado del teléfono. Quería que la abrazase hasta que cesaran los temblores.

– Nosotros dos cuidaremos de Kaori -dijo Koichi en un intento por tranquilizarla-. ¿Recuerdas que te dije que tengo una casa en el lago Kawaguchi?

– Sí.

– Es allí donde vamos a llevar a Kaori. Podrás formarla hasta que quedes satisfecha con el resultado. Nos quedaremos allí una temporada, y podremos estar tranquilos. Ahora mismo no hay nada que no sea nieve y hielo. Será perfecto para las dos.

– ¿Debemos separarlas de su padres? ¿Por qué no puede acompañarnos al menos la madre?

– Es una pena -repuso Koichi con suma emoción-. Pero si es necesario, tendremos que llevarnos a la niña a la fuerza.

Junko se remitió de nuevo a las fotografías de la niña y la madre. Se parecían mucho.

– Su madre pretende asesinarla -explicó Koichi-. Y suicidarse después. Así de perturbada está con este asunto. Y ya lo ha intentado. Si no hacemos algo puede que sea demasiado tarde.

Junko se aferró al auricular, y asintió.

– Si ese es el caso, lo entiendo.

– Mañana por la noche pasaremos a la acción. No tenemos mucho tiempo, y es una misión difícil. Nada de batallas. Lo único que debemos hacer es elegir bien nuestras palabras, eso es todo. Deberíamos reunimos para ultimar detalles, de modo que veámonos en algún restaurante del Tower Hotel. Podemos echar un vistazo, y también encontrarnos con otro miembro de los Guardianes que nos dará toda la información.

«Así que, finalmente, voy a conocer a otro miembro», pensó Junko, satisfecha.

– ¿ Quieres que vaya a recogerte?

– No, nos veremos allí.

De súbito, Koichi adoptó su habitual tono de mofa.

– Dime, ¿qué te has hecho en el pelo?

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