XXVIII

Haciendo balance

Lotty llevó con ella a Max Loewenthal, director ejecutivo de Beth Israel, al Dortmunder. Un hombre bajo, robusto, de unos sesenta años, de pelo blanco rizado que llevaba viudo algunos años. Estaba enamorado de Lotty, a quien conoció en Londres después de la guerra. También era un refugiado austríaco. Le había pedido varias veces que se casase con él, pero ella siempre contestaba que no era de las que se casan. De todas formas, compartían las entradas durante la temporada de ópera y de música sinfónica, y habían viajado juntos por Inglaterra en más de una ocasión.

El se levantó al verme entrar, sonriéndome con sus astutos ojos grises. Murray no había llegado aún. Les dije que tal vez vendría.

– Pensé que Max podría contestar las preguntas administrativas que pudiesen surgir -explicó Lotty.

Lotty bebe muy rara vez, pero Max entiende mucho de vinos y le encanta tener a alguien con quien compartir una botella. Cogió un Cos d'Estournel del 75 de las estanterías que había a lo largo de las paredes y pidió que la abriesen. Max despidió a la camarera, que nos conoce bien a Lotty y a mí, y se dispuso a hablar. Ninguno de nosotros queríamos comer nada hasta que yo hubiese contado lo que sabía.

– Tengo la carpeta de Friendship acerca de Consuelo, aunque si quieres que te la admitan en el tribunal, tendrás que pedir una copia a través de los canales adecuados -saqué los dos informes de Consuelo de mi maletín y se los tendí a Lotty-. El que está escrito a máquina era el que estaba en la oficina de Humphries y el escrito a mano estaba en un cajón del archivador de Peter Burgoyne.

Lotty se puso sus gafas de montura negra y estudió los informes. Leyó en primer lugar la copia escrita a máquina y luego las notas a mano de Peter. Sus espesas cejas se unieron y aparecieron profundos surcos alrededor de su boca.

Me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración y cogí la botella de vino. Max, igualmente tenso, no trató de impedir que lo sirviera antes de que hubiese respirado lo suficiente.

– ¿Quién es el doctor Abercrombie? -preguntó Lotty.

– No lo sé. ¿Es a la persona que Peter dice en su informe que intentó llamar? -me acordé de los folletos que había cogido en la oficina de Peter y rebusqué en el maletín. Puede que en ellos hubiese alguna lista del personal del hospital.

«Friendship: Su Servicio Completo de Cuidados Obstétricos», proclamaba un papel impreso reluciente. Se habían gastado mucho dinero: cuatro colores, fotografías… La portada mostraba a una señora acunando a un bebé recién nacido con una mirada de inefable felicidad. En el interior, el texto proclamaba: «El Nacimiento: la experiencia más importante de tu vida. Déjanos ayudarte a que sea también la más feliz.» Hojeé el texto. «La mayoría de las mujeres da a luz sin complicaciones de ningún tipo. Pero si necesita usted ayuda antes o durante el nacimiento, dispondrá usted de un perinatólogo de guardia las veinticuatro horas al día.»

En el extremo de la página, un hombre serio pero seguro de sí mismo sujetaba lo que parecía una manta eléctrica contra el abdomen de una mujer embarazada. Ella le miraba con cara confiada. El pie decía: «Keith Abercrombie, M.D., doctor en perinatología, administra ultrasonidos a una de sus pacientes.»

Se lo tendí a Lotty, señalándole la foto con el dedo.

– Traducción, por favor.

Leyó el pie de foto.

– Está utilizando ondas sonoras para asegurarse que el bebé se mueve, comprobando los latidos del corazón para saber si son normales. También se puede conocer aproximadamente el peso y la talla con esos chismes. Al final del embarazo, incluso se puede conocer el sexo.

Lotty prosiguió:

– El perinatólogo es un tocólogo que se especializa en tratar las complicaciones del embarazo. Si tu bebé ha nacido con problemas, tienes que llevarlo a un pediatra especializado, un neonatólogo. Consuelo necesitaba un perinatólogo. Si hubiese aparecido, la pequeña Victoria Charlotte podía haber durado lo suficiente como para haberla llevado al neonatólogo, que por cierto, tampoco parecía estar por allí.

Se quitó las gafas y las puso sobre la mesa, junto a los papeles.

– El problema del doctor Burgoyne es evidente. Por eso no quería que yo viese sus notas. Lo que no entiendo es por qué no las tiró. El informe mecanografiado es lo bastante explicativo, sin revelar ninguna negligencia manifiesta.

– Lotty, puede que a ti te resulte evidente, pero a nosotros no. ¿De qué estás hablando? -preguntó Max. Al contrario que ella, seguía hablando con un fuerte acento vienés. Cogió los informes y se puso a mirarlos.

– En el informe mecanografiado explican que Consuelo mostraba síntomas de urgencia no ambulatoria. Estaba de parto y en estado comatoso. Le administraron dextrosa para intentar recuperar el azúcar en la sangre y subir su presión sanguínea. En el informe mecanografiado dicen que utilizaron ritodrina para intentar retrasar el parto. Luego se planteó la duda de si podrían detener el parto sin que muriese, así que siguieron adelante y sacaron al niño. Luego ella murió, por complicaciones en el embarazo. Pero las notas manuscritas de Burgoyne cuentan una historia bien diferente.

– Sí, ya lo veo -Loewenthal levantó la cabeza de las notas manuscritas de Peter-. Lo cuenta todo, ¿verdad?

Pensé que iba a ponerme a gritar de impaciencia.

– ¡Contádmelo a mí!

– ¿A qué hora llegasteis al hospital? -me preguntó Lotty en lugar de explicarme.

Sacudí la cabeza.

– No puedo recordarlo. Hace casi un mes.

– Eres, detective, una observadora entrenada. ¡Piensa!

Cerré los ojos, reviviendo el caluroso día, la fábrica de pinturas.

– Llegamos a la fábrica a la una. La cita de Fabiano era a la una y yo había mirado el reloj del coche; llegamos por los pelos. Cuando Consuelo se puso de parto, sería un cuarto de hora más tarde. Digamos que perdí unos quince minutos en la fábrica averiguando a qué hospital ir y cómo llegar allí. Otros quince minutos en llegar. Así que debían ser alrededor de las dos menos cuarto cuando llegamos a Friendship.

– Y hasta las tres no llamaron a Abercrombie -dijo Max-. Así que pasó una hora entera antes de que empezasen a hacer algo por ella.

– Así que cuando hablé con aquella mujer horrible de la administración, no la estaban atendiendo -dije-. Maldita sea, tenía que haber armado un escándalo mayor en aquel momento. Debieron haberla tenido esperando en la camilla durante una hora mientras discutían si la atendían o no.

Lotty no hizo caso de esto último.

– La cuestión es que dicen que le dieron ritodrina. Es la mejor medicación que hay actualmente y, desde luego, es lo que hubiera hecho Abercrombie, si hubiese estado allí. Pero las notas de Burgoyne dicen que le dieron sulfato de magnesio. Eso puede provocar un ataque al corazón, que es lo que ocurrió en el caso de Consuelo. El apuntó que se le detuvo el corazón, le sacaron al niño y reanimaron a Consuelo, pero todos los shocks que había recibido su organismo durante el día fueron demasiado: su corazón se volvió a detener por la noche, y ya no pudieron reanimarla.

Sus cejas se fruncieron.

– Cuando Malcolm llegó, debió darse cuenta de lo que había pasado. Pero puede que no supiese si habían usado exactamente ritodrina. Si la bolsa de gota a gota no estaba claramente etiquetada…

Su voz fue desvaneciéndose según intentaba visualizar la escena. Los botelleros empezaron a girar a mi alrededor y el suelo pareció alzarse contra mí. Me golpeé con el borde de la mesa.

– No -dije en voz alta-. No es posible.

– ¿Qué pasa, Vic? -los agudos ojos de Max estaban alerta.

– Malcolm. No le habrían matado para impedirle contar lo que había visto. No puede ser.

– ¡Qué! -dijo Lotty-. No es momento para bromas, Vic. Cometieron un error grave. Pero matar a un hombre, ¡y de forma tan brutal! De cualquier modo, cuando habló conmigo me dijo que estaban utilizando el medicamento adecuado. Así que quizá no supiese nada. O tal vez les preguntó a las enfermeras más tarde. Tal vez por eso me dijo que quería comprobarlo todo aquella noche, antes de escribir el informe. Lo que no entiendo es dónde demonios estaba el dichoso Abercrombie. Burgoyne dice que intentó localizarle más de una vez, pero que no apareció.

– Supongo que podría intentar encontrar la oficina de Abercrombie -dije sin entusiasmo-. Para ver si había dejado alguna nota reveladora por allí.

– No creo que sea necesario -Max había estado estudiando el folleto-. Podemos usar la lógica. Dicen que está de guardia las veinticuatro horas del día. No dicen que forma parte del personal del hospital.

– ¿Entonces?

Hizo una mueca.

– Aquí es donde mis conocimientos especializados se revelan importantes. Te preguntas por qué Lotty me trajo. Te dijiste a ti misma, «¿por qué este anciano senil irrumpe en mi investigación…?».

– Vamos, hombre -dije-. Vete al grano.

Se puso serio.

– Durante los últimos diez años ha habido un aumento en la edad en que las mujeres cultas dan a luz. Tienen sus primeros hijos mucho más tarde de lo que solían hacerlo. Como son personas enteradas, conocen los riesgos. Y quieren ir a un hospital en el que sepan que hay un experto que se encontrará a mano para atender cualquier complicación.

Asentí. Tengo un gran número de amigas agonizando en los diversos estadios de la concepción, el embarazo y el parto. La gente se enfrenta ahora a los embarazos con el cuidado extremo que antes reservábamos para comprarnos un coche.

– Así que en estos momentos hay bastantes personas que se preocupan de que en los hospitales que quieran ser competitivos en estos temas haya un perinatólogo a mano. Y tienen equipos completos de monitorización fetal, unidades de cuidado intensivo neonatal, etc. Pero para que eso sea rentable, necesitas tener una media de partos de dos mil quinientos a tres mil al año -puso una sonrisa de lobo-. Ya sabes. El saldo final. No podemos ofrecer servicios que no sean rentables.

– Ya veo.

Lo veía. Veía un panorama del conjunto con claridad asombrosa. Excepto en lo que se refiere a unos pocos detalles. Como Fabiano. Dick y Dieter Monkfish. Pero se me iban ocurriendo ideas.

– ¿Así que el doctor Abercrombie es una quimera? -pregunté-. ¿Contrataron a un actor para que posase junto a la máquina de control neonatal?

– No -dijo Max juicioso-. Estoy seguro de que existe. Pero, ¿estará de verdad ligado al hospital? Friendship está en una zona de alto nivel económico, ¿no? No suelen ocuparse de embarazos de alto riesgo, del tipo del de Consuelo: joven, una dieta incorrecta, etc. Si una de las pacientes de tu doctor Burgoyne parece que vaya a tener complicaciones se traen al doctor Abercrombie para que la vea. Pero, ¿por qué pagar un cuarto de millón de dólares al año a alguien cuyo trabajo no es necesario más que una vez al mes como mucho?

Me sirvió un poco más de vino en la copa y probó el suyo. Asintió distraído, prestando muy poca atención al vino.

Lotty frunció las cejas.

– Pero, Max. Anuncian un servicio obstétrico completo. Cuidados de nivel tres, ya sabes. Por eso le dijimos a Vic que llevase allí a Consuelo. Carol habló con Sid Hatcher, le preguntó dónde deberían ir en aquella parte de las afueras. Sid había visto la publicidad, había oído hablar de sus servicios en alguna reunión. Por eso las mandó a Friendship.

– ¿Así que si no tienen realmente a ese Abercrombie en nómina, no pueden anunciarlo? -pregunté escéptica. La ley obliga a que la publicidad sea veraz, claro, pero sólo si te cogen…

Lotty se inclinó hacia delante.

– El estado viene y te da el certificado. Lo sé porque estaba de perinatóloga en Beth Israel cuando vinieron a darnos el certificado. Antes de que me hiciese médico de cabecera y abriese la clínica. Vinieron y nos hicieron una revisión a fondo; equipamiento y todo lo demás.

Vacié mi vaso. No había comido nada desde que tomé el virtuoso yogur con frutas del desayuno. El espeso vino se había ido derecho de mi estómago al cerebro, haciéndome entrar en calor. Necesitaba un poco más de calor para enfrentarme con lo que estaba oyendo.

– Si Murray aparece, supongo que tendrá una respuesta para todo esto -levanté la mano derecha y froté los dos primeros dedos contra el pulgar, el símbolo de la ciudad de Chicago.

Lotty sacudió la cabeza.

– No lo entiendo.

– Sobornos -le explicó Max amablemente.

– ¿Sobornos? -repitió ella-. No, no puede ser. Con Philippa por medio, no. La recuerdas, ¿verdad, Max? Ahora trabaja para el estado.

– Bueno, no es la única que trabaja para el estado -dije-. Tiene un jefe que está a cargo de la reglamentación sanitaria. Tiene un joven colega gilipollas y arribista. Los dos son compañeros de juergas. Ahora, todo lo que tenemos que averiguar es qué representante del estado se va de juerga con ellos, y ya está.

– No bromees con esto, Vic. No me hace gracia. Estás hablando de las vidas de las personas. Consuelo y su niña. Y quién sabe de qué otros. ¡Y estás diciendo que un hospital y un funcionario se preocuparían más por el dinero! No es ninguna broma.

Max le cogió una mano.

– Por eso te quiero, Lottchen. Has sobrevivido a una guerra horrible y a treinta años de medicina sin perder la inocencia.

Me serví más vino, y separé un poco mi silla de la mesa. Así que todo se reduce al balance. Humphries y Peter son en parte propietarios del hospital. Es muy importante para ellos que todos los servicios den beneficios. Más importante para Humphries, tal vez, pues su participación debía ser mayor. Así que anuncian un servicio de asistencia completo. Consiguen que Abercrombie colabore con ellos a tiempo parcial y se imaginan que es todo lo que necesitan porque se encuentran en un lugar de la ciudad en el que no tienen que atender muchas urgencias.

La sala de urgencias de Friendship. Después de todo, estuve allí dos veces: ayer, y cuando fui con Consuelo. Nadie la usa. Está allí porque forma parte de la imagen de servicio completo, para que los pacientes de pago sigan contentos.

Y luego aparecemos Consuelo y yo y nos cargamos el buen funcionamiento de la maquinaria. No es que no la atendieran porque pensasen que era indigente. Eso podía haber influido, pero lo importante era que estaban tratando de localizar a su perinatólogo, Keith Abercrombie.

– ¿Dónde estaba? -pregunté de repente-. Me refiero a Abercrombie. No podía andar muy lejos, ¿verdad? No podían utilizar sus servicios si estaba en la Universidad de Chicago o en algún otro lugar remoto.

– Eso puedo averiguarlo yo -Lotty se levantó-. Tiene que figurar en la guía del Colegio Americano. Llamaré a Sid; si está en casa, nos lo puede mirar.

Se marchó al teléfono. Max sacudió la cabeza.

– Si tienes razón… Qué idea más horrible. Matar a un joven tan brillante sólo para que les cuadre el balance.

Загрузка...