XXIX

Un buen vino para la cena

Murray llegó en el momento en que Max acabó de hablar. Su barba roja brillaba de sudor. En algún momento del día se había deshecho de la corbata y la chaqueta. La camisa, hecha de encargo debido a su gran talla, se le había salido de los pantalones por un lado; al acercarse a la mesa, tiró de ella sin éxito, intentando volver a meterla en los pantalones.

– ¿Qué brillante joven? -preguntó a modo de saludo-. No me habréis dado por muerto, ¿verdad?

Le presenté a Max.

– Los amigos de Murray se preocupan mucho por él. Dicen que es demasiado tímido y modesto. ¿Cómo es capaz de sobrevivir en el crudo mundo del periodismo?

Murray sonrió.

– Sí, es un problema.

La camarera se acercó. Murray pidió una cerveza.

– En realidad, tráigame dos. Y algo de comer. Una de esas bandejas suyas de queso y fruta. Vosotros no habéis esperado, ¿eh?

Sacudí la cabeza.

– Hemos estado demasiado ocupados como para comer. Supongo que a todos nos apetecería algo. ¿Max?

Cuando la camarera le trajo a Murray una botella de Holsten, Max y yo le resumimos nuestra conversación. Los ojos de Murray empezaron a brillar excitados. Se bebió la cerveza con la mano izquierda, tomando notas como loco en su cuaderno.

– ¡Qué historia! -dijo entusiasmado cuando acabamos-. Me encanta: «Se Cargan A Una Joven Por Culpa De Los Beneficios. ¿Compensa El Balance Final?»

– No vas a publicar eso -era Lotty, que había vuelto a la mesa, con voz sorda y furiosa.

– ¿Por qué no? Es un titular magnífico.

Las objeciones de Lotty se basaban en que no quería violar la intimidad de Consuelo. Esperé a que acabase de hablar antes de volverme hacia Murray, que no parecía convencido.

– Es sólo parte de una gran historia -le dije con tanta paciencia como pude-. Pero no tenemos ninguna prueba concluyente.

– Oye, no estoy presentándolo ante un tribunal. Me referiré a una fuente fidedigna. Una fuente normalmente veraz, eso es -movió las cejas provocativamente.

– No lo vas a presentar ante un tribunal. Pero Lotty sí tiene que ir. La han demandado por negligencia, por no haber atendido bien a Consuelo. Sus informes de Consuelo fueron robados durante la gran cruzada antiabortista.

Me callé de repente.

– ¡Pero claro! ¿Cómo puedo ser tan simple? Humphries consigue que Dieter organice la manifestación. Luego manda a alguien para que entre y robe el informe. El que se lo llevó no pudo andar escogiendo: se llevó todo lo que vio con el nombre de Hernández. Estaba buscando el informe de Malcolm, claro. Por eso el consejo de Friendship paga las facturas de Dieter Monkfish. No tiene nada que ver con las opiniones de Humphries respecto al aborto. Es parte de la deuda que tiene con el tipo.

– ¿Y el ataque contra Malcolm? -preguntó Max, con la preocupación reflejada en el rostro.

Dudé antes de hablar. No podía imaginarme ni a Humphries ni a Peter dándole una paliza mortal a nadie. Y a Malcolm le habían dado una paliza mortal. Pero si era cierto, si Friendship estaba encubriendo el fallo que habían tenido al no poder proporcionar la atención obstétrica que prometían… Me volví de pronto hacia Murray.

– ¿Qué has averiguado tú hoy?

– Nada tan emocionante como lo que me has contado tú, chica -Murray repasó sus notas-. Bert McMichaels. Director adjunto de Medio Ambiente y Recursos Humanos, responsable de las reglamentaciones sobre hospitales. Cincuenta años. Lleva mucho tiempo trabajando para el estado. Estuvo en el departamento de protección ambiental, le ascendieron últimamente y se fue al departamento de sanidad. No tiene ningún conocimiento especial en sanidad pública o medicina, pero sí mucha mano izquierda con los departamentos estatales, la administración, las finanzas; en fin, ese tipo de cosas.

Se detuvo para beber un poco más de cerveza, secándose la boca con la mano, como Sutcliff después de un lanzamiento trabajoso.

– Muy bien. Lo que queréis saber es quién es su compinche en Springfield. Se entiende bien con Clancy McDowell.

Se volvió hacia Lotty y Max, que le miraban confundidos.

– McDowell es el típico chico para todo en el estado. Del distrito noroeste. Tiene amigos que le consiguen votos y él les consigue trabajos a ellos, y ese tipo de cosas. Como McMichaels le consigue muchos votos, pues tiene un trabajo estable en el Estado de Illinois.

Lotty empezó a interrumpir. Murray levantó una mano.

– Ya lo sé. Es horrible. Es chocante. Un tipo así no debería estar en una posición en la que pudiese decidir si hay que construir un hospital o si hay que autorizar la instalación de un servicio obstétrico, pero qué se le va a hacer; esto no es Utopía; ni siquiera Minneapolis. Esto es Illinois.

No parecía que ello le afectase demasiado. ¿Cómo puede uno preocuparse o deprimirse por una situación tan establecida que hasta los escolares la aprenden como parte de sus lecciones de ciencias sociales? Vamos, que el control ejercido sobre la ciudad por el mayor Daley estaba en mi libro de texto de octavo.

Murray seguía. No sé por qué mira sus notas cuando habla. Se lo sabe todo de memoria, pero en cierto modo no puede hablar sin ese apoyo, sin pasar las hojas; tal vez así se convence a sí mismo de que es un periodista de verdad.

– Bueno, pues vuestros amigos de Friendship contribuyeron generosamente a la campaña de reelección de Clancy en el ochenta, el ochenta y dos y el ochenta y cuatro. Unos diez mil cada vez. No es que sean cantidades espectaculares, pero es que no es demasiado caro elegir a un representante del estado, y al fin y al cabo, lo que cuenta es la intención.

Cerró su cuaderno de notas con un floreo.

– Quiero algo de comer. Y más cerveza.

El Dortmunder no es famoso por la rapidez de su servicio. Por eso es muy buen sitio para reunirse a cenar. El personal no está intentando echarte continuamente. A cambio, no hay que quejarse si tardan una hora en traerte la comida.

Lotty estaba muy disgustada.

– Ya sé que Vic y tú pensáis que esto es lo normal. Pero yo no puedo aceptarlo tan tranquila. ¿Cómo pueden hacer eso; comprar a un político para ahorrar unos cuantos dólares? Y luego, arriesgar la vida de las personas. Eso es tratar la medicina como… ¡como una compañía de automóviles que decidiese sacar al mercado un automóvil defectuoso!

Nadie dijo nada durante unos minutos por respeto hacia los sentimientos de Lotty. Le dolía mucho encontrar corrupción en una profesión que había elegido para solucionar las injusticias que había sufrido de niña. No conseguiría nunca desarrollar una coraza de cinismo que la protegiese.

Finalmente, Max me dijo dudando:

– Quizá la gente de Springfield, los amigos de ese Clancy, puedan haber querido matar a Malcolm. Antes que permitir que su participación en la certificación del hospital saliese a la luz. O, ya sabes, puede que la policía tuviese razón, que no fuese más que un atraco corriente.

Sacudí la cabeza.

– No creo. Y dudo que a Bert McMichaels le importase. Al menos, hasta el extremo de asesinar a alguien, si el engaño de Friendship salía a la luz pública. Después de todo, siempre podrá decir que aceptó la clasificación del hospital de buena fe. No; los que tenían algo que perder eran la gente del hospital. No podían permitir que el informe de Malcolm sobre Consuelo llegase a manos de Lotty. Al no encontrarlo en su apartamento, organizaron el raid contra la clínica. ¿Pero dónde demonios está? Encontramos la grabadora, pero está vacía.

¿Y quién había matado a Malcolm?, me pregunté a mí misma. No me imaginaba a Alan Humphries haciendo un trabajo tan sucio. ¿Y Peter, con su conciencia tan sensible? Si le hubiese tenido que romper la cabeza a alguien, estaría llevando ahora una camisa de fuerza.

Max se volvió hacia Lotty y le cogió la mano de nuevo.

– Querida, ¿cuántas veces te he pedido que te dirijas a mí cuando tengas alguna dificultad? Yo sé dónde está el informe.

Todos nos pusimos a hablar a la vez, pidiendo una respuesta. La camarera escogió aquel momento para llegar con una bandeja repleta de quesos, salamis, patés y fruta. Murray aprovechó la oportunidad para pedir más cerveza, y yo le dije a Max que tomaría más vino si él lo tomaba también.

Max accedió de buena gana.

– Pero que no sea Cos d'Estournel, Vic. No soporto ver que te lo tomas como si fuese jarabe para la tos.

Se levantó y se dirigió a los estantes de los vinos.

– ¡Qué exasperante! ¿Por qué has pedido más vino, Vic? Deberías saber que eso le entretendrá por lo menos diez minutos.

Corté un trozo de paté de campo y me lo comí con mostaza y pepinillos. Lotty mordisqueó una rodaja de manzana; la tensión le impide comer. Murray se había comido ya un cuarto kilo de Brie y estaba empezando con el Cheddar.

Max volvió a la mesa con una botella de Burdeos de la casa. Mientras la camarera lo abría y lo servía, sin ninguna prisa, con la pretensión de unirse a la fiesta, él se puso a dar un discursito acerca de la manera apropiada de beber vinos buenos.

– Has escogido mal tu profesión -le informó Lotty cuando la camarera se marchó al fin-. Tendrías que haber sido actor, haciendo que la gente llegue al punto máximo de emoción y luego dejándola a la expectativa. Ahora en serio, Max. Si tienes el dictado de Malcolm, ¿por qué yo no lo he visto?

Sacudió la cabeza.

– No he dicho que lo tenga yo, Lotty. Sé, o sospecho, dónde está. Malcolm trajo la grabación a Beth Israel para que se lo pasasen a máquina. Me sorprende que no se te ocurriera. Debe estar en la habitación de Transcripciones Médicas, en un sobre con su nombre, esperando a que lo recoja.

Lotty quería ir a Beth Israel en seguida, pero yo la contuve.

– Queremos saber lo que dice el doctor Hatcher de Abercrombie -le recordé-. Y Murray tiene que prometernos que no va a contar nada hasta que le demos permiso.

Los ojos azules de Murray brillaron enfadados.

– Mira, Warshawski. Aprecio el soplo y la noticia. Pero tú no mandas ni en mi cabeza ni en el periódico. Con lo que he descubierto hoy, y la historia que habéis montado los tres, consigo grandes titulares y tema para estar escribiendo una semana.

– Vamos, Murray. Dicen que los polacos son tontos; ¡usa la cabeza! Aquí está Lotty, a la que quieren llevar a los tribunales por negligencia. Hemos obtenido ilegalmente copias de pruebas que demuestran que la negligencia tuvo lugar en el hospital. Si publicas la historia, ellos destruirán los originales de las notas de Peter, lo negarán todo y entonces ¿cómo podrá defenderse ella?

Hice una pausa para beber un poco del nuevo vino. No tenía tanto cuerpo como el Cos d'Estournel, así que me sentí menos inclinada a beberlo como si fuese jarabe para la tos. La verdad es que no me gusta el jarabe como para beberlo a tragos. Continué con mi argumentación.

– Hay una posibilidad de que hayan conservado el archivo de Lotty sobre Consuelo. Si publicas tu historia, desaparecerá más deprisa que la democracia en Chile. Queremos cogerlos por sorpresa.

– Bueno, vale -Murray estuvo hosco durante un minuto o dos, pero su buen carácter natural le impidió seguir mucho rato de mal humor-. ¿Qué propones que hagamos ahora, Nancy Drew?

– Bueeeno… tengo una idea -ignoré el saludo del Bronx de Murray y comí un poco más de paté-. Max, ellos conocen el nombre de Lotty, pero apuesto a que no conocen el tuyo. Van a dar una conferencia este viernes. No-sé-qué-amniótico o algo así. ¿Puedes llamar mañana e inscribirte? Dirás que quieres llevar -Lotty, ¿vendrás?, ¿y tú, Murray?- a cuatro personas.

Max sonrió.

– Desde luego, ¿por qué no? Hablaré con mi peor acento y les diré que estoy llamando desde Nueva York, y que iré en avión el mismo día de la conferencia.

– No hace falta que te excedas. Reserva simplemente cinco plazas. Puede que sea mejor que todos utilicemos seudónimos, por si Peter comprueba la lista de asistentes. Nos conoce a Lotty y a mí. A Murray no, claro. Ni al detective Rawlings.

– ¿Rawlings? -preguntó Murray-. ¿Por qué llevar a la policía? Lo estropean todo.

– No sé si vendrá -dije impaciente-. Pero me gustaría que comprobase la historia con sus propios ojos. De otro modo, le puede resultar demasiado increíble. ¿Lo harás, Max?

– Desde luego. Y quiero estar allí en persona. Si va a haber fuegos artificiales, ¿por qué no ir a verlos? En cualquier caso, será una oportunidad estupenda para verte en acción, realizando tu trabajo detectivesco. Siempre he sentido curiosidad.

– No es la emoción que espera, Loewenthal -dijo Murray-. Vic practica el trabajo detectivesco al estilo de Dick Butkus: darle fuerte al oponente, ya sabe, para que sepan que se los va a encontrar en la línea de melée, y luego comprobar las bajas cuando ha acabado. Si lo que quiere es ver a Sherlock Holmes o a Nero Wolfe haciendo bonitos trabajos intelectuales, olvídelo.

– Gracias por el testimonió -dije, inclinándome por encima de la mesa-. Se aprecia en lo que vale y será enviado a nuestra oficina central en Trípoli, en donde se le dará una respuesta adecuada. De todas formas, Murray, no hace falta que vengas tú. Le pedí a Max que te incluyese por pura cortesía.

– ¡Oh, no, claro que voy! Si esta historia empieza a salir a la luz el viernes, quiero estar presente. De todas formas, quiero poner la historia en orden, lista para publicar, en el momento en que tu amigo Burgoyne te mire con sus honestos pero preocupados ojos y diga: «Vic, me has convencido para que me entregue.» ¿O te llama «cariñito», o «Victoria», o «La-Que-Debe-Ser-Obedecida»?

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