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Permanece absolutamente inmóvil en una oscuridad que no lo es del todo. A través de la puerta de la terraza se filtra la luz de las farolas de la avenida. Si girara la cabeza, vería descansar quietos los edificios de dos grandes museos al amparo de su tenue luz interior; sin embargo, no lo hace. Todo permanece absolutamente inmóvil. No desvía la mirada en ningún momento de la doble puerta entreabierta que da al recibidor, al fondo del amplio salón. Ya conoce la estancia. Una chimenea grande de azulejos y otra normal en el mismo salón. Junto a la chimenea, un televisor de pantalla grande, negro mate, y equipos de vídeo y de música. En el suelo, tres artísticas alfombras tejidas a mano, dos juegos de mesas de comedor con sus respectivas sillas y un juego de sofás y sillones de piel color burdeos de cinco piezas. En las paredes, arte moderno sueco, original, tres cuadros de Peter Dahl, dos de Bengt Lindström y dos de Ola Billgren. Presidiendo la repisa de la chimenea, uno de los grandes patos de mosaico de Ernst Billgren. En total, hay siete chimeneas de azulejos en las dos plantas del piso. Si el otro salón era ostentoso, éste le parece de buen gusto.

Durante más de una hora se queda sentado en la misma posición.

Luego oye cómo alguien intenta abrir la puerta. Tantas llaves incomodan al hombre que, tal y como había previsto, viene solo. En el recibidor, el individuo suelta alguna palabrota en un evidente estado de ebriedad, aunque no exagerado; más bien la embriaguez de un hombre que sabe exactamente dónde se encuentra el punto de máximo placer y es capaz de mantenerlo así toda la noche. Escucha cómo se quita los zapatos y se calza las zapatillas con excesiva meticulosidad; incluso cree percibir cómo se desata la corbata y deja colgando los dos extremos sobre la camisa de seda. Se desabrocha la americana.

El hombre abre una hoja de la doble puerta de casi tres metros de altura, ya entreabierta. Entra en el salón, tropieza, pierde una de las zapatillas y da un traspié, suelta una palabrota, se agacha, consigue volver a ponérsela de nuevo, se incorpora y entonces lo descubre a través de la embriagada niebla. Intenta fijar la vista en él.

– ¡Joder! ¡Qué coño…! -exclama en tono autoritario.

Famous Last Words. [7]

Levanta la pistola que descansaba sobre sus rodillas y dispara dos rápidos y silenciosos tiros.

El hombre permanece quieto un instante, totalmente inmóvil.

Luego se sienta en el suelo y se inclina hacia delante por encima de sus rodillas.

Se queda en esa posición unos diez segundos. Acto seguido cae de lado.

Deja la pistola sobre la mesa de cristal e inspira profundamente.

Visualiza en su interior una lista. Tacha mentalmente un nombre.

Luego se acerca al equipo de música y lo enciende. Deja que la abertura del casete se deslice suavemente e introduce la cinta; se cierra la compuerta del mismo modo y las primeras notas del piano inundan el salón. Los dedos se mueven arriba y abajo, la mano se mueve arriba y abajo. Después entra el saxofón y camina junto al piano. Los mismos pasos, el mismo breve recorrido. Cuando arranca el saxo y se pone a bailar y a saltar, y al fondo el piano empieza a desplegar unos sosegados acordes, unas pinzas extraen la primera bala de la pared. La deja caer en el bolsillo, lleva las pinzas hacia el segundo agujero y espera. Un par de pequeños redobles de la batería. Y luego el corto y curioso gorjeo del saxo, con un toque árabe, una excursión oriental de un par de segundos. Y el piano desaparece. Ahora sólo saxo, bajo y batería. Puede ver mecerse al pianista mientras espera. Yeah, u-hu. Él también espera. Las pinzas sostenidas en el aire.

El saxofón sigue escalando hacia las alturas cada vez más rápido. Ay. ¿Es realmente el propio saxofonista el que emite esas pequeñas exclamaciones durante el ascenso?

Y en ese mismo instante, los aplausos, el murmullo del público, el paso del saxofón al piano; y también en ese preciso instante arranca con fuerza la segunda bala. Allí mismo. Sale serrín de la pared. El aplastado fragmento cae al bolsillo y se une al primero.

El piano sustituye al saxo. Empieza con pasos engañosamente torpes. Luego se libera de las estructuras fijas y los paseos se vuelven cada vez más libres, más bellos. Puede percibir la belleza también ahora. Dentro de sí. A pesar de los recuerdos. Lo escucha para no olvidar, pero no sólo por eso.

El bajo desaparece. El piano vuelve a caminar. Igual que al principio. Podría aprender a entender esto. Ahora el saxo acompaña.

La última repetición.

Los aplausos, los silbidos.

Se inclina ligeramente.

No se cansa nunca de escucharlo.

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