Capítulo 9

En la mesa de luz

I

Paddy se sonrió y apoyó la cabeza en la ventanilla del tren que salía a primera hora de la mañana; se puso a mirar los bloques de viviendas, oscuros y soñolientos, y los hogares en los que se saboreaba la última y deliciosa media hora antes de que sonara el despertador. Estaba encantada con su noche en la unidad móvil. Era capaz de hacer aquel trabajo, lo sabía.

Más allá del frío cristal de la ventana, lleno de escarcha y empañado por su aliento, la fina capa de nieve había desdibujado los límites del paisaje, con lo que se suavizaba la silueta de los árboles sin hojas y los edificios recortados, y se redondeaban los vagones de carbón por los lados, y se ponía una capa blanca de dos dedos sobre los cables que colgaban de los postes. El sol salió de súbito y llenó el cielo de un azul transparente y brillante. Paddy veía ahora todo su futuro del mismo color.

II

Buena parte del personal del Daily News se había retrasado inexplicablemente a causa de los escasos centímetros de nieve fundente. El edificio estaba medio cerrado, el aparcamiento casi vacío, y hasta el rumor de las rotativas sonaba apagado.

Por la puerta abierta de la rotativa, Paddy vio que tan sólo funcionaban dos de las prensas. La puerta lateral seguía cerrada y con la cadena puesta, y tuvo que dar la vuelta y entrar por el vestíbulo principal. Dentro, una solitaria Alison se sentaba frente a su mostrador con su abrigo de cuello de piel.

– ¿Has llegado bien? -le preguntó Paddy.

Alison se encogió de hombros, parecía reacia a hablar.

– Supongo -contestó desganada, mientras se rascaba la oreja con una uña pintada.

Cuando iba a subir las escaleras, Paddy cogió un ejemplar del periódico y se quedó encantada al encontrar la noticia del suicidio callejero de Eddie y Patsy con su propio recuadro de texto en la página cinco. McVie había logrado darle la forma de una noble historia de amor frustrado, de una muerte con significado.

La redacción estaba medio vacía. Había tan poco personal que hasta Dr. Pete había sido reclutado por el departamento de Sucesos. Estaba allí sentado en silencio, sin la americana, y miraba fijamente una máquina de escribir como si ésta justo lo acabara de insultar. Antes de que Paddy tuviera tiempo de colgar su abrigo en el gancho de detrás de la puerta, él levantó la mano para llamarla. Mientras cruzaba la sala, tecleó tres letras consecutivas y se reclinó en el asiento, sin dejar de mirar la máquina con expresión desconfiada.

– Ve a preguntarle a algún redactor de sucesos si tengo alguna obligación de hacer esto.

Paddy miró por la redacción pero vio sólo a un redactor, y estaba hablando por teléfono. En el despacho de iconografía, las luces estaban encendidas; a veces, los redactores y periodistas se escondían allí para hacer llamadas personales o fumarse un cigarrillo tranquilamente.

Llamó a la puerta y no le contestaron. La luz que salía por debajo parecía más fuerte de la habitual. Abrió la puerta y una luz extremamente blanca surgió de ella. La mesa de luz, un metro cuadrado de luz zumbante que se utilizaba para mirar negativos, había sido retirada al fondo de la sala. A su lado, estaba sentado Kevin Hatcher, el editor de fotografía que siempre estaba borracho. Estaba sentado en una silla de despacho de manera que formaba un ángulo extraño; la cabeza le colgaba a un lado y tenía las manos apoyadas en el regazo. Parecía un cadáver.

– ¿Kevin? ¿Estás bien?

Parpadeó con sus ojos enrojecidos para indicar que sí, que estaba bien, y volvió a parpadear. La luz tan fuerte parecía como si le estuviera secando los ojos. Ella se acercó al panel blanco y vio dos fotos de gran formato colocadas sobre la superficie caliente, encima de la cual el papel fotográfico se ondulaba para escapar al calor. Recogió las fotos, las sostuvo con las puntas de las uñas para no quemarse y apagó la luz de la mesa.

Sus ojos tardaron un momento en adaptarse a la luz. Parpadeó mientras miraba la foto de arriba hasta que fue capaz de enfocar. No tenía una calidad publicable, había sido tomada a través de la ventanilla diminuta de un furgón policial en movimiento. Un tercio del cuadro era la mancha quemada de flash de una mano pegando hacia fuera. Dentro había un policía sentado en un banco, ligeramente desplazado del asiento, al lado de un chaval rubio pequeño agarrado al borde del asiento, con los nudillos blancos, con la cabeza agachada en un gesto defensivo de modo que se le veía el remolino de la coronilla. La segunda imagen estaba tomada desde la ventanilla siguiente. Se veía un chico de pelo oscuro sentado al otro lado del policía, con los ojos cerrados con fuerza y los labios abiertos en una mueca de pánico. La foto hirviendo le cayó de la mano y voló al suelo en zigzag. Paddy reconoció al chico. Era Callum Ogilvy, un primo de Sean.

Se agachó para mirar la foto en el suelo. No había visto a Callum desde que su padre había muerto, y Sean la había llevado a su funeral, hacía un año y medio, pero tenía la cara con la misma forma, los dientes todavía con manchas negras, de un gris verdoso, sobre unas encías muy visibles.

El muchacho era pariente de Sean por parte de sus difuntos padres, que eran primos o hermanos, no estaba segura. La familia de Callum vivía en Barnhill, al otro lado de la ciudad de la de Sean, y su madre tenía una enfermedad mental no identificada de la que a nadie le gustaba hablar. Paddy sólo la había visto en el funeral del padre y tenía una pinta de hippy insulsa, de pelo canoso y rizado y piel curtida. Los niños Ogilvy eran muy apagados, de eso Paddy se acordaba, pero su padre se acababa de morir, así que no le pareció algo tan raro. Recordó cuando Callum intentaba desesperadamente llamar la atención de sus primos mayores, adivinando cuál era el futbolista favorito de Sean y, también, cuando saltó de arriba de una pared para fanfarronear. Sean se mostró cortésmente tolerante con los chicos, pero no le gustaban. No había vuelto a visitar a sus familiares.

– ¿Kevin? -Recogió las dos fotos y las sostuvo delante de su cara-. Kevin, ¿de qué son estas fotos?

Kevin las miró.

– Ni, ni, Bri.

– ¿El niño Brian?

Él asintió y cerró los ojos por el esfuerzo.

Paddy dejó caer de nuevo las fotos al suelo y salió de la sala.

III

Paddy, ignorando las llamadas de varios periodistas, cruzó la redacción y salió por la doble puerta; luego subió de dos en dos los peldaños de la escalera que llevaba a la cantina, sin hacer caso de las punzadas que sentía en los pulmones o del dolor en las rodillas. Se sorprendió de encontrarse sin aliento cuando empujó la doble puerta.

Terry Hewitt estaba sentado a solas, a punto de pegarle un mordisco a un bocadillo. El fuerte olor a huevos se desplazó por la sala. Por la ventana de detrás de él, vio nieve que caía perezosamente de los negros nubarrones.

– ¿Has visto a Heather Alien? -Era la primera vez que hablaba directamente con él.

Terry dejó su bocadillo, con una expresión de sorpresa en el rostro, y sacudió la cabeza, para tratar de esbozar una sonrisa de suficiencia antes de contestar. Paddy no esperó, sino que volvió a empujar las puertas y se marchó.

El lavabo de chicas de la redacción era como el despacho privado de Heather. Era un baño especialmente agradable, y como no había ninguna mujer que llegara nunca a tener un cargo en la redacción, se utilizaba tan poco que sólo tenían que lavarlo una vez cada quince días. Paddy abrió la puerta para encontrarse con su característico olor a humo y a Anais Anai's.

– ¿Heather? -dijo susurrando por miedo a que la oyera algún editor.

La voz susurrada de Heather surgió de dentro de uno de los pequeños cubículos del fondo:

– ¿Paddy?

– Heather, soy Paddy.

Después de cierto rumor de tela y de la cadena del WC, se abrió la puerta y Heather asomó la cabeza.

– ¿Qué ocurre?

Paddy respiró profundamente y contuvo la respiración. Se sentó en una de las papeleras de las toallitas de mano y respiró profundamente unas cuantas veces para calmarse.

– ¿Qué pasa?

Paddy sacudió la cabeza, consciente de que estaba medio disfrutando del drama.

Heather le dio unos golpecitos en el brazo.

– Venga, vamos a fumarnos un pitillo; te calmará un poco.

Cogió uno para ella y le dio uno a Paddy; se inclinó para darle fuego con unas cerillas de Maestro's, una discoteca intimidantemente moderna a la que Paddy nunca había ido. Fue la primera vez en su vida en que Paddy inhaló humo.

– Dios mío -hizo una mueca y se pasó la lengua por toda la boca-, Dios, es… ¡qué mareo! -Levantó la mano hacia la pica.

– ¡No! -Heather le quitó el cigarrillo de los dedos, tiró el capullo caliente a la pica y retiró los hilillos de tabaco suelto de la punta, la cerró con el papel sobrante y volvió a meter el cigarrillo amputado en el paquete.

– ¿Es una historia larga?

Paddy asintió con la cabeza.

– Pues entonces espera… -Sosteniendo el cigarrillo por encima de su cabeza, Heather corrió hasta uno de los cubículos y sacó una de las papeleras azules de las compresas, y paseó el olor de flores podridas en amoníaco por el suelo. Se sentó encima de ella, y provocó que se hinchara por los lados-. Vale, ya estoy.

Paddy le sonrió y se sentó en la papelera apestosa, sólo para estar a su altura.

– Tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie.

Heather se hizo una señal de la cruz encima del corazón y frunció el ceño.

– Eso va en serio.

– He estado en el despacho de Kevin Hatcher y he visto algunas fotos de los chicos del pequeño Brian; a uno de ellos lo conozco.

Heather dio un grito ahogado de asombro:

– ¡Qué maldita afortunada!

– Es el primo pequeño de Sean.

Heather se reclinó.

– Maldita cabrona afortunada.

Tomó a Paddy de la manga.

– Mira, podrías hacer un artículo sobre la familia, sobre su historial. Dios, apuesto a que hasta podrías conseguir venderlo en distintos medios.

– No, no puedo. -Paddy sacudió la cabeza-. Sean no me volvería a hablar jamás y mi familia me repudiaría. No aceptan que se hable de asuntos familiares con extraños.

– Pero, Paddy, si sacas un artículo en distintos medios, puede que acabes publicada por todo el país. Podría ser tu tarjeta de presentación; podrías conseguir contactos muy importantes en otros periódicos.

– No puedo utilizar esta historia.

Heather inclinó la cabeza a un lado, a la vez que apretaba los ojos, y fingió que era para prevenir que le entrara humo, pero Paddy adivinó que sentía envidia de ella. Y disfrutó de aquella novedosa sensación.

– No puedo, Heather. Sean se quedará destrozado cuando se entere. Dejaron a esos chicos allí con su madre loca. Quiero decir, se sentirán fatal. A ti te pasaría lo mismo, ¿no? Cualquiera se sentiría fatal con una cosa así. Y tiene cinco hermanos, a cual más loco. Yo estuve en el funeral de su padre: se había caído dentro de una máquina en las obras de Saint Rollos, en Springburn, borracho. Estaba triturado.

– Has de utilizar esta historia, Paddy. No hacerlo sería poco profesional.

– Pues no puedo.

Heather puso una cara ligeramente asqueada, pero Paddy sabía que no podía hacerlo. Los Ogilvy eran buena gente, hacían trabajos de voluntariado, se preocupaban por sus vecinos y eran estrictos con lo religioso. Deseó no haber visto la fotografía y no tener que ser quien se lo dijera a Sean. De pronto, se sintió mareada y se acordó de la cantidad de pastel glaseado que se había tomado en el velatorio de la abuela Annie.

– El otro día Sean me empezó a hablar de nuestra fiesta de pedida.

Heather sacó lentamente el humo, y acomodó el peso sobre la papelera. Una esquina de la papelera cedió ligeramente debajo de ella, y Paddy se dio cuenta de que la alusión a su pedida de mano había sido llevar demasiado lejos sus triunfos involuntarios. Heather evitó su mirada y le dio otra calada al cigarrillo, a la vez que echaba la cabeza hacia atrás. El pelo rubio le resbaló por el rostro.

– Rompí mi dieta de manera salvaje, eso es lo que me ha hecho pensar en la pedida. ¡Soy incapaz de ser rigurosa! -se sonrió burlonamente-. Creo que, de hecho, estoy engordando.

Heather volvió a mirar su cigarrillo.

– La dieta del huevo duro -dijo Paddy-, ¿la conoces? Llevo toda una semana sin cagar.

Heather miró al suelo con una media sonrisa, de modo que Paddy le puso más ganas, y le contó que Terry Hewitt la había llamado gorda en el Press Bar.

– Terry Hewitt es un plasta -dijo Heather despreciativa-, un plasta de mierda. Está demasiado encantado de haberse conocido. ¿No lo has visto antes en Sucesos, cuando se probaba el abrigo de Farquarson mientras él estaba en la redacción?

– No.

– Se ha subido a una silla para que todos lo vieran. Ha sido patético.

A Paddy le llegó un escupitajo de Heather al labio superior, y tuvo que refrenarse las ganas de secárselo.

– Venga, dame ese cigarrillo -le dijo-, lo volveré a probar.

Paddy intentó fumárselo y, con muecas tontas, se hacía la graciosa con Heather, intentando volver a ponerse al mismo nivel. Heather le sonrió educadamente y dejó que hiciera el ridículo, hasta que no pudo más y se levantó.

– Deberías utilizar la noticia.

– No puedo -dijo Paddy, avergonzada de ser tan blanda.

– Está bien.

Heather se levantó y pasó su cigarrillo por debajo del grifo. Tiró la apestosa colilla a la papelera, se retocó el pelo y el pintalabios frente al espejo, y dijo «hasta luego» como si esperara no volver a verla nunca más.

Paddy contempló la puerta cerrarse detrás de ella. Ahora no tenía a nadie.

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