Capítulo 19 Hipermart

Vio a Lucas por última vez frente a unos viejos grandes almacenes de Madison Avenue. Ése era el recuerdo que desde entonces tenía de él: un negro grande con un impecable traje negro, a punto de entrar en su largo automóvil negro, un brillante zapato negro sobre la alfombra del espacioso habitáculo de Ahmed, el otro, aún sobre el deshecho hormigón de la acera.

Jackie estaba al lado de Bobby, el rostro ensombrecido por las amplias alas de su sombrero de fieltro con adornos de oro, y un pañuelo de seda color naranja anudado en la nuca.

—Cuida de él —dijo Lucas, señalándola con la punta del bastón—. A nuestro Conde no le faltan enemigos.

¿Aquién le faltan? —preguntó Jackie .

Yo me cuidaré solo —dijo Bobby, resentido por la idea de que Jackie fuese vista como más capaz, y sin embargo sabiendo al mismo tiempo que lo más probable era que así fuese.

—Espero que lo hagas —dijo Lucas, desviando la punta, ahora en línea con los ojos de Bobby—. El Sprawl es un lugar engañoso, hermano. Las cosas son rara vez lo que parecen. —Para ilustrar su idea, manipuló su bastón de forma tal que, por un instante, las largas estrías de bronce bajo la empuñadura se abrieron en un movimiento preciso y silencioso, desplegándose como el armazón de un paraguas, relucientes, afiladas como cuchillas de afeitar, puntiagudas como agujas. Y desaparecieron, mientras la ancha puerta de Ahmed se cerraba con un golpe seco de armadura blindada.

Jackie se echó a reír. —Mierda. Lucas todavía lleva ese bastón asesino. Ahora es un próspero abogado, pero la calle te deja una marca. Supongo que eso está bien...

—¿Abogado?

Ella lo miró. —No hagas caso, cariño. Sólo ven conmigo, haz lo que yo te diga y no te pasará nada.

Ahmed se fundió con el escaso tráfico; un chófer de taxitriciclo hizo sonar una bocina manual cuando el brillante parachoques de latón pasó junto a él.

Entonces, una manicurada mano con anillo de oro se posó sobre su hombro, y Jackie lo condujo al otro lado de la acera, más allá de un grupo de harapientos y adormecidos transeúntes, hacia el universo del Hipermart que poco a poco despertaba.

—Catorce pisos —dijo Jackie .

Bobby silbó. —¿Todo igual? —Ella asintió, revolviendo los cristales marrones de azúcar de caña en la oscura espuma de su vaso de café. Se sentaron en unos taburetes de hierro barrocamente forjado, frente a un mostrador de mármol de un pequeño local, donde una chica de la edad de Bobby, con el pelo teñido y ladeado en forma de aleta dorsal, manipulaba las llaves y palancas de una vieja máquina con tanques de latón y cúpulas y quemadores y águilas con alas de cromo extendidas. Sin duda en su origen la tapa del mostrador había servido para otra cosa; Bobby vio que Uno de los extremos estaba torcido para que pudiese pasar entre dos columnas de acero pintadas de verde.

—Te gusta, ¿eh? —Salpicó la espuma con canela en polvo que había en un pesado frasco de vidrio. — Será lo más lejos que hayas estado de Barrytown, en más de un sentido.

Bobby asintió con la cabeza, la mirada confusa por los miles de colores y texturas de las cosas que había en los locales, por los locales en sí. Todo parecía carente de regularidad; ni rastros de una agencia de planificación central. Tortuosos pasillos que se desviaban del área frente al café. Tampoco parecía que hubiese una fuente central de iluminación. Neones rojos y azules resplandecían tras el blanco susurro de un farol a gas, y un local, que justo en aquel momento abría un barbudo con pantalones de cuero, parecía iluminado con velas: la suave luz se reflejaba en los cientos de hebillas de latón pulido que colgaban sobre el fondo rojo y negro de antiguas alfombras. Había un ruido matutino propio del lugar, toses y carraspeo de gargantas. Una unidad de vigilancia Toshiba de color azul salió ronroneando de un pasillo, arrastrando un maltratado carrito de plástico lleno de bolsas de basura verdes. Alguien había pegado la cabeza de una muñeca grande de plástico en el segmento superior del cuerpo del Toshiba, encima de los ojos y sensores integrados de la cámara, un objeto sonriente de ojos azules que en su momento pretendió reproducir los rasgos de una estrella del simestim sin violar los derechos de la Senso/Red. La cabeza rosada, con su pelo de platino recogido con un segmento de perlas de plástico azul claro, se balanceaba con movimientos absurdos a medida que el robot avanzaba. Bobby se echó a reír.

—No está mal este lugar —dijo, y con un gesto indicó a la chica que le volviese a llenar la taza.

—Espera un poco, imbécil —dijo la chica del mostrador, sin demasiada hostilidad. Estaba midiendo café molido en un recipiente de acero puesto sobre el plato de una antigua balanza—. ¿Pudiste dormir algo anoche, Jackie , después del espectáculo?

—Seguro —respondió Jackie , y bebió un sorbo de café—. Les bailé el segundo set, y después me fui a dormir al Jammer's. Le saqué el jugo a la cama, puedes creerlo.

—Ojalá yo hubiera podido dormir algo. Cada vez que Henry te ve bailar no hay forma de que me deje en paz... —La chica se rió y volvió a llenar la taza de Bobby con el contenido de un termo negro de plástico, luego siguió ocupándose de la máquina de café.

—Bueno —dijo Bobby—. ¿Y ahora qué?

—Eres un hombre ocupado, ¿eh? —Jackie lo observó fríamente bajo el ala con adornos de oro de su sombrero.— ¿Hay sitios a donde quieras ir, gente que ver?

—Pues no. Mierda. Quiero decir, bien, ¿esto es todo?

—¿Qué es todo?

—Este sitio. ¿Nos vamos a quedar aquí?

—En el último piso. Un amigo mío que se llama Jammer lleva un club allí arriba. Muy poco probable que alguien te pueda encontrar ahí, y aunque lo hicieran, es un sitio difícil para meterse a fisgonear. Catorce pisos casi todos de locales, y un montón de gente de aquí vende cosas que no se exhiben al público, ¿entiendes? Por eso son muy susceptibles con los desconocidos que aparecen, con cualquiera que haga preguntas. Y la mayoría son amigos nuestros, por una razón u otra. De todos modos, creo que esto te va a gustar. Es un buen lugar para ti. Hay mucho que aprender, si recuerdas mantener la boca cerrada.

—¿Cómo voy a aprender si no hago preguntas?

—Pues, manteniendo los oídos abiertos. Y sé educado. Aquí hay gente ruda, pero si no te metes en sus asuntos, ellos no se meterán en los tuyos. Es posible que Beauvoir venga a última hora de la tarde. Lucas ha ido a los Proyectos a contarle lo que sea que os haya dicho el Finlandés. ¿Qué os contó el Finlandés, cariño?

—Que tiene a tres tipos muertos tirados en el suelo de su casa. Dice que son ninjas. — Bobby la miró. — Él es muy raro...

—Los muertos no están en su línea habitual de productos. Pero, sí, es cierto que es raro. ¿Por qué no me hablas de eso? Con calma, y con tono bajo y mesurado. ¿Crees que puedes hacerlo?

Bobby le contó lo que recordaba de su visita al Finlandés. Ella lo interrumpió varias veces para hacerle preguntas que en su mayoría él no supo responder. Jackie hizo un gesto con la cabeza la primera vez que él mencionó a Wigan Ludgate. —Sí —dijo—, Jammer habla de él cuando le da por recordar viejos tiempos. Tengo que preguntarle... —Al final de su relato, ella estaba apoyada en uno de los pilares verdes, con el sombrero muy bajo, cubriendo sus ojos oscuros.

—¿Entonces? —preguntó él.

—Interesante —dijo, pero eso fue todo.

—Quiero ropa nueva —dijo Bobby cuando subieron la escalera fija hacia la segunda planta.

—¿Tienes dinero?

— Mierda —dijo él, con las manos en los bolsillos de los amplios vaqueros pinzados—. No tengo ni un jodido céntimo, pero quiero algo de ropa. Tú y Lucas y Beauvoir me tenéis enjaulado por algo, ¿o no? De acuerdo, pues estoy cansado de esta camisa horrible que Rhea me endosó, y estos pantalones, siempre a punto de dejarme el culo al aire. Y yo estoy aquí por que Dos-por-Día, que es una maldita rata, hizo que yo arriesgase el pellejo para que Lucas y Beauvoir pudieran probar su software de mierda. Así que al menos me puedes comprar algo de ropa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo ella, tras un silencio—. Mira. —Señaló hacia una muchacha china con téjanos desteñidos que recogía unos pliegos de plástico que protegían una docena de tubos de acero repletos de ropa colgada.— ¿Ves a Lin, allí? Es amiga mía. Elige lo que quieras; yo haré que Lucas se arregle con ella.

Media hora más tarde Bobby salió de detrás de la manta que cubría el probador y se puso un par de gafas espejadas de aviador indojavanesas. Sonrió a Jackie.—Superconectado, ¿verdad?

—Oh, sí. —Jackie hizo un gesto con la mano, un movimiento de abanico, como si quisiera evitar el roce de algo que estuviera demasiado caliente.— ¿No te gustaba la camisa que Rhea te había prestado?

Se miró la camiseta negra que escogiera, con el holoadhesivo del ciberespacio en el pecho. Estaba hecho de tal manera que uno tenía la impresión de estar avanzando a gran velocidad a través de la matriz: las líneas del reticulado se volvían borrosas hacia los bordes del adhesivo—. No. Era demasiado ordinaria...

—Ya —dijo Jackie , contemplando los ceñidos téjanos negros, las pesadas botas de cuero con pliegues acordeón, estilo cosmonauta en los tobillos, el cinturón militar de cuero negro ribeteado con dos líneas de remaches de cromo piramidales—. Bueno, supongo que así tienes más la pinta del Conde. Vamos, Conde, tienes un lecho donde dormir, arriba, en el Jammer's.

Él la miró con malicia, los pulgares enganchados en los bolsillos delanteros del Levis negro.

—Solo —agregó ella—, descuida.

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