—Es buena —dijo el director del equipo, dos años más tarde, mojando un trozo de pan en la laguna de aceite oscuro que había en el fondo de su cuenco de ensalada—. Realmente, es muy buena. Un trabajo muy rápido. Hay que concederle eso, ¿verdad?
La estrella rió y cogió su vaso de resina helada. —La detestas, ¿no es así, Roberts? Te parece que tiene demasiada suerte, ¿verdad? Todavía no ha dado ni un paso en falso... —Estaban apoyados contra la tosca balaustrada de piedra, mirando el barco de la noche que salía para Atenas. Dos niveles más abajo, en dirección del puerto, la chica yacía a sus anchas sobre una cama de agua, bañada, desnuda, con los brazos extendidos, como si estuviese abrazando lo que quedaba de sol.
Él se metió el pan remojado en aceite en la boca y lamió sus estrechos labios. —De ninguna manera. No la detesto. No se me ocurriría ni por un minuto.
—Su novio —dijo Tally cuando una segunda figura, un muchacho, apareció en el techo debajo de ellos. El chico tenía pelo oscuro y llevaba puesta ropa deportiva francesa, informal pero costosa. Mientras miraban, fue hasta la cama de agua y se acuclilló junto a la chica, estirando el brazo para tocarla—. Es hermosa, Roberts, ¿no te parece?
—Bueno —dijo el director del equipo—, he visto sus «antes». Es todo cirugía. —Se encogió de hombros sin dejar de observar al chico.
—Si has logrado ver mis «antes» —dijo ella—, alguien lo pagará muy caro. Pero ella sí que tiene algo. Buenos huesos... —Bebió un sorbo de vino.— ¿Será ella? ¿La nueva Tally Isham?
Él volvió a encogerse de hombros. —Mira a ese imbécil —dijo—. ¿Te das cuenta de que en este momento está ganando un sueldo casi tan grande como el mío? ¿Y qué es lo que hace para ganarlo, exactamente? Un guardaespaldas... —Frunció los labios, estrechos y amargos.
—Él la mantiene feliz. —Tally sonrió.— Fueron contratados en bloque. Es una cláusula extra de su contrato. Ya lo sabes.
—Ese hijo de puta me repugna. Es un cualquiera y lo sabe y no le importa. Es basura. ¿Sabes lo que lleva entre su equipaje? ¡Una consola de ciberespacio! Ayer estuvimos detenidos tres horas, en la aduana turca, cuando encontraron el maldito aparato... —Meneó la cabeza.
Ahora el chico se puso de pie y caminó hasta el extremo del techo. La chica se irguió, mirándolo, quitándose el pelo de los ojos. Él permaneció parado allí durante un buen rato, observando las estelas de los barcos que iban a Atenas; ni Tally Isham, ni el director del equipo, ni Angie sabían que lo que veía era una gris extensión de edificios de Barrytown con las oscuras torres de los Proyectos como cresta.
La chica se levantó, cruzó el techo hasta donde él estaba, y le tomó la mano.
—Y mañana, ¿qué? —preguntó Tally, finalmente.
—París —respondió Roberts, abriendo su carpeta Hermés y revisando un delgado fajo de folios amarillos—. Esta mujer, Krushkhova.
—¿La conozco?
—No —dijo él—. El tema es el arte. Ella dirige una de las dos galerías más de moda de París. Su historial de vida no es gran cosa, aunque sí hay alguna insinuación de algo raro al inicio de su carrera.
Tally Isham asintió, ignorándolo, y miró cómo su sustituía abrazaba al chico de cabello oscuro.