—Éste es el programa telefónico del Finlandés —dijo el altavoz debajo de la pantalla—, y el Finlandés no está. Si quieres dejar algo, ya conoces el código de acceso. Si quieres dejar un mensaje, déjalo de una vez. —Bobby miró la imagen en la pantalla y lentamente meneó la cabeza. La mayoría de los programas telefónicos estaban equipados con subprogramas videográficos cosméticos diseñados para hacer que la imagen del propietario correspondiese mejor con los más populares paradigmas de belleza personal, eliminando fallas y amoldando sutilmente los rasgos faciales para cumplir con las normas estadísticas idealizadas. El efecto de un programa cosmético sobre los grotescos rasgos del Finlandés era sin duda la cosa más rara que Bobby había visto jamás, como si alguien hubiese atacado la cara de una tortuga muerta con la gama completa de rotuladores e inyecciones de parafina de un embalsamador.
—Eso no es natural —observó Jammer, mientras bebía su whisky.
Bobby asintió.
—El Finlandés —dijo Jammer— es agorafóbico. Se vuelve loco si tiene que salir de esa pila de mierda compacta que es su tienda. Y es un adicto al teléfono, no puede no contestar una llamada si está en casa. Estoy empezando a pensar que esta mujer tiene razón. Lucas está muerto y está cayendo mucha mierda...
—Esta mujer —dijo Jackie , detrás de la barra— ya lo sabe.
—Ella sabe —dijo Jammer dejando el vaso de plástico sobre la mesa—, ella sabe. Habló con un hudú en la matriz, así que sabe...
—Bueno, Lucas no contesta, y Beauvoir no contesta, así que tal vez ella esté en lo cierto. —Bobby estiró el brazo y desconectó el teléfono cuando la señal de grabación comenzó a chillar.
Jammer lucía una camisa plisada, un esmoquin blanco y pantalones negros con cintas de satén a lo largo de las piernas; Bobby supuso que ése sería su atuendo de trabajo en el club. —No ha llegado nadie —dijo mirando a Bobby y a Jackie —. ¿Dónde están Bogue y Sharkey? ¿Dónde están las camareras?
—¿Quiénes son Bogue y Sharkey? —preguntó Bobby.
—Los que atienden la barra. Esto no me gusta. —Se levantó de la silla, caminó hasta la puerta y, con cuidado, apartó una de las cortinas. — ¿Qué mierda están haciendo esos papanatas allí fuera? Eh, Conde, esto parece ser tu onda. Ven aquí...
Bobby se levantó lleno de dudas —no se había animado a decirle a Jackie o a Jammer que había dejado que León lo viese, porque no quería quedar como un wilson— y caminó hasta donde estaba el dueño del club.
—Vamos. Asómate. No dejes que te vean. Se esfuerzan tanto en fingir que no nos observan que casi puedes olerlo.
Bobby movió la cortina, cuidando de no abrir una brecha de más de un centímetro, y miró hacia afuera. La multitud de compradores parecía haber sido reemplazada casi en su totalidad por muchachos Gothicks de negras crestas, vestidos de cuero y tachas, e, increíblemente, por una proporción equivalente de rubios Kasuals, estos últimos engalanados con las prendas de algodón de Shinjuku y las zapatillas blancas de hebilla dorada, la moda de esa semana. —No sé —dijo Bobby mirando a Jammer—, pero los Kasuals y los Gothicks no deberían estar juntos, ¿sabes? Es como si fueran enemigos naturales, está en su ADN o algo... —Echó otro vistazo.— Maldita sea, son como cien.
Jammer hundió las manos en los bolsillos de su pantalón plisado. —¿Conoces personalmente a alguno de esos tipos?
—De los Gothicks, conozco a algunos, de haber hablado alguna vez. Sólo que es difícil distinguirlos. Los Kasuals arremeten contra todo lo que no sea Kasual. A eso se dedican principalmente. Pero a mí los Lobes acaban de darme una paliza, y se supone que los Lobes tienen un pacto con los Gothicks. Así que quién sabe.
Jammer suspiró. —Entonces, supongo que no tendrás ganas de asomarte y preguntarle a uno de ellos qué creen que están haciendo.
—No —dijo Bobby con determinación—. No tengo ganas.
—Hmmm... —Jammer dirigió a Bobby una mirada calculadora, una mirada que a Bobby no le gustó nada.
Algo pequeño y duro cayó del alto techo en penumbra sobre una de las mesas, con un ruido fuerte y metálico. Rebotó, fue a dar a la alfombra, y rodó hasta detenerse entre las puntas de las botas nuevas de Bobby. Automáticamente se inclinó y lo recogió. Un anticuado tornillo de máquina, con la rosca marrón por el óxido y la cabeza cubierta por una costra de pintura de látex negra y opaca. Alzó la mirada cuando un segundo tomillo golpeó la mesa, y alcanzó a ver a un Jammer sorprendentemente ágil saltando por encima de la barra, junto a la unidad de crédito universal. Jammer desapareció, se oyó un tenue ruido de algo que se rasgaba —velero—, y Bobby supo que Jammer empuñaba la pequeña y compacta arma que viera un rato antes. Miró a su alrededor, pero Jackie no estaba a la vista.
Un tercer tornillo golpeó sobre la fórmica de la mesa.
Bobby vaciló, desconcertado, pero luego siguió el ejemplo de Jackie y se escondió, moviéndose tan silenciosamente como pudo. Se agazapó tras uno de los tabiques de madera del club y vio caer el cuarto tomillo, seguido por una fina cascada de polvo oscuro. Se oyó un chirrido, y una rejilla rectangular de acero desapareció abruptamente del techo, retirada a algún tipo de conducto. Miró de soslayo en dirección a la barra, a tiempo para ver el grueso compensador de retroceso sobre el cañón del arma de Jammer cuando se alzaba...
Un par de piernas delgadas y morenas salió por la abertura, rodeadas por un dobladillo gris de tela de tiburón manchado de polvo.
—Espera —dijo Bobby—, es Beauvoir.
—Ya lo creo que es Beauvoir —dijo la voz del techo, resonando en el conducto de aireación—. Quita esa maldita mesa del camino.
Bobby salió gateando de atrás del tabique y arrastró hacia un lado la mesa y las sillas.
—Atrapa esto —dijo Beauvoir. Bajó un abultado bolso verde oliva sujetándolo por una de las correas, y lo soltó. El peso hizo que Bobby casi cayera al suelo—. Ahora quítate de mi camino... —Beauvoir salió del conducto agarrándose de los bordes de la abertura con las dos manos, y se dejó caer.
—¿Qué le ocurrió a la alarma que yo tenía allí arriba? —preguntó Jammer, apareciendo detrás del mostrador, con la pequeña metralleta en la mano.
—Aquí está —dijo Beauvoir, arrojando sobre la alfombra una barra gris de resina fenólica. Estaba envuelta con un delgado cable negro—. De hecho, no tenía otro modo de entrar sin que un ejército de imbéciles lo supiera. Evidentemente alguien les ha dado los planos de este lugar, pero esto se les escapó.
—¿Cómo hiciste para subir al techo? —preguntó Jackie , saliendo de detrás de un tabique.
—No subí —dijo Beauvoir mientras se quitaba las grandes gafas de plástico—. Disparé una línea de monomol desde el edificio de al lado, y luego me deslicé sobre un huso de cerámica... —Su pelo corto y lanudo estaba lleno de polvo de chimenea. La miró con seriedad.— Estarás al corriente...
—Sí. Legba y Papa Ougou, en la matriz. Conecté con Bobby, en la consola de Jammer...
—Volaron a Ahmed en la autopista de Nueva Jersey. Sin duda usaron el mismo disparador con el que se encargaron de la mamá de Bobby...
—¿Quién?
—Aún no estoy seguro —dijo Beauvoir arrodillándose junto al bolso y soltando los cierres plásticos de mecanismo automático—, pero la cosa comienza a tomar forma... Lo que estaba haciendo, hasta que me enteré que le habían dado a Lucas, era seguir el rastro a los Lobes que atracaron a Bobby para quitarle la consola. Aquello puede que sólo haya sido un accidente, un trabajo de rutina, pero en algún lado hay un par de Lobes con nuestro rompehielos... Ahí hay potencial, sin duda, porque algunos Lobes son salchicheros, y a veces hacen negocios con Dos-por-Día. Así que Dos-por-Día y yo estábamos haciendo la ronda, tratando de averiguar lo que pudiéramos. Que no fue nada, después de todo, excepto que cuando estábamos con un volado llamado Alix, que es un segundo Guerrero asistente, o algo por el estilo, recibió una llamada de su colega, a quien Dos-por-Día identificó como un Gothick de Barrytown de nombre Raymond. —Sin dejar de hablar descargaba el bolso, desplegando armas, herramientas, municiones, rollos de cable.— Raymond tiene muchas ganas de contarlo todo, pero Alix es demasiado listo como para hacerlo frente a nosotros. «Disculpen, caballeros, pero esto es asunto oficial de Guerreros», dice el imbécil, entonces, bueno, nos retiramos humildemente, salimos arrastrando los pies y haciendo reverencias, y corrimos hasta la esquina. Usamos el teléfono modular de Dos-por-Día para llamar a nuestros vaqueros del Sprawl y conectarlos con el teléfono de Alix, pero a toda prisa. Aquellos vaqueros se metieron en la conversación entre Alix y Raymond como un alambre en un queso. —Sacó del bolso una escopeta de doce cargas, apenas más larga que su antebrazo, escogió un grueso cargador de entre lo que había puesto sobre la alfombra, y los encajó entre sí. — ¿Habían visto una de estas mierdas? Surafricanas, de antes de la guerra... —Algo en su voz y en la tensión de su mandíbula hizo que de pronto Bobby se diese cuenta de su furia contenida.— Parece que un tipo se puso en contacto con Raymond, y ese tipo tiene mucho dinero, y quiere contratar a todos los Gothicks juntos, el aparato entero, para que vayan al Sprawl a montar un espectáculo, a montarlo en masa. El tipo quiere que el asunto sea tan grande que también va a contratar a los Kasuals. Ahí fue cuando se enredó la cosa, porque Alix es medio conservador. El único Kasual bueno es el Kasual muerto, y sólo después de un número x de horas de tortura, etcétera. «A la mierda con eso», dice Raymond, siempre tan diplomático.
«Estamos hablando de mucho dinero. Estamos hablando de empresas». —Abrió una caja de gruesos cartuchos de plástico rojo y empezó a meterlos uno a uno en el cargador. — Bueno, puedo estar muy errado, pero últimamente no he dejado de ver a los de relaciones públicas de los Biolaboratorios Maas en los vídeos. Algo muy raro ha pasado en una de sus propiedades de Arizona. Algunos dicen que fue una explosión nuclear, otros dicen que fue otra cosa. Y ahora anuncian la muerte de su principal investigador de biosoft, en lo que dicen que ha sido un accidente sin relación con aquello. Es Mitchell, el que más o menos inventó todo el asunto. Hasta ahora no hay nadie que tan siquiera finja poder hacer un biochip, así que Lucas y yo hemos asumido desde el principio que ese rompehielos había sido fabricado por la Maas. Si es que era un rompehielos... Pero no tenemos idea de dónde lo sacó el Finlandés, o de dónde lo sacaron ellos. Pero si sumas todo, da la impresión de que los Biolaboratorios Maas podrían estar preparándose para liquidarnos a todos. Y es aquí donde lo piensan hacer, porque aquí nos tienen atrapados.
—No sé —dijo Jammer—, tenemos muchos amigos en este edificio...
— Teníamos. — Beauvoir dejó la metralleta y comenzó a cargar un Nambu automático. — La mayor parte de la gente de este nivel y los del nivel de abajo ha sido sobornada esta tarde. En efectivo. Bolsas llenas de Nuevos Yens. Hay algunos que se han resistido, pero no son suficientes.
—Eso no tiene sentido —dijo Jackie , quien le quitó el vaso de whisky a Jammer y se lo bebió de un trago—. ¿Qué cosa tenemos que le interese tanto a alguien?
—Eh —dijo Bobby—, no olvides que tal vez no sepan que los Lobes me quitaron el rompehielos. Quizás eso sea todo lo que quieren.
—No —dijo Beauvoir, encajando el cargador en el Nambu—, porque no tenían forma de saber que tú no lo habías escondido en casa de tu madre, ¿verdad?
—Pero tal vez fueron y buscaron...
—Y entonces, ¿cómo sabían que Lucas no lo llevaba consigo en Ahmed? —preguntó Jammer regresando a la barra.
—El Finlandés creía que alguien había mandado a esos tres ninjas para que se lo cargaran —explicó Bobby—. Pero dijo que tenían cosas como para que antes respondiera sus preguntas...
—Otra vez la Maas —dijo Beauvoir—. Sea quien fuere, he aquí el acuerdo entre Kasuals y Gothicks. Sabríamos más, pero Alix el Lobe no cedió y no quiso dialogar con Raymond. No quería aceptar trabajar en conjunto con los odiados Kasuals. Hasta donde nuestros vaqueros pudieron determinar, el batallón está allí fuera para manteneros aquí dentro. Y para impedir que entre gente cómodo. Gente con armas y ese tipo de cosas. —Dio el Nambu cargado a Jackie .— ¿Sabes usar un arma? —preguntó a Bobby.
—Claro —mintió Bobby.
—No —dijo Jammer—, ya tenemos bastantes problemas sin darle un arma. Dios mío...
—Lo que todo esto me sugiere —continuó Beauvoir— es que es probable que alguien entre a buscarnos. Alguien un poco más profesional...
—A menos que hagan volar el Hipermart en pedazos —dijo Jammer—, junto con todos esos zombies...
—No —lo interrumpió Bobby—, si no ya lo habrían hecho.
Todos lo miraron fijamente.
—Hacedle caso al chico —dijo Jackie —. Tiene razón.
Treinta minutos después, y Jammer miraba con expresión lúgubre a Beauvoir. —Tengo que decírtelo. Es el plan más estúpido que he oído en mucho tiempo.
—Sí, Beauvoir —intervino Bobby—, ¿por qué no podemos trepar por el conducto, escabullimos por el techo y pasar al edificio de al lado? Usando la misma línea que tú usaste para venir.
—Hay más Kasuals en el techo que moscas en la mierda —dijo Beauvoir—. Algunos incluso pueden tener bastante cerebro como para encontrar la tapa que yo levanté para bajar hasta aquí. En camino dejé un par de minibombas. —Esbozó una sonrisa. — Aparte de eso, el edificio vecino es más alto. Tuve que subir a la azotea y disparar el monomol para descender hasta aquí. No se puede subir trepando por el filamento monomolecular; se te caen los dedos.
—¿Y entonces cómo diablos esperabas salir? —dijo Bobby.
—Ya está bien, Bobby —dijo Jackie , en voz baja—. Beauvoir hizo lo que tenía que hacer. Ahora está aquí dentro, con nosotros, y estamos armados.
—Bobby —dijo Beauvoir—, ¿por qué no nos repites el plan, para asegurarte de que lo entendamos...?
Bobby experimentó la incómoda sensación de que Beauvoir quería asegurarse de que él lo entendiese, pero se reclinó sobre la barra y comenzó:
—Nos armamos bien y esperamos, ¿correcto? Jammer y yo salimos con su consola y exploramos la matriz; tal vez nos hagamos alguna idea de lo que está sucediendo...
—Creo que de eso puedo encargarme yo solo —dijo Jammer.
—¡Mierda! —Bobby saltó de la barra.— ¡Beauvoir dijo! ¡Quiero salir! ¡Quiero conectar! ¿Cómo se supone que aprenda algo?
—No te preocupes, Bobby —dijo Jackie —, sigue adelante.
—Bueno —continuó Bobby, resentido—, entonces, tarde o temprano, los tipos que contrataron a los Gothicks y a los Kasuals para mantenernos aquí dentro van a venir a buscarnos. Cuando lo hagan, los acorralamos. Nos quedamos con al menos uno vivo. A la vez, salimos; los Goths y los otros no esperarán tanta artillería, así que ganamos la calle y vamos a los Proyectos...
—Creo que eso es más o menos todo —dijo Jammer, caminando tranquilamente hasta la puerta cerrada con llave y cubierta por la cortina. — Pienso que eso más o menos lo resume. —Apretó una placa de cierre codificada con el pulgar y entreabrió la puerta. — ¡Eh, tú! —gritó—. ¡Tú no! ¡Tú, el del sombrero! Ven aquí. Quiero hablar...
Un delgado haz de luz roja atravesó la puerta, la cortina y dos de los dedos de Jammer, y destelló por encima de la barra. Una botella estalló, y su contenido se volcó en forma de vapor y esteres gaseosos. Jammer dejó que la puerta volviera a cerrarse, miró su mano arruinada, y cayó sentado en la alfombra. El club se llenó inmediatamente del navideño olor a ginebra hervida. Beauvoir tomó una botella de presión plateada del mostrador del bar y roció la cortina con seltz hasta que agotó el cartucho de CO2 y el chorro perdió fuerza. —Estás de suerte, Bobby —dijo Beauvoir, arrojando la botella por encima de su hombro—, porque el hermano Jammer no va a teclear en ninguna consola...
Jackie estaba de rodillas atendiendo la mano de Jammer. Bobby alcanzó a ver la carne cauterizada, y rápidamente desvió la vista.