Capítulo 22 El Jammer’s

Para llegar al Jammer's había que subir doce pisos más de la escalera mecánica muerta. El local ocupaba el tercio posterior de la planta más alta. Aparte del Leon's, Bobby nunca había visto un club nocturno y encontró que el Jammer's era a la vez impresionante y aterrador. Impresionante por la escala y por la calidad de las instalaciones, que le pareció excepcional, y aterrador porque de día un club nocturno es de algún modo absurdamente irreal. Mágico. Miró a su alrededor, con los pulgares metidos en los bolsillos traseros de sus nuevos téjanos, mientras Jackie mantenía una conversación susurrada con un hombre blanco de cara larga y arrugado delantal azul. El lugar estaba equipado con banquetas de ultragamuza oscura, mesas redondas negras y docenas de barrocas mamparas de madera troquelada. El cielo raso estaba pintado de negro y cada mesa tenuemente iluminada por un pequeño foco empotrado en la penumbra. Había un escenario central sobre el que unos focos de trabajo colgados de un cable amarillo proyectaban gruesos haces de luz y, en el medio del escenario, un equipo de tambores acústicos color rojo cereza. No estaba seguro del motivo, pero había algo que lo inquietaba; una especie de solapada sensación de vida a medias, como si algo estuviese a punto de cambiar, justo en el límite de su campo visual...

—Bobby —dijo Jackie —, ven aquí y te presentaré a Jammer.

Atravesó la superficie de alfombra oscura y lisa con toda la tranquilidad que pudo reunir y se detuvo frente al hombre de cara larga, ralo y oscuro cabello negro y una camisa de vestir blanca bajo el delantal. Los ojos del hombre eran estrechos, y las cavidades bajo los pómulos estaban ensombrecidas por la barba de un día.

—Bueno —dijo el hombre—, ¿tú quieres ser vaquero? —Estaba mirando la camiseta de Bobby, y Bobby experimentó la incómoda sensación de que podía estar a punto de reír.

—Jammer era vaquero —explicó Jackie —. De los grandes. ¿Verdad, Jammer?

—Eso dicen —dijo Jammer, mirando aún a Bobby—. Hace ya mucho tiempo, Jackie . ¿Cuántas horas has estado conectado corriendo un programa? —preguntó a Bobby.

Bobby se ruborizó. —Bueno, una, supongo.

Jammer alzó sus enmarañadas cejas. —Con algo se empieza. —Sonrió; sus dientes eran pequeños, artificialmente parejos y, pensó Bobby, demasiado numerosos.

—Bobby —dijo Jackie —, ¿por qué no preguntas a Jammer acerca de ese famoso Wig que mencionó el Finlandés?

Jammer le dirigió una mirada antes de volver los ojos hacia Bobby. —¿Conoces al Finlandés? Para ser un salchichero estás bastante metido en el asunto, ¿ver dad? —Sacó del bolsillo un inhalador de plástico azul y lo colocó en la fosa nasal izquierda, esnifó, y volvió a guardarlo. — Ludgate. El Wig. ¿El Finlandés estuvo ha blando del Wig? Debe de estar senil.

Bobby no sabía lo que eso significaba, pero no creyó que fuese el momento oportuno para preguntarlo. —Bueno —se atrevió a decir—, este tipo, el Wig, está en órbita, en algún sitio, y a veces le vende cosas al Finlandés...

—¿De veras? Bueno, para mí es una sorpresa. Yo te hubiera dicho que el Wig estaba muerto, o tal vez gaga. Era más loco que los vaqueros normales, ¿me entiendes? Loco como una cabra. Ido. Hace años que no oigo hablar de él.

—Jammer —intervino Jackie —, lo mejor será que Bobby te cuente la historia tal como la sabe. Beauvoir vendrá hoy por la tarde, y tendrá algunas preguntas para hacerte, de modo que más vale que sepas cómo están las cosas...

Jammer la miró. —Bien. Entiendo. El señor Beauvoir me reclama aquel favor, ¿no es así?

—No sabría decírtelo —dijo ella—, pero supongo que sí. Necesitamos un sitio seguro para guardar al Conde.

—¿Qué Conde?

—Yo —respondió Bobby—. Ése soy yo.

—Estupendo —dijo Jammer con una absoluta falta de entusiasmo—. Entonces regresemos al despacho.

Bobby no podía mantener su vista apartada de la consola de ciberespacio que ocupaba un tercio de la superficie del antiguo escritorio de caoba de Jammer. La consola era negro mate, un producto hecho por encargo, sin marcas en ninguna parte. No dejaba de inclinarse hacia adelante, mientras contaba a Jammer acerca de Dos-por-Día y del programa que intentara Correr, del asunto de la sensación de la chica, y de la explosión que había matado a su madre. Era la consola más impresionante que había visto jamás, y recordó a Jackie diciendo que Jammer había sido uno de los vaqueros más espectaculares de su época.

Jammer se recostó en la silla cuando Bobby terminó su historia. —¿Quieres probarla? —preguntó. Parecía cansado.

—¿Probarla?

—La consola. Creo que tienes ganas de probarla. Tiene que ver con la forma en que tu culo se mueve permanentemente sobre la silla. O quieres probarla, o tienes muchas ganas de mear.

—Mierda, sí. Quiero decir, sí, gracias, sí, me...

—¿Por qué no? No hay forma de que alguien pueda saber que se trata de ti y no de mí, ¿verdad? ¿Por qué no conectas con él, Jackie ? Digamos, para seguirle la pista. —Abrió un cajón del escritorio y sacó dos juegos de trodos.— Pero no hagas nada, ¿entiendes? Quiero decir, sólo sal a la matriz y muévete un poco. No intentes hacer ningún truco. Les debo un favor a Beauvoir y a Lucas, y según parece se los devuelvo cuidando que tú permanezcas intacto. —Dio uno de los juegos de trodos a Jackie y el otro a Bobby. Se puso de pie, tomó unos mangos que había en la parte posterior de la consola negra y la giró de tal forma que quedó frente a Bobby.— Adelante. Te correrás en los téjanos. Este aparato tiene diez años pero todavía es capaz de dejar atrás a casi todas las demás. La construyó un tipo llamado Automatic Jack. En una época fue el artista de hardware de Bobby Quine. Ellos dos quemaron juntos las Luces Azules, pero es probable que eso haya sucedido antes de que tú nacieras.

Bobby ya tenía conectados sus trodos. Miró a Jackie —¿Alguna vez has conectado en tándem?

El sacudió la cabeza.

—Bueno. Conectaremos, pero yo estaré a tu lado, a la izquierda. Si yo digo desconecta, desconecta. Si ves algo raro, será porque yo estoy conectada contigo, ¿entiendes?

Él asintió con la cabeza.

Ella sacó un par de largos alfileres de plata de la parte posterior de su sombrero y los dejó sobre el escritorio junto a la consola de Jammer. Se puso los trodos por encima del pañuelo anaranjado y aplanó los contactos contra su frente.

—Vamos —dijo.

Y ahora, y siempre, a alta velocidad, la consola de Jammer conectada allá arriba, por encima de los núcleos de neón, una topografía informática que él no conocía. Cosas de las grandes, como montañas, definidas y empresariales en el no-lugar que era el ciberespacio. —No tan rápido, Bobby. —La voz de Jackie , suave y dulce, junto a él, en el vacío.

—Cristo Jesús, este aparato se desliza como él solo...

—Sí, pero no te entusiasmes demasiado, esta velocidad no es buena para ninguno de los dos. Sólo queremos pasear un poco. Mantenemos aquí arriba y bajar la velocidad...

Bobby redujo la presión sobre el control de velocidad hasta que parecía que estaban planeando. Se volvió hacia la izquierda, esperando verla allí, pero no había nada.

—Estoy aquí —dijo ella—, no te preocupes...

—¿Quién era Quine?

—¿Quine? Un vaquero que Jammer conocía. En su época él los conocía a todos.

Bobby giró en ángulo recto, al azar, pivotando con calma en la intersección de la retícula, verificando la respuesta de la consola. Era increíble, totalmente distinto a nada que hubiera sentido antes en el ciberespacio. —Santa mierda. Al lado de esta cosa una Ono Senday parece un juguete...

—Probablemente los circuitos sean de la O-S. Eso es lo que solían utilizar, según Jammer. Subamos un poco más...

Se elevaron sin esfuerzo a través de la retícula, dejando atrás la información. —Aquí arriba no hay demasiado para ver —se quejó Bobby.

—Te equivocas. Si quieres ver cosas interesantes, lo que tienes que hacer es esperar el tiempo suficiente en los sectores que están vacíos...

La trama de la matriz pareció estremecerse justo frente a ellos.

—Eh, Jackie ...

—Detente. Mantenlo así. Está bien. Confía en mí.

En algún sitio, muy lejos, las manos se le movieron por la configuración del tablero, a la que no estaba acostumbrado. Esperó un rato sin mover las manos mientras una sección del ciberespacio se hacía borrosa. —¿Qué es...?

—Dambala ap monte 1 —resonó una voz en la cabeza de Bobby, y en su boca una sensación como de sangre—. Dambala cabalga sobre ella. —Supo, de algún modo, lo que las palabras significaban, pero la voz era hierro en su cerebro. La trama borrosa se abrió, pareció burbujear, se transformó en dos manchas de gris inestable.

—Legba —dijo ella—. Legba y Ougou Feray, dios de la guerra. ¡Papá Ougou! ¡Saint Jacques Majeur! ¡Viv la Vyéj!

Una risa de metal llenó la matriz, resonando en el cráneo de Bobby.

—Map kitte tout mizé ak toutgiyon —dijo otra voz, fluido y mercurio y frió—. ¡Mira papá, ella ha venido para des hacerse de su mala suerte! —Y entonces ésa rió también, y Bobby batalló contra una ola de pura histeria mientras la risa crecía dentro de él como si fuese una corriente de burbujas.

—¿Ella, la montura de Dambala, ha tenido mala suerte? —tronó la voz de hierro de Ougou Feray, y por un instante fugaz Bobby creyó ver una figura en la niebla gris. La voz ululó su risa terrible—. ¡Así es! ¡Así es! ¡Pero ella no lo sabe! ¡Ella no es mi caballo, no, porque si así fuera yo curaría su suerte! —Bobby quería llorar, morir, cualquier cosa con tal de escapar de las voces, del viento absolutamente imposible que se había levantado y que venía de las deformaciones grises, un viento caliente y húmedo que olía a cosas que no era capaz de identificar—. ¡Y ella canta loas a la virgen! ¡Óyeme, hermanita! \La Vyéj se acerca mucho!

—Sí —dijo la otra voz—, ahora transita por mi provincia, yo, el que gobierno los caminos, las carreteras.

—¡Pero yo, Ougou Feray, te digo que tus enemigos también se aproximan! ¡A las puertas, hermana, y cuidado!

Y entonces las áreas grises se encogieron poco a poco hasta desvanecerse por completo.

—Desconéctanos —dijo ella, con voz pequeña y lejana. Y luego dijo—: Lucas está muerto.

Jammer sacó una botella de whisky escocés del cajón del escritorio y cuidadosamente vertió seis centímetros de la bebida en un vaso alto de plástico. —Te ves como la mierda —dijo a Jackie , y la ternura en la voz del hombre sorprendió a Bobby. Hacía por lo menos diez minutos que habían desconectado y nadie había dicho nada. Jackie parecía estar molida y no dejaba de morderse el labio. Jammer se veía desdichado o enojado; Bobby no estaba seguro.

—¿Por qué dijiste que Lucas estaba muerto? —preguntó Bobby, porque le parecía que el silencio que se estaba acumulando en el abarrotado despacho de Jammer terminaría por ahogarlos.

Jackie lo miró pero sus ojos parecían incapaces de enfocar. —Ellos se hubieran acercado a mí si Lucas es tuviera vivo —respondió—. Hay pactos, convenios. Legba es siempre la primera a quien se invoca pero debería haber venido con Dambala. Su personalidad depende del loa con que se manifiesta. Lucas debe de estar muerto.

Jammer deslizó el vaso de whisky hasta el otro lado del escritorio, Jackie lo rechazó con un movimiento de cabeza, el juego de trodos todavía en su frente, cromo y nailon negro. Jammer hizo una mueca de asco, retiró el vaso y bebió el whisky. —Todo eso es mierda. Todo tenía mucho más sentido antes de que vosotros comenzarais a meteros con esas cosas.

—Nosotros no los llevamos allí, Jammer —dijo ella—. Ellos estaban allí, y nos encontraron porque nosotros los comprendíamos.

—Es la misma mierda —dijo Jammer, cansado—. Sean lo que sean, vengan de donde vengan, no han hecho más que tomar la forma que una cantidad de negros locos querían ver. ¿Me entiendes? ¡No es posible, demonios, que allí hubiera algo a quien uno tuviera que hablarle en vuestro maldito idioma de la selva de Haití! Tú y tu secta vudú, os han visto y han armado una fachada, y Beauvoir y Lucas y los demás, antes que nada son empresarios. ¡Y esas malditas criaturas saben hacer acuerdos!. ¡Es evidente! —Apretó el tapón de la botella y la guardó en el cajón. — ¿Sabes, cariño?, podría ser que alguien muy grande, con mucha fuerza en la retícula, os esté gastando una broma pesada. Proyectando esas cosas, toda esa mierda... Y tú sabes que es posible, ¿verdad? ¿Verdad, Jackie ?

—De ninguna manera —dijo Jackie con tono frío e inexpresivo. Pero cómo lo sé no es algo que pueda explicar...

Jammer sacó una plancha de plástico negro del bolsillo y comenzó a afeitarse. —Seguro —dijo. La hojilla zumbaba mientras afeitaba la línea de la mandíbula—. Yo viví en el ciberespacio durante diez años, ¿correcto? Bueno, sé que allí no había nada, no en aquel entonces... De todos modos, ¿quieres que telefonee a Lucas, para asegurarte en uno u otro sentido? ¿Tienes el número de teléfono de ese Rolls que él utiliza?

—No —respondió Jackie —, no te preocupes. Será mejor que no hagamos nada hasta que Beauvoir aparezca. —Se puso de pie, quitándose los trodos y tomando su sombrero. — Voy a acostarme, quiero dormir un poco. Vigila a Bobby... —Se volvió y caminó hasta la puerta del despacho. Parecía una sonámbula, sin energía en el cuerpo.

Maravilloso —dijo Jammer, pasando la afeitadora entre la boca y la nariz—. ¿Quieres un trago? —preguntó a Bobby.

—Bueno, es un poco temprano...

—Para ti, tal vez. —Volvió a meter la afeitadora en el bolsillo. La puerta se cerró detrás de Jackie . Jammer se inclinó ligeramente hacia adelante. — ¿Qué aspecto tenían, muchacho? ¿Pudiste verlos?

—Sólo un poco grisáceos. Borrosos...

La respuesta pareció desilusionar a Jammer. Volvió a hundirse en su silla. —Creo que no puedes verlos bien si no eres parte del asunto. —Tamborileó con los dedos sobre el brazo de la silla.— ¿Crees que son reales?

—Bueno, no me gustaría meterme con uno de ellos...

Jammer lo miró. —¿No? Bueno, tal vez seas más listo de lo que pareces, en ese sentido. A mí tampoco me gustaría meterme con uno de ellos. Yo dejé el negocio antes de que comenzaran a aparecer...

—¿Y qué crees que son?

—Aja, cada vez más listo... Pues, no lo sé. Como dije, no me resulta fácil creerme eso de que sean un montón de dioses del vudú haitiano, pero, ¿quién sabe? —Entrecerró los ojos.— Podrían ser... programas de virus que han quedado sueltos en la matriz y se han reproducido volviéndose muy listos... Con eso ya da para asustarse; quizá los de Turing no quieren que se sepa nada de ello. O tal vez las IA han encontrado una forma de dividirse e introducir partes de sí mismas en la matriz, cosa que volvería locos a los de Turing. Conozco a un tipo del Tíbet que hacía trabajos de hardware para los jockeys; él decía que eran tulpas.

Bobby parpadeó.

—Una tulpa es una forma del pensamiento, digamos. Superstición. Las personas realmente poderosas pueden dividirse y producir una especie de fantasma, hecho de energía negativa. —Se encogió de hombros. —Más mierda. Como los locos del vudú de Jackie .

—Bueno, a mí me parece que Lucas, Beauvoir y los demás sin duda se comportan como si fuese algo real, y no como si se tratara de un acto...

Jammer asintió con la cabeza. —Correcto. Y les ha ido endiabladamente bien, así que eso tiene un poco de sentido. —Se encogió de hombros y bostezó. — También yo tengo que dormir. Puedes hacer lo que se te dé la gana, siempre que no te metas con la consola. Y no intentes salir, o diez alarmas diferentes empezarán a chillar. Hay zumos y queso y otras mierdas en el refrigerador detrás del bar...

Ahora que estaba solo Bobby llegó a la conclusión de que el lugar seguía siendo terrorífico, pero lo suficientemente interesante como para hacer que el temor que pudiese sentir valiera la pena. Caminó de un lado a otro detrás de la barra, tocando los mangos de los grifos de cerveza y las boquillas de cromo para las bebidas. Había una máquina que fabricaba hielo y otra que dispensaba agua hirviendo. Se preparó una taza de café instantáneo japonés y revisó el archivo de cassettes de audio de Jammer. Nunca había oído hablar de ninguno de aquellos grupos o artistas. Se preguntó si eso querría decir que a Jammer, que era viejo, le gustaban las cosas viejas, o si se trataba de algo nuevo que no llegaría a Barrytown, pasando probablemente por el Leon's, hasta dentro de dos semanas... Encontró una pistola bajo la consola de crédito universal negra y plateada, una especie de metralleta pequeña y gruesa con un cartucho que salía directamente de la empuñadura. Estaba pegada a la superficie interior de la barra con una cinta de velero verde lima, y no le pareció buena idea tocarla. Después de un rato ya no se sintió asustado, sólo un poco aburrido y nervioso. Tomó el café, que ya se estaba enfriando, y caminó hasta el centro del área de asientos. Se sentó en una de las mesas y fingió que era el Conde Cero, el máximo artista de consola de Sprawl, esperando que aparecieran unos tipos para cerrar un trato, correr un programa que ellos necesitaban y que nadie podía ni remotamente intentar excepto el Conde. —Seguro —dijo dirigiéndose al club nocturno vacío, con los ojos cubiertos—, yo lo haré... Si tenéis el dinero... —Los tipos palidecieron cuando dijo su precio.

El sitio estaba acústicamente aislado; no se oía nada del ruido del mercado de la planta catorce, sólo el zumbido de una especie de equipo de aire acondicionado y los ocasionales borboteos de la máquina de agua caliente. Cansado de los juegos de poder del Conde, Bobby dejó la taza de café sobre la mesa y fue hasta la entrada, rozando con la mano una antigua cortina de terciopelo acolchado que pendía de unos postes de bronce pulido. Con cuidado de no tocar las puertas de cristal se acomodó sobre una ordinaria banqueta de acero con un remendado asiento en imitación cuero, junto a la ventana del guardarropa. Una bombilla de poca potencia iluminaba el guardarropa: podía verse un par de docenas de viejas perchas de madera que colgaban de barras de acero, cada una de ellas provista de una etiqueta amarilla con un número escrito a mano. Supuso que a veces Manner se sentaría allí para estudiar a los clientes. No entendía por qué alguien que había sido un vaquero estrella durante siete años querría administrar un club nocturno, pero tal vez se trataba de una especie de hobby. Supuso que podías conseguir una cantidad de chicas, si manejabas un club nocturno, pero se imaginó que también podrías conseguirlas si eras rico. Y si Jammer había sido un jockey de los grandes durante ocho años, para Bobby estaba claro que tenía que ser rico...

Pensó en lo que había pasado en la matriz, las manchas grises y las voces. Se estremeció. Aún no entendía por qué aquello significaba que Lucas estaba muerto. ¿Cómo podía estar muerto Lucas? Entonces recordó que su madre estaba muerta, y de alguna manera eso tampoco parecía ser muy real. Jesús. Todo eso lo ponía muy nervioso. Deseaba estar afuera, del otro lado de las puertas, revisando los puestos y los compradores y a la gente que trabajaba allí...

Estiró el brazo y apartó la cortina, sólo lo suficiente para poder mirar a través del antiguo y grueso cristal, contemplando el multicolor revoltijo de puestos y el lánguido andar de los compradores. Y, enmarcado de tal forma que Bobby podía verlo con claridad, en medio de todo, junto a una mesa abarrotada de VOM análogos de excedente, sondas lógicas, y acondicionadores de potencia, estaba el rostro pesado y sin raza de León, y los ojos hundidos y espantosos parecieron fijarse en los de Bobby con una expresión fugaz de reconocimiento. Y entonces León hizo algo que Bobby no recordaba haberle visto hacer jamás: sonrió.

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