Capítulo 28 Jaylene Slide

— ¡Dios mío! —exclamó Bobby—. ¿No puedes envolverla o algo? —La quemadura de Jammer llenaba el despacho de un olor a cerdo frito que le revolvía el estómago.

—Una quemadura no debe vendarse —dijo Jackie , ayudando a Jammer a sentarse en su silla. Comenzó a abrir los cajones del escritorio, uno tras otro—. ¿Tienes algún calmante? ¿Dermos? ¿Cualquier cosa?

Jammer meneó la cabeza, con el rostro laxo y pálido. —Tal vez. Detrás de la barra hay un botiquín...

—¡Tráelo! —espetó Jackie —. ¡Muévete!

—¿Por qué te preocupas tanto por él? —comenzó Bobby, herido por el tono de su voz—. Él trató de hacer entrar a los Gothicks...

— ¡Trae la caja, imbécil! Sólo perdió la calma por un momento. Se asustó. Tráeme esa caja o serás tú el que la necesite.

Salió corriendo a la sala y encontró a Beauvoir interconectando rosadas salchichas de explosivo plástico con una caja de plástico amarillo que parecía la unidad de control de un camión de juguete. Las salchichas estaban aplastadas alrededor de las bisagras de las puertas y a ambos lados de la cerradura.

—¿Para qué es eso? —preguntó Bobby mientras trepaba a la barra.

—Puede que algunos quieran entrar —dijo Beauvoir—. Si lo hacen, les abriremos.

Bobby se detuvo para admirar el arreglo. —¿Por qué no lo aplastas directamente contra el vidrio, para que estalle derecho hacia afuera?

—Demasiado obvio —dijo Beauvoir, irguiéndose, con el detonador amarillo en las manos—. Pero me alegra que pienses en estas cosas. Si intentamos hacerla volar hacia afuera, una parte volará hacia adentro. De esta forma es más... prolijo.

Bobby se encogió de hombros y desapareció detrás de la barra. Había cestos de alambre llenos de bolsas plásticas de galletas de krill, un surtido de paraguas olvidados, un diccionario completo, un zapato azul de mujer, una caja de plástico blanco con una cruz roja torpemente pintada con esmalte de uñas... Tomó la caja y volvió a saltar la barra.

—Eh, Jackie ... —dijo depositando el botiquín de primeros auxilios junto a la consola de Jammer.

—Olvídalo. —Jackie abrió la caja y revolvió en su interior.— Jammer, aquí dentro hay más poppers que otra cosa...

Jammer sonrió lánguidamente.

—Toma. Éstos te servirán. —Desenrolló una lámina de dermos rojos y comenzó a arrancarlos del forro, alisando tres sobre el dorso de la mano quemada. — Pero lo que necesitas es un anestésico local.

—Estaba pensando —dijo Jammer dirigiéndose a Bobby—. Tal vez ahora tengas la oportunidad de acumular unas horas de consola...

—¿Qué quieres decir? —preguntó Bobby mirando la consola de soslayo.

—Es lógico pensar que quien sea que haya traído a esos locos de ahí fuera también haya intervenido los teléfonos.

Bobby asintió. Beauvoir había dicho lo mismo, cuando les había explicado su plan.

—Bueno, cuando Beauvoir y yo decidimos que tú y yo podríamos entrar en la matriz para explorar un poco, en realidad yo tenía otra cosa en mente. —Jammer mostró a Bobby su colección de dientes blancos y pequeños. — Verás, estoy metido en esto porque les debía un favor a Beauvoir y a Lucas. Pero también hay gente que me debe favores a mí, favores de hace mucho tiempo. Favores que nunca necesité cobrarme.

—Jammer —dijo Jackie —. Tienes que relajarte. Quédate tranquilo. Podrías entrar en shock.

—¿Qué tal es tu memoria, Bobby? Voy a decirte una secuencia. Tú practícala en mi consola. Sin encenderla, sin conectar. ¿De acuerdo?

Bobby asintió.

—Entonces corre esto en seco un par de veces. Un código de entrada. Por la puerta trasera.

—¿La puerta trasera de quién? —Bobby dio vuelta la consola y puso los dedos en posición sobre el teclado.

—De los Yakuza —dijo Jammer.

Jackie lo miró fijamente. —Eh, ¿qué crees...?

—Lo que dije. Es un favor de hace tiempo. Pero ya sabes lo que dicen, los Yakuza nunca olvidan. Y funciona en ambos sentidos...

Una vaharada de carne chamuscada llegó hasta Bobby, quien hizo una mueca de desagrado.

—¿Cómo es que no le mencionaste esto a Beauvoir? —Jackie estaba doblando cosas y guardándolas en la caja blanca.

—Cariño —dijo Jammer—, ya aprenderás. Hay cosas que te enseñan a saber olvidar.

—Bueno, escucha —dijo Bobby, mirando a Jackie con lo que esperaba fuese su mirada más dura—, yo soy el que se va a encargar de esto. Así que no necesito tus loa, ¿de acuerdo? Me ponen nervioso.

—Ella no los invoca —dijo Beauvoir, en cuclillas junto a la puerta del despacho, con el detonador en una mano y el arma antimotín surafricana en la otra —, ellos vienen solos. Si ellos quieren venir, aparecen allí. De todos modos, tú les caes bien... Jackie se ajustó los trodos sobre la frente.

—Bobby —dijo—, estarás bien. No te preocupes, sólo conecta. —Se había quitado el pañuelo de la cabeza. Su pelo estaba peinado en hileras entre limpios surcos de lustrosa piel marrón, con antiguas resistencias de colección hilvanadas a intervalos irregulares, pequeños cilindros de resina fenólica marrón anillados por franjas de pintura de diferentes colores.

—Cuando teclees el camino para pasar la pelota de baloncesto —dijo Jammer a Bobby—, lo que tienes que hacer es zambullirte tres pasos a la derecha y buscar el fondo, quiero decir, derecho hacia abajo...

—¿Para pasar la qué?

—La pelota de baloncesto. La esfera de coprosperidad de la cintura solar Dallas-Fort Worth. Ahí tienes que bajar rápido, todo el camino, y entonces corres como te expliqué, durante unos veinte pasos. Ahí abajo está todo lleno de vendedores de coches usados y asesores fiscales, pero sigue así, ¿correcto?

Bobby asintió, sonriendo.

—Si alguien te ve pasar, bueno, ése es su problema. La gente que conecta por allá está acostumbrada a ver mierdas raras, de todos modos...

—Bueno —dijo Beauvoir a Bobby—, póntela. Tengo que volver a la puerta...

Bobby conectó.


* * *

Siguió las instrucciones de Jammer, secretamente agradecido de poder sentir a Jackie a su lado cuando se sumergieron en las profundidades del trayecto cotidiano de la matriz, con la brillante pelota de baloncesto empequeñeciéndose sobre ellos. La consola era rápida, supersuave, y hacía que se sintiera veloz y fuerte. Se preguntó cómo había hecho Jammer para que los Yakuza le debieran un favor, uno que nunca se había molestado en cobrar, y una parte de él ya estaba concibiendo historias cuando llegaron al hielo.

—Dios mío... —Y Jackie ya no estaba. Algo había aparecido entre los dos, algo que él sentía como frío y silencio y un corte de la respiración. — ¡Pero allí no había nada, maldita sea! —Estaba congelado, de alguna manera, fijado en posición. Aún podía ver la matriz, pero no sentía las manos.

—¿Por qué demonios conectaría alguien a un crío como tú con una consola como ésa? Ese aparato debería estar en un museo, y deberías estar en la escuela primaria.

—¡Jackie ! —El grito fue un reflejo.

—Vaya —dijo la voz—, no sé. Hace ya unos largos días que no duermo, pero de veras que tú no pareces ser lo que yo salí a pescar cuando apareciste allí... ¿Qué edad tienes?

—¡Vete a la mierda! —dijo Bobby. Fue lo único que se le ocurrió decir.

La voz se echó a reír. —Ramírez se moriría de risa con esto, ¿sabes? Él tenía un gran sentido del ridículo. Es una de las cosas que echo de menos...

—¿Quién es Ramírez?

—Mi compañero. Ex. Muerto. Muy. Pensaba que tal vez podías decirme cómo fue que quedó así.

—Nunca oí hablar de él —dijo Bobby—. ¿Dónde está Jackie ?

—Está sentada con el culo congelado en el ciberespacio mientras tú respondes a mis preguntas, wilson. ¿Cómo te llamas?

—B... Conde Cero.

—Seguro. ¡Tu nombre!

—Bobby, Bobby Newmark...

Silencio. Y: —Bueno. Aja. Entonces sí tiene algo de sentido. Fue contra el apartamento de tu madre que vi que los fantasmas de la Maas disparaban un cohete, ¿verdad? Pero supongo que no estabas en casa, o no estarías aquí. Espera un segundo...

Un cuadrado de ciberespacio directamente delante de él se movió, mareándolo, y Bobby se encontró dentro de un gráfico azul claro que parecía representar un apartamento muy espacioso, las formas bajas del mobiliario bosquejadas en finísimas líneas de neón azul. Una mujer estaba de pie frente a él, una especie de garabato de historieta con forma de mujer, una mancha marrón por rostro. —Soy Slide —dijo la figura, con las manos en la cintura—, Jaylene. A mí no me puedes joder. Nadie en Los Ángeles —gesticuló, e instantáneamente apareció una ventana detrás de ella— puede joderme. ¿Lo entiendes?

—Correcto —dijo Bobby—. ¿Qué es esto? Quiero decir, ¿podría usted explicar...? —Seguía sin poder moverse. La «ventana» mostraba una panorámica en vídeo azul grisácea de palmeras y edificios viejos.

—¿Qué quieres decir?

—Esta especie de dibujo. Y usted. Y esa vieja imagen...

—Oye, muchacho, pagué a un diseñador un brazo y una pierna para que me tecleara esto. Es mi espacio, mi construcción. Esto es Los Ángeles, muchacho. Aquí la gente no hace nada sin conectar. ¡Aquí es donde yo recibo

—Ah —dijo Bobby, todavía desconcertado.

—Te toca a ti. ¿Quién está allá, en aquella sala de baile de mala muerte?

—¿El Jammer's? Yo, Jackie , Beauvoir, Jammer.

—¿Y adonde ibas cuando te agarré?

Bobby dudó. —Los Yakuza. Jammer tiene un código...

—¿Para qué? —La figura se movió hacia adelante, un grueso esbozo animado y sensual.

—Para pedir ayuda.

—Mierda. Es probable que estés diciendo la verdad...

—Así es, así es, lo juro por Dios...

—Bueno, tú no eres lo que yo necesito, Bobby Cero, He estado recorriendo el ciberespacio de arriba abajo tratando de averiguar quién mató a mi hombre. Pensé que sería la Maas, porque estábamos robándoles un tipo para la Hosaka, así que le seguí la pista a uno de sus equipos de fantasmas. Lo primero que vi fue lo que le hicieron al edificio de tu mamá. Después vi que tres de ellos visitaban la casa de un tipo al que le dicen el Finlandés, pero esos tres no volvieron a salir...

—El Finlandés los mató —dijo Bobby—. Yo los vi. Muertos.

—¿Sí? Bueno, entonces puede ser que sí tengamos algo que decirnos. Después de eso, vi que los otros tres usaban la misma bomba contra un chulomóvil...

—Ése era Lucas —dijo él.

—Pero no bien lo volaron apareció un helicóptero y los frió a todos con un láser. ¿Sabes algo de eso?

—No.

—¿Crees que puedes contarme tu historia, Bobby Cero? ¡Pero sé breve!

—Yo iba a correr un programa, ¿no? Y Dos-por-Día, de los Proyectos, me había dado un rompehielos, y yo...

Cuando hubo terminado, ella permaneció en silencio. La escurridiza figura de historieta se detuvo junto a la ventana, como si estuviese estudiando los árboles televisivos.

—Tengo una idea —se atrevió a decir Bobby—. Quizás usted pueda ayudarnos...

—No —dijo ella.

—Pero quizá le ayude a descubrir lo que quiere...

—No. Sólo quiero matar al hijo de puta que se cargó a Ramírez.

—Pero nosotros estamos atrapados allá, nos van a matar. ¡Es la Maas, la gente que usted estaba siguiendo en la matriz! Ellos contrataron a un montón de Kasuals y Gothicks...

—No fue la Maas —dijo la mujer—. Fueron unos Euros, allá en Park Avenue. Rodeados por una milla de hielo.

Bobby asimiló lo que ella dijo. —¿Ésos eran los del helicóptero, los que mataron a los otros tipos de la Maas?

—No. No pude rastrear bien ese helicóptero, y se alejaron hacia el sur. Los perdí. Pero tengo una sospecha... De todos modos, te voy a mandar de vuelta. Si quieres probar ese código Yakuza, adelante.

—Pero, señora, necesitamos ayuda...

—Ayudar no rinde beneficios, Bobby Cero —dijo ella, y entonces él estaba sentado frente a la consola de Jammer, con los músculos del cuello y la espalda doloridos. Pasó un rato hasta que pudo enfocar la mirada, así que tardó casi un minuto en darse cuenta de que había más personas en la habitación.

El hombre era alto, tal vez más alto que Lucas, pero más atlético, más estrecho de caderas. Llevaba puesta una especie de holgada chaqueta de combate que le colgaba en pliegues, con bolsillos gigantes, y su pecho estaba desnudo salvo por una correa negra horizontal. Sus ojos se veían febriles y estaban rodeados de pequeñas heridas y llevaba en la mano el arma más grande que Bobby había visto jamás, una especie de revólver aumentado con un extraño dispositivo moldeado bajo el cañón, una cosa semejante a la cabeza de una cobra. Junto a él, tambaleándose, había una chica que podía haber tenido la misma edad de Bobby, con las mismas escoriaciones alrededor de los ojos —aunque los suyos eran oscuros— y lacio pelo castaño que necesitaba un lavado. Tenía puesta una camisa negra, demasiado grande para ella, y téjanos. El hombre estiró la mano izquierda para sostenerla.

Bobby miró fijamente, y quedó boquiabierto cuando de golpe recordó.

Vozdechica, pelomarrón, ojososcuros, el hielo que lo comía, la sensación en los dientes, la voz de ella, la cosa grande que caía sobre él..

— Viv la Vyèj —dijo Jackie , a su lado, arrebatada, apretándole el hombro con la mano—, la Virgen de los Milagros. Ha venido, Bobby. ¡Dambala la ha enviado!

—Estuviste inconsciente un rato, muchacho —dijo el hombre alto a Bobby—. ¿Qué pasó?

Bobby parpadeó, miró ansiosamente a su alrededor, encontró la mirada de Jammer, vidriosa por las drogas y el dolor.

—Díselo —dijo Jammer.

—No pude llegar a los Yak. Alguien me agarró, no sé como...

—¿Quién? —Ahora el hombre alto rodeaba a la chica con el brazo.

—Dijo que se llamaba Slide. De Los Ángeles. —Jaylene —dijo el hombre.

El teléfono del escritorio de Jammer se puso a sonar. —Contesta —dijo el hombre.

Bobby se volvió al tiempo que Jackie estiraba el brazo y tocaba la barra de llamada bajo la pantalla cuadrada. La pantalla se encendió, titiló, y les dejó ver el rostro de un hombre, ancho y muy pálido, los ojos hundidos y de aspecto soñoliento. Su pelo estaba teñido de un tono casi blanco, y peinado hacia atrás. Bobby no recordaba haber visto en su vida boca más cruel.

—Turner —dijo el hombre—, será mejor que hablemos ahora. No te queda mucho tiempo. Creo que, para empezar, tendrías que sacar a esa gente de la habitación...

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