Capítulo 23 Más cerca

El camarero de la JAL le ofreció una selección de cassettes de simestim: una visita guiada a la exposición retrospectiva de Foxton en la Tate Gallery el anterior mes de agosto, una aventura de época grabada en Ghana (Ashanti!), las escenas sobresalientes de Carmen de Bizet vistas desde un palco privado en la Ópera de Tokio, o treinta minutos de Personas Importantes, el programa de actualidad de Tally Isham que se distribuía en todo el mundo.

— ¿Es su primer vuelo en trasbordador, señora Ovski?

Marly asintió. Había dado a Paleólogos el apellido de soltera de su madre, lo que probablemente había sido una estupidez.

El camarero le dirigió una sonrisa comprensiva. —Una cassette puede, sin duda, hacer más cómodo el despegue. Esta semana la de Carmen está resultando muy popular. Me dicen que el vestuario es fabuloso.

Ella sacudió la cabeza. No se sentía con humor para escuchar ópera. Odiaba a Foxton, y preferiría sentir toda la fuerza de la aceleración antes que vivir las escenas de Ashanti! Por descarte, escogió la cinta de Isham, como el menor de cuatro males.

El camarero verificó el arnés del asiento de Marly, le dio la cassette y una pequeña tiara descartable de plástico gris y luego se dedicó a otro pasajero. Ella se puso el juego de trodos de plástico, lo conectó al brazo del asiento, suspiró, y metió la cassette en la ranura junto a la conexión. El interior del trasbordador de la JAL desapareció en un estallido de azul del Egeo, y vio cómo las palabras personas importantes de tally isham se expandían sobre el cielo límpido en elegantes letras góticas mayúsculas.

Tally Isham había sido una constante en la industria del simestim desde que Marly tenía memoria, una Chica de Oro sin edad que había surgido en la primera ola del nuevo medio. Ahora Marly se encontraba metida en el bronceado, ágil, tremendamente cómodo sensorio de Tally. Tally Isham resplandecía, respiraba profundamente y con facilidad, y los elegantes huesos se le movían en el abrazo de una musculatura que parecía no haber conocido nunca la tensión. Acceder a sus grabaciones de simestim era como caer en un baño de salud perfecta, sintiendo el vigor en los altos arcos de los pies de la estrella y el empuje de sus senos contra el sedoso algodón egipcio blanco de su sencilla camisa. Estaba apoyada en una manchada balaustrada blanca, asomada sobre el diminuto muelle de un pueblo en una isla griega; una cascada de árboles en flor caía a sus pies por una colina de piedra encalada y estrechas y sinuosas escaleras. Se oyó la sirena de un barco en el puerto.

—Ahora los turistas tienen prisa por regresar a su crucero —dijo Tally, y sonrió; y al hacerlo Marly pudo sentir la perfección de los blancos dientes de la estrella, paladear el sabor de la frescura de su boca, y la agradable aspereza de la balaustrada de piedra contra sus brazos desnudos—. Pero uno de los visitantes de la isla permanecerá con nosotros esta tarde; es alguien a quien siempre he querido conocer, y estoy segura de que ustedes estarán encantados y sorprendidos, ya que se trata de alguien que normalmente evita el contacto con los medios de comunicación... —Se irguió, y cubriéndose sonrió al bronceado y sonriente rostro de Josef Virek...

Marly arrancó el juego de trodos de su frente, y el plástico blanco del trasbordador de la JAL pareció caer de golpe en su lugar alrededor de ella. Señales de advertencia titilaban en la consola encima de su cabeza, y sintió una vibración que parecía crecer en intensidad.

¿Virek? Miró el juego de trodos. —Bueno —dijo—, supongo que si es una persona importante...

—¿Perdón? —El estudiante japonés a su lado dio un saltito en su arnés, un pequeño gesto curioso parecido a una reverencia. — ¿Tiene usted problemas con el simestim?

—No, no —dijo ella—. Discúlpeme. —Volvió a colocarse los trodos y el interior del trasbordador se disolvió en un zumbido de estática sensorial, una discordante mezcla de sensaciones que abruptamente dieron paso a la tranquila gracia de Tally Isham, quien había tomado la fresca y firme mano de Virek y sonreía a los ojos azules de su invitado.

Virek devolvió la sonrisa, los dientes muy blancos. —Estoy encantado de estar aquí, Tally —dijo, y Marly se hundió en la realidad de la grabación, aceptando como suyo el registro del sensorio de Tally. El simestim era un medio que trataba de evitar; había algo en su personalidad que entraba en conflicto con el nivel de pasividad requerido.

Virek llevaba puesta una ligera camisa blanca, pantalones blancos de algodón enrollados casi hasta la rodilla y sandalias de cuero marrón. Con la mano de Virek aún en la suya, Tally regresó a la balaustrada.

—Estoy segura —dijo— de que hay muchas cosas que nuestra audiencia...

El mar desapareció. Una planicie irregular cubierta por un tapiz verdinegro semejante al liquen se extendía hasta el horizonte, interrumpida por las siluetas de las torres neogóticas de la iglesia de la Sagrada Familia de Gaudí. El borde del mundo se perdía en una neblina baja y brillante, y un ahogado sonido como de campanas tañía por la planicie...

—Hoy tienes una audiencia de una sola persona —dijo Virek mirando a Tally Isham a través de sus gafas redondas y sin montura—. Hola, Marly.

Marly intentó alcanzar los trodos, pero sus brazos estaban hechos de piedra. La fuerza de la aceleración, el trasbordador que se elevaba de su plataforma de hormigón... La tenía atrapada...

—Ya entiendo —dijo Tally sonriendo, recortada contra la balaustrada, los codos sobre piedra cálida y áspera—. Qué idea deliciosa. Su Marly, Herr Virek, debe de ser una chica muy afortunada... —Y Marly comprendió que ésta no era la Tally Isham de la Senso/Red, sino parte de la construcción de Virek, un punto de vista programado, un montaje a partir de años de Personas Importantes, y que ahora no había opción, no había escapatoria; sólo podía aceptarlo, escuchar, prestar atención a lo que diría Virek. El hecho de que la hubiera alcanzado allí, de que la hubiera atrapado de aquella forma, le decía que su intuición había estado en lo cierto: la máquina, la estructura, estaba allí, era real. El dinero de Virek era una especie de disolvente universal capaz de deshacer barreras a su gusto...

—Lamento enterarme —dijo Virek— de que se siente mal. Paco me dice que usted intenta huir de nosotros, pero prefiero considerarlo como el impulso de un artista hacia su meta. Creo que usted ha comprendido algo de la naturaleza de mi gestalt y, como es normal, la he asustado. Esta cassette fue preparada una hora antes de que su trasbordador saliera de Orly. Sabemos su destino, por supuesto, pero no tengo intención alguna de seguirla. Usted está cumpliendo con su trabajo, Marly. Sólo lamento que no hayamos sido capaces de impedir la muerte de su amigo Alain, pero ahora sabemos la identidad de sus asesinos y la de quienes los emplearon...

Los ojos de Tally Isham eran ahora los de Marly, y estaban fijos en los de Virek, una ardiente energía azul.

—Alain fue asesinado por agentes a sueldo de los Biolaboratorios Maas —prosiguió Virek—, y fue la Maas quien le proporcionó a él las coordenadas de su destino actual y el holograma que usted vio. Digamos que mi relación con los Biolaboratorios Maas ha sido ambivalente. Hace dos años una empresa subsidiaria de mi propiedad intentó comprar la Mass. La cantidad en juego hubiera afectado a la economía mundial en su totalidad. Ellos rechazaron la oferta. Paco ha determinado que Alain murió porque ellos descubrieron que él intentaba vender la información que le habían proporcionado, vendérsela a terceros... —Frunció el ceño.— Muy tonto de su parte, porque él desconocía la naturaleza del producto que estaba ofreciendo...

Típico de Alain, pensó Marly con compasión. Y lo vio otra vez acurrucado sobre la horrorosa alfombra, la columna vertebral marcada bajo la tela verde de su chaqueta...

—Usted debería saber, me parece, que mi búsqueda del creador de las cajas va más allá del arte, Marly. —Se quitó las gafas y lustró los cristales con un doblez de la camisa blanca; ella encontró algo obsceno en aquel gesto calculadamente humano. — Tengo razones para pensar que el creador de estos objetos está en posición de ofrecerme la libertad, Marly. No soy un hombre sano. —Volvió a ponerse los lentes, colocando con mucho cuidado las patillas de oro. — La última vez que solicité una imagen visual de la cubeta de laboratorio donde vivo en Estocolmo, me mostraron una cosa similar a tres remolques de camión envueltos en una red de líneas de apoyo... Si yo fuera capaz de irme de allí, Marly o, más bien, de abandonar el caos de células que contiene... Bueno... —Volvió a ofrecer su famosa sonrisa.— ¿Qué no sería capaz de pagar?

Y los ojos de Tally-Marly se desviaron para contemplar la extensión de liquen oscuro y las lejanas torres de la catedral extraviada...

—Perdió usted el conocimiento —dijo el camarero moviendo sus dedos por el cuello de Marly—. No es extraño, y nuestros ordenadores médicos de a bordo nos indican que goza usted de un excelente estado de salud. Sin embargo, hemos aplicado un dermodisco para contrarrestar el síndrome de adaptación que tal vez experimente antes de acoplar. —Su mano abandonó el cuello de Marly.

—Europa después de las lluvias —dijo ella—, Max Ernst. El liquen...

El hombre la miró de un modo que reflejaba su inquietud profesional. —Perdón... ¿Podría repetir lo que ha dicho?

—Lo siento —dijo ella—. Un sueño... ¿Hemos llegado ya?

—Una hora más —dijo el camarero.

La terminal orbital de Japan Air era un toro blanco incrustado de cúpulas y rodeado por los anillos ovalados de bordes oscuros de los puentes de acoplamiento. La terminal que había encima de la red de gravedad de Marly —aunque el concepto encima había perdido su significado habitual— presentaba una imagen móvil del toro en rotación, mientras que una serie de voces —en siete idiomas— anunciaba que los pasajeros a bordo del trasbordador 580 de la JAL, en la Terminus I de Orly, serían llevados a la terminal lo antes posible. JAL presentaba sus excusas por la demora, que se debía a reparaciones de rutina que estaban llevándose a cabo en siete de los doce puentes...

Marly se contrajo en su red de gravedad; ahora veía la mano invisible de Virek en todo lo que la rodeaba. No, pensó, debe haber una manera. Quiero salir, se dijo, quiero unas cuantas horas de libertad, y después me libraré de él... Adiós, Herr Virek, regreso al reino de los vivos, como nunca lo hará el pobre Alain. Alain, que murió porque yo acepté su oferta de trabajo. Parpadeó cuando apareció la primera lágrima, y después miró fijamente, con los ojos muy abiertos, como una niña, la flotante y diminuta esferita en que se había transformado la lágrima...

Y la Maas, se preguntó, ¿quiénes eran? Virek aseguraba que ellos habían asesinado a Alain, que Alain había estado trabajando para ellos. Tenía confusos recuerdos de artículos en los medios de comunicación, algo referente a la última generación de ordenadores, un proceso que sonaba muy siniestro donde cánceres híbridos inmortales producían moléculas especializadas que se transformaban en unidades de tecnología de circuitos. Recordó ahora que Paco había dicho que la pantalla de su teléfono modular era un producto Maas...

El interior del toro de la JAL era tan insulso, tan poco interesante, tan absolutamente igual a cualquier aeropuerto abarrotado, que ella tuvo ganas de reír. Había el mismo olor a perfume, a tensión humana, a aire excesivamente acondicionado, y el mismo zumbido de fondo de conversación. La gravedad de ocho décimos habría hecho más fácil llevar una maleta, pero sólo tenía su bolso negro. Ahora sacó su billete de uno de los bolsillos interiores de cremallera y verificó el número del trasbordador con el que debía hacer conexión, comparándolo con las columnas de números que presentaba la pantalla de pared más cercana.

Dos horas antes de la salida. A pesar de lo que había dicho Virek, tenía la seguridad de que su maquinaria ya estaba en marcha, filtrándose entre la tripulación o la lista de pasajeros del trasbordador, lubricando las sustituciones con una pátina de dinero... Habría enfermedades de último momento, cambios de planes, accidentes...

Colgándose el bolso al hombro, atravesó rápidamente el suelo cóncavo de cerámica blanca como si de hecho supiese hacia dónde se dirigía, o como si tuviera alguna especie de plan, pero sabiendo, con cada paso que daba, que no era así.

Aquellos suaves ojos azules la obsesionaban.

—Maldito sea —dijo, y un hombre de negocios ruso de mandíbula pronunciada hizo un gesto de desdén y alzó un facsímil de noticias, apartándola de su mundo.

—Entonces le dije a esa puta, mira, tienes que llevar esos optoaisladores y las cajas de salida al Sweet Jane o pegaré tu culo a la escotilla con cola para arandelas... —Roncas risas femeninas y Marly levantó la vista de su bandeja de sushi. Las tres mujeres estaban sentadas a tres mesas vacías de distancia, con su mesa cubierta de latas de cerveza y pilas de bandejas manchadas de salsa de soja marrón. Una de ellas eructó con fuerza y bebió un largo sorbo de cerveza.

—¿Y qué dijo ella, Rez?

De alguna manera, esta frase detonó otra explosión de risa, más larga que la anterior, y la mujer que había atraído la atención de Marly en primer lugar, hundió la cabeza entre los brazos y rió hasta que sus hombros se sacudieron. Marly miró sin expresión al trío de mujeres, preguntándose qué serían. Ahora la risa había disminuido y la primera mujer se irguió, secándose las lágrimas de los ojos. Estaban todas bastante ebrias, decidió Marly, y eran jóvenes, alborotadoras y tenían aspecto duro. La primera mujer era delgada y de rostro anguloso, ojos grandes y grises sobre una nariz fina y recta. Su pelo era de un imposible tono gris, cortado al estilo colegial, y llevaba puesto una especie de chaleco de lona sin mangas, muy grande, totalmente cubierto por bolsillos abarrotados, tachas, y cintas rectangulares de velero. La prenda estaba abierta de tal forma que revelaba, desde el ángulo de visión de Marly, un seno pequeño y redondo enfundado en lo que parecía ser un sostén de fina trama rosada y negra. Las otras dos eran mayores y más pesadas; los músculos de sus brazos desnudos quedaban definidos con toda nitidez bajo la luz que aparentemente no provenía de ninguna fuente, de la cafetería de la terminal.

La primera mujer se encogió de hombros, moviendo su cuerpo dentro del inmenso chaleco. —Pero no creo que lo haga —dijo.

La segunda mujer volvió a reír, pero no con tanto vigor, y consultó un cronómetro sujeto a una ancha muñequera de cuero. —Me voy ya —anunció—. Tengo un viaje a Sión, y luego ocho cápsulas de algas para los suecos. —Empujó su silla hacia atrás y se puso de pie, y Marly pudo leer la insignia bordada a la altura de los hombros del chaleco de cuero negro.

O’GRADY — WAJIMA

EL EDITH S.

CARGAS INTERORBITALES

Luego se puso de pie la otra mujer, levantando la cintura de sus holgados téjanos. —Te diré, Rez, que si dejas que esa imbécil te cree problemas con las descargas, corres el riesgo de perder tu matrícula.

—Perdón... —dijo Marly, luchando contra el temblor de su voz.

La mujer del chaleco negro se volvió y la observó de pies a cabeza sin sonreír. —¿Sí?

—He visto vuestros chalecos, el nombre Edith 5... Es una nave, una nave espacial, ¿verdad?

—¿Una nave espacial? —La mujer que estaba a su lado alzó sus espesas cejas. — Sí, claro, querida, ¡una nave espacial grande y poderosa!

—Es un remolque —dijo la mujer del chaleco negro, y se volvió, dispuesta a marcharse.

—Quiero contratarte —dijo Marly.

—¿Contratarme? —Ahora todas la miraban, sin sonrisas ni expresión en sus rostros. — ¿Y eso qué significa?

Marly revolvió en la bolsa negra de Bruselas y sacó el medio fajo de Nuevos Yens que Paleólogos, el de la agencia de viajes, le había devuelto. —Te daré esto...

La muchacha con el cabello corto y plateado silbó suavemente. Las mujeres se miraron entre sí. La del chaleco negro se encogió de hombros. —Jesús —dijo—. ¿Hasta dónde quieres ir? ¿Marte?

Marly volvió a buscar en su bolsa y extrajo el paquete azul de Gauloise doblado en cuatro. Se lo dio a la mujer del chaleco negro, quien lo abrió y leyó las coordenadas orbitales que Alain había escrito allí con rotulador verde.

—Bueno —dijo la mujer—, no es un viaje muy largo, para la cantidad de dinero que tienes, pero O'Grady y yo tenemos que estar en Sión a las 23:00 GMT. Un trabajo contratado. ¿Y tú, Rez?

Dio el papel a la chica que permanecía sentada. Ésta lo leyó y mirando a Marly preguntó: —¿Cuándo?

—Ahora —respondió Marly—. En este momento.

La chica empujó la mesa y se puso de pie. Las patas de su silla golpearon las baldosas del suelo, y su chaleco se abrió para revelar que lo que Marly había creído que era la tela de un sostén rosado y negro era una rosa tatuada que cubría la totalidad de su seno izquierdo. —Muy bien, hermana. Pásame aquello.

—Quiere decir que le des el dinero ahora —tradujo O'Grady.

—No quiero que nadie sepa adonde vamos.

Las tres mujeres rieron.

—Has dado con la chica justa —dijo O'Grady, y Rez sonrío.

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