XXIV

Era cierto y me costó conciliar el sueño. Me di cuenta de todo. Esa noche, ella se levantó. Ostentosamente, no volteó a mirarme para saber si estaba dormido. Salió de la recámara. Las cortinas estaban abiertas. La luz de la luna caía libremente sobre el viejo teléfono negro. Oí un ligero click. Me levanté, caminé hasta la piscina lunar. Extendí la mano para tomar el teléfono. Me detuve temeroso. ¿Ella se daría cuenta de que yo sabía? ¿Hablaba ella en ese momento desde otro lugar de la casa? ¿Tenía yo derecho a oír una conversación privada? Había hurgado en las bolsas, los cajones, la ropa interior… Qué más daba una indignidad más.

Levanté la bocina y escuché las dos voces por la extensión telefónica. La de ella era la voz desconocida que aprendí a adivinar de noche, secretamente. Una voz llegada de otra geografía, de otra edad, para apoderarse de la suya… Tal era mi fantasía. No era, en verdad, más que la voz de la actriz Diana Soren interpretando un papel que jamás le darían en la pantalla. La voz de una negra. Hablaba con un negro. Esto era evidente. Aunque fuese un blanco imitando a un negro, como ella imitaba a una negra, era la voz de un negro. Quiero decir, era la voz de alguien que quería ser negro, sólo negro. Esto es lo que me impresionó, disipando las brumas etílicas de mi creciente amargura (tango, bolero…). Ahora entendí lo que escuché las anteriores noches en la recámara, cuando ella decía cosas como "Hazme verme como otra", o "¿Cómo? Soy blanca".

– Hazte negra.

– ¿Cómo? Soy blanca.

– Tú verás cómo le haces.

– Estoy haciendo lo imposible.

– No, Aretha. No seas estúpida. No te pido que cambies de color de piel. Tú me entiendes.

– Quisiera estar contigo -dijo Diana transformada en Aretha-. Daría cualquier cosa por estar contigo, en tu cama…

– No puedes, baby, estás metida en la jaula. Yo ya salí de la jaula…

– No hablo de jaula, hablo de la cama, tú y yo…

– Libéranos, Aretha. Libera al negro que no quiere mujer blanca porque traiciona a su madre. Libera al blanco que no quiere negra porque traiciona sus prejuicios. Libera al negro que quiere blanca para vengar a su padre. Libera al blanco que quiere negra para humillarla, abandonarla, esclavizarla hasta en el placer. Haz todo eso, baby, y luego seré tuyo…

– Trato de cambiar de alma, si eso es lo que tú quieres, mi amor.

– No puedes.

– ¿Por qué? No me…

El negro colgó pero Diana permaneció escuchando la estática del teléfono. Yo colgué apresurado y me dirigí a la cama con un espantoso sentimiento de culpa. Pero la siguiente noche, no resistí la tentación de seguir oyendo la conversación interrumpida pero eterna, noche tras noche…

…Le dijo que trataría de cambiar de alma y él le dijo no puedes. Ella pidió que no la condenara así, que no fuera injusto, pero él insistió, no puedes, en el fondo crees que los negros queremos ser blancos, por eso tú nunca podrás ser negra. Diana Soren dijo que ella quería justicia para todos, le recordó al negro que ella estaba en contra del racismo, había marchado, había manifestado, él lo sabía, ¿por qué no la aceptaba como una igual? Él soltó una carcajada que debió despertar a todos los pájaros dormidos entre Los Ángeles y Santiago. Quieres que nos admitan en los country clubs, le dijo a Diana, en los hoteles de lujo, en los macdonalds, pero nosotros no queremos ir allí, queremos que nos excluyan, queremos que nos hagan el favor de decirnos, no entren, ustedes son distintos, los detestamos, huelen mal, son feos, parecen monos, son estúpidos, son otros. Jadeaba muy fuerte y decía que cada vez que un blanco liberal y filantrópico hablaba contra el racismo, a él le daban ganas de castrarlo y hacerlo comerse sus güevos.

– ¡No quiero ser como ustedes, no quiero ser como tú!

…Le dijo la siguiente noche que ella sólo quería verse como otra para verse como verdaderamente era, cada cual tenía su objetivo, el suyo él y ella el suyo…

– Respétame. Soy actriz, después de todo, no política…

El hombre soltó una carcajada.

– Entonces dedícate a lo tuyo y no juegues con fuego, coñaza. Entiende una cosa. Nadie puede verse como es si no se ve separado, divorciado del género humano, radicalmente apartado, apestado, solo, con los suyos…

Ella le dijo casi llorando que no podía, que eso que quería era imposible y él la insultó, la llamó you cunt, you fucking white cunt, y ella lanzó un como suspiro de alegría…

– Tendrías que ser negro puro, negro de África, antes de ser traído aquí, antes de mezclarte, y ni así podrías vivir separado…

– Cállate, Aretha, cállate, puta… Con un aire de triunfo, Diana le dijo que no había negros puros en América, que todos decendían de blancos también…

– No te lo digo para ofenderte, te lo digo para que pienses que algo compartes conmigo…

– Cállate, puta, tú no tienes una gota de sangre negra, tú no tienes un hijo mulato…

Ella dijo que le gustaría caer en esa tentación, pero libremente, no para probar un punto.

– No quiero usar mi sexo para ganar argumentos. -Puta, coño blanco…


…La llamó la noche siguiente para pedirle perdón. Quiso explicarse con una humildad que me pareció sospechosa. Le dijo que ella quería cambiar el sistema. Luego añadió con una sorna humilde, con voz de Pequeño Sambo, qué buena eres, qué compasiva y qué hipócrita. Le faltaba entender que el sistema no se cambia, le dijo, recuperando poco a poco su tono normal, agresivo; el sistema se destruye. Ella no se inmutó, no admitió la burla, dijo con honestidad y emoción que quisiera ayudarlos.

– Pero creo que no sé cómo…

– Empieza por no recordarme que soy mulato.

– Lo eres, me gustas así, te quiero así, ¿no te importa esto?

Que mejor le dijera que él también iba a caer en tentación, como sus antepasados, que él también iba a ceder ante una chichi blanca, él también iba a tener un hijo mulato, con ella, ¿qué le parecía esto?, ¿lo aceptaría honestamente?, ¿no iría por el mundo gritando que ella no, ella no era promiscua, era una calumnia, ella no tendría jamás hijos que no fueran arios, blancos, nórdicos…?

– Yo también voy a insultar a todos los negros -decía ahora el mulato ausente con una voz de mar encadenado-, a todos los negros que debieron ser sólo africanos y traicionaron a su descendencia cayendo en la tentación de cogerse a una mujer blanca, y tener hijos café con leche, di eso, puta, piensa eso, dame esa bofetada, por lejos que estés Aretha, te juro que voy a sentir tu golpe, más fuerte porque estás lejos, cogiendo con un blanco, te veo desde acá, no hay suficiente distancia entre California y México para que no te vea o huela tu coño rubio y escupa sobre él…

– No digas nombres, no digas lugares…

– No seas bruta. Lo saben todo. Lo graban todo. ¿Estás en la luna?

– Soy Aretha. Me llamo Aretha.

– Hazte negra.

– ¿Cómo? Soy blanca.

– Tú verás cómo le haces. No puedo aceptarte si no lo haces.

– Te llamo mañana.

– Está bien. Fuck off, bitch…

…La siguiente noche fue la última llamada. Él habló muy calmado y dijo que el error de Diana era creer que todos eran culpables, incluso ella, incluso los opresores. Entonces, todos serían inocentes. No, sólo estaban oprimidos los niños que no salían del ghetto, las madres drogadictas, los padres obligados a robar, los hombres castrados por el klan, ésos eran los oprimidos, no los pobres opresores.

– ¿Sabes cómo puedes hacerte negra, Aretha? ¿Te has dado cuenta de que en este país sólo hay crímenes reprobables si los cometen los negros? ¿Te has dado cuenta de que las víctimas negras no conmueven a nadie, sólo las blancas? Esto te pido, Aretha, hazte víctima negra y verás como te tiran al lado de la carretera, como una perra, para que los camiones te pasen encima y te conviertan en una carroña sanguinolenta. Comete un crimen de negra y págalo como negra. Sé víctima como negra, para que nadie se compadezca de ti.

El negro se soltó riendo y llorando al mismo tiempo. La mano me temblaba pero colgué con sigilo y regresé a la cama, como todas las noches, antes que ella. Me hice el dormido. Diana contaba con mi sueño pesado y el sopor de mi cruda, mañana en la mañana. Regresó en silencio y se acostó. Sentí cómo se durmió en seguida, satisfecha, aliviada, como si nada la llenase más que este trueque nocturno de insultos, pasiones y culpas. Yo, con los ojos abiertos, prisionero del cielo raso de esta recámara súbitamente congelada, escarapelada, desteñida, me repetí varias veces, como quien cuenta borregos, que mi pasión no tenía ningún valor comparada con las que acababa de escuchar, que oyendo la pasión de Diana y su negro debía aceptar que la mía era pasajera, y que acaso, honorablemente, debería renunciar a esta situación, darle la espalda a Diana y regresar a mi vida en la ciudad de México. Pero en mi vigilia de esa noche, que disminuyó mi propia pasión considerablemente, otra certeza se afirmó poco a poco, involuntariamente, parte de mí aunque no la formulase claramente. Sentí, me dije; dejé que se manifestara en mí, pero hacia afuera de mí también, la idea de que la vida civilizada respeta las leyes y la vida salvaje las desprecia. No quería decirlo, ni siquiera pensarlo, porque contradecía o despreciaba, a su vez, el dolor que pude sentir en la rabia del negro amante de Diana. Y a pesar de ello, me repugnaba tanto la idea de una supremacía negra como la de una supremacía blanca. No podía ponerme en los zapatos de ese interlocutor desconocido. No necesitaba decirle a Diana que yo no era jive, que yo no era responsivo a los ritmos de la calle negra… Quise ser sincero e imaginarme, en cambio, en los huaraches de ese muchacho que hizo el papel de Juárez. ¿Le habría yo dado la mano al niño Juárez, lo habría ayudado a convertirse en lo que se convirtió: un indio blanco, un zapoteca con el Código Napoleón como almohada, un abogado cartesiano, un leguleyo republicano en vez de un chamán, un tinterillo en vez de un brujo en contacto con la naturaleza y la muerte, animador de lo inánime, dueño de las cosas que no se pueden poseer: millonario de la miseria? ¿Qué haría yo por el niño Juárez? Nada. El negro de Diana -su Pantera, decidí llamarlo- me conocía mejor que yo a él y acaso mejor que yo me conocía a mí mismo. Sabía que yo le podía quitar todo a él cuando quisiera. Todo. Los negros castrados, ahorcados, linchados que son como los mojones de la historia de los Estados Unidos; son también el santoral de los negros inocentes. El Pantera decidió no ser más la víctima. Dios jamás detuvo el brazo asesino del Abraham blanco cuando enterró su puñal en las entrañas de su hijo, el Isaac negro.

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