CAPÍTULO XIV

Los sueños y los deseos

Las manos blancas de largos dedos agruparon las fichas sobre el tapete verde formando una enorme montaña.

– Al 26 negro -ordenó la joven del vestido fucsia al atribulado croupier.

– ¿Todo? -quiso cerciorarse con voz temblorosa el empleado, contemplando el inmenso montón de fichas.

– Todo -ratificó la joven, sentándose con parsimonia junto a su compañera pelirroja.

El croupier pulsó el timbre de la dirección. Sudaba a mares, se encontraba en un aprieto y necesitaba testigos de lo que estaba sucediendo. Esperaba que el director llegase pronto, la mirada de la señorita del vestido color fucsia le producía miedo, ésa era la palabra, un miedo atroz.

– ¿A qué espera?

No era impaciencia; a pesar de haberse jugado una verdadera fortuna apuesta tras apuesta, la joven no se mostraba inquieta en absoluto. En ningún momento había dado señales de nerviosismo.

– Hay un pequeño… problema, leñemos que esperar al director.

– ¿Qué tipo de problema? -inquirió con frialdad la señorita.

– Su apuesta es tan alta que debe estar presente la dirección.

El croupier hubiera preferido que el aspecto de la jugadora fuese desastroso, que sus modales ofendiesen el buen gusto, que su comportamiento infringiese las reglas, pero nada de eso sucedía. Al contrario, la joven del vestido fucsia y su silenciosa y bella amiga pelirroja eran correctas, educadas, hermosas y elegantes.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó otra voz, masculina y grave, al oído del croupier.

El empleado respiró aliviado. El director estaba ante él con su esmoquin impoluto y su sonrisa profesional emergente. Por fin, por fin podría liberarse de responsabilidades y transferirlas a un superior.

– Lo han ganado todo -susurró refiriéndose a las dos jugadoras.

Hablaban en sordina sin perder la compostura y sonriendo. Cualquier observador hubiera deducido que mantenían una charla amistosa y absolutamente insustancial.

– Pues se les ha acabado la racha. Ya sabes lo que tienes que hacer.

El croupier se secó la frente perlada de pequeñísimas gotas de sudor con un pañuelo de lino.

– Ya lo he hecho. He frenado manualmente.

– ¿Y bien?

– No ha funcionado.

El director comprobó a hurtadillas el enorme montón de fichas que se acumulaban en el lugar de las dos jugadoras.

– ¿Cuántas veces no ha funcionado?

– Ninguna. O sea unas cinco veces.

– ¿Se ha atascado el mecanismo?

El croupier se retiró la pajarita con un dedo para que se filtrara un poco de aire fresco. Se ahogaba.

– No, y eso es lo más sorprendente. Hace una hora han ido al bar a tomar una copa. He accionado el freno manual con tres apuestas diferentes y ha funcionado.

El director comenzó a sentirse molesto.

– ¿Me estás diciendo que esas encantadoras señoritas consiguen ganar siempre a pesar de que la ruleta juegue a nuestro favor?

– Así es.

– ¿Dónde está la trampa?

– No lo sé, señor, no puedo saberlo. Hace falta fijarse mucho. ¿Quiere probarlo usted?

– Desde luego. Aparta.

El director se sentó en el lugar del empleado y dirigió una galante sonrisa a las dos damas. Una espléndida pareja. La morena y la pelirroja. Sin duda la pelirroja resultaba mucho más espectacular, pero la morena era deliciosamente sensual con ese cutis de porcelana y esas manos delicadas.

– Cuando ustedes digan, señoras.

La pelirroja de ojos verdes levantó la vista, tenía la mirada brillante y las pupilas dilatadas como los aficionados que bordean el vértigo de la apuesta límite. No parecía una profesional, pero dio la señal para iniciar el juego con un leve movimiento de cabeza y en su gesto se leía la convicción de quien ya saborea el triunfo de antemano.

La ruleta comenzó a girar y a girar enloquecida. Se había formado un corro de curiosos. El director lamentó que hubiese corrido la voz tan deprisa, hubiera preferido discreción. Y disimuladamente accionó el pedal en la posición que consideró más cercana al 26 negro para dar más emoción a la jugada. Lo dejaría en el 24 negro.

Al percibir la progresiva desaceleración de la ruleta, se hizo un silencio espeso en la sala. Todos los ojos se mantenían pendientes de la pequeña bola que, sorteando obstáculos, saltó impertérrita hasta colocarse en la casilla del… 26 negro.

El director palideció y asistió con los ojos desorbitados a las últimas vueltas agónicas de la ruleta al tiempo que los mirones de aquella sala de lujosas lámparas y cálidas moquetas prorrumpían en gritos, y las dos mujeres se abrazaban celebrando su victoria.

El director sumó mentalmente la cantidad requerida. No había dinero suficiente en caja para pagarla y posiblemente, tras liquidarla, el casino no estaría en condiciones de continuar abriendo sus puertas. Eso significaba el despido y… el fin de su carrera.


Selene bebía una copa de champán francés recostada en el jacuzzi de la suite del mejor hotel de Montecarlo.

El agua que cubría la bañera de porcelana de Sevres estaba burbujeante de espuma, como el delicioso champán que degustaba lentamente, muy frío, sintiendo el chisporroteo fugaz de su sabor afrutado en los poros de la lengua.

– ¿Cuántos millones? -preguntó deletreando la palabra millón con placer.

– Casi cinco -le respondió Salma desde la habitación contigua, despojada ya de su vestido fucsia y saboreando unos canapés de foie con indolencia -cuatro millones setecientos treinta y dos mil euros.

– Y son… ¿míos? -Selene entornó los párpados.

– Tuyos.

Selene estuvo a punió de desvanecerse.

– ¿Y puedo hacer lo que quiera con ese dinero?

Salma se rió como acostumbraba a reír, con el sonido hueco de una cace-rola descascarillada. Sin alegría.

– Pues claro…, y puedes ganar ese dinero siempre que se te antoje. Las Odish no te expulsaremos de la comunidad ni te impondremos ningún castigo por usar tu magia para fines personales. Ésa es la diferencia. Una de las muchas diferencias que irás descubriendo.

Selene estiró sus largas piernas y las observó con detenimiento.

– ¿Quieres decir que podría, podría…?

– Dilo.

– Utilizar un conjuro de ilusión para enamorar a un hombre.

– Naturalmente, pero resulta mucho más efectivo un filtro de amor.

Selene sopló sobre la espuma de jabón que se había formado en el dorso de su mano. Diminutas pompas alzaron el vuelo y se dispersaron por el baño. Suspiró soñadora.

– ¿Y me amaría?

– Con locura. Se rendiría a tus pies, te adoraría, se mataría por ti.

Selene rechazó la idea moviendo su cabeza y agitando su cabello rojo.

– No, no me convence.

– ¿No quieres probarlo?

La pelirroja lo pensó un momento.

– No sé… Yo no podría enamorarme de alguien a quien hubiese manipulado con un filtro.

– ¡Claro que no! ¿Quién habla de enamorarse? Enamorarse es humillante, vergonzoso, es perder la cabeza y el control…

– ¿Las Odish no os enamoráis?

– Nos divertimos. ¿Quieres divertirte?

– …Tal vez. Pero no hoy. Hoy quiero disfrutar de mi dinero. Comprar, invertir, soñar… Déjame degustar esta sensación que nunca he tenido.

– ¿Qué quieres comprar?

– Mi hipoteca. La hipoteca de mi casa de Urt. Quiero cancelar la deuda y… querría comprar una casa junto al mar con muchas tierras.

– ¿Dónde?

Selene dejó la copa vacía en el suelo. Estaba alegre, optimista, la estancia olía a riqueza e indolencia. Sobre el mármol de Carrara del lavamanos una cesta de violetas secas difundía su aroma por el baño de mosaicos romanos con motivos mitológicos. Las toallas eran tan suaves al tacto como la seda, las sábanas de lino eran frescas y olían a lavanda, y sólo tenía que pulsar un botón para pedir cuantos manjares se le antojasen.

– El Mediterráneo, Roma, Nápoles, Sicilia… Estuve en Sicilia no hace mucho. Esas playas tan hermosas, Siracusa, Taormina, Agrigento. Tengo amigas…, tenía amigas. Una finca en la isla. Ése es mi sueño.

Salma se puso en pie, se vistió con un albornoz blanco y tomó el teléfono.

– ¿Jack? Hola, soy yo. Sí, búscame una finca de unas cincuenta mil hectáreas en Sicilia. Ya sabes, palacio o construcción de lujo con tierras cultivables. Exacto, en situación de hipoteca gravada o difícil de sostener. Me esporo…

Salma paseó por la habitación a grandes zancadas mientras aguardaba la respuesta telefónica.

Selene, que atendía expectante a sus movimientos, también se puso en pie, algo mareada por el champán, y tomó un canapé de caviar de la bandeja que había sobre la mesa.

La voz de Salma enseguida la devolvió a la realidad.

– ¿Sí? ¿Con vistas al mar? Estupendo. Estate atento. Muy atento a cualquier desastre que pueda acontecer y que les obligue a vender… ¿Cuál? Me temo que por esa zona hay plagas de langostas que provienen del continente. Todo podría suceder. De acuerdo. Ya sabes, compra al mejor precio. Hasta luego, Jack.

Selene se chupó los dedos incrédula.

– Eso que dices es improbable. ¿Cómo puedes predecir que la finca se pondrá a la venta?

Salma abrió el armario y comenzó a vestirse.

– Esta misma mañana una enorme y devastadora plaga de langostas arrasará los cultivos de esa bonita finca. No habrá más remedio que vender. ¿Comprendes?

Selene quedó atónita.

– ¿Y tú convocarás la plaga?

Salma rió.

– Y tú me ayudarás.

– ¿Yo?

– ¿No es para ti? Pues colabora.

Selene se puso en pie.

– ¿Dónde vamos?

– Primero a comprar ropa selecta, tenemos que renovar el vestuario y los complementos, un poco de Armani, Loewe, Dolce y Gabana… Bueno, ésos son mis preferidos. Luego buscaremos un lugar tranquilo para formular el conjuro a nuestras anchas y esta noche, si todo va bien, tu pequeño sueño, uno de los más fáciles de complacer…, estará satisfecho.

Selene no podía dar crédito.

– ¿Así de sencillo?

– Lo has definido a la perfección. La vida de una Odish es… muy sencilla. Tienes todo lo que deseas.


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