Ando y desando la senda de la vida. Me detengo en las fuentes para beber agua fresca y descansar unos instantes. Charlo con los otros caminantes y espero ávidamente sus respuestas.
Sus palabras son la única linterna que orienta mis pasos.
No me consuela saber que ella, la elegida, también deberá recorrer un largo camino de dolor y sangre, de renuncias, de soledad y remordimientos.
Sufrirá como yo he sufrido el polvo del camino, la dureza del frío y la quemazón del sol. Pero eso no la arredrará.
Desearía ahorrarle la punzada amarga de la decepción, pero no puedo.
La elegida emprenderá su propio viaje y lastimará sus pies con los guijarros que fueron colocados para ella.
No puedo ayudarla a masticar su futura amargura ni puedo endulzar sus lágrimas que aún no han sido vertidas.
Le pertenecen.
Son su destino.