8

Estaba tan cansada cuando volvimos al apartamento de Alcide, que sólo me quedaban ánimos para una siesta. Estaba siendo uno de los días más largos de mi vida, y aún era media tarde.

Aun así, tuvimos que hacer algunas tareas domésticas antes. Mientras Alcide colgaba la nueva cortina de la ducha, yo me dediqué a limpiar la alfombra del armario con el spray, abrí uno de los ambientadores y lo deposité sobre el estante. Cerramos todas las ventanas, encendimos la calefacción y catamos el aire mientras nos mirábamos mutuamente.

El apartamento olía bien. Lanzamos un suspiro de alivio al unísono.

– Acabamos de hacer algo muy ilegal -dije, aún incómoda por mi inmoralidad- Con todo, me alegro mucho de que lo hayamos resuelto.

– No te preocupes por no sentirte culpable -dijo Alcide-. No tardará en surgir algo por lo que lo harás. Ahorra energías.

Era un consejo tan bueno, que decidí probarlo.

– Me voy a echar una siesta -dije- para estar un poco despierta esta noche -no conviene estar lenta cerca de los vampiros.

– Buena idea -convino Alcide, levantándome una ceja. Yo me reí, agitando la cabeza. Me metí en el dormitorio pequeño, cerré la puerta, me quité las zapatillas y me dejé caer en la cama con un tranquilo deleite. Al cabo de un rato, extendí la mano hacia un lado de la cama, agarré el borde de la colcha de felpilla y me tapé con ella. En aquel apartamento silencioso, con la calefacción a un nivel adecuado y estable, apenas necesité varios minutos para quedarme dormida.

Me desperté de golpe, completamente alerta. Sabía que había alguien más en el apartamento. Quizá mi subconsciente había escuchado que llamaban a la puerta, o quizá había percibido el murmullo de voces en el salón. Me deslicé fuera de la cama en silencio y me pegué a la puerta, sin que mis calcetines hicieran ningún ruido sobre la alfombra beis. Como la puerta sólo estaba entornada, acerqué la oreja al vano para poder escuchar.

– Jerry Falcon se pasó por mi apartamento anoche -decía una voz grave.

– No lo conozco -replicó Alcide. Sonaba calmado, pero cauto.

– Dice que le metiste en problemas en el Josephine's anoche.

– ¿Que yo me metí con él? Si es el tío que agredió a la chica con la que iba, ¡él mismo se metió en el problema!

– Cuéntame lo que pasó.

– Le entró a mi chica mientras yo estaba en los aseos. Cuando protestó, empezó a meterse con ella, y llamó la atención.

– ¿Le hizo daño?

– La puso de los nervios y le hizo algo de sangre en el hombro.

– Una ofensa de sangre -la voz se volvió mortalmente seria.

– Sí.

Así que la uña clavada en mi hombro suponía una ofensa de sangre, fuese lo que fuese eso.

– ¿Y después?

– Salí de los aseos, se lo quité de encima y apareció el señor Hob.

– Eso explica las quemaduras.

– Sí. Hob lo echó por la puerta de atrás. Y ésa fue la última vez que lo vi. ¿Dices que se llama Jerry Falcon?

– Sí. Vino derechito a mi casa después de aquello, cuando el resto de los muchachos abandonó el bar.

– Intervino Edgington. Estaban a punto de echársenos encima.

– ¿Edgington estaba allí? -la voz profunda no parecía nada contenta.

– Oh, sí, con su novio.

– ¿Cómo se implicó Edgington?

– Les dijo que se marcharan. Dado que es el rey, y como ellos trabajan para él de vez en cuando, no esperaba sino obediencia. Pero un cachorro se le puso chulo, así que Edgington le rompió la rodilla y obligó a los demás a que se lo llevaran. Lamento que haya habido problemas en tu ciudad, Terence, pero nosotros no tuvimos la culpa.

– Tienes privilegios de invitado en nuestra manada, Alcide. Te respetamos. Y aquellos de los nuestros que trabajan para los vampiros, bueno, ¿qué puedo decir? No son precisamente ciudadanos ejemplares. Pero Jerry es su líder, y fue avergonzado delante de su gente anoche. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en nuestra ciudad?

– Sólo una noche más.

– Y es luna llena.

– Sí, lo sé. Trataré de pasar desapercibido.

– ¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Tratarás de no cambiar o te unirás a mí en mi territorio de caza?

– Trataré de mantenerme ajeno a la luna, no quiero estresarme.

– Entonces no irás al Josephine's.

– Desgraciadamente, Russell insistió en que volviésemos esta noche. Se sentía culpable por los problemas sufridos por mi invitada. No habría aceptado un no por respuesta.

– El Club de los Muertos en una noche de luna llena, Alcide. No es muy inteligente.

– Y ¿qué le voy a hacer? Russell es el que parte el bacalao en Misisipi.

– Comprendo. Pero ten cuidado, y si ves a Jerry Falcon por ahí, cámbiate de acera. Esta es mi ciudad -la profunda voz se cargó de autoridad.

– Lo entiendo, líder de la manada.

– Bien. Ahora que tú y Debbie Pelt habéis roto, espero que pase un tiempo antes de que te volvamos a ver por aquí, Alcide. Deja que las cosas se calmen. Jerry es un hijo de puta vengativo. Irá a por ti si puede, antes siquiera de empezar una pelea.

– El fue quien causó la ofensa.

– Lo sé, pero gracias a su larga asociación con los vampiros está muy pagado de sí mismo. No siempre sigue las tradiciones de la manada. Sólo acudió a mí, como debía, porque Edgington os favoreció a vosotros.

Jerry no seguiría ninguna tradición jamás. Jerry yacía en los bosques del oeste.

Mientras dormía la siesta, había oscurecido. Oí un golpecito en el cristal de la ventana. Di un respingo, pero luego atravesé la habitación muy silenciosamente. Corrí la cortina y crucé mis labios con un dedo. Era Eric. Esperaba que a nadie de la calle le diera por mirar hacia arriba. Me sonrió e hizo un gesto para que abriese la puerta. Agité la cabeza con vehemencia e insistí con el dedo sobre los labios. Si dejaba pasar a Eric, Terence lo escucharía y mi presencia quedaría al descubierto. Y no tenía la más mínima duda de que a Terence no le gustaría saber que alguien había escuchado su conversación a escondidas. Volví de puntillas a la puerta y seguí escuchando. Se estaban despidiendo. Volví a mirar hacia la ventana para comprobar que Eric me contemplaba con sumo interés. Alcé un dedo para indicar que era cuestión de un minuto.

Oí cómo se cerraba la puerta del apartamento. Un instante después, alguien llamó a la de mi habitación. Mientras hacía pasar a Alcide, esperaba no tener las arrugas de las sábanas pegadas en la cara.

– Alcide, lo he oído casi todo -dije-. Lamento haber escuchado a escondidas, pero parecía concernirme. Eh, Eric está aquí.

– Ya lo veo -dijo Alcide sin entusiasmo-. Supongo que será mejor que lo haga pasar -dijo, mientras abría la ventana.

Eric entró con toda la limpieza que puede hacerlo un hombre alto por una ventana pequeña. Vestía un traje completo, incluido chaleco y corbata. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo. También llevaba gafas.

– ¿Vas disfrazado? -pregunté. Apenas podía creerlo.

– Así es -se miró de arriba a abajo con orgullo-. ¿No parezco diferente?

– Sí -admití-. Pareces básicamente Eric, trajeado por una vez.

– ¿Te gusta el traje?

– Claro -dije. Mis conocimientos sobre la ropa elegante masculina son limitados, pero estaba dispuesta a apostar a que ese conjunto de tres piezas marrón oliva había costado más de lo que yo ganaba en dos semanas. O cuatro. Quizá yo no habría escogido ese color para alguien de ojos azules, pero tuve que admitir que tenía un aspecto espectacular. Si sacasen un especial de vampiros en el GQ, sin duda querrían una foto suya-. ¿Quién te ha arreglado el pelo? -pregunté, dándome cuenta por primera vez de que se lo habían entrelazado de forma intrincada.

– Ohhh, ¿celosa?

– No, tan sólo pensé que me podrían enseñar cómo hacérmelo en el mío.

Alcide tuvo suficiente de cháchara sobre estilismo.

– ¿Por qué me has dejado un muerto en el armario? -inquirió con tono beligerante.

Pocas veces he visto a Eric carecer de palabras, pero sin duda no sabía qué decir… al menos durante treinta segundos.

– El del armario no sería Bubba, ¿verdad?

Era nuestro turno de quedarnos boquiabiertos; Alcide porque no sabía quién demonios era Bubba, y yo porque no podía imaginar qué le habría pasado al vampiro retrasado.

Informé rápidamente a Alcide sobre Bubba.

– Eso explica los avistamientos -dijo, agitando la cabeza de lado a lado-. Maldita sea, ¡eran ciertos!

– El grupo de Memphis quería quedarse con él, pero fue del todo imposible -explicó Eric-. Sólo quería volver a casa, y eso habría provocado incidentes. Así que nos lo fuimos pasando.

– Y ahora lo habéis perdido -observó Alcide, no demasiado afectado por el problema de Eric.

– Es posible que la gente que trataba de pillar a Sookie en Bon Temps se topara con Bubba en su lugar -dijo Eric. Se estiró el chaleco, mirando hacia abajo con satisfacción-. Bueno, entonces ¿quién estaba en el armario?

– El motero que molestó a Sookie anoche -explicó Alcide-. La marcó mientras yo estaba en los aseos.

– ¿La marcó?

– Sí, una ofensa de sangre -dijo Alcide de modo significativo.

– No mencionasteis nada de ello anoche -Eric alzó una ceja.

– No me apetecía hablar de ello -dije. No me gustó cómo lo dije, sonaba un poco desamparada-. Además, no fue mucha sangre.

– Déjame ver.

Desesperada, puse los ojos en blanco, pero estaba convencida de que Eric no se daría por vencido. Retiré el suéter del hombro, junto con el tirante del sujetador. Afortunadamente, el suéter era tan viejo que había perdido su elasticidad y permitió bastante bien el movimiento. Las marcas de las uñas eran como medias lunas incrustadas, hincadas y rojas, a pesar de habérmelas desinfectado con cuidado la noche anterior. Sé cuántos gérmenes puede haber bajo las uñas.

– ¿Ves? -dije-. No es para tanto. Estaba más enfadada que asustada o dolorida.

Eric mantuvo la mirada sobre las feas heridas hasta que volví a cubrirlas con la ropa. Entonces miró a Alcide.

– Y ¿dices que estaba muerto en el armario?

– Sí -confirmó Alcide-. Llevaba horas muerto.

– ¿Qué lo mató?

– No lo habían mordido -dije-. Parecía que le habían roto el cuello. No nos apeteció entrar en los detalles. ¿No lo mataste tú?

– No, aunque habría sido un placer hacerlo.

Me estremecí, sin ganas de explorar ese oscuro pensamiento.

– Entonces ¿quién lo ha metido ahí? -pregunté, para reanudar la conversación.

– Y ¿por qué? -añadió Alcide.

– ¿Sería mucho preguntar dónde está ahora? -Eric logró sonar como si estuviese perdonando a dos críos pendencieros.

Alcide y yo intercambiamos miradas.

– Hmmm, bueno, está… -la voz se me quebró.

Eric inhaló, catando la atmósfera del apartamento.

– El cuerpo ya no está aquí. ¿Habéis llamado a la policía?

– Pues no -murmuré-. En realidad, nosotros, eh…

– Lo dejamos tirado en el campo -dijo Alcide. Sencillamente no había una forma agradable de decirlo.

Conseguimos sorprender a Eric por segunda vez.

– Vaya -dijo llanamente-. Si resulta que sois todos unos emprendedores.

– De algún modo había que solucionarlo -dije, quizá sonando un poco a la defensiva.

Eric sonrió. No era un panorama agradable.

– Sí, apuesto a que lo habéis hecho.

– El líder de la manada ha venido a verme hoy -dijo Alcide-. De hecho, hace un momento. Y no sabía que Jerry hubiera desaparecido. De hecho, Jerry acudió a Terence para quejarse, después de abandonar el bar anoche. Le dijo que yo le había causado un agravio. Así que fue visto después del incidente en el Josephine's.

– Así que os habéis librado.

– Eso creo.

– Teníais que haberlo quemado -dijo Eric-. Habría acabado con cualquier rastro de vuestro olor en él.

– No creo que nadie pueda detectar nuestro olor -le dije-. De verdad lo digo. Creo que en ningún momento llegamos a tocarlo con la piel desnuda.

Eric miró a Alcide, y éste asintió.

– Estoy de acuerdo -convino-. Y lo digo como uno de la doble estirpe.

Eric se encogió de hombros.

– No se me ocurre quién lo habrá matado y lo habrá dejado en tu apartamento. Es obvio que alguien quería culparos de su muerte.

– Si eso es así, ¿por qué no llamó a la policía desde una cabina y les dijo que había un cadáver en el 504?

– Buena pregunta, Sookie, y una a la que no puedo dar respuesta ahora mismo -Eric pareció perder el interés de golpe-. Esta noche estaré en el club. Si necesito hablar contigo, Alcide, dile a Russell que soy tu amigo del pueblo y que me has invitado para conocer a Sookie, tu nueva novia.

– Vale -dijo Alcide-. Pero no comprendo por qué quieres ir allí. Es buscarse problemas. ¿Qué pasa si uno de los vampiros te reconoce?

– No conozco a ninguno.

– ¿Por qué te arriesgas? -quise saber-. ¿Por qué te metes en la boca del lobo?

– Puede que oiga algo que tú no, o que se le escape a Alcide por no ser un vampiro -dijo Eric razonablemente-. Discúlpanos un momento, Alcide. Sookie y yo tenemos cosas de las que hablar.

Alcide me miró para asegurarse de que eso no suponía un problema para mí, antes de asentir a regañadientes y dirigirse al salón.

– ¿Quieres que te cure las marcas del hombro? -preguntó Eric abruptamente.

Pensé en las feas cicatrices costrosas y en los finos tirantes del vestido que planeaba ponerme. Casi accedí, pero me lo pensé dos veces.

– ¿Cómo explicártelo, Eric? Todo el bar lo vio agredirme.

– Tienes razón -Eric agitó la cabeza con los ojos cerrados, como si estuviera enfadado consigo mismo-. Por supuesto, no eres licántropo ni no muerta. ¿Cómo se iba a haber curado tan deprisa?

Entonces hizo otra cosa inesperada. Me cogió la mano derecha con las suyas y la aferró. Me miró directamente a la cara.

– He registrado Jackson. He buscado en almacenes, cementerios, granjas y cualquier sitio con un mínimo olor a vampiro: cada propiedad de Edgington y algunas de las de sus seguidores. No he encontrado el menor rastro de Bill. Sookie, temo que lo más probable es que Bill haya muerto. Definitivamente.

Me sentí como si me hubiese golpeado en la frente con un mazo. Me fallaron las rodillas. De no ser por sus increíbles reflejos, habría acabado en el suelo. Eric se sentó en la silla que había en el rincón de la habitación y me sostuvo en su regazo.

– Te he alterado demasiado. Tan sólo pretendía ser práctico, pero en vez de ello he sido…

– Brutal -sentí la tibieza de las lágrimas resbalándome desde los ojos.

Eric sacó la lengua y noté su humedad mientras lamía mis lágrimas. Parece que a los vampiros les gusta todo fluido corporal, a falta de sangre, y aquello no me molestaba en particular. Me alegraba de que alguien me consolara, aunque fuese Eric. Ahondé en mi desdicha mientras él reflexionaba.

– El único sitio donde no he mirada es en el complejo de Russell Edgington: su mansión y los edificios aledaños. Me asombraría que Russell fuese tan imprudente como para mantener cautivo a otro vampiro en su propia casa. Pero lleva cien años siendo rey. Así que puede haberse confiado. Quizá podría colarme por el muro, pero no podría volver a salir. Tiene licántropos patrullando el terreno. Es muy poco probable que podamos acceder a un lugar tan vigilado, y él no nos invitará, salvo en circunstancias muy inusuales -Eric dejó que todo aquello cuajara-. Creo que deberías contarme todo lo que sabes sobre el proyecto de Bill.

– ¿Para eso es todo esto de las manos agarradas y las palabras dulces? -estaba furiosa-. ¿Para sacarme información? -me quité de un salto, revitalizada por la ira.

Eric se incorporó también y se me acercó cuanto pudo.

– Creo que Bill está muerto -dijo-. Y trato de salvar mi vida y la tuya, mujer estúpida -Eric sonaba tan enfurecido como yo.

– Encontraré a Bill -dije, pronunciando cada palabra con mucho cuidado. No estaba segura de cómo iba a hacerlo, pero empezaría por husmear esa noche como nunca lo había hecho, y algo sacaría. No soy precisamente Pollyanna, pero siempre he sido optimista.

– No le puedes hacer ojitos a Edgington, Sookie, no le interesan las mujeres. Y si yo flirteara con él, sospecharía. No es muy habitual que un vampiro se líe con otro. Edgington no ha llegado donde está siendo ingenuo. Puede que su lugarteniente, Betty Joe, se interese por mí, pero también es vampira y la misma regla es aplicable. No sabes lo inusual que es la fascinación que siente Bill por Lorena. De hecho, habitualmente desaprobamos que los vampiros se enamoren entre sí.

Pasé por alto las dos últimas frases.

– ¿Cómo descubriste todo esto?

– Tuve un encuentro con una joven vampira anoche. Su novio solía ir a las fiestas en la casa de Edgington.

– Oh, ¿es bisexual?

Eric se encogió de hombros.

– El novio es licántropo, así que supongo que su naturaleza es dual en más de un sentido.

– Pensaba que las vampiras no salían con licántropos.

– Es una pervertida. A los jóvenes les gusta experimentar.

Puse los ojos en blanco.

– Entonces, lo que dices es que tengo que centrarme en conseguir que me inviten al complejo de Edgington porque no queda lugar en Jackson donde pueda estar Bill. ¿Es eso?

– Puede que esté en otro punto de la ciudad -dijo Eric, cauteloso-. Pero no lo creo. La probabilidad es nimia. Recuerda, Sookie. Hace días que está en sus manos -cuando Eric me miró, vi lástima en sus ojos.

Aquello me asustaba más que cualquier otra cosa.

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