CAPÍTULO 15

Luis y Antonio fueron los primeros en llegar. Su cautela era evidente. Era como contemplar un programa de policías en la televisión; entraron en el local a toda prisa, separándose inmediatamente para flanquear la puerta. Casi sonreí. De hecho, Immanuel dejó escapar una sonrisa, lo cual no era una buena idea. Afortunadamente, los humanos son las últimas criaturas que preocupan a los vampiros cuando esperan tener problemas. Los dos atractivos vampiros, ataviados de vaqueros y camisetas en vez de taparrabos de cuero, registraron rápidamente el club, comprobando lugares donde pudieran esconderse otros vampiros. Hubiese sido un flagrante quebranto de la etiqueta exigir cacheos personales, pero saltaba a la vista que estaban escrutando minuciosamente a cada vampiro presente con la vista en busca de armas o estacas. Maxwell tuvo que ceder su pistola, cosa que hizo sin la mínima protesta. Se lo esperaba.

Tras una exhaustiva inspección de las dependencias y una breve inclinación a Eric, Luis sacó la cabeza al exterior para indicar que todo estaba en orden.

El resto del séquito de Victor accedió en orden creciente de importancia: el matrimonio humano que le había acompañado en el Beso del Vampiro, (Mark y Mindy); dos jóvenes vampiros cuyos nombres nunca conocí, Ana Lyudmila (que tenía mucho mejor aspecto sin su indumentaria de fantasía bondage) y un vampiro que nunca había visto, un asiático con piel marfileña y pelo negro recogido en lo alto de la cabeza en un complicado moño. Habría tenido un aspecto inmejorable con ropas tradicionales, pero vestía unos vaqueros y un chaleco negro; nada de camiseta o calzado.

– Akiro -dijo Heidi con un sobrecogido susurro. Se había acercado a mi posición y la tensión también había crecido en ella.

– ¿Es un conocido de Nevada?

– Oh, sí -afirmó-. No sabía que Victor lo hubiera convocado. Al final ha sustituido a Bruno y a Corinna. Ya te imaginarás la reputación que tiene.

Como ahora era oficialmente lugarteniente, no pasaba nada por que Akiro fuese explícitamente armado. Portaba una espada, como otros vampiros asiáticos que había conocido (bien pensado, la otra vampira asiática que conocí también era guardaespaldas). Akiro se plantó en el centro de la estancia, consciente de que todas las miradas convergían en él, la expresión dura y fría, los ojos despiadados.

Y entonces Victor hizo su entrada, resplandeciente en su traje de tres piezas blanco.

– Buen Dios todopoderoso -dije, aturdida, sin atreverme a cruzar la mirada con nadie. Los oscuros rizos de Victor estaban cuidadosamente dispuestos y su oreja perforada exhibía un gran aro dorado. Sus zapatos eran de un negro inmaculado. Era toda una visión. Incluso daba pena destruir toda esa belleza, y por un momento deseé que no estuviésemos tan decididos a arruinar nuestras vidas. Posé mi bolso sobre la barra y abrí la cremallera para gozar de un rápido acceso a su contenido. Immanuel se deslizó discretamente del taburete y se acercó a la pared, los ojos fijos en los recién llegados. Heidi tomó su lugar mientras Victor y su séquito se adentraban en el club.

Si bien tenía la mirada centrada en Victor, me sentí en la obligación de conversar con Heidi, ya que tenía la sensación de que se había sentado a mi lado por alguna razón.

– ¿Cómo está tu hijo? -le pregunté como quien interroga cuando sabe que la otra persona tiene un ser querido.

– Eric me ha ofrecido traerlo aquí -explicó ella, manteniendo su cautelosa mirada sobre los visitantes.

– Son unas noticias estupendas -dije de corazón. Una más de nuestro lado.

Mientras tanto, la recepción avanzaba lentamente.

– Victor -llamó Eric. Se adelantó hasta el centro, a unos cautelosos dos metros del regente. Fue lo bastante prudente como para no recibirlo con una bienvenida demasiado empalagosa, ya que eso habría sido una pista en letras de neón de que algo estaba a punto de pasar-. Bienvenido al Fangtasia. Nos encantaría tener la oportunidad de agasajarte con una pieza de entretenimiento. -Hizo una reverencia. El rostro de Akiro permanecía inexpresivo, como si Eric no estuviese allí.

Aún de pie y flanqueado por Luis y Antonio, Victor inclinó levemente su cabeza llena de rizos.

Sheriff, te presento a Akiro, mi nueva mano derecha -dijo con su fulgurante sonrisa-. Akiro ha accedido recientemente a mudarse de Nevada a Luisiana.

– Doy la bienvenida a un vampiro tan reconocido como Akiro a Luisiana -respondió Eric-. Estoy seguro de que serás un gran fichaje para el séquito del regente. -Eric era capaz de la misma impasibilidad que el vampiro que tenía delante.

Akiro tenía que acusar recibo de la bienvenida de un sheriff, que estaba por encima de él en la cadena alimentaria, pero era evidente que eso le incomodaba. La inclinación de su cabeza fue apenas perceptible.

Vampiros.

«Genial -pensé, muy apagada-. Al fin Victor sustituye a su lugarteniente y a su mejor luchador. Justo ahora».

– Ese Akiro tiene que ser un luchador muy hábil, ¿eh? -susurré a Heidi.

– Podría decirse que sí -dijo ella secamente, y se adelantó para saludar al regente. Todos los vampiros de Eric tuvieron que turnarse para presentarle sus respetos. Jock, el miembro más nuevo del personal de Eric, fue el último. Parecía a punto de besar el trasero de Victor a la menor oportunidad que se le presentase.

Mindy, con un arranque de lujuria de lo más inoportuno, lanzó una mirada de anhelo a Jock. Era estúpida, pero eso no significaba que mereciese morir. Me pregunté si podría hacer que visitase el aseo de mujeres antes de que llegase el gran momento. No. A menos que se le ocurriese a ella, tal maniobra sería como agitar una bandera roja. Observé a los recién llegados e intenté aunar fuerzas para lo que estaba por venir.

Eso fue particularmente horrible; la espera, la planificación, a sabiendas de que estaba a punto de hacer todo lo posible para matar a los que tenía enfrente. Los miré a todos a los ojos, anhelando que estuvieran muertos dentro de la siguiente hora. ¿Era así como se sentían los soldados? No estaba tan tensa como esperaba; me encontraba suspendida en una extraña calma, quizá porque, ahora que había llegado Victor, nada iba a parar lo que estaba a punto de desencadenarse.

Cuando el regente indicó que estaba satisfecho con la bienvenida sentándose en la silla del centro, Eric ordenó a Jock que llevase bebidas para todos. Los vampiros forasteros aguardaron a que Luis bebiera de la copa que había escogido al azar de la bandeja. Al ver que no le pasaba nada pasados los minutos, todos tomaron su copa, uno a uno, y bebieron. La atmósfera se relajó notablemente a continuación, ya que la bebida se ceñía escrupulosamente a la sensibilidad vampírica: sangre sintética recalentada de una marca de postín.

– Te ciñes a la letra de la norma aquí en el Fangtasia -observó Victor. Sonrió a Eric. Mindy se encontraba entre los dos, recostada sobre el hombro de Victor, con su propia copa de Coca-Cola light con ron. Su marido Mark, a la izquierda de Victor, no parecía sentirse muy bien. Tenía mal color y parecía apático. Cuando vi las marcas de colmillo en su cuello, me pregunté si Victor no se habría pasado. Mindy no parecía preocupada.

– Sí, regente -afirmó Eric. Devolvió la sonrisa con la misma sinceridad, y no insistió en el discurso.

– ¿Y tu preciosa esposa?

– Está presente, por supuesto -contestó Eric-. ¿Qué sería de esta noche sin ella? -Me hizo una señal para que me adelantase y Victor alzó su copa en mi dirección a modo de cumplido por mi aspecto. Conseguí parecer complacida.

– Victor -dije-. Nos alegramos enormemente de que hayas podido venir esta noche. -Me obligué a mantener el freno puesto; no quería excederme en mi entusiasmo. Victor no debía esperar de mí que fuese tan buena como Eric ocultando mis verdaderos sentimientos, y no tenía intención de cambiar sus ideas al respecto.

Por supuesto, Eric no quiso que estuviese presente. Dejó bien claro que una frágil humana, no debía estar en medio cuando los vampiros empezasen a luchar. Yo estaba de acuerdo, en teoría. Hubiese preferido estar en casa, pero no habría dejado de preocuparme cada segundo que pasaba. El peso de mi argumento radicaba en que Victor sospecharía ante mi ausencia, lo cual hubiese sido una clara señal de que Eric planeaba algo. Eric no pudo discutirlo cuando se lo planteé en nuestra reunión.

Akiro se situó detrás de la silla de Victor. Hmmm, extraño. Intentaba pensar qué podría hacer al respecto. Pam estaba detrás de la silla de Eric. Cuando Eric me llamó por señas, sonreí y me acerqué a él, el bolso al hombro.

Colton y Audrina se mimetizaban con el entorno portando bandejas con bebidas por todo el club.

Para mi asombro, Heidi se arrodilló junto a mi silla, su postura indicaba una atención llena de alerta. Eric la miró de reojo, pero no hizo mayor comentario. Heidi había adoptado una postura como si Eric le hubiese ordenado que me protegiese durante lo que podría ser una visita un poco delicada. Bajé la mirada hacia ella, pero ella me rehuyó. Sí, eso era exactamente lo que había pasado. Al menos eso entraba dentro de lo «normal» y no tenía por qué preocupar a nuestros visitantes.

– Bill -llamó Eric-. ¡Estamos listos!

Y Bill surgió del oscuro pasillo trasero, sonriente (una amplia mueca del todo inusual en él), con un brazo estirado hacia atrás (¡tachán!) para anunciar la aparición de Bubba.

¡Y vaya aparición! Ensombreció el protagonismo del propio Victor.

– Oh, Dios mío -murmuré. Vestía un mono rojo con el que alguien se había pasado un poco con la máquina de tachuelas; llevaba lentejuelas y joyas falsas por todas partes y se había dispuesto el pelo en un increíble copete. Calzaba botas negras y lucía unos enormes anillos. Esbozaba esa sonrisa asimétrica que había hecho estragos entre las mujeres de medio mundo y saludaba a su público como si estuviese compuesto de miles de individuos en vez del puñado que éramos. Bill se colocó junto al equipo de sonido que había dispuesto Maxwell, y cuando Bubba saltó al diminuto escenario y nos agradeció la asistencia, las luces se apagaron. Bill pulsó el botón y empezó a sonar Kentucky Rain.

Era increíble. ¿Qué más puedo decir?

Victor estaba completamente extasiado, al menos tanto como le fuese posible a alguien tan paranoico como él. Se inclinó hacia delante, olvidándose de Mindy, Mark y los demás vampiros, para absorber la experiencia. A fin de cuentas, tenía a Akiro para vigilarle las espaldas. Y Akiro estaba haciendo muy bien su trabajo, no cabía duda. Tenía la mirada fija en Bubba, pero no dejaba de barrer la estancia de cuando en cuando. Luis y Antonio se habían situado junto a la puerta delantera, cubriendo la espalda de Akiro, quien cubría 180 grados de club a la espalda de Víctor.

Cuando Bubba hizo una reverencia en busca de aplausos, que fueron estruendosos en el pequeño recinto que los albergaba, Bill volvió a poner música. Esta vez tocaba In the Ghetto.

Unas lágrimas rojas surcaron las mejillas de Victor. Miré por encima del hombro para ver que Luis y Antonio estaban extasiados. Los dos vampiros sin nombre estaban cerca de Bill, las manos recogidas por delante, observando el espectáculo.

Al parecer, Ana Lyudmila no era ninguna amante de la música. Parecía aburrida, sentada en el extremo del banco de uno de los apartados cercanos a la puerta delantera. Podía verla por encima del hombro de Mark. Thalia, que medía aproximadamente la mitad que Ana Lyudmila, se acercó silenciosamente a ella y le ofreció una bandeja llena de bebidas. Ana Lyudmila asintió con gracejo, escogió una y la apuró de un trago. Tras un segundo en el que su expresión se arrugó presa del horror absoluto, se derrumbó. Thalia cogió la botella justo cuando caía de sus manos. La antigua y letal vampira arrastró el cuerpo inerte bien dentro del apartado y se volvió para mirar hacia el escenario, permaneciendo quieta para interponerse a la vista del manojo de las piernas de Lyudmila que asomaban todavía. Todo ocurrió en menos de treinta segundos. No sabía qué llevaba la bebida; ¿plata líquida, quizá? ¿Era posible? Ese plan auxiliar implicaba la contingencia de que los demás vampiros se percataran de su desaparición a la vista de todos, pero había resultado rentable.

Una menos. Queríamos deshacernos del mayor número posible antes de que estallase la pelea.

Palomino, cuyo pelo blanquecino y maravillosa piel dorada le hacían sobresalir sobremanera, se las arregló para acercarse a Antonio progresiva y casualmente. Captó su mirada y sonrió, pero tuvo el tino de no exagerar.

Mi bolso estaba en el suelo, en el diminuto espacio entre mi silla y la de Eric. Bajé la mano hasta la abertura y extraje una estaca muy afilada. La deposité en la receptiva mano de Eric. Tras un segundo apoyada en su hombro para disimular el movimiento, me erguí para dejarle espacio.

Maxwell Lee, que había ocupado la posición junto a la puerta que daba a la trastienda y las oficinas, se quitó la chaqueta del traje y la dobló cuidadosamente. Apreciaba el cuidado con el que trataba a sus prendas, pero era como una señal de que iba a intentar algo. Pareció darse cuenta de eso mismo, porque después de eso intentó disimular al lado de una caseta.

Mientras Bubba se arrancaba con canciones más lentas, resultó embriagador, pero para el siguiente número optó por Jailhouse Rock, y una cierta melancolía tiñó su interpretación. Si bien la transición al vampirismo había aligerado sus achaques, aún adolecía de una pobre forma física y todavía le aquejaban las marcas de la edad.

Ahora que estaba cantando y bailando, el efecto era ligeramente patético. Noté que el público empezaba a perder la fascinación con el espectáculo.

El cambio de tono había sido un error, pero nadie podía haberlo previsto.

Noté cómo el brazo de Eric se tensaba a mi lado, y entonces, con la velocidad de una serpiente, se echó hacia delante para apartar a Mindy Simpson a su izquierda, alzó el brazo derecho y cogió impulso para clavar la estaca en el pecho de Víctor. Como el ataque de una serpiente, fue perfecto. Eric habría dado en el centro de la diana si Akiro no hubiese desenvainado su espada con la misma velocidad para dar con ella en el suelo.

Mindy Simpson estaba condenada por encontrarse en el lugar y momento equivocados. En la maniobra, la espada de Akiro se le clavó en el hombro. Su carne y sus huesos retuvieron la hoja el instante suficiente como para permitir a Eric esquivar el golpe.

Entonces se desató el infierno.

Mindy aulló de dolor y murió en cuestión de segundos. La cantidad de sangre era sencillamente increíble. Mientras daba sus últimos estertores, ocurrieron muchas cosas casi simultáneamente. Mientras Mark aún estaba paralizado con la boca abierta, Víctor intentó apartar de un empujón el cuerpo inerte y ensangrentado de Mindy, Akiro trataba de liberar su espada y Eric se movía a toda velocidad para intentar evitar otro tajo. Le sangraba el brazo, pero gracias al bloqueo accidental de Mindy, aún lo tenía servible. Yo me levanté y retrocedí para alejarme de la pelea, tirando de paso mi silla, justo al paso de Luis, que corría para proteger a su amo. Entorpecí su trayectoria y acabó cayendo al suelo. Afortunadamente para mí, estaba demasiado obcecado por la parte vampírica del enfrentamiento como para considerarme un peligro, y se limitó a utilizarme para incorporarse.

No es que me sintiese mejor, pero al menos no resultó fatal para mí.

Me agaché como pude para tratar de vislumbrar qué hacer a continuación. Bajo la escasa luz, no era fácil decidir lo que estaba pasando. Una pareja en pugna cerca de la puerta principal resultó estar compuesta por Palomino y Antonio, y la pequeña figura que volaba por los aires debía de ser Thalia. Pretendía aterrizar sobre la espalda de Akiro, pero éste se giró (al menos un segundo, y a una velocidad increíble) y acabó golpeándolo en el pecho, haciendo que se tambalease. Su espada no era el arma ideal para el combate cerrado, no con una Thalia dispuesta a cualquier cosa para arrancarle la garganta de un mordisco.

Mark Simpson intentaba alejarse del cadáver de su mujer y de los vampiros en liza dando traspiés mientras decía: «Oh, Dios mío, oh, Dios mío», una y otra vez. Pero consiguió esconderse detrás de la barra, donde aferró una botella y buscó a alguien a quien golpear con ella. Pensé que podía encargarme de Mark Simpson, así que me obligué a levantarme.

Colton lo hizo antes de que pudiera llegar. Cogió otra botella y la estrelló contra la cabeza desprevenida de Mark, al que dejó noqueado en el suelo.

Mientras Thalia mantenía ocupado a Akiro, Eric y Pam se encargaban de Victor. Las peleas de bar justas no existen. Unieron sus fuerzas contra él.

Maxwell Lee clavó una certera estaca por la espalda de Antonio mientras lidiaba con Palomino.

Podía oír a Bubba gritando agitadamente. Corrí hasta el escenario y lo cogí del brazo.

– Eh, tranquilo, no pasa nada -lo tranquilicé. Había tanta gente aullando y gritando que no sabía si me había oído, pero tras repetirme veinte veces dejó de chillar (gracias a Dios) y dijo:

– Señorita Sookie, quiero salir de aquí.

– Claro -contesté, tratando de mantener la calma de mi propia voz, cuando lo que deseaba era unirme al coro de gritos -. ¿Ves esa puerta de allí? -Señalé a la puerta que conducía al resto del club, el despacho de Eric y demás-. Ve por allí y espera al otro lado. Lo has hecho genial, ¡genial! Bill te seguirá pronto, estoy segura.

– Vale -dijo con total desamparo, y vi cómo su silueta se movía a través de la tenue luz que procedía de la puerta abierta. Finalmente localicé a Bill, que se abría paso entre los combatientes con los ojos puestos en Bubba. Cogió a Bubba por el brazo y tiró de él hasta la seguridad, que era la tarea que previamente se le había asignado. Me enorgullecí de ver que había dejado a uno de los vampiros anónimos muerto en el suelo, ya en pleno proceso de desvanecimiento.

Estaba tan centrada en Bubba que no vi a Audrina tambaleándose hacia mí, las manos echadas a la garganta, intentando taponar una herida por la que se estaba desangrando, hasta que nos chocamos, provocando que cayese de rodillas. Desconocía cuál era su pretensión; quizá quería pasar de largo hacia la barra para taparse la herida con un paño, o a lo mejor sólo intentaba huir de su atacante, pero nunca lo consiguió. Cayó redonda al suelo a un metro de mí. Ya no podía hacer nada por ella. Sentí movimiento a mi espada cuando le toqué la muñeca y pude apartarme del cuerpo justo a tiempo para no recibir un golpe de Jock, el barman. Su instinto de supervivencia era notable, persiguiendo a mujeres humanas en vez de vampiros. Indira, su sari agitándose alrededor de su figura, aferró el pesado brazo de Jock y lo retorció con la fuerza necesaria para lanzarlo contra una pared. Hizo un agujero. Jock retrocedió tambaleándose. Indira se lanzó al suelo, lo agarró por la entrepierna y tiró con fuerza. Jock pataleó y forcejeó en medio de sus propios gritos, pero eso no impidió que Indira le arrancara los testículos.

Ya tenía «una cosa horrible nunca vista» más que añadir a la lista.

La sangre empezó a manar abundantemente de la herida de Jock, densa y oscura, y éste miró hacia abajo, presa del shock mientras la vampira lanzaba un aullido de victoria. Con una repentina determinación, el barman disparó sus puños cerrados y la golpeó a un lado de la cabeza. Indira salió volando. Esta vez le tocó a ella chocar contra una pared. Permaneció quieta en el suelo por un segundo, meneando la cabeza como si tuviese moscas revoloteando alrededor. Jock fue a por ella, pero pude agarrarle del hombro para retenerlo un segundo. Para cuando llegó a su altura, Indira se había espabilado lo suficiente como para arrojarle el sari a la cara y cegarlo mientras se hacía con la estaca que yo le había lanzado y se la clavaba en el corazón.

Jock, apenas le conocía.

Intenté emprender una rápida evasión.

Jock fuera, Mark y Mindy fuera, Ana Lyudmila fuera, Antonio fuera, vampiro enemigo desconocido número uno fuera, Luis… ¿dónde se había metido? Oí un disparo fuera y supuse que era la respuesta a mi pregunta. En efecto, Luis se fue corriendo hacia la parte de atrás del club con una herida en el hombro. Mustafá Khan le estaba esperando con un cuchillo muy largo. Luis opuso una feroz resistencia a pesar de la herida de bala, y además llevaba un arma oculta. Sacó su propia espada y se lanzó sobre Mustafá, pero Immanuel le propinó una patada en la rodilla desde atrás y Luis trastabilló. Rubio aprovechó ese momento de debilidad para clavarle una estaca en el pecho. Si bien Mustafá dijo un «Oh, demonios» con gran disgusto, hizo un gesto de reconocimiento a Rubio. Sorprendido, Rubio se lo devolvió.

Palomino lo estaba pasando mal con el vampiro anónimo número dos, que luchaba como un demonio. Puede que Palomino no fuese una luchadora muy avezada o veterana, pero era sanguinaria y nada fácil. Parker, que no era muy de luchar, se quedó a espaldas del número dos y le clavó repetidas veces un punzón de hielo, lo cual no era demasiado eficaz pero sí obviamente irritante. Número dos, un fornido vampiro que había sido convertido a los treinta y tantos, se curaba sólo para ser apuñalado otra vez. Estoy segura de que eso dolía, y mucho. Parker parecía temer acercarse lo suficiente como para clavarle el punzón en el corazón. Palomino era demasiado lenta debido a sus numerosas heridas como para inmovilizarlo. Mustafá, frustrado por no haber podido matar a Luis, apartó a Parker de un manotazo y decapitó a número dos con un dramático tajo de su hoja.

Ahora, Akiro y Victor eran los únicos enemigos que quedaban en pie.

Ambos sabían que estaban luchando a vida o muerte. La boca de Pam estaba ensangrentada, pero no era capaz de distinguir si la sangre era suya o de Victor. Sentí que el cluviel dor presionaba contra mi piel y pensé en sacarlo, pero en ese instante Akiro consiguió cercenar el brazo de Thalia. Ésta lo cogió antes de caer al suelo y lo utilizó para golpear a Akiro, mientras Heidi saltaba a su espalda y lo apuñalaba en el cuello.

Akiro soltó su espada para agarrarse la garganta. Yo agarré el arma para que no pudiera recuperarla. Era una espada larga, pero no tan pesada como hubiese esperado. Retrocedí para alejarla más de él. En ese momento, Victor estrelló a Eric contra una pared y empujó a Pam de espaldas para lanzarse sobre ella, justo delante de mis narices. Le mordió en el cuello, aplastando sus hombros contra el suelo con ambas manos.

Ella alzó la mirada hasta encontrarse con la mía. Su expresión era de una calma escalofriante.

– Hazlo -dijo.

– No. -Podía dañar a Pam.

– Hazlo -insistió con tono apremiante. Sus manos aferraron a Victor de los brazos, inmovilizándolo.

Eric se tambaleaba para recuperar el equilibrio. La sangre le manaba de una herida en la cabeza, del brazo y del costado. Había mordido a Victor al menos una vez, a juzgar por su boca ensangrentada. Miré a Pam, que sujetaba a nuestro enemigo con todas las fuerzas que le quedaban. Asintió y giró la cabeza a un lado. Cerró los ojos. Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo. Cogí aire y propulsé la espada hacia abajo.

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