CAPÍTULO 04

Al día siguiente me levanté bastante triste en general, pero me alegré al comprobar que Claude y Dermot habían vuelto a casa la noche anterior. Las pruebas eran evidentes. La camiseta de Claude estaba tirada sobre el respaldo de una de las sillas de la cocina y los zapatos de Dermot estaban a los pies de la escalera. Además, después de mi ducha y el primer café, saliendo de mi habitación con mis shorts y mi camiseta verde, ambos me estaban esperando en el salón.

– Buenos días, chicos -saludé. Incluso a mis propios oídos mis palabras no me parecieron excesivamente alegres-. ¿Os acordabais que hoy venían los de la tienda de antigüedades? Deberían estar aquí dentro de una o dos horas.

Me situé para mantener la charla que teníamos pendiente.

– Bien, entonces esta habitación dejará de parecer una tienda de desperdicios -dijo Claude con su habitual encanto.

Me limité a asentir. Por lo visto, hoy tocaba Claude el Detestable, en vez del menos habitual Claude el Tolerable.

– Te habíamos prometido una conversación -intervino Dermot.

– Y vais y no aparecéis en casa anoche. -Apoyé la espalda en la vieja mecedora rescatada del desván. No me sentía especialmente preparada para una conversación de esa índole, pero estaba ansiosa por obtener algunas respuestas.

– Han pasado algunas cosas en el club -se excusó Claude evasivamente.

– Oh, oh, deja que lo adivine. Ha desaparecido una de las hadas.

Eso les hizo envararse en el asiento.

– ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? -Dermot fue el primero en recuperar el habla.

– Lo tiene Víctor. O la tiene -añadí, y les relaté la historia de la noche anterior.

– No bastaba con tener que resolver los problemas de nuestra propia raza -se quejó Claude -, sino que ahora nos meten también en las jodidas luchas políticas de los vampiros.

– No -dije, sintiendo que la conversación se me hacía cada vez más cuesta arriba-. No os han arrastrado a esas luchas como grupo. Han raptado a uno de los vuestros para algo específico. Es un escenario completamente distinto. Dejad que os diga que el hada raptada fue sangrada, porque eso era lo que necesitaban los vampiros: su sangre. No digo que vuestro camarada desaparecido haya muerto, pero ya sabéis cómo pierden el control los vampiros cuando hay un hada cerca, y ya ni hablemos cuando sangra.

– Tiene razón -le dijo Dermot a Claude -. Cait debe de estar muerta. ¿Alguna de las hadas del club son familiares suyas? Tenemos que preguntarles si han tenido una visión de su muerte.

– Una hembra -indicó Claude. Su bello rostro parecía esculpido en piedra-. Una pérdida que no nos podemos permitir. Sí, tenemos que averiguarlo.

Durante un segundo me sentí confusa. Claude no pensaba demasiado en las mujeres en cuanto a su vida personal. Entonces recordé que el número de hadas hembra era cada vez más reducido. No sabía si era el caso del resto de seres feéricos, pero las hadas se estaban extinguiendo. No es que no me importara la desaparición de Cait (aunque pensaba que las probabilidades de que estuviese viva eran las mismas de que una bola de nieve no se derritiera en el infierno), pero tenía otras preguntas más egoístas que formular, y no pensaba dejar que me desviasen del tema. Tan pronto como Dermot llamó al Hooligans y habló con Bellenos para que reuniese a la gente y preguntase a la familia de Cait, volví a encarrilar la conversación.

– Mientras Bellenos está ocupado, tenéis algo de tiempo libre, y como los tasadores llegarán de un momento a otro, necesito que respondáis a mis preguntas rápidamente -expuse.

Dermot y Claude se miraron. Se ve que Dermot perdió la iniciativa de la conversación en el cara o cruz de la moneda, porque tomó aire y empezó.

– Ya sabes que «cuando uno de vuestros caucásicos se aparea con uno de vuestros negros, a veces los hijos que resultan acaban pareciéndose más a una raza que a otra, supuestamente por azar. Esa probabilidad puede variar incluso entre los demás hijos de la misma pareja.

– Sí -admití-. Eso he oído.

– Cuando Jason era un bebé, nuestro bisabuelo Niall lo comprobó.

Me quedé boquiabierta.

– Espera. -La palabra me salió como un croar ronco-. Niall me dijo que no podía visitarnos porque su hijo mestizo humano, Fintan, se lo impedía. Ese Fintan resultó ser nuestro abuelo.

– Por eso Fintan os mantenía apartados de los seres feéricos. No quería que su padre interfiriese en vuestra vida como lo había hecho en la suya. Pero Niall tiene sus recursos y, a pesar de todo, descubrió que la chispa esencial se había saltado a Jason. Digamos que dejó de interesarse… -dijo Claude.

Aguardé.

El prosiguió:

– Por eso se tomó tantos años para presentarse a ti. Podría haber esquivado a Fintan, pero había dado por sentado que te pasaría lo mismo que a Jason…: atractiva tanto para humanos como para seres sobrenaturales, pero, aparte de eso, esencialmente humana.

– Pero luego oyó decir que no lo eras -terció Dermot.

– ¿Oyó decir? ¿De boca de quién? -Mi abuela se habría sentido orgullosa.

– De Eric. Habían tenido algunos negocios juntos, y Niall le pidió a Eric que lo mantuviese informado de los acontecimientos de tu vida. Eric le informaba de vez en cuando de las cosas que te pasaban. Llegó un momento en el que Eric consideró que necesitabas la protección de tu bisabuelo y, evidentemente, te estabas marchitando. ¿Qué?

– Así que el abuelo envió a Claudine, y cuando ella se preocupó por no ser capaz de cuidar de ti, decidió conocerte en persona. Eric también se encargó de eso. Supongo que pensaría que así se ganaría la buena voluntad de Niall como pago de su hallazgo. – Dermot se encogió de hombros-. Debe de haberle funcionado. Todos los vampiros son sobornables y egoístas.

Las palabras «sartén» y «cazo» me vinieron a la mente.

– Entonces Niall apareció en mi vida y se hizo visible mediante la intervención de Eric -dije-. Y eso precipitó la guerra de las hadas, porque las hadas del agua no querían más contactos con los humanos, y mucho menos con bastardos reales con apenas un octavo de sangre de hada. -«Gracias, chicos». Me encantaba escuchar que toda la guerra había sido culpa mía.

– Sí -afirmó Claude juiciosamente-. Es un resumen acertado. Así empezó la guerra, y tras muchas muertes, Niall decidió sellar el mundo feérico. -Lanzó un hondo suspiro-. A Dermot y a mí nos dejaron fuera.

– Y, por cierto, no me estoy marchitando -señalé, bastante molesta-. Quiero decir, ¿de verdad os lo parezco? -Sabía que me estaba desviando de lo importante, pero eso me había tocado la fibra sensible. Me estaba enfadando de verdad.

– Sólo tienes un poco de nuestra sangre -explicó Dermot con amabilidad, como si eso fuese un recordatorio funesto-. Estás envejeciendo.

Eso era innegable.

– Entonces ¿por qué cada vez me siento más como una de vosotros, si precisamente apenas tengo sangre de hada?

– Nuestra suma es más que nuestras partes -declaró Dermot-. Yo soy medio humano, pero cuanto más tiempo paso con Claude, más poderosa es mi magia. Claude, a pesar de ser un hada de pura sangre, lleva demasiado tiempo en el mundo de los humanos y eso lo ha debilitado. Ahora está más fuerte. Tú sólo cuentas con un poco de sangre feérica, pero cuanto más tiempo pases con nosotros, más sobresaldrá ese elemento en tu naturaleza.

– ¿Es como los intereses de una inversión? -dije-. No acabo de pillarlo.

– Es más bien como…, como meter un vestido rojo en la lavadora junto a la blanca -explicó Dermot, triunfante, quien había hecho precisamente eso la semana pasada. Ahora, todos teníamos calcetines rosas.

– Pero ¿no significaría eso que ahora Claude es menos rojo? Quiero decir, menos hada. Si le estamos drenando.

– No -contestó Claude con cierta complacencia-. Ahora estoy más rojo que antes.

– Yo también -asintió Dermot.

– Yo no he notado gran diferencia -dije.

– ¿No te sientes más fuerte que antes?

– Bueno…, algunos días, sí. -No era como ingerir sangre de vampiro, que otorgaba una fuerza superior durante un periodo indeterminado, si es que no te hacía perder los papeles. Era como notar un incremento en el vigor. De hecho, me sentía más joven. Y dado que aún estaba al principio de la veintena, no dejaba de ser inquietante.

– ¿No anhelas ver de nuevo a Niall?

– A veces. -Todos los días.

– ¿No te sientes más feliz cuando dormimos contigo en la cama?

– Sí, pero quiero que lo sepáis: también me parece un poco espeluznante.

– Humanos -dijo Claude a Dermot con un toque de exasperación y paternalismo en la voz. Dermot se encogió de hombros. A fin de cuentas, él era medio humano.

– Y, aun así, decides quedarte -dije.

– Cada día me pregunto si no cometí un error.

– ¿Por qué te quedaste si estás tan ansioso por volver con Niall y tu vida feérica? ¿Cómo obtuviste la carta de Niall, la que me diste el mes pasado y en la que decía haber empleado toda su influencia para que el FBI me dejase en paz? -Le clavé una mirada suspicaz-. ¿Era una falsificación?

– No, era auténtica -explicó Dermot-. Y estamos aquí porque ambos amamos y tememos a nuestro príncipe.

– Vale -atajé, dispuesta a cambiar de tema, ya que no podía entrar en el debate de sus sentimientos-. ¿Qué es un portal exactamente?

– Es un punto más fino en la membrana -dijo Claude. Me lo quedé mirando como si no entendiera nada, y desarrolló su respuesta-. Existe una especie de membrana mágica entre nuestro mundo, el sobrenatural, y el vuestro. Allí donde la membrana se hace más fina, se vuelve permeable. Desde esos puntos, el mundo feérico es accesible. Al igual que las partes de tu mundo que normalmente te son invisibles.

– ¿Cómo?

Claude había cogido carrerilla.

– Los portales suelen permanecer en el mismo sitio, aunque pueden variar un poco. Los usamos para ir de vuestro mundo al nuestro. En el portal que hay en tu bosque, Niall dejó una apertura. No es lo suficientemente grande como para que pase uno de nosotros erguido, pero sí se pueden transferir objetos.

Como la rendija para el correo en las puertas.

– ¿Ves? ¿Tan difícil era? -me quejé-. ¿Se te ocurre alguna verdad más que compartir conmigo?

– ¿Como cuál?

– Como por qué todos esos feéricos están en el Hooligans, actuando como strippers, porteros y a saber qué más. No todos son hadas. Ni siquiera sé lo que son. ¿Por qué han acabado con vosotros dos?

– Porque no tienen ningún sitio al que ir -dijo Dermot simplemente -. Se quedaron todos fuera. Algunos adrede, como Claude, pero otros en contra de su voluntad, como yo.

– ¿Entonces Niall selló el acceso al mundo feérico y dejó a su gente atrás?

– Sí. Quería mantener dentro a todos los seres que aún deseaban matar a los humanos; tenía demasiada prisa – explicó Claude. Noté que Dermot, a quien Niall había rechazado de forma tan cruel, tenía sus dudas acerca de esa explicación.

– Tenía entendido que Niall contaba con razones de peso para aislar el mundo feérico -maticé lentamente-. Dijo que la experiencia le había enseñado que siempre hay problemas cuando las hadas y los humanos se mezclan. No quería que las hadas procrearan más con los humanos porque muchas de ellas detestan las consecuencias, o sea los mestizos. -Miré a Dermot con aire de disculpa y éste se encogió de hombros. Estaba acostumbrado -. Niall no tenía intención de volver a verme. ¿Tantas ganas tenéis vosotros dos de volver al mundo feérico y quedaros allí?

Se produjo una pausa que podríamos calificar como elocuente. Estaba claro que Claude y Dermot no iban a responder. Al menos no iban a mentir.

– Entonces, explicadme por qué habéis venido a vivir conmigo y qué es lo que queréis de mí -exigí, anhelando que sí respondieran a eso.

– Estamos viviendo contigo porque nos pareció buena idea unirnos a la familia que nos queda -explicó Claude-. Aislados de nuestro mundo, nos sentíamos débiles y no teníamos la menor idea de que tantos habían quedado a este lado. Nos sorprendió cuando los demás seres feéricos de Estados Unidos empezaron a converger en el Hooligans. Y nos hizo felices. Como te hemos dicho, cuanto más unidos estamos, más fuertes somos.

– ¿Me estáis diciendo toda la verdad? -Me levanté y empecé a caminar de un lado a otro-. Podríais haberme dicho todo esto antes, pero no lo hicisteis. Puede que estéis mintiendo. -Separé los brazos del cuerpo con las palmas hacia delante, en plan: «¿Y bien?».

– ¿Qué? -Claude se sintió insultado. Bueno, iba siendo hora de que probase de su propia medicina-. Las hadas nunca mienten, todo el mundo lo sabe.

Sí, claro. Todo el mundo lo sabe.

– Puede que no sea mentira, pero no sería la primera vez que decís una verdad a medias -indiqué-. Es uno de los rasgos que compartís con los vampiros. A lo mejor tenéis más de una razón para estar aquí. A lo mejor lo hacéis para ver quién pasa por el portal.

Dermot se incorporó como un resorte.

Ya estábamos los tres enfadados. La habitación estaba llena de acusaciones.

– Yo deseo volver al mundo feérico porque deseo ver de nuevo a Niall -dijo Claude, escogiendo cuidadosamente sus palabras-. Es mi abuelo. Estoy harto de recibir mensajes ocasionales. Deseo visitar nuestros enclaves sagrados, donde pueda estar cerca de los espíritus de mis hermanas. Deseo ir y venir entre los mundos, como es mi derecho. Éste es el portal más cercano. Tú eres nuestra familiar más cercana. Y esta casa tiene algo. Éste es nuestro sitio, por ahora.

Dermot se asomó por la ventana hacia la cálida mañana. Fuera había mariposas, todas las plantas estaban en flor y el sol brillaba con fuerza. Sentí una oleada de intenso anhelo por salir con las cosas que comprendía en vez de quedarme allí dentro, enzarzada en una extraña conversación con unos familiares que no comprendía o en los que no confiaba del todo. Si la lectura de su lenguaje corporal era indicador de algo, Dermot parecía compartir mis mismos pensamientos de añoranza.

– Pensaré en lo que me habéis dicho -contesté a Claude. Los hombros de Dermot parecieron relajarse una fracción-. Tengo otras cosas en la cabeza. Os conté lo del atentado contra el bar. -Dermot se giró y se apoyó en la ventana. Si bien tenía el pelo más largo que mi hermano y su expresión era más (lo siento, Jason) inteligente, su parecido resultaba escalofriante. No es que fuesen idénticos, pero podrían pasar por el otro perfectamente, al menos brevemente. Pero Dermot destilaba unos tonos más oscuros que nunca había visto en Jason.

Ambos asintieron cuando mencioné lo del Merlotte’s. Parecían interesados, pero sin ánimo de involucrarse; una expresión a la que los vampiros me tenían acostumbrada. Lo cierto es que les importaba un bledo lo que pudiera ocurrirles a los humanos que no conocían. Si leyeran a John Donne, estarían en desacuerdo con su teoría de que ningún hombre es una isla. La mayoría de humanos compartía una gran isla a juicio de las hadas, y esa isla estaba a la deriva en un mar llamado Me Importa un Comino.

– La gente se suelta de la lengua en los bares, así que no me cabe duda de que en los clubs de striptease también. Por favor, mantenedme al tanto si averiguáis algo sobre quién lo hizo. Es importante para mí. Si pudierais pedirle al personal del Hooligans que prestase atención a las conversaciones, estaría muy agradecida.

– ¿El negocio le va mal a Sam, Sookie? -preguntó Dermot.

– Sí -dije, no del todo sorprendida por el giro de la conversación-. Y el nuevo bar cerca de la autopista se está llevando a nuestra clientela. No sé si es la novedad del Redneck Roadhouse de Vic o del Beso del Vampiro lo que se está llevando a la gente, o si se van porque Sam es un cambiante, pero el Merlotte’s no pasa por sus mejores momentos.

Intentaba decidirme sobre cuánto quería contarles de las maldades de Víctor cuando Claude soltó repentinamente:

– Te quedarías sin trabajo. -Y cerró la boca, como si eso hubiese alumbrado una sucesión de pensamientos.

Todo el mundo parecía estar muy interesado en lo que haría si el Merlotte’s cerrase.

– Sam perdería su medio de vida -puntualicé antes de volverme hacia la cocina para servirme otra taza de café-, lo cual es mucho más importante que mi trabajo. Yo puedo encontrar otro sitio.

– El podría poner un bar en otro sitio -dijo Claude encogiéndose de hombros.

– Tendría que abandonar Bon Temps -solté con aspereza.

– Y eso no te agradaría, ¿verdad? -Claude adquirió un aire pensativo que me incomodó mucho.

– Es mi mejor amigo -señalé-. Lo sabéis. -Quizá era la primera vez que lo decía en voz alta, pero supongo que era algo que sabía desde hacía mucho tiempo -. Oh, por cierto, si queréis saber lo que le pasó a Cait, deberíais poneros en contacto con un humano de ojos grises que trabaja en el Beso del Vampiro. El letrero de su uniforme ponía que se llamaba Colton. -Conocía varios sitios que repartían alegremente etiquetas de identificación independientemente del nombre de su portador, pero al menos era un principio. Me encaminé hacia la cocina.

– Espera -dijo Dermot tan abruptamente que giré la cabeza para mirarlo-. ¿Cuándo vendrá la gente de la tienda de antigüedades para echarle un vistazo a tus desechos?

– Deberían estar aquí en un par de horas.

– El desván está más o menos vacío. ¿No planeabas limpiarlo?

– Era lo que pensaba hacer esta mañana.

– ¿Quieres que te echemos una mano? -se ofreció Dermot.

Claude estaba claramente atónito. Lanzó una mirada más que significativa a Dermot.

Volvíamos así al terreno familiar y, por una vez, me sentí agradecida. Hasta que no tuviese tiempo para asimilar toda esa información nueva, no sabría cuáles eran las preguntas más adecuadas que formular.

– Gracias -dije-. Estaría muy bien que os llevaseis arriba uno de los cubos de basura grandes. Cuando barra y quite los restos más pequeños podríais tirar el contenido. -Contar con familiares sobrehumanamente fuertes puede ser muy práctico.

Volví al porche para armarme con mis utensilios de limpieza y, subiendo por la escalera, linterna en mano, noté que la puerta de Claude estaba cerrada. Amelia, mi anterior inquilina, había acondicionado uno de los dormitorios del piso de arriba con un tocador barato, aunque mono, una cómoda y una cama. Había acondicionado el otro como su salón de estar, con dos cómodos sillones, un televisor y un amplio escritorio que ahora permanecía vacío. El día que despejamos el desván me di cuenta de que Dermot había puesto un catre en el antiguo saloncito.

Antes de poder decir «esta boca es mía», Dermot apareció en la puerta del desván con el cubo de basura en la mano. Lo dejó en el suelo y miró a su alrededor.

– Creo que estaba mejor con los recuerdos de la familia -dijo, y tuve que estar de acuerdo. A la luz del día, que se colaba por las sucias ventanas, el desván parecía un lugar triste y destartalado.

– Estará mejor cuando lo limpiemos -dije, decidida, y empecé a usar la escoba, quitando telarañas y despejando polvo y desechos de las tablas del suelo. Para mi sorpresa, Dermot cogió unos trapos viejos y limpiacristales y se puso manos a la obra con las ventanas.

Me pareció más inteligente no emitir ningún comentario. Cuando Dermot terminó con las ventanas, me ayudó con el recogedor mientras yo barría la porquería con la escoba. Finalizado el barrido y tras subir la aspiradora para rematar la faena, indicó:

– Estas paredes necesitan una mano de pintura.

Era como decir que el desierto necesita agua. Puede que alguna vez alguien las pintara, pero hacía mucho que se habían descascarillado, dejando un color indeterminado, manchado por los innumerables objetos que habían pasado años apoyados.

– Pues sí. Lija y pintura. Y el suelo también. -Di unos golpecitos en el suelo con el pie. Mis antepasados se habían vuelto locos con el encalado cuando añadieron el segundo piso a la casa.

– Sólo necesitarás parte de este espacio para almacenar cosas -soltó Dermot de la nada-. Eso si damos por sentado que los compradores de antigüedades se llevan las piezas más voluminosas y no las tenemos que volver a subir aquí.

– Es verdad. -Dermot parecía tener razón, pero no sabía muy bien adonde quería llegar-. ¿Qué quieres decir? -pregunté sin rodeos.

– Podrías hacer un tercer dormitorio aquí si usases ese extremo como almacén -explicó-. ¿Ves esa parte?

Estaba apuntando hacia un lugar donde la inclinación del tejado creaba un espacio natural de unos dos metros de profundidad y la anchura de la casa.

– No debería costar hacer una partición y poner algunas puertas -dijo mi tío abuelo.

¿Dermot sabía cómo poner puertas? Debí de parecer asombrada, porque añadió:

– He estado viendo el canal HGTV [4] en el televisor de Amelia.

– Oh. -Fue todo lo que pude respondí mientras intentaba dar con una observación más inteligente. Aún me sentía perdida-. Bueno, podríamos hacerlo. Pero no creo que necesite otro dormitorio. Quiero decir: ¿quién querría vivir aquí arriba?

– ¿No es bueno tener siempre más dormitorios? Es lo que dicen los del canal de televisión. Y a mí no me importaría mudarme aquí arriba. Claude y yo podríamos compartir el saloncito y ambos tendríamos nuestro propio espacio.

Me sentí fatal por no haber preguntado nunca a Dermot si tenía alguna objeción sobre compartir dormitorio con Claude. Estaba claro que sí. Dormir en un catre en el saloncito… Había sido un desastre de anfitriona. Miré a Dermot con más atención que nunca. Su tono había sonado esperanzado. Quizá mi nuevo inquilino tenía un empleo a tiempo parcial; me di cuenta de que, en realidad, no sabía a qué se dedicaba Dermot en el club. Había dado por sentado que estaría con Claude cuando éste se fuese a Monroe, pero nunca había tenido la curiosidad suficiente para preguntarle lo que hacía una vez allí. ¿Y si ser medio hada era lo único que tenía en común con el egoísta de Claude?

– Si crees que tendrás el tiempo para hacer el trabajo, me encantaría comprar el material necesario -dije sin tener muy claro de dónde salían mis palabras-. De hecho, si pudieras lijar, imprimar, pintarlo todo y construir la partición, te lo agradecería en el alma. Te pagaría gustosa por el trabajo. ¿Qué te parece si vamos al almacén de madera de Clarice el próximo día que libre? ¿Podrías calcular cuánta madera y pintura necesitaríamos?

Dermot se encendió como un árbol de Navidad.

– Puedo intentarlo, y sé dónde alquilar una lijadora -dijo-. ¿Confías en mí para que lo haga?

– Sí -contesté, poco convencida de mi sinceridad. Pero, después de todo, ¿qué podría empeorar el desván? Empecé a sentir que el entusiasmo también se me contagiaba-. Estaría genial reformar este espacio. Dime cuánto debería pagarte por todo.

– Ni hablar -respondió -. Me has dado un hogar y la tranquilidad de tu presencia. Es lo mínimo que puedo hacer a cambio.

Argumentado así, no podía discutirle nada. Es lo que tiene cuando alguien se muestra tan determinado a no recibir un obsequio, y ésa era una de tales situaciones.

Había sido una mañana repleta de información y sorpresas. Mientras me lavaba la cara y las manos para deshacerme del polvo del desván, oí que un coche se acercaba por el camino privado. El logotipo de la tienda Splendide, impreso con letras góticas, llenaba el lateral de una furgoneta blanca.

Brenda Hesterman y su socio salieron del vehículo. El hombre era bajo y compacto, vestía unos pantalones sueltos con un polo azul y brillantes mocasines. Su pelo, de canas incipientes, era bastante corto.

Salí al porche a recibirlos.

– Hola, Sookie -saludó Brenda, como si fuésemos viejas amigas -. Te presento a Donald Callaway, el copropietario de la tienda.

– Señor Callaway -dije, saludando con un gesto de la cabeza-. Pasad, por favor. ¿Queréis beber algo?

Ambos declinaron la oferta mientras subían los escalones. Una vez dentro, repasaron con la mirada el atestado salón, mostrando una apreciación que mis huéspedes feéricos no habían mostrado.

– Adoro el techo de madera -dijo Brenda-. ¡Y mira los tablones de la pared!

– Una casa antigua -observó Donald Callaway-. Enhorabuena, señorita Stackhouse, por vivir en una casa tan maravillosa y llena de historia.

Intenté no parecer tan desconcertada como me sentía. No era la reacción a la que estaba acostumbrada. La mayoría de la gente me compadecía por vivir en una casa tan antigua. Las paredes no eran muy eficaces y las ventanas no eran las normales.

– Gracias -dije, dubitativa-. Bueno, todo esto es lo que había en el desván. Echad un vistazo a ver si hay algo que os guste. Llamadme si necesitáis algo.

No tenía ningún sentido quedarme por allí, y quedarme a observar lo que hacían me hacía sentir un poco violenta. Me fui a mi habitación para limpiar el polvo y ordenarla y, de paso, limpiar uno o dos cajones. En circunstancias normales, me habría puesto la radio, pero ahora prefería tener el oído listo por si necesitaban algo. Hablaban entre ellos en voz baja de vez en cuando, y me di cuenta de que sentía curiosidad por lo que estuvieran decidiendo. Cuando oí que Claude bajaba las escaleras, pensé que sería buena idea salir a despedirme de él y de Dermot antes de que se marcharan.

Brenda se quedó con la boca abierta al paso de los dos atractivos feéricos frente al salón. Los retuve lo suficiente para hacer las presentaciones y mantener un mínimo de educación. No me sorprendió nada que Donald pensase en mí con otra perspectiva tras conocer a mis «primos».

Me encontraba fregando el suelo del cuarto de baño del pasillo cuando oí a Donald soltar una exclamación. Fui corriendo al salón intentando mostrar una curiosidad casual.

Había estado echando un vistazo al escritorio de mi abuelo, una pieza muy fea y pesada que había sido objeto de muchos juramentos y sudores por parte de los hadas cuando lo llevaron hasta el salón.

El pequeño hombre se encontraba frente a él en ese momento, la cabeza cerca del espacio para las rodillas.

– Aquí hay un compartimento secreto, señorita Stackhouse -dijo, y avanzó unos centímetros de cuclillas -. Ven, te lo enseñaré.

Me arrodillé junto a él, emocionada ante el inminente descubrimiento. ¡Un compartimento secreto! ¡El tesoro de los piratas! ¡Un truco de magia! Todos ellos desencadenan una alegre anticipación infantil.

Con la ayuda de la linterna de Donald, observé que al fondo del escritorio, en la zona donde debían encajar las rodillas, había un panel suplementario. Había unas diminutas bisagras, lo suficientemente altas para que ninguna rodilla se rozara con ellas, de modo que la puerta se abriera hacia arriba.

Cómo abrirla era un misterio.

Después de permitirme que echara un buen vistazo, Donald dijo:

– Puedo intentarlo con mi navaja de bolsillo, señorita Stackhouse, si no hay objeción.

– Ninguna en absoluto -respondí.

Se sacó una navaja bastante compacta del bolsillo y sacó la hoja, deslizándola suavemente por la comisura. Como era de esperar, en medio de la comisura dio con un cierre de algún tipo. Empujó suavemente con la hoja, primero desde un lado y luego desde el otro, pero no pasó nada.

A continuación empezó a palpar la madera alrededor de todo el hueco para las rodillas. Había una franja de madera en ambos puntos donde los laterales y la parte superior del hueco se encontraban. Donald presionó y empujó, y justo cuando iba a darme por vencida, se produjo un oxidado chasquido y el panel se abrió.

– ¿Qué tal si haces los honores? -propuso Donald-. Es tu escritorio.

Era un argumento razonable y cierto, así que ocupé su sitio cuando lo dejó libre. Levanté el panel y lo mantuve en alto mientras Donald apuntaba con su linterna, pero como mi cuerpo bloqueaba la luz, me llevó un rato sacar el contenido.

Agarré y tiré suavemente cuando noté al tacto el contorno de un bulto. Ya era mío. Retrocedí con movimientos de cadera intentando no pensar en qué aspecto tendría desde el punto de vista de Donald. Tan pronto salí de debajo del escritorio, fui hacia la ventana más cercana con el polvoriento bulto para examinarlo.

Había una pequeña bolsa de terciopelo atada con cuerda por la parte superior. El color había sido rojo vino, pero supuse que de eso hacía mucho tiempo. Había un sobre, antaño blanco, de unos quince por veinte, con fotos dentro. Mientras lo aplanaba, me di cuenta de que contenía el patrón de un vestido. De repente fluyó en mí un torrente de recuerdos. Recordé la caja que contenía todos los patrones, los de Vogue, los de Simplicity y los Butterick. Mi abuela disfrutó durante muchos años de la costura, hasta que un dedo roto de la mano derecha no se curó bien y cada vez se le hizo más difícil manejar los finos patrones y demás material. Por la foto, ese sobre en particular había contenido el patrón de una prenda de falda larga, ceñida por la cintura, y las tres modelos representadas mostraban elegantes hombreras encorvadas, rostros delgados y pelo corto. Una de ellas llevaba el vestido a medio cuerpo, la otra como vestido de boda y la tercera como un vestido de baile. ¡La versatilidad de los vestidos de falda!

Abrí la solapa y miré dentro, emocionada ante la expectativa de ver el frágil patrón impreso con misteriosas instrucciones en negro. Pero lo que encontré fue una carta escrita en papel amarillento. Reconocí la caligrafía.

De repente me encontré al borde del llanto. Me eché las manos a los ojos para evitar que se derramasen y salí del salón a toda prisa. No podía abrir ese sobre delante de unos extraños, así que lo deposité en la mesilla de mi habitación junto con la pequeña bolsa y regresé al salón tras secarme los ojos.

Los dos compradores de antigüedades se mostraron tan sensibles como para no hacerme preguntas. Hice un poco de café y se lo llevé en una bandeja con leche, azúcar y unas rodajas de torta. Estaba agradecida y no quería perder los modales. Como me había enseñado mi abuela, mi fallecida abuela, cuya mano había escrito la carta del sobre de los patrones.

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