20 Rumbo a Schallsea

—Estás pensando en ella, ¿no? —Ampolla, que estaba junto a la borda, miró a Dhamon y le repitió la pregunta. Al no recibir respuesta hizo una mueca de disgusto—. Pues yo en tu lugar pensaría en ella. Es preciosa, lista y puede hablar con toda clase de animales. Tiene tatuajes y es evidente que está enamorada de ti. Yo también he pensado mucho en ella, sobre todo en los últimos días.

Dhamon se dio por vencido y asintió con un gesto.

—Sí, estaba pensando en ella.

Contemplaba la costa de Abanasinia, concretamente una ciudad llamada Zaradene, a la que se acercaban con rapidez. Rig se proponía pasar la mayor parte del día allí para cambiar la gavia de mesana y reabastecerse de agua fresca y fruta antes de continuar hacia la Escalera de Plata, en Schallsea.

El marinero maniobró hacia uno de los muelles de aguas profundas. Zaradene era una ciudad bastante grande, cuya economía dependía sobre todo del comercio marítimo. Los muelles estaban atestados de barcos: en su mayoría goletas de dos y tres palos, aunque también había algunas carabelas. Sólo los barcos grandes podían cruzar las traicioneras aguas que separaban Ergoth del Sur de Abanasinia. Un par de imponentes galeones mercantes habían atracado en el puerto y en aquel momento la tripulación se dirigía a la costa en chalupas.

Los muelles más pequeños se hallaban llenos de barcas pesqueras locales: algunas eran grandes y se encontraban en excelente estado —recién pintadas y con varios remeros a bordo—; otras, precarias balsas de madera que a duras penas se mantenían a flote.

Atardecía, y había mucho trajín en el puerto. Los pescadores vendían sus mercancías a toda clase de clientes: desde hombres y mujeres que se llevaban uno o dos pescados para cenar, hasta taberneros que los compraban por cajas. Jóvenes con vestidos multicolores bailaban, entreteniendo a los marineros a cambio de unas monedas. Y multitud de pilludos deambulaban por las calles cercanas pidiendo limosna a los viajantes, pendientes de cualquier bolsa abultada que pudieran robar.

Dhamon pensó que era un buen lugar para vivir. Quizás él y Feril pudieran ser felices en una acogedora cabaña de piedra en una ciudad como ésa. Claro que eso sería después de que se enfrentaran a los dragones, y siempre y cuando sobrevivieran a su arriesgada misión.

Espaciadas a intervalos regulares a lo largo de la costa y del límite sudeste de la ciudad había numerosas torres, en lo alto de las cuales se divisaban guardias con catalejos. Algunos vigilaban Ergoth del Sur, el reino de Escarcha que estaba al otro lado del agua. Otros miraban más al sur, hacia el territorio de Beryl. Hasta el momento, el Blanco había permanecido en sus gélidas tierras, y el bosque de Beryl no se había extendido hacia el norte en la última década, lo que sugería que la hembra Verde se contentaba con reinar en la patria de los qualinestis.

En el último puerto, otros marineros habían contado a Rig que los adivinos de Zaradene recibían constantes órdenes de consultar los huesos y las hojas de té para averiguar qué hacían los dragones y que de vez en cuando se enviaban patrullas a Ankatavaka y los bosques aledaños para controlar los movimientos de la Verde. Pero las patrullas nunca se internaban demasiado en el bosque... al menos, aquellas que tenían la suerte de regresar.

Los comercios cercanos a los muelles parecían prósperos. Casi todos eran edificios de piedra de una o dos plantas con molduras pintadas de vivos colores y carteles que anunciaban las especialidades del día. Unos pocos, los más nuevos, eran de madera con techo de paja. Un edificio de madera de tamaño considerable, pintado de color marrón claro con molduras marfil y azul cielo, llamó la atención de Dhamon, que entornó los ojos para ver mejor los vestidos expuestos en el amplio escaparate.

—Seguro que piensas que Feril estaría preciosa con alguno de esos vestidos —dijo Ampolla siguiendo la mirada de Dhamon—. Pero creo que no le gustan las faldas largas. Si quieres te ayudo a escoger uno para ella. Su color preferido es el verde. Tal vez se pondría un vestido si tuviera algo verde y...

—No me queda suficiente dinero —interrumpió Dhamon, que había gastado la mayor parte de las monedas que le había dado Rig en ropa y botas para él.

—Bueno, yo tengo algunas monedas y una colección de cucharas de plata que me regaló un viejo amigo —ofreció—. Podríamos adivinar su talla y... —Dhamon negó con la cabeza—. ¿Así que no vendrás a la ciudad conmigo y con Rig?

—Esta vez no.

—Apuesto a que no quieres venir con nosotros porque estás preocupado por Feril. —Ampolla se arregló el copete. Esa mañana se había puesto unos guantes azules, a juego con su camisa y con el ribete de sus polainas. Usaba guantes sólo porque iba a la ciudad y no quería que los desconocidos se fijaran en sus manos llenas de cicatrices. La kender ya no los llevaba en el barco, y había explicado a todo el mundo al menos tres veces que la visión de Goldmoon le había hecho comprender que podía mover los dedos sin dolor—. Supongo que yo también estaría preocupada si estuviera enamorada de...

—No hay razón para preocuparse. Feril sabe cuidarse sola. —Era la voz de Rig Mer-Krel, que había dejado a uno de sus compañeros al timón y se había acercado en silencio a la pareja. Rió y dio una palmada en la cabeza a Ampolla. Luego miró a Dhamon con los ojos entornados—. Es muy probable que también cuide de Palin, Usha y Jaspe.

La kender sonrió.

—Tú nunca te preocupas por nada, Rig.

—No es verdad —respondió. El barco se acercó al muelle y el marinero frunció el entrecejo al oír que el casco raspaba un pilote—. Me preocupo por el Yunque. Y me preocupo por la Dragonlance. Dhamon me dijo que podía quedarme con ella por un tiempo, y yo tuve la ocurrencia de dejársela al elfo. Más vale que Gilthanas me la devuelva sin un solo rasguño.


Mientras Ampolla y Rig estaban en la ciudad, Dhamon centró su atención en Sageth. El viejo, que estaba sentado en el cabrestante, consultó su tablilla y rió.

—Ya lo he decidido —dijo cuando se dignó reconocer la presencia de Dhamon.

—¿Qué has decidido?

Dhamon se arrodilló a su lado y trató de descifrar los garabatos de la tablilla.

El viejo se rascó la calva y por un momento pareció abstraído en sus pensamientos. Luego tamborileó con el dedo en el centro de la tablilla.

—Mira, está muy claro —dijo—. La magia antigua. El mejor momento para destruir los objetos será la noche..., una noche en que la luna llena esté baja, cerca del horizonte. Y debemos hacerlo en un lugar desierto. La tierra podría temblar y hay que evitar que la gente se haga daño. O que se derrumben edificios.

Dhamon siguió los movimientos del dedo del viejo. Sabía leer, pero era incapaz de descifrar los signos de la tablilla.

—¿Por qué por la noche? ¿Qué importancia tiene la hora del día?

—Puede que ninguna —respondió el viejo—. Pero también es posible que la tenga. ¿Entiendes? Quizá lo importante no sea la hora, sino la luna. Los dioses la dejaron para reemplazar a las tres que había antes: Lunitari, Nuitari y Solinari. De modo que esta luna solitaria contiene parte de la magia divina, porque todavía queda magia divina en Krynn. Sin embargo, hasta tanto se destruyan los objetos arcanos para liberar su magia... Bueno, hasta es probable que entonces regresen las tres lunas. ¡Ah, devolver la magia a Ansalon! —Sageth frunció los labios y miró a Dhamon a los ojos—. Sé que no entiendes nada de toda esta cháchara sobrenatural, como casi todos los guerreros. Pero tu amiga elfa sí que entiende. Conoce la magia y sabe que es importante.

—Yo también sé que es importante —replicó Dhamon, ofendido—. Si hubiera más magia disponible, los hechiceros tendrían más posibilidades de vencer a los señores supremos.

Se rascó la pierna y se estremeció involuntariamente al sentir la dura escama del dragón debajo del pantalón.

—Así que todo depende de tus amigos —prosiguió Sageth—. Espero que tengan suerte y consigan apoderarse de los objetos mágicos antes que los dragones. ¿Ahora nos dirigimos a Schallsea a buscar el medallón?

—Sí; el medallón de Goldmoon.

—Bien; pero no es suficiente. Necesitamos cuatro objetos mágicos. Sí; con cuatro bastará. ¿Ves mis notas? Es probable que alcance con tres, pero sólo probable. Con cuatro estaremos seguros. Y tenemos que estar seguros porque tal vez no haya tiempo para intentarlo otra vez.

—Mis amigos los conseguirán —afirmó Dhamon—. O morirán en el intento.

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