15 Dividir para vencer

Llegaron a Witdel poco después de mediodía. Antes de que Jaspe tuviera tiempo de demostrar su sorpresa por el regreso de Dhamon, le entregaron el cuerpo herido de Ulin. El enano se ocupó del más joven de los Majere de inmediato, mientras Palin y Usha permanecían a su lado por si era necesaria su ayuda.

Aunque Rig manifestó alegría al ver al antiguo caballero, su expresión no coincidía con sus palabras y sus ojos rehuían los de Dhamon. Groller, por el contrario, reaccionó con entusiasmo. Lo saludó con una afectuosa palmada en la espalda, señaló la escama con curiosidad y enseguida fue a buscar unas prendas viejas del marinero para dárselas a Dhamon.

Ampolla no paraba de hablar de la cueva de Khellendros, de los prisioneros y de cualquier otro tema que se le cruzara por la cabeza.

Dhamon trató de abstraerse de la animada conversación de la kender y miró a Feril. La kalanesti lo hizo sentar en un barril, se colocó a su espalda y se dispuso a afeitarlo y a cortarle la enmarañada melena. Dhamon podría haberlo hecho solo, pero le gustaba que lo atendieran. Cuando Feril hubo terminado, el aspecto de Dhamon mejoró notablemente. Ahora su cabello estaba corto, a ras de la nuca y en una línea uniforme sobre los lóbulos de las orejas. Feril sonrió con expresión culpable y le explicó que con tantos nudos no había podido hacer otra cosa.

—Volverá a crecer —dijo él—. Si lo dejo.

Dhamon le tendió una mano, la estrechó en sus brazos e hizo una mueca de disgusto cuando Ampolla subió el tono de voz para que pudieran oírla mejor.

—Tu pelo tiene buen aspecto. Ahora que está parejo, tiene más movimiento —señaló Ampolla admirando la obra de Feril—. Bueno; no cabe duda de que está mejor que hace un rato. ¿Cómo es que no estás muerto?

Había querido hacerle esa pregunta desde que lo había visto llegar al barco con los demás, y, aunque se había contenido por cortesía, consideraba que ya había pasado un tiempo excesivamente largo.

Dhamon hizo un breve resumen de cómo lo había rescatado Centella, la hembra de Bronce.

—El dragón me dio la alabarda y aceptó transportarme a algún sitio, siempre y cuando éste no estuviera en el territorio de un señor supremo. Pensé en ti —dijo apartando un rizo de la frente de Feril—, y de alguna forma misteriosa el dragón me trajo hasta aquí.

—Pero no tienes ropa —interrumpió la kender—. Aunque me han dicho que has traído un arma maravillosa. Puede que el hechizo sólo funcionara en la carne y en el metal.

—Una parte de mí murió cuando pensé que habías muerto —afirmó Feril.

Cogió la cara de Dhamon entre las suyas y le acarició los labios con los dedos.

—Me pregunto si Palin conocerá el hechizo que te ha traído aquí —prosiguió la kender—. Dime, Dhamon, ¿cuánto tiempo pasaste con los Caballeros de Takhisis?

Dhamon suspiró y miró a Ampolla.

—Seis años, casi siete. Era muy joven cuando me reclutaron.

Esperaba que la kender se distrajera con otro tema y no insistiera en éste, pues no tenía ganas de seguir hablando de eso.

—¿Qué rango tenías?

—Poco antes de marcharme me nombraron oficial.

—¿Y qué hacías exactamente...?

—Zarparemos dentro de una hora —interrumpió Gilthanas interponiéndose entre Dhamon y la kender—. Sin duda Feril te habrá contado que tenemos prisa por encontrar unos objetos mágicos. Tienes el tiempo justo para ir a la ciudad y comprarte ropa. —El elfo le ofreció unas monedas que Rig le había entregado a regañadientes unos minutos antes—. Sé que Feril no es una enamorada de la ciudad, pero supongo que aceptará ayudarte.

La kalanesti tiró de Dhamon en dirección al muelle, contenta de la oportunidad de huir de las sugerencias de Ampolla sobre colores, modas y telas.

—¡Dentro de una hora! —les gritó Gilthanas mientras se alejaban.

Luego el qualinesti dedicó su atención a la kender, que quería oír su versión de la pelea con los caballeros en las afueras de Witdel.


Esa noche, mientras el Yunque de Flint navegaba una vez más rumbo a Ergoth del Sur, Palin y Usha convocaron una reunión. Sageth se paseaba cerca de ellos, consultando su tablilla y especulando sobre quién llegaría antes a los objetos mágicos: si el dragón o ellos.

—Ulin, Gilthanas y Groller viajarán a la Tumba de Huma en busca de la lanza —comenzó Palin.

—Deberá cogerla aquel que tenga el corazón más puro —interrumpió Gilthanas—, pues la espada quemará el alma y el cuerpo de un hombre perverso. Abrasará la carne, achicharrará los huesos, destruirá...

—Aquí todos somos buenas personas —protestó Ulin.

Palin asintió con un gesto.

—Y todos somos conscientes de la importancia de nuestra misión. Mientras ellos buscan la lanza, el barco continuará hacia Ankatavaka, cerca de territorio qualinesti. Desde allí, Feril, Jaspe y yo...

Ampolla levantó la mano para atraer la atención del hechicero.

—¿Por qué no enviamos a Feril a la tumba, teniendo en cuenta que ella procede de Ergoth del Sur?

Sin soltar la mano de Dhamon, la kalanesti se inclinó hacia la kender.

—Yo lo he decidido así, Ampolla. Es verdad que es mi patria, pero precisamente por eso me distraería pensando en la tierra, en el dragón, en los lobos que quedaron allí. Nada debe interferir con la búsqueda de la lanza. Además, yo no sé dónde está la tumba y Gilthanas sí.

Ampolla reflexionó un momento.

—Buena idea —dijo por fin.

Palin carraspeó para volver a acaparar la atención del grupo.

—En el bosque qualinesti, buscaremos el cetro, el Puño de E'li. Conozco bien esas tierras, y Feril sabe mucho de bosques. Con un poco de suerte, encontraremos la torre que mencionó Sageth, por mucho que el territorio haya cambiado.

—Una torre vieja —indicó Sageth—, más vieja que yo, aunque se conserve más erguida.

—Rig, Dhamon, Ampolla y Sageth irán a Schallsea a encontrarse con Goldmoon y a pedirle el medallón. —Miró a Dhamon—. Es probable que Goldmoon pueda hacer algo con la escama.

El antiguo caballero se volvió hacia Feril.

—No quiero volver a dejarte nunca.

—No será por mucho tiempo —respondió ella—. Luego pasaremos el resto de nuestra vida juntos.

Rig puso los ojos en blanco.

—Con eso reuniremos sólo tres objetos —dijo a Palin—. ¿Dónde encontraremos el cuarto?

—Sí; necesitáis cuatro —convino Sageth.

—Sé dónde está el anillo de Dalamar —respondió Palin—. No será difícil conseguirlo.

—Estupendo —dijo el marinero—, porque la tierra de los elfos marinos está muy lejos.

—Al final haré que todos volvamos a reunimos —concluyó el hechicero.

«Y ojalá lo consigamos antes de que en Krynn no quede un palmo de territorio libre», pensó.


Esa noche, Palin se separó de los demás y recorrió centenares de kilómetros hasta la Torre de Wayreth.

El Hechicero Oscuro lo saludó y le habló del Pico de Malys, una alta montaña rodeada de volcanes. Varios de ellos irradiaban un resplandor anaranjado, con líneas rojas corriendo por sus cuestas: cintas de humeante lava que en el cuenco de los vaticinios parecían brillantes hebras de hilo sobre una tela oscura.

El Custodio de la Torre interrumpió la conversación.

—En los escritos de tu tío Raistlin no he encontrado nada sobre escamas incrustadas en humanos, ni siquiera una pequeña pista de qué se puede hacer al respecto. Es probable que en el pasado no se hiciera nada semejante. —Cerró un grueso volumen y lo devolvió a su sitio en el estante—. Sea como fuere, esto no me gusta. Estoy seguro de que se trata de un maleficio de magia negra y creo que deberíais extirpar la escama cuanto antes.

—El caballero dijo que Dhamon moriría si se la quitaba.

—La propia escama podría matarlo, podría estar matándolo en estos mismos momentos —respondió el Custodio. Su voz suave tenía un dejo cortante—. Tenéis un curandero a bordo. Es probable que el enano consiga salvar a Dhamon Fierolobo después de extirparle la escama.

—¿Estás dispuesto a correr ese riesgo? —preguntó el Hechicero Oscuro—. Yo me fiaría de las palabras del caballero, Majere. La escama estaba pegada a su cuerpo, y dices que murió en el acto cuando se la arrancó. Me parece prudente esperar a que Goldmoon la examine. Es mucho mejor sanadora que el enano.

Palin miró a sus colegas. Con las facciones ocultas entre las sombras de la capucha, era imposible descifrar sus expresiones o adivinar qué pensaban.

—Por el momento, la escama no parece causarle daño alguno. Quizá podamos esperar hasta que Goldmoon la examine.

El Hechicero Oscuro hizo un gesto afirmativo.

—Goldmoon lo eligió como paladín. Dejemos que ahora se ocupe de él.

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