24 La Era de los Sueños

El sitio elegido por Sageth, situado a unos kilómetros al norte de la Ciudadela de la Luz, era el antiguo patio de armas de un castillo. La luz de la tarde iluminó los restos de las murallas almenadas que en otros tiempos habían rodeado una blanca torre octogonal de piedra. Las pocas ruinas que quedaban sugerían que el castillo había sido imponente.

Jaspe reprimió un gemido e inspeccionó la gruesa venda que le cubría el pecho. Aunque con la ayuda de Feril había conseguido curarse, nunca volvería a ser el mismo. Ahora una actividad tan simple como andar era una tarea ardua para él. Tenía un pulmón perforado y le dolía el pecho.

—Debería haberla salvado, como ella me salvó a mí.

Su pequeño cuerpo se estremeció al pensar en la sacerdotisa, que ahora estaba envuelta en una mortaja en una pequeña bóveda de la Ciudadela de la Luz. La enterrarían en cuanto llegaran Palin y Usha.

Rig estaba junto al enano, mirando al mar.

—Estamos varados —dijo—. Dhamon hundió el barco. —Añadió para sí que el antiguo caballero era el responsable de la muerte de Shaon y de todas las cosas malas que habían ocurrido desde que se había unido a ellos—. Lo mataré.

—No lo dices en serio —replicó Feril.

—Yo creo que sí —dijo Jaspe—. Y, si me siento en condiciones, lo ayudaré.

La kalanesti se acercó a la pareja.

—Quiero saber qué ocurrió, qué le pasó a Dhamon. Tengo la impresión de que todo fue culpa de la escama. Estaba poseído.

—Quizá no fuera nada —respondió el marinero con un brillo de furia en los oscuros ojos—. Es probable que haya estado jugando con nosotros todo el tiempo, esperando el mejor momento para atacar. Hasta es posible que él organizara el ataque al Yunque, que planeara la muerte de Shaon. Si ese Dragón Azul está vivo en algún sitio, sabrás con seguridad que Dhamon estaba compinchado con él, que formaba parte de sus perversos planes. Si Palin no regresa pronto, me iré. Encontraré la forma de salir del puerto de Schallsea. Tal vez me lleve tiempo, pero lo encontraré. Esa alabarda no puede detener las armas que Dhamon no ve venir —añadió y, para dar énfasis a sus palabras, acarició la empuñadura de una daga que sobresalía de la caña de su bota.

La kalanesti escuchó en silencio las amenazas de Rig y observó a Groller y a Sageth, que se paseaban por el claro. Fiona Quinti permanecía apartada de los demás, mirando con cautela hacia todas partes. De vez en cuando sus ojos se cruzaban con los de Feril.

Una lágrima se deslizó por la mejilla izquierda de la kalanesti.

—Elfa —llamó Sageth y caminó a su encuentro consultando la tablilla—, no podemos esperar a Palin Majere mucho tiempo más. Deberíamos haber destruido los objetos mágicos anoche, a pesar del caos en la Ciudadela. La luna estaba baja, en la posición perfecta. Tenemos que hacerlo esta noche. No habrá otra ocasión hasta dentro de un mes.

—No tenemos suficientes objetos mágicos —respondió ella.

—Claro que sí. —Los vidriosos ojos del anciano brillaron—. Tenemos la lanza de Huma y el Puño de E'li que trajisteis del bosque. —Señaló el zurrón de cuero que estaba a los pies del enano—. Y también los dos medallones de Goldmoon.

—¿Dos? —preguntó Feril.

—Así es —dijo Ampolla dando un paso al frente—. El que me dio a mí y el que todavía lleva colgado al cuello. Si quieres puedo ir a buscarlo.

—No —terció Jaspe—. Déjame a mí. —Era un esfuerzo levantarse, un esfuerzo dar unos pocos pasos. Y sabía que sería un sufrimiento cruzar los pocos kilómetros que lo separaban de la Ciudadela y volver a subir por las escaleras. Pero no permitiría que ninguna otra persona cogiera el medallón de Goldmoon—. Volveré antes de que anochezca.

El semiogro vio que Ampolla tocaba el medallón que colgaba de su cuello y adivinó de qué estaban hablando. Cogió la lanza de Huma y fue a reunirse con los demás, seguido de cerca por Furia.

—Ya ves, tenemos cuatro —concluyó Sageth—. Esta noche, cuando se apague el último rayo de luz, cambiaremos el destino de Ansalon.


Palin había pasado varios días meditando a solas en la Torre de Wayreth, mientras el Custodio concluía su investigación sobre los objetos mágicos. El Hechicero Oscuro había abandonado temporalmente sus estudios sobre los señores supremos para ayudarlo. Entretanto, Usha y Palin trataban de dilucidar cómo harían los dragones para traer de vuelta a Takhisis. Sus colegas se mostraban escépticos. Si la diosa oscura podía regresar, ¿la seguirían los demás dioses?

Usha insistió para que Palin se concentrara en otro asunto, mucho más urgente que las especulaciones sobre el regreso de Takhisis.

—Dhamon y los demás nos están esperando —dijo—. ¿Y dónde está el anillo que mencionaste?

Palin subió por la escalera de la torre. El Custodio estaba en su habitación, donde se guardaban todos los escritos de Par-Salian, inclinado sobre un grueso volumen escrito por el antiguo jefe del Cónclave de Hechiceros. El libro estaba encuadernado en piel de lagarto verde. Palin carraspeó para atraer la atención del hechicero.

—Podría funcionar —dijo el Custodio. El viento soplaba con fuerza al otro lado de la única ventana de la habitación, y Palin tuvo que aguzar el oído para oír los susurros de su colega—. La magia de la Era de los Sueños fue creada por los dioses, como toda la magia. Al destruir los objetos, podría liberarse una increíble cantidad de energía.

—¿Suficiente para inundar Krynn?

—No sé si será suficiente para aumentar el nivel de la magia —prosiguió el Custodio—; pero, de acuerdo con los escritos de Par-Salian sobre la Era de los Sueños, los objetos mágicos están tan saturados de poder arcano que al menos deberían poder aumentar el nivel general de magia en una zona de considerable extensión.

—El Hechicero Oscuro afirma que eres Raistlin.

El Custodio se separó de la mesa y miró a Palin.

—¿Y tú crees en las conjeturas del Hechicero Oscuro? ¿Sólo porque conozco bien la obra de tu tío? ¿Sólo porque mi presencia te resulta familiar?

—Es verdad que me resulta familiar. —El Custodio esbozó una sonrisa debajo de la capucha, pero no respondió—. Si no eres Raistlin, ¿quién eres?

—Has tardado muchos años en preguntármelo.

—Respetaba tu intimidad, la discreción que tanto parecía gustarte.

—¿Y ya no la respetas?

—Ahora necesito saberlo. Si eres Raistlin, serás mucho más poderoso que yo y podrías ayudarnos.

—No soy tu tío Raistlin —comenzó el Custodio—, pero lo conocí bien. También conocí bien a Dalamar y a muchos otros. En mí hay algo de Raistlin y de cualquier otro mago que haya pasado la Prueba en la Torre de la Alta Hechicería. Todos los que pasan la Prueba se convierten en parte de mí. Sin embargo, creo que Raistlin fue el más grandioso de todos los magos que estudiaron entre mis paredes.

—¿Entre tus paredes?

—Yo soy la Torre de Wayreth.

—¡Eso es absurdo! ¡Eres un hombre, no un edificio! —gritó Palin sintiendo que la ira le teñía las mejillas—. La Torre de la Alta Hechicería de Palanthas fue destruida hace más de treinta años. No queda nada del edificio.

—Nada, salvo la magia que impregnaba sus paredes. Yo soy la manifestación viva de la torre. Soy todas las torres. Soy la esencia de la magia arcana de la Alta Hechicería.

El Custodio se llevó las manos a la cabeza y se quitó la capucha. Por un instante, Palin vio la cara de su tío Raistlin, la familiar cascada de pelo blanco y plata cayendo sobre los hombros. Luego el semblante cambió, convirtiéndose en el de Par-Salian de los Túnicas Blancas. Enseguida apareció el rostro de Gilthanas, el de Dalamar, el de Ladonna, de los Túnicas Negras, el de Fistandantilus y el de Justarius, de los Túnicas Rojas. Aparecieron otros, cuya identidad Palin sólo atinó a adivinar por las descripciones que había oído. Y otros más que desconocía por completo.

—Todas estas personas vinieron a la Torre, estudiaron allí, dejaron su huella en mí. Su poder contribuyó a crear la esencia que ves ante ti. —El Custodio volvió a ponerse la capucha—. Soy el Custodio de la Torre y también lo que queda de la Torre.

—El Hechicero Oscuro...

—Piensa que soy Raistlin, y no pienso hacerlo cambiar de idea.

Palin cogió una silla y se dejó caer pesadamente sobre ella.

—Creía que eras un hombre.

—Y en cierto sentido lo soy. Soy tu colega y he llegado a verte como a un amigo.

Palin asintió con un gesto.

—En efecto, eres mi amigo.

—Ahora concentrémonos en un asunto más importante —sugirió el Custodio—, la magia de la Era de los Sueños. Me ha resultado difícil convencerme de la necesidad de destruir esos maravillosos objetos; pero, si queremos recuperar la antigua magia, debemos hacer caso a Sageth. Creo que podría ser la solución, nuestra mejor baza para vencer a los señores supremos. Cuanto mayor sea el poder mágico a nuestra disposición, mayores serán nuestras posibilidades de éxito.

—Pero hay algo más, ¿verdad? ¿Qué es?

—Deja que te lo enseñe. —Fue hasta un escritorio grande, abrió uno de los cajones y sacó una bola de cristal con un pedestal de bronce repujado. Llevó ceremoniosamente la bola a la mesa y puso las manos a unos milímetros de su brillante superficie—. Esto es lo que vi esta mañana cuando terminé mi investigación e intenté localizar a Sageth. Su descripción no coincide con la de ningún hombre con habilidades para la magia. La bola de cristal no podía localizarlo, pero reveló esto.

En el centro de la bola apareció una imagen minúscula, que al principio parecía un cuervo. Pero luego la imagen creció y ocupó toda la bola.

—¡Khellendros! —exclamó Palin.

—Es el poder que está detrás de Sageth. Sospecho que el viejo es su títere. Mira con atención; hay algo más.

El Dragón Azul se desvaneció y la Roja llenó la bola.

—Malystryx, la Roja, el dragón que tanto preocupa a nuestro colega el Hechicero Oscuro. Ella también está involucrada en este asunto. Y una mujer. —Sobre la cara de Malys apareció la de una mujer joven con cabello negro rizado y dulces ojos castaños—. Kitiara Uth Matar —dijo el Custodio—. Murió hace muchos años, antes de que tú nacieras, pero su espíritu tiene alguna relación con todo esto.

Separó las manos del cristal y las imágenes se desvanecieron.

—No permitas que tus amigos recuperen la magia arcana, pues la pondrán en manos de un señor supremo. Te entregaré el anillo de Dalamar cuando sepamos con seguridad cómo usar los objetos mágicos y cuando no haya ningún dragón involucrado.

—Tengo que detenerlos.

Palin se levantó y salió rápidamente de la habitación, pensando ya en el encantamiento que lo transportaría a la bóveda de Goldmoon. Cuando bajaba por la escalera se chocó con el Hechicero Oscuro, que lo despidió con una inclinación de cabeza.

—¿Has disfrutado de tu charla con tu tío Raistlin? —preguntó el hechicero.

Pero Palin Majere no pudo contestar. Comenzaba a volverse transparente mientras la piedra que pisaba se convertía en la costa de la Ciudadela de la Luz.


Poco antes del atardecer el cielo se cubrió de nubarrones grises. Jaspe caminó laboriosamente hacia sus amigos reunidos en el claro. Esperaba que la tormenta no se desatara hasta la noche, después de que salieran las estrellas y celebraran la ceremonia para destruir los objetos mágicos. Después el nivel de magia de Krynn aumentaría, los hechiceros se agruparían y tendrían alguna esperanza de vencer a los señores supremos. Sólo entonces podría llorar a Goldmoon.

Mientras el sol descendía hacia el horizonte, pequeños relámpagos comenzaron a danzar entre las nubes y sonaron truenos suaves, semejantes al lejano repique de un tambor.

Sageth seleccionó un punto donde no había piedras y el suelo era plano. Allí esperaron a que se pusiera el sol. La creciente oscuridad del cielo encapotado comenzaba a ocultar los últimos rayos rojos y anaranjados.

—La magia —dijo el anciano mientras consultaba la tablilla—. Ya es la hora.

Ampolla se preguntó cómo hacía el viejo para leer con esa luz y tomó nota mentalmente para preguntárselo cuando acabara la ceremonia. No quería distraerlo en ese momento.

—Primero la lanza. —Sageth alzó la vista al cielo y señaló una brecha entre las nubes donde se divisaba una estrella—. Poned la lanza aquí.

Jaspe tradujo las palabras de Sageth a Groller. Tras echar un último vistazo a la reliquia de Huma, el semiogro la colocó con cuidado en el suelo, en el sitio indicado por el anciano.

—Ahora el Puño de E'li. Comprobad que toque la lanza. —Jaspe, todavía agotado por la excursión a la Ciudadela, jadeaba al andar—. Y los medallones. Aseguraos de que las cadenas toquen las armas.

Ampolla dio un paso al frente y se quitó el medallón del cuello. Hizo lo que le decían y luego retrocedió con la vista fija en el regalo de Goldmoon. Jaspe sacó el otro medallón del bolsillo y lo colocó junto al primero.

—¡No!

Palin apareció de súbito y corrió hacia ellos, con la Túnica Blanca iluminada por los relámpagos.

—¡No le deis el medallón! ¡No le deis nada! ¡Es un truco!

Rig fue el primero en reaccionar. Dio un salto y cogió el mango de madera del cetro. En ese preciso instante el suelo pareció derretirse bajo sus pies; la hierba se disolvió y la tierra se convirtió en arenas movedizas. Rig comenzó a hundirse en el barro. Dio un respingo y procuró salir del pozo, pero sólo consiguió sumergirse más profundamente. Pronto estuvo cubierto por completo; el marinero sintió una opresión en el pecho y pensó que la falta de aire iba a hacerlo estallar. «Shaon —pensó—. Quizá volvamos a reunimos antes de lo que esperaba.» Luego sintió que unas manos grandes lo sujetaban. Groller lo sacó a la superficie, donde el marinero escupió una bocanada de barro y arena.

El semiogro lo arrastró fuera de la zona, y Rig vio que Palin, Jaspe, Feril, Fiona y Furia también corrían. Las tierras movedizas se extendían, amenazando con devorarlos a todos.

Fiona rodeó el pozo de tierras movedizas con la espada en alto, reflejando la luz de los relámpagos.

Palin tenía algo en las manos y recitaba un encantamiento. Feril hacía otro tanto, pero sus palabras no eran lo bastante rápidas y las tierras movedizas iban a tragarlos de un momento a otro. Se extendían como una marea junto a sus tobillos y salpicaban sus rodillas.

Al otro lado del pozo, Sageth echó la cabeza atrás y rió. La tablilla de arcilla se derritió en sus manos y cobró la forma de un hombrecillo de un palmo de estatura que se sumó al perverso regocijo del anciano.

—Has estado bien —dijo Fisura—. Estoy orgulloso de ti. —El diminuto hombrecillo gris miró a su cómplice y guiñó uno de sus grandes ojos negros. Luego sonrió, exhibiendo una ristra de pequeños dientes puntiagudos—. Tormenta sobre Krynn se alegrará. Y, cuando todo esto haya terminado, nos recompensará a los dos.

El hombrecillo gris hizo una señal a la tierra, que escupió la lanza de Huma y los medallones de Goldmoon. Los objetos cayeron junto a sus minúsculos pies. Luego hizo otra señal y la tierra se endureció como una roca, atrapando a Palin y sus amigos.

Un rayo trazó un arco en el cielo y cayó junto a Rig, haciendo temblar la tierra. Se oyó un trueno ensordecedor y comenzó a llover. Era una lluvia fuerte, brutal, pero también desagradablemente cálida, y ahora el viento feroz la empujaba sobre ellos en línea oblicua.

Palin continuó recitando su encantamiento, un hechizo complejo que no podía practicar a la ligera. Feril terminó primero, y un bloque de arena solidificada saltó y alcanzó en la sien al hombrecillo gris. Fisura se tambaleó por el impacto, pero enseguida recuperó el equilibrio. Como buen amo del elemento tierra, ésta no podía dañarlo ni detenerlo.

Colgó el medallón de su corto cuello, cogió el extremo de la Dragonlance y atrastró el arma tras él. Sageth dio media vuelta y lo siguió.

Otro rayo iluminó la silueta de la pareja que se alejaba y la de una figura que se aproximaba. Un dragón emergió de entre las nubes y comenzó a descender hacia ellos. El dragón con escamas de color zafiro y resplandecientes ojos amarillos soltó un rugido feroz. Los rayos danzaban sobre sus dientes y garras antes de precipitarse sobre la tierra.

—¡Khellendros! —exclamó Feril.

Sageth y el huldre continuaron andando hacia el norte.

—Parece que todo marcha a las mil maravillas —dijo el anciano—. ¿Cuándo recibiré mi recompensa por mi participación?

—Creo que ahora —respondió Fisura.

Miró al anciano y extendió sus dedos, largos y delgados. Lo tocó y un instante después le robó los pocos años que le restaban de vida. Sageth se convirtió en piedra, la piedra en polvo, y la lluvia rápidamente barrió los últimos vestigios del viejo.

Fisura sonrió y siguió su camino, mirando atrás de vez en cuando para ver si Tormenta sobre Krynn había terminado de jugar con esos tontos.

—¡Majere! —La palabra salió como un trueno de la boca del dragón—. ¡Ya te he dejado vivir demasiado!

Khellendros batió las alas, aumentó la velocidad y descendió con la cabeza inclinada hacia sus enemigos atrapados.

Sus ojos se posaron sobre el hechicero, que luchaba por liberarse, y pensó en Kitiara.

—¡Hijo de los enemigos de Kitiara! —bramó.

Deseó que su amada compañera estuviera allí para ver su victoria y saborear su éxito. Juró que ella se enteraría. Cuando encontrara su espíritu y la trajera de nuevo a Krynn, la deleitaría con la historia del día en que había matado a Palin Majere y robado la magia para hacer posible su regreso. Dejaría a uno o dos de los otros vivos para que continuaran importunando a Malys.

Fiona había escapado por poco de la trampa de piedra. Permanecía en pie y blandía la espada con actitud desafiante, animando al dragón a que se acercara. La joven solámnica sabía que enfrentarse a un dragón de ese tamaño significaba una muerte segura, pero no hacerlo sería traicionar todo aquello en lo que creía.

—¡Skie! —gritó, usando el nombre con que los humanos habían bautizado al dragón—. ¡Lucha contra mí! ¡No soy una presa indefensa!

A su espalda, Rig levantó el cetro por encima de su hombro.

—Se supone que esto es un poderoso objeto mágico —dijo para sí—. Veamos si es verdad.

Empuñó el Puño de E'li con las manos sudorosas y golpeó con él el suelo de piedra que lo tenía atrapado. La parte superior del cetro, semejante a la cabeza de una maza, cayó con un ruido a cristales rotos que hizo vibrar el aire y quebró la piedra, abriendo grietas que se extendieron en todas las direcciones como las hebras de una telaraña.

—¡Es mágico de verdad! —El marinero se liberó rápidamente y levantó el cetro junto a los pies de Feril—. Ahora tú —dijo.

Khellendros abrió las fauces y descargó un rayo grueso y resplandeciente. El señor supremo descendió velozmente y aterrizó a unos palmos de Feril y Rig. Mientras la kalanesti pronunciaba otro encantamiento, Rig luchó por mantener el equilibrio y golpeó la piedra junto a sus pies. Poco después, Feril también estaba libre.

Jaspe renunció a sus infructuosos intentos de resistirse a la tierra endurecida por arte de magia. Respiraba aguadamente y se sentía extremadamente mareado.

—Si es voluntad de Reorx, me reuniré contigo, Goldmoon —dijo.

A unos pasos de allí, Palin apretó los dientes e hizo un esfuerzo por mantener la concentración. Prácticamente había concluido su hechizo. «Puede salvarnos —pensó—. Tiene que salvarnos o moriremos y todo estará perdido.»

Furia, que había conseguido liberarse por milagro, estaba junto a Palin y ladraba al dragón. La energía que el hechicero había estado absorbiendo del aire se hizo más intensa y rápida. Cuando la última palabra del hechizo salió de sus labios, sintió la fuerza arcana subiendo por sus extremidades. Furia aulló y el hechicero se dobló, agotado por el esfuerzo.

Mientras el dragón bajaba en picado, Fiona le lanzó una estocada y lo alcanzó en el vientre. Por desgracia, su espada fue incapaz de atravesar las duras escamas.

—¡Hazme caso, dragón! —gritó—. ¡Lucha conmigo!

—¿Temes a la muerte, Majere? —silbó Khellendros—. ¿Me temes?

Abrió la boca para descargar otro rayo, pero un súbito torrente de mercurio le golpeó un flanco, empujándolo y obligándolo a alejarse de su presa.

—¡Jaspe! —gritó el marinero al ver que el dragón estaba distraído—. ¡Ahora voy!

Levantó el cetro y lo dejó caer contra el suelo. El enano jadeó, se cogió el pecho y finalmente aceptó agradecido la mano que le tendía el marinero para sacarlo del agujero.

Khellendros giró hacia el sur, al encuentro del Dragón Plateado que volaba por debajo de las nubes. El dragón parecía gris bajo el manto de nubes. Había un hombre montado a su grupa y lo seguía un Dragón Dorado, más joven y también con un jinete.

Tormenta sobre Krynn soltó un rugido desafiante. Ninguno de los dos dragones era lo bastante grande para vencerlo. No ganarían aunque se aliaran. Sin embargo, sabía que podían herirlo y no tenía tiempo para lamerse las heridas. No permitiría que esos dragones le impidieran apoderarse de los objetos mágicos y recuperar a Kitiara.

Mientras el Dorado y el Plateado batían las alas para ganar velocidad, Khellendros dirigió una mirada despiadada al hechicero y sus amigos. Quizá los matara a todos. Sus gruesos labios azules se separaron y dejaron escapar una andanada de rayos. Las flechas de luz blanca y amarilla rebotaron en las figuras que había debajo: la kender, el enano de barba corta, el lobo y la valiente kalanesti. También alcanzaron a Rig Mer-Krel, el hombre oscuro con ojos aun más oscuros, y a Palin Majere, el hechicero.

Los rayos de Khellendros cayeron una y otra vez, mientras su cuerpo gigantesco soportaba las ráfagas de mercurio descargadas por el Dragón Plateado y las columnas de fuego del Dorado. Hizo caso omiso del terrible dolor, lo arrinconó en el fondo de su mente y lanzó una última andanada de rayos.

Los rayos y los truenos sacudieron la tierra. Bloques de mercurio solidificado volaron en el aire y cayeron sobre Palin Majere, sepultando al hechicero y sus amigos en una improvisada tumba colectiva.

Cuando los Dragones Dorado y Plateado se acercaron, Khellendros batió las alas para elevarse por encima de la línea de ataque. Había ganado y se había apoderado de la magia de la Era de los Sueños, de los benditos objetos mágicos que le permitirían recuperar a Kitiara.

Tal vez los dragones lo persiguieran, pero eran pequeños y sus alas no podrían llevarlos muy lejos ni adquirir la velocidad de las de Khellendros. No lo alcanzarían. Tormenta sobre Krynn había sufrido el impacto del aliento de los otros dragones, pero su corazón estaba henchido de orgullo.

Se elevó más y más hasta perderse en la nube más densa. Lanzó nuevos rayos, que lo ayudaron a aliviar el dolor. El viento feroz acarició su enorme cabeza y la lluvia lo refrescó.

Khellendros continuó subiendo en dirección al norte, sumergiéndose por debajo de las nubes en una sola ocasión: para coger a Fisura con una garra y la lanza con la otra.

—¡Tormenta sobre Krynn triunfará! —bramó el Azul a los cielos—. ¡Con esta magia traeré a Kitiara de vuelta a casa!

Sus gritos de alegría se convirtieron en aullidos de dolor cuando la Dragonlance abrasó su carne perversa. Pero el dragón siguió ascendiendo.

Las nubes se disiparon y la lluvia amainó. Los Dragones Dorado y Plateado dejaron de perseguirlo y regresaron al escenario de la catástrofe.

—¡Padre! ¡Hemos respondido a tu llamada demasiado tarde! —Ulin bajó de la grupa de Alba y contempló con horror los escombros que cubrían los cuerpos destrozados. Las lágrimas le anegaron los ojos y se deslizaron por sus mejillas. Desesperado de dolor, trató de contener un sollozo... que pronto se convirtió en un grito de sorpresa.

Una parte del claro resplandeció. Ante los atónitos ojos de los dragones y de Gilthanas y Ulin, se formaron unas siluetas, primero transparentes pero luego más brillantes y aparentemente sólidas. Había ocho figuras: Palin, Rig, Fiona, Groller, Furia, Feril, Ampolla y Jaspe.

El mayor de los Majere cayó de rodillas. El hechizo que había practicado para ocultar su presencia y forjar imágenes falsas de todos los miembros del grupo le había robado toda la energía. Estaba agotado y jadeaba desesperadamente para llevar aire a sus pulmones. No había vuelto a usar ese truco desde que los dioses habían retirado la magia del mundo.

Gilthanas, Silvara, Ulin y Alba habían distraído al Azul, con lo que habían facilitado el engaño. Ahora los dragones estiraban el cuello hacia las delgadas nubes para asegurarse de que Khellendros no volvía.

—Todavía tenemos una oportunidad —dijo Rig, que apoyó el Puño de E'li sobre su hombro y ayudó a Palin a levantarse.

Al menos tenía uno de los objetos mágicos y Palin sabía dónde estaba el anillo de Dalamar. También había magia de la Era de los Sueños bajo el mar, en el territorio de los dimernestis. Y estaba la alabarda de Dhamon, de la que Rig planeaba apoderarse después de matar al traidor.

—Goldmoon está muerta y nosotros heridos. ¿Qué oportunidad tenemos? —se lamentó Jaspe.

—Una oportunidad —repuso Rig calmosamente—, y tenemos que aprovecharla. —Miró el cetro que tenía en las manos—. Si nos damos por vencidos ahora, todo Krynn se perderá.


Era un lugar de ondulante niebla gris, insustancial pero lo bastante sólida para sostener el peso de un cuerpo. Goldmoon estaba encima de ella, firmemente sujeta por las brumosas hebras de nube que le enlazaban las piernas como para evitar que cayera o se alejara flotando.

Vestía pantalones de cuero y una túnica, también de cuero, que le llegaba a los muslos. Las prendas parecían nuevas y le sentaban a la perfección. Su largo cabello, dorado y plateado, estaba recogido en una trenza semejante a la que solía usar en su juventud, adornada con cuentas y plumas.

Aunque allí no había ni sol ni luna, la niebla gris irradiaba un tenue resplandor. El pelo de la sacerdotisa brilló bajo esa luz, y sus ojos resplandecieron mientras sus labios esbozaban una sonrisa.

Goldmoon, que tenía el mismo aspecto que el día en que se habían conocido, miró con arrobación la apuesta figura masculina.

Riverwind se encontraba frente a ella, con la piel bronceada, el cabello negro como el azabache, los ojos penetrantes y llenos de pacífica dicha. Estaba exactamente igual que en su primera cita, que, aunque parecía haber sido ayer, había sucedido mucho tiempo antes. Él tendió una mano y le acarició la tersa piel de la cara.

—Marido —se limitó a decir ella.

—Te esperaba —respondió Riverwind.

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