Ampolla oyó voces en el camarote de Jaspe. El enano hablaba con una mujer. ¿Sería Goldmoon? La voz le sonaba familiar. No podía ser Usha porque se encontraba en la cubierta organizando la partida de todos los refugiados, con la sola excepción de Sageth, que había aceptado quedarse con ellos. Evidentemente no era Feril, pues la kalanesti se había marchado hacía unos minutos. Tampoco era un miembro de la tripulación, ya que Shaon había sido la única mujer entre ellos.
La puerta del camarote del enano estaba ligeramente entornada, o más bien no tenía echada la llave, y eso animó a la kender a confirmar sus sospechas. La abrió del todo y entró.
—Goldmoon —dijo, contenta de haber acertado—. ¿Cómo has llegado aquí?
Jaspe se volvió, suspiró y puso los ojos en blanco, pero Ampolla no vio su mueca de exasperación. Estaba demasiado pendiente de la mujer situada en el centro del pequeño cuarto. La kender pasó junto al enano y alzó la vista para admirar el hermoso rostro humano.
Goldmoon flotaba a varios centímetros del suelo. Llevaba una capa rosada sobre los menudos hombros, y su túnica y sus polainas eran del color de la arena. La orla de la capa se arremolinaba hacia ambos lados junto a los pies calzados con sandalias, recordando a la kender el creciente resplandor del sol cuando se ponía sobre las olas del mar. Su larga melena rubia se agitaba alrededor del cuello y de los hombros, como si la empujara un viento fuerte, aunque dentro del camarote el aire estaba completamente quieto. La kender extendió un brazo titubeante, y sus dedos atravesaron la rodilla de Goldmoon.
—¡Oh! No estás aquí. Sólo eres una imagen magia —dijo Ampolla.
La primera vez que la kender había visto a Goldmoon, la sacerdotisa parecía una mujer madura, con hebras de plata en el cabello. Había sido a centenares de kilómetros de allí y varios meses antes, en la Ciudadela de la Luz de la isla de Schallsea. Esta vez Goldmoon parecía más joven y ligeramente más vital. Tenía pocas arrugas, pero sus ojos estaban más tristes.
La kender sonrió con alegría y saludó con la mano enguantada.
—¿Me recuerdas?
—Ampolla —dijo Goldmoon con afecto—. Claro que te recuerdo. Me alegro de volver a verte.
La kender sonrió de oreja a oreja, y las arrugas que rodeaban sus ojos se hicieron más profundas. Jaspe gruñó algo a su espalda y carraspeó.
—He venido a visitar a Jaspe —explicó Goldmoon.
La kender frunció los labios.
—La puerta estaba entreabierta —dijo con los ojos fijos en Goldmoon.
—No es verdad —protestó Jaspe.
—Bueno, no estaba cerrada con llave. Debo de haberla abierto accidentalmente al pasar. Ya sabes que el barco se sacude, incluso en el puerto, y es difícil mantener el equilibrio. Y, ya que estaba abierta, decidí entrar por si Jaspe necesitaba decirme algo.
Goldmoon dirigió una mirada divertida al enano, que parecía rabioso.
—Jaspe me ha estado hablando del enfrentamiento de esta mañana con los Caballeros de Takhisis.
—¿Te ha contado que en el desierto me comporté como una heroína? ¿Que ayudé a rescatar a los prisioneros? Había elefantes y todo. —Goldmoon asintió con un gesto—. ¿Y te ha hablado de la magia arcana que necesitamos?
—Precisamente iba a hacerlo ahora —gruñó Jaspe.
—Palin quiere que recuperemos la magia de la Era del Sueño.
—La Era de los Sueños —corrigió el enano.
—Eso he dicho —prosiguió Ampolla—. Bien, Sageth, una de las personas que heroicamente ayudé a rescatar en el desierto, dijo que es posible encontrar esos viejos y poderosos chismes mágicos. Dio una explicación bastante enigmática, pero Palin la descifró. Y ahora nos dirigimos a Ergoth del Sur, donde nieva y hace mucho frío. No zarparemos de inmediato; lo haremos cuando regresen Feril, Palin, Ulin y Gilthanas, que han ido a rescatar a otras personas. —Hizo una pequeña pausa—. Es posible que no conozcas a Ulin y a Gilthanas. Feril antes vivía allí, en Ergoth del Sur. Pero se marchó por culpa del Blanco, de la nieve y del frío. Es una suerte que lo hiciera, porque de lo contrario no la habríamos conocido y...
—La lanza de Huma —se limitó a decir el enano.
—Estaba a punto de decírselo —protestó la kender—. Es lo que tenemos que encontrar en Ergoth del Sur. Luego iremos al bosque de Qualinesti para buscar otra cosa.
—Siempre y cuando sigamos vivos —murmuró Jaspe para sí.
—Pero con eso tendremos sólo dos, y según Sageth necesitaremos tres o cuatro. Me refiero a los antiguos objetos mágicos, uno de los cuales llevas tú en el cuello —concluyó la kender.
Jaspe sonrió ante la falta de tacto de Ampolla.
—El medallón de la fe —concretó—. Data de la Era de los Sueños. Palin y Sageth creen que si destruimos esos objetos antiguos...
—Se liberará suficiente energía para devolver la poderosa magia a Krynn —terminó Ampolla.
—Y nos resultará más fácil combatir a los señores supremos —añadió el enano, resuelto a decir la última palabra.
Goldmoon se llevó la mano inmaterial al cuello y acarició la superficie del medallón. Era de plata, y pendía de una cadena también de plata que resplandecía como una ristra de estrellas diminutas. La kender miró la joya con atención. En la cara del medallón había grabado un dibujo: el contorno de dos ojos cerrados y juntos, o quizá fueran dos huevos unidos en los extremos. Era el símbolo de Mishakal, la Sanadora, la diosa ausente a quien Goldmoon seguía adorando.
—Es probable que lo necesites —dijo Jaspe.
—Sí; pero vosotros lo queréis para fines más nobles. —La voz de Goldmoon era suave, pero cargada de emoción—. Pienso que los dioses están sólo temporalmente ausentes, observándonos desde algún sitio lejano, donde Caos no puede verlos. Creo que están dando a los hombres y a las mujeres la oportunidad de fracasar o triunfar solos, de hallar la fuerza en su interior para superar cualquier obstáculo que se interponga en su camino.
La kender la escuchaba embelesada.
—Pero los señores supremos...
—Ellos son uno de esos obstáculos. Sin embargo, hay otros más pequeños. —Los radiantes ojos azules de Goldmoon se perdieron en los de la kender—. Problemas que cada uno de nosotros debe superar.
Ampolla se miró las manos enguantadas.
—Hay cosas imposibles de superar.
—Quítate los guantes, Ampolla.
Obligada por el tono de voz de Goldmoon, la kender se quitó los suaves guantes de color tostado y dejó al descubierto sus deformes manos. Los dedos estaban cubiertos de cicatrices, ampollas y heridas. La kender se volvió de espaldas a Jaspe para que éste no pudiera verlos.
—No me gusta el aspecto que tienen —explicó Ampolla—. Por eso las escondo bajo los guantes. Y, cuando muevo los dedos, me duelen.
—El dolor no está en tus manos, Ampolla, sino en tu corazón y en tu espíritu. Otro obstáculo que debes superar. Mírame y flexiona los dedos. Piensa en mí, Ampolla, no en tus manos.
La kender apretó los dientes y obedeció, flexionando primero los dedos de la mano izquierda y luego los de la derecha. Miró fijamente a Goldmoon y volvió a mover los dedos, cerrándolos en puños y extendiéndolos, y volviendo a cerrarlos con más fuerza. Al principio sintió un dolor sordo, familiar; pero, aunque se preparó para las punzadas intensas, éstas no llegaron. El dolor comenzó a desvanecerse. Volvió a cerrar las manos en puños y advirtió que ya no le dolían. Entonces miró a Goldmoon con expresión atónita.
La sacerdotisa tenía un aspecto diferente, como si fuera más joven y estuviera llena de vida. No tenía arrugas ni canas. Sus hombros se veían erguidos y sus ojos asombrosamente cristalinos.
—No lo entiendo —dijo la kender, que continuaba moviendo las manos.
Aunque no estaba acostumbrada a quedarse sin palabras, no se le ocurrió nada más que decir.
—Te estabas castigando a ti misma por un error del pasado, la aventura en la que fuiste víctima de una trampa mágica. Tus manos estaban cubiertas de cicatrices, y siempre lo estarán, pero el dolor voló de ti hace años. Ten más confianza en ti misma, Ampolla. La fe transforma lo que uno siente.
«Y también lo que uno ve», pensó la kender sin desviar los ojos de Goldmoon, que estaba radiante. Antes la había visto como una mujer madura, y eso debía de significar que su fe se tambaleaba. Pero ahora la veía de otra manera, como un símbolo del renacimiento de su confianza y sus convicciones. Ampolla abrió los ojos como platos.
—Encontraremos la lanza de Huma y lo que sea que debamos hallar en el bosque. Y también el anillo de Dalamar. Ahora sé que podemos hacerlo.
Goldmoon esbozó una dulce sonrisa.
—Y cuando vengas a verme a Schallsea, Ampolla, te daré mi medallón. Hasta entonces...
La imagen se desdibujó, la brisa mágica arreció y Goldmoon desapareció de la vista.
—¡Guau! —exclamó la kender—. Tengo que contárselo a Usha y a Rig. Jaspe, tú díselo a Groller. Yo todavía no sé hablar por señas, aunque ahora podré aprender.
Ampolla dio media vuelta, pasó junto a Jaspe y salió a toda prisa del camarote.
Dejó los guantes en el suelo. Ya no volvería a necesitarlos.
Goldmoon bajó por la escalera de caracol de la Ciudadela de la Luz y se detuvo ante una ventana con vistas a las azules aguas de la bahía.
—Debo enseñar a mis alumnos —dijo para sí—. Son atentos y prometen, aunque yo hoy no me siento tan atenta. —La curandera enroscó en un dedo un rizo de su cabello, rubio y plateado—. ¿Qué has dicho?, ¿que siempre estoy atenta? No, querido Riverwind. Hoy mis pensamientos están con Palin y sus amigos. Creo firmemente que el destino de Krynn reposa sobre sus espaldas, y no estoy segura de que esas espaldas puedan soportar tanto peso. ¿Que por qué tengo dudas?
Goldmoon fijó la vista en las olas que besaban la orilla.
—Ya te he dicho que mis meditaciones me habían inducido a creer que Dhamon Fierolobo era el elegido, el que podía asegurarnos la victoria. Pero, ahora que Dhamon ha desaparecido, mis meditaciones no revelan nada sobre Palin o sus posibilidades de éxito. —Inclinó la cabeza a un lado y aguzó el oído—. ¿Que me preocupo demasiado? Bueno, no me preocupaba tanto cuando tú estabas a mi lado. Pero también es cierto que entonces el futuro de Krynn no se veía tan aciago, querido Riverwind. Y los dragones no eran tan grandes.