6 La arena se hace carne

Fisura estaba sentado con las piernas cruzadas en la arena del desierto, con la vista fija en un lejano cactus. De un verde intenso sobre el marfil infinito, la planta parecía una mancha en la faz de los Eriales del Septentrión. El hombrecillo se rascó la calva con un delgado dedo gris.

—¿Un gigantesco cacto andante para custodiar la guarida de Tormenta? —pensó en voz alta—. Podría disparar espinas y... No; no sería mejor que los wyverns. ¿Qué podría entregarle al Azul?

Una hora después, el huldre seguía estudiando el asunto. El sol ascendía sobre el horizonte. Muy pronto la temperatura en el desierto de Khellendros sería altísima y agobiante.

Pero el calor no preocupaba a Fisura. Como buen duende y experto en el elemento tierra, el clima lo tenía sin cuidado pues mediante un simple acto de voluntad podía hacer que las olas de calor atravesaran su cuerpo, como el aire que pasa por una ventana abierta. Sin embargo, detestaba la luz que acompañaba al calor. Los huldres preferían las sombras, donde podían esconderse y pasar inadvertidos entre los habitantes de Krynn. Pero, para mantener al Azul contento y servicial, era imprescindible que estuviera allí en ese preciso momento.

Un escorpión se cruzó delante de él y se detuvo un instante. Alzó la vista hacia el extraño hombrecillo y luego siguió su camino con aparente indiferencia.

—Tengo una idea. —El huldre hundió sus delgados dedos en el suelo y cogió dos puñados de arena. Puso las manos a ambos lados del cuerpo, como si fueran los platos de una balanza, y dejó caer un poco de arena de la mano derecha hasta que los dos montoncillos le parecieron del mismo peso—. La vida nace de la tierra —afirmó con convicción—. Dejemos que la vida nazca de esta arena. —Se concentró, con los grandes ojos negros muy abiertos y la frente gris arrugada. Se representó mentalmente al escorpión y puso todos sus sentidos en la arena. Sintió la agradable aspereza de los granos de arena que se agitaban en sus palmas. Dirigió la energía mágica que corría por sus venas, primero para mover los granos con mayor rapidez y luego para fundirlos en dos masas blandas. Para cada forma visualizó ocho patas, pinzas de langosta y un cuerpo plano y estrecho del color de la obsidiana. Por fin imaginó sendas colas curvadas hacia arriba, por encima del cuerpo, y acabadas en un aguijón semejante a una aguja.

Cuando las vibraciones se extinguieron, Fisura se miró la mano. Tenía un escorpión en cada palma, aparentemente vivos pero inmóviles y de unos dieciséis centímetros de longitud. Sonriendo a sus creaciones, los colocó en la arena unos metros delante de él y se alejó a una distancia prudencial.

—Serviréis. Creo que lo haréis bien —dijo para sí. Tendió las palmas hacia el suelo del desierto y se balanceó de delante atrás—. Ahora os convertiré en seres útiles para Tormenta. —Sus dedos emitieron un resplandor azul y la luz envolvió a las pequeñas estatuas, rodeándolas en un halo—. Muy bien, ahora más —instó.

El resplandor se intensificó, extendiéndose en forma de esfera, y los escorpiones comenzaron a moverse lentamente dentro de sus prisiones de luz azul. Las colas titilaban, las pinzas de langosta se abrían y se cerraban y las cabezas se volvieron para ver mejor a su creador. Entonces las luminosas esferas se replegaron sobre sí mismas, los escorpiones absorbieron la energía arcana y empezaron a crecer.

Fisura miró con satisfacción cómo duplicaban su tamaño, volvían a duplicarlo y continuaban creciendo.

—Un poco más —ordenó, y los escorpiones parecieron obedecerlo. Las diminutas mandíbulas se abrieron y continuaron creciendo hasta que Fisura pudo ver el interior del abdomen, brillante y segmentado—. Bien. Ya basta.

Se puso en pie y examinó sus creaciones. Cada una de ellas medía un metro de altura, desde el suelo al caparazón de quitina, y aproximadamente el doble de largo. Las colas curvadas hacia arriba se retorcían como serpientes y el huldre admiró con orgullo los vestigios de veneno en las puntas.

—Casi perfectos —juzgó—. Desgraciadamente, falta el toque final.

Dio unos pasos al frente y se colocó entre las dos criaturas. Tiró de su mano derecha hasta desprenderla de la muñeca y, moldeándola como si fuera de arcilla, formó una bola que arrojó a la boca de uno de los escorpiones. Hizo otro tanto con la mano izquierda, que lanzó al segundo escorpión, y se miró los muñones. Las manos ya volvían a crecer. El hombrecillo podía modelar su cuerpo como un escultor el barro, aunque ahora le quedaba menos material para trabajar en el futuro.

—¿Me entiendes? —El huldre acarició el vientre de uno de los escorpiones.

El nuevo ser batió las mandíbulas y fijó sus negros ojos en el hombrecillo.

—Sssí. Entiendo —silbó.

—Sois carne de mi carne —afirmó Fisura—. Compartís mis recuerdos, así como yo compartiré los vuestros. Conoceréis mis pensamientos siempre que yo quiera, y yo conoceré los vuestros.

—Tu carne —repitió la criatura.

—Tu carne —coreó la otra—. Tus pensamientosss.

—Haréis todo lo que os diga. Y serviréis fielmente a Tormenta sobre Krynn... hasta que yo lo ordene.

—Ssserviremos a Tormenta —silbaron al unísono.

El huldre había usado un procedimiento similar para crear a los wyverns. No eran muy listos, pero aun así compartía sus recuerdos. Estaba al tanto de lo ocurrido cuando Palin y sus compañeros habían entrado en la cueva de Khellendros y sabía que los wyverns habían revelado involuntariamente el secreto del fuerte. Fisura había decidido no comunicar ese hecho al Azul.

Para crear a los wyverns sólo había necesitado un pulgar. Se había empeñado más a fondo con los escorpiones, que estaban dotados de una inteligencia superior y, según sospechaba, de mayor malevolencia. Crearlos le había costado parte de su magia y de su espíritu. Pero el sacrificio no sería en vano si conseguía acceder a El Gríseo y volver a sentir las brumas a su alrededor.

—Rastread mi memoria, vuestra memoria —ordenó a las criaturas—. Representaos la guarida de Khellendros.

—Sssí. Tormenta —silbó uno de los escorpiones.

—Casssa —añadió el otro—. Conocemosss el lugar.

—Id hacia allí —dijo el huldre—. Id allí y acatad las órdenes de Tormenta.

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