11 Problemas en el muelle

El Dragón Azul descendió en picado, arrastrando consigo a Dhamon Fierolobo en su mortífera caída. Volaron sangre y escamas, y la espada de Dhamon se hundió suavemente, como una aguja de plata pequeña e insignificante. Dhamon parecía una muñeca vieja. La tormenta rugía alrededor, golpeando salvajemente los cuerpos y a Feril, que contemplaba con impotencia la tétrica escena. El dragón y Dhamon se hundieron en el lago, levantando una gran lluvia de agua en el aire. Los dos desaparecieron bajo la superficie. Al principio se vieron ondulaciones y burbujas, señales de vida y esperanza. El corazón de la kalanesti latió desbocado, al ritmo de los rayos.

—¡Dhamon! —gritó.

Pero las burbujas desaparecieron, la tormenta amainó y ella despertó empapada en sudor.

Otra vez el sueño que se repetía noche tras noche. La única vez que no recordaba haberlo tenido había sido cuando había pasado la noche en el desierto con Palin y Rig. Entonces había tenido tanto en que pensar y que hacer, que se había dormido de puro agotamiento.

La elfa estaba en su catre, oyendo el rumor de las olas que chocaban contra el casco, el suave crujido del barco contra el muelle y los lejanos gritos de las gaviotas. De repente oyó unos pasos rápidos en la cubierta, como si alguien tuviera prisa por llegar a algún sitio. Miró por la portilla. El cielo se había teñido de rosa, aunque estaba cubierto de nubes bajas y grises. Pronto amanecería. Oyó otros pasos sobre su cabeza.

La noche anterior habían atracado en el puerto de Witdel. Era un puerto de aguas lo bastante profundas para que pudiera anclar el Yunque. Rig había avisado que los últimos refugiados desembarcarían por la mañana, pero no había dicho que fueran a salir tan temprano.

Entonces oyó otros ruidos y sus aguzados sentidos de elfa se centraron en las pisadas. Alguien corría en los muelles. Un grito atravesó el aire, y Feril se levantó de un salto y cogió su túnica y sus botas. Olfateó: algo se quemaba. Lo que había visto a través de la portilla no eran nubes, sino humo.


Rig Mer-Krel oyó un estruendo a su espalda. El palo popel cayó y sacudió el barco. Las velas ardían y, cuando el palo se desplomó sobre la cubierta, las llamas se extendieron en todas las direcciones.

El marinero corrió hacia el centro de la embarcación, esquivando las llamaradas, y alzó el alfanje por encima de su cabeza. Luego dejó caer el arma para hundir la hoja en la clavícula de uno de los Caballeros de Takhisis. Oyó la cota de malla que se partía, el crujido del hueso y el grito ahogado de su contrincante, que ya se desplomaba sobre la cubierta. La espada del caballero cayó al suelo, y el marinero se apresuró a recogerla.

Rig saltó hacia atrás para enfrentarse al siguiente adversario y se agachó justo a tiempo para evitar una estocada. Dio otro salto al frente y clavó la espada prestada en lo más profundo del estómago de otro caballero. Movió la hoja para liberar el arma, y el caballero cayó hacia adelante.

El marinero se detuvo apenas un instante para contemplar su obra; luego saltó por encima del cadáver y arremetió contra otros dos caballeros. El humo lo envolvía, pues el fuego se extendía progresivamente a otras secciones del barco. Le lloraban los ojos y tosió para descongestionar los pulmones. Con el alfanje en una mano y la larga espada en la otra, balanceó las hojas para mantener a raya a los dos caballeros hasta que pudiera abrirse paso. Los hombres estaban de cuclillas, espadas en ristre, moviéndose para esquivar los golpes de Rig.

Detrás de ellos, un hombre con una túnica gris parcialmente oculta por el humo flexionaba los dedos frente a su arrugada cara y pronunciaba palabras ininteligibles. El marinero frunció el entrecejo y volvió a toser. El hombre de la túnica lucía en el pecho el emblema de los Caballeros de Takhisis, pero en lugar del lirio de la muerte había una corona de espinas.

—Maldito hechicero —susurró Rig.

El marinero se dobló hacia adelante, tosiendo, y los caballeros aprovecharon la ocasión para avanzar. Pero Rig se irguió inesperadamente y empaló al de la derecha con la espada. El hombre de la izquierda se hizo a un lado, esquivando por los pelos el golpe del alfanje. Rig liberó la espada y corrió hacia el hechicero.

—Bárbaro —espetó el hechicero.

De sus largas uñas salieron dagas de luz roja que alcanzaron a Rig en el pecho. Ardientes como brasas, las astillas mágicas se fundieron en su piel, y el calor rápidamente se extendió al estómago y los hombros del marinero para descender luego por sus brazos. A Rig le temblaban los dedos y tuvo que concentrarse para mantener empuñadas las armas.

—Maldito hechicero —repitió el marinero mientras se alejaba unos pasos para coger impulso.

Lanzó su alfanje al estómago del hombre de la túnica gris, que estaba recitando otro conjuro. Una expresión de sorpresa cruzó por la cara del hechicero. Rig arremetió ahora con la espada, clavándola en la pierna del hombre. Cuando el hechicero se desplomó, Rig recuperó su alfanje, dio media vuelta y se acuclilló al ver a otros tres caballeros corriendo a su encuentro.

A unos metros de allí, entre las ondulantes nubes de humo gris, Groller luchaba cuerpo a cuerpo con el oficial al mando. El semiogro le atenazó la parte superior de los brazos y apretó con fuerza. El caballero gritaba, pero sus palabras no distrajeron al feroz semiogro, que deslizó los dedos hacia los hombros y el cuello. Mientras tanto, el caballero asestaba un golpe tras otro al estómago de Groller. Los labios del oficial continuaron moviéndose, pero su cara enrojeció y se contorsionó, y comenzó a salirle espuma por la boca.

El guantelete del caballero asestó un feroz golpe en la costilla del semiogro, produciéndole una intensa punzada de dolor. Groller levantó una pierna y dejó caer su pie sobre el del caballero. Luego se arrodilló y usó el peso de su cuerpo para empujar al oficial hacia el humo y las llamas. La tos sacudió el torso del caballero, y los carnosos dedos del semiogro volvieron a atenazarle el cuello. El oficial trató desesperadamente de soltarse, pero Groller siguió apretando, evitando que su contrincante volviera a llenar sus pulmones del aire caliente y cargado de humo. El oficial se resistió débilmente unos instantes más y luego cayó inerte. El semiogro se levantó y corrió hacia la borda en busca de aire puro.


Feril estuvo a punto de chocar con Usha y Palin. Se encontraron en lo alto de las escaleras del Yunque y los tres vieron el drakkar de los Caballeros de Takhisis amarrado al otro lado del muelle. El casco era negro como el carbón. De varios puntos de la cubierta salía humo, y las llamas envolvían el palo mayor y el popel.

—¡Palin! —gritó Feril.

—¡En nombre de Paladine! —murmuró Palin.

El hechicero se envolvió mejor con la sábana, contempló la carnicería y comenzó a recitar las palabras de un encantamiento.

Usha, vestida con camisón y bata, corrió a su lado.

—¡Ulin! —dijo con voz ahogada—. ¡Por todos los dioses! ¿Qué hace allí?

Ulin Majere estaba en el centro de la nave dragón, dirigiendo el fuego. Tenía el cabello empapado en sudor, pegado a ambos lados de la cara, y su túnica y sus polainas estaban cubiertas de hollín. Hizo un ademán con la mano, y una sección humeante del barco comenzó a arder como una hoguera, envolviendo a cuatro caballeros. Éstos se tambalearon, corrieron hacia la borda con las cotas en llamas, y se arrojaron al agua. La pesada armadura pronto los llevó al fondo.

Un aullido quebró el aire y Furia saltó por encima de la borda hacia el barco en llamas. Feril bajó por la pasarela del Yunque y subió al barco de los caballeros, donde Groller le cerró el paso. Tenía la ropa chamuscada y hecha jirones, y la sangre manaba de las numerosas heridas en sus brazos. Hizo un ademán como para espantar a una mosca.

—¡Fuera! Barco que... mar. Fue... go en todas partes.

Feril negó vehementemente con la cabeza.

—¡A tu espalda! —gritó—. Yo tengo que ayudar a Rig.

La expresión desesperada de la cara de la kalanesti hizo que el semiogro siguiera la dirección de su dedo. Un corpulento caballero, con la cota en llamas y la espada en alto, corría hacia Groller. Éste se volvió a mirarlo y sacó de su cinturón la cabilla de maniobra. Mientras se agachaba para esquivar el golpe, una figura de pelaje rojo pasó como un relámpago a su lado.

Furia golpeó el pecho del caballero con las patas delanteras y lo derribó. Luego lo obligó a arrojar la espada mordiéndole la muñeca. Groller aprovechó la ocasión y golpeó la sien del caballero con la cabilla de maniobras.

En la cubierta del Yunque de Flint, Usha tocó con suavidad el hombro de su marido.

—Palin, ¿no podrías...? Ah, ya estabas haciendo algo.

Usha aguardó a que su marido terminara de pronunciar el encantamiento y vio cómo la energía que había invocado se canalizaba hacia él, agitando el aire y el agua que los rodeaba.

El hechicero miró las grandes olas que comenzaban a sacudir el Yunque y el drakkar de los caballeros. Hizo un ademán con la mano, señalando una ola en particular. En el resto del puerto el agua estaba tan serena como si fuera cristal. Con un simple giro de muñeca y unas pocas palabras, el hechicero arrojó el agua de la ola sobre la cubierta del barco de los Caballeros de Takhisis. Continuó así con una segunda ola, y una tercera, cada una de ellas invocada individualmente por Palin. El agua extinguió parte de las llamas y arrojó a varios caballeros por encima de la borda.

—Deja que te ayude —dijo Gilthanas.

Él, Sageth y el resto de los refugiados que habían estado durmiendo en la cubierta se congregaron en torno a los Majere. Gilthanas se metió los rizos dorados detrás de las puntiagudas orejas, extendió el brazo y abrió los dedos en dirección al barco. Respiró hondo varias veces, cerró los ojos y se concentró en la suave brisa.

—Más rápido —instó.

—¡Madre mía! —exclamó Ampolla. La kender se abrió paso a codazos entre los refugiados hasta llegar a donde quería: junto a Usha—. Pensé que el cocinero había quemado el desayuno. ¡Eh! ¿Qué hace Rig allí? ¿Y Groller? También está Feril. Y... ¡Ulin!

La kender dejó de hacer preguntas, metió la mano enguantada en uno de los numerosos saquitos que colgaban de su cintura y sacó su honda. La desplegó y de inmediato buscó piedras y canicas con sus dedos doloridos. Un instante después, disparaba a los Caballeros de Takhisis que luchaban contra el marinero.

—¡Más rápido! —dijo el elfo levantando la voz a medida que el viento arreciaba a su alrededor.

Una racha de viento empujó a la siguiente ola que invocaba Palin. El agua se elevó y se derramó violentamente sobre la cubierta.

—¡Otra vez! —gritó el elfo, agrandando otra ola con su encantamiento.

Feril corrió hacia Rig, con los pies descalzos resbalando en la cubierta húmeda. Como si los tres caballeros que luchaban contra el marinero fueran pocos, un cuarto corría a su encuentro. La kalanesti lo empujó con el hombro y lo derribó, consiguiendo mantener el equilibro a duras penas.

Cuando la siguiente ola cayó sobre el barco, Rig extendió el brazo hacia atrás para cogerse de la batayola en el mismo momento en que el agua arrojaba a dos de sus adversarios por encima de la borda. Rig se incorporó para enfrentarse con el tercero, que corría hacia él balanceando frenéticamente su espada. La hoja pasó por encima de la cabeza del marinero, que se echó a un lado para evitar otra serie de estocadas rápidas. Rig respondió lanzándose sobre su contrincante con todas las fuerzas que le quedaban. El alfanje alcanzó la muñeca del caballero, cuya mano y espada volaron por los aires y cayeron en la cubierta. El caballero lanzó un grito de dolor y se cogió el muñón, ocasión que aprovechó Rig para derribarlo de una patada.

Cuando el marinero hizo una pausa para recuperar el aliento y mirar alrededor, vio a Feril y le sonrió. Detrás de ella, un caballero maduro —oficial, a juzgar por su insignia— corría hacia ellos. Rig desenvainó su alfanje y buscó sus dagas en el escote en «V» de su túnica. Adivinando sus intenciones, el caballero dio media vuelta y corrió en dirección contraria hacia la borda, con el agua amenazando seriamente su equilibrio.

—El honor es para los tontos —murmuró Rig mientras lanzaba la primera daga, que alcanzó al hombre entre los omóplatos.

Después, arrojó la segunda daga a un caballero que se acercaba a Ulin. La hoja se clavó en la garganta del hombre, que cayó muerto a los pies del joven hechicero.

Feril retrocedió y se sujetó de la borda cuando una de las olas de Palin, empujada por una mágica racha de viento, se rompió contra la popa, empapándola en el proceso. Ya quedaban pocas llamas y el humo se había disipado casi por completo. La kalanesti buscó con la vista al resto de sus amigos. El marinero se acercó, le rodeó los hombros con el brazo y la estrechó con suavidad.

—Un buen ejercicio matutino —observó—. Nada mejor para mantener la destreza con la espada.

Cuando vieron a Furia y a Groller, la elfa se soltó del brazo de Rig y fue al encuentro de la pareja. El lobo intentaba infructuosamente sacudirse el agua del pelaje, mientras que el semiogro daba un puñetazo al último caballero en pie. El hombre se resistió a caer, hasta que Groller le asestó un golpe en el esternón. El hueso crujió, y el caballero se desplomó.

Rig miró hacia el Yunque de Flint, vio a Palin y sonrió.

—¿He interrumpido tus sueños? —preguntó señalando el atuendo del hechicero.

Palin se ruborizó.

—Voy a vestirme —dijo a Usha—. Luego hablaremos de lo ocurrido.

El hechicero comenzó a bajar por las escaleras en el mismo momento en que Jaspe Fireforge subía. El enano bostezó.

—¿A qué viene tanto alboroto? En este barco es imposible dormir.

Cuando Palin se hubo vestido, regresó a la cubierta donde encontró a Jaspe atendiendo a los heridos. Rig estaba reclinado sobre el palo mayor y Jaspe le vendaba la cintura. Groller observó la obra del enano y luego se quedó quieto para que Jaspe le examinara las costillas.

—Deberías usar armadura —gruñó Jaspe, consciente de que el semiogro no podía oírle.

—Parece que Rig empezó la pelea —anunció Ampolla a Palin.

—¿Que empecé yo? —protestó el marinero—. Empezaron ellos. Yo sólo los ayudé a terminarla.

Palin dirigió una mirada fulminante al negro.

—¿Qué pasó?

—Me levanté temprano. Groller y yo estábamos vigilando a los caballeros. Al parecer, llegaron anoche, poco después que nosotros. Tu hijo se reunió con nosotros porque no podía dormir. Así que charlamos un rato. El drakkar no despertó mi curiosidad hasta que vi que los caballeros traían gente de la ciudad a los muelles a una hora temprana y conveniente, cuando el resto de la población dormía.

—¿Y? —apremió Palin.

—Y les pregunté qué hacían. —Rig hizo una pequeña pausa para ajustar ligeramente la posición del vendaje—. No lo dijeron, pero supuse que estaban capturando más personas para que el Azul las convirtiera en dracs.

—De modo que atacaste a los caballeros.

—No exactamente. —Era evidente que al marinero no le gustaba el interrogatorio de Palin.

Se levantó, pasó junto al hechicero y echó a andar por la pasarela en dirección al muelle, donde Feril, Gilthanas, Usha y Ulin conversaban con los antiguos prisioneros.

—¿Entonces qué pasó exactamente?

Rig no respondió. Palin suspiró y lo siguió al muelle.

—Rig no empezó la pelea —dijo Ulin cuando su padre llegó junto a él—. Fui yo.

—¿Tú?

—Rig les dijo que dejaran a los prisioneros, y los caballeros amenazaron con llevarnos a nosotros también. Así que yo los amenacé con destruir su barco. Los muy tontos no me creyeron. —Palin suspiró—. ¿Recuerdas el sencillo hechizo del fuego que me enseñaste hace unos años? Bien; he estado practicando y puse a prueba una versión mejorada en las velas de su nave.

—Naturalmente, los caballeros no se alegraron —añadió Rig con una risita—. Y, cuando desenvainaron las espadas, pensé que debía complacerlos. —Dio un par de palmaditas ala empuñadura de su alfanje—. Hice un ejercicio de calentamiento con un par de ellos.

—¿No podríais habernos despertado antes de que las cosas se os escaparan de las manos? —preguntó Feril—. Yo habría intercedido. Tal vez no hubieran muerto tantos caballeros.

—Bueno, las cosas se nos escaparon de las manos antes de que nos diera tiempo a avisar —dijo Ulin, sonriendo a su padre.

—Has tenido suerte —afirmó Palin a su hijo—. El fuego podría haberse extendido al Yunque de Flint. Uno de vosotros podría haber muerto y...

—Pero no ha sido así —lo interrumpió Ulin—. No nos mataron. Y conseguimos salvar a mucha gente condenada a convertirse en comida para los dragones o en dracs.

—Ocupémonos del resto de los refugiados y marchémonos de aquí. Tenemos prisa y no podemos desperdiciar el tiempo en...

—¡Eres Palin Majere, el famoso hechicero! —exclamó un joven con una rebelde melena rojiza mientras se abría paso entre los prisioneros liberados de la primera fila.

—Sí, pero...

—Eres una de las personas más poderosas de Krynn —prosiguió el joven.

A su espalda, el resto de los prisioneros comenzaron a murmurar con entusiasmo, señalando a Palin. El hechicero se ruborizó.

—Palin Majere —anunció una mujer gorda—. Luchó en la guerra de Caos. Mató a Caos.

—Eso no es verdad —interrumpió Palin—. Yo sólo...

—Tu padre es Caramon, uno de los Héroes de la Lanza —dijo otro hombre.

—¡Y no olvides a su madre, Tika! —exclamó la gorda—. En sus tiempos, fue una mujer muy valiente. Y supongo que sigue siéndolo.

—Palin es pariente de Raistlin, el hechicero más importante de Krynn —interrumpió otro—. Creo que son primos.

—En realidad, era mi tío.

—No, el hechicero más importante de Krynn es Palin. Mi padre me ha dicho que de no ser por él ya no habría magia. Y si él no hubiera combatido en el Abismo, Krynn no existiría.

—¡Un auténtico héroe! —exclamó una joven—. ¡Por favor, déjame ir contigo!

Palin dio un paso atrás. Usha lo imitó, con un brillo en los ojos que indicaba que le divertía la timidez de su marido.

—Deberías salir de la Torre de Wayreth más a menudo, cariño. Mira cuánto te quieren.

—¿Que me quieren?

—Les contaré a todos mis amigos que Palin Majere me rescató —dijo la mujer gorda mientras intentaba llegar junto al hechicero.

—Escuchadme, me siento halagado, pero tenemos prisa.

—Espero que no demasiada —terció el pelirrojo. Tenía unos asombrosos ojos dorados y la nariz cubierta de pecas—. Hay más caballeros por los alrededores, en un claro no muy apartado de la ciudad.

—Sí —afirmó una mujer delgada que pasó por delante de la gorda y se situó junto al pelirrojo—. Han acampado a pocos kilómetros de aquí. Nos tuvieron allí un tiempo, supongo que esperando a que llegara la nave. Dijeron que nos llevarían a un puerto del norte.

—También dijeron que en cualquier momento llegarían otros prisioneros —añadió el joven—. ¿Y si ya están allí? ¿Crees que podrías ayudarlos como nos has ayudado a nosotros?

Palin dejó escapar un suspiro. Estaba ansioso por zarpar en busca de los objetos mágicos de la Era de los Sueños. Sageth había dicho que era una «carrera», y Palin estaba de acuerdo. Sin embargo, no podía defraudar a esas personas.

—¿A qué distancia de aquí está el campamento?

—A unos pocos kilómetros —respondió la mujer delgada—. Yo te guiaré. Conozco el camino.

—¡Estupendo! —Rig, que había permanecido callado hasta este momento, se llevó la mano a la empuñadura del alfanje—. Unos pocos caballeros no representan ningún reto. Liberaremos a vuestros amigos en menos que canta un gallo. Puedo hacerlo yo solo.

—Tú quieres morir, Rig Mer-Krel. No lo niegues —dijo Feril—. Te he visto en la cubierta del drakkar. Luchabas contra tres caballeros a la vez, y se acercaba un cuarto. Debería haberme dado cuenta cuando insististe en ir al fuerte de Khellendros en el desierto. No te importó que sólo fuéramos cuatro. La muerte de Shaon te ha afectado. —Respiró hondo y prosiguió con su discurso:— No quieres vivir sin ella, así que estás haciendo todo lo posible para ir a su encuentro.

Rig la miró boquiabierto.

—No es verdad. Yo...

—¿No? Antes no eras tan imprudente. Valiente, sí, pero no tan estúpido. —Dio media vuelta y echó una mirada fulminante a Palin—. Voy a ayudar a estas personas —dijo inclinando la cabeza hacia el joven pelirrojo y la mujer delgada.

—Yo iré contigo —sugirió Rig.

—¡No! —Feril prácticamente escupió la palabra—. Te quedarás aquí a ayudar a los refugiados. Luego buscarás la mejor ruta para llegar a Ergoth del Sur y conseguir provisiones. Palin, Gilthanas, vosotros podéis venir conmigo —prosiguió—. Tú también, Ulin. Yo me veo capaz de lidiar con unos cuantos caballeros. Además de espadas, tenemos la magia de nuestra parte. Es posible que no necesitemos matarlos a todos.

Se volvió y se abrió paso entre el gentío, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para asegurarse de que el pelirrojo y la mujer delgada la seguían.

Ulin corrió tras ella. Palin se demoró un momento para besar a Usha y decirle algo al oído.

Gilthanas se acercó al marinero.

—Yo no me fío sólo de la magia —dijo el elfo—. Si pudieras dejarme un arma...

El marinero desenvainó su alfanje y se lo entregó.

—Aquí tienes. Yo tengo muchas armas más.

—¿Venís, señores? —Feril estaba en el centro del muelle, flanqueada por Ulin y los dos guías—. Rig, mientras estemos fuera, consigue un mapa de la costa oriental de Ergoth del Sur.

—Sí, capitana —murmuró el marinero tras asegurarse de que la kalanesti y su séquito estaban lo bastante lejos para no oírlo. Sonrió, mirando cómo se alejaba en dirección a la ciudad—. A sus órdenes, señora.

Rig regresó a la cubierta del Yunque de Flint y apretó los labios al reparar en las miradas de Jaspe, Ampolla y Sageth. Por suerte, su piel era demasiado oscura para delatar su vergüenza.

—Bueno, ¿qué miráis? Tenemos mucho trabajo. Jaspe, tienes que... —El enano hizo caso omiso de sus palabras, dio media vuelta y bajó por la escalera—. Ampolla...

La kender se encogió de hombros.

—Lo lamento, Rig. Tengo que ayudar a Jaspe con lo que sea que esté haciendo —dijo mientras se alejaba.

—Yo no tengo nada mejor que hacer en estos momentos —se ofreció Usha, que subía por la pasarela—. Me ocuparé de que el resto de los refugiados encuentren un sitio en la ciudad, aunque después de que me vista correctamente. —Sus ojos brillaron—. Busca ese mapa de inmediato y comienza a estudiar la ruta. Palin y los demás no tardarán en volver.

—Sí, capitana Usha —murmuró el marinero mientras la mujer se alejaba—. Tampoco me molestaba que Shaon me diera órdenes de vez en cuando.

Aunque el barco estaba lleno de gente, Rig se sintió súbitamente solo.

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