Agradecimientos

A Miguel Ángel Linares, por su lectura del primer borrador. Sus recomendaciones de experto lector me ayudaron mucho.

A José Antonio Caballero López, del Departamento de Filología Hispánica y Filología Clásica de la Universidad de La Rioja, por sus consejos sobre el correcto latín utilizado por el Círculo Octogonus.

A Francisco del Río Sánchez, del Departamento de Filología Semítica de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, por su brillante traducción al arameo de la carta de Eliezer.

A Guadalupe Sáiz, del Área de Estudios Árabes e Islámicos del Departamento de Culturas y Lenguas Mediterráneas de la Universidad de Jaén, por su asesoramiento con las pistas escritas en árabe del siglo XIII.

A Nagui Henri, por explicarme los misterios y la historia de la religión copta, la cual practica.

Al doctor José Cabrera, especialista en Psiquiatría y Medicina Legal y diplomado en Criminología, por asesorarme en los temas médicos que aparecen en esta novela.

A Eva Celada, por mostrarme a través de su libro la maravillosa y rica cocina vaticana. El cardenal Lienart degustó muchos de sus platos.

A Manuel García, por explicarme el sistema cartográfico y de orientación para la navegación usado por los árabes.

A mi hijo, Hugo Frattini, por corregir mi mal italiano.

A Óscar Maqueda, director de la revista Golf Digest, que me ayudó técnicamente a camuflar un arma en una bolsa de palos de golf.

A Carlos (seudónimo), ex francotirador de la Unidad Especial de Intervención (UEI) de la Guardia Civil, por asesorarme en el tipo de armas utilizadas por el Arcángel.

Al general Félix Hernando y al teniente coronel Manuel Llamas, de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, por su asesoramiento desinteresado en algunos puntos de esta novela.

A Corto Maltés, mi héroe imaginario, y a Hugo Pratt, por su gran ayuda a la hora de mostrarme su Venecia secreta.

A mi querida Belén, por su afilado lápiz rojo. Se ha convertido en un amuleto para mí.

A Miryam Galaz, mi editora, por el mimo con que trató esta novela y con la que discutí horas y horas sobre la trama y los personajes de El Laberinto de Agua.

Y, por último, un agradecimiento muy especial a mi querido amigo Juan Ignacio Alonso, que tuvo la paciencia de leerse el manuscrito mientras iba formándose. Las discusiones sobre el desarrollo de la trama y los personajes, sus comentarios, apreciaciones y recomendaciones me ayudaron a contar esta historia. Y a Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, verdadero pozo de sabiduría y uno de los grandes especialistas mundiales en los textos del cristianismo primitivo. Él me ayudó, con sus sabios consejos, a crear la carta de Eliezer.

Una parte de esta novela es de todos ellos…

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