A Chonchiña, y en memoria de su gran amor Paco Comesaña, el doctor Comesaña, que luchó contra el mal de aire.
A Ánxel Vázquez de la Cruz, médico de niños.
Sin ellos, no nacería esta historia.
También en la memoria de Camilo Díaz Baliño, pintor asesinado el 14 de agosto de 1936 y de Xerardo Díaz Fernández, autor de Os que non morreron y A crueldade inútil, que murió en el exilio de Montevideo.
Con mi gratitud a los doctores Héctor Verea, que me guió en la enfermedad tísica, y Domingo García-Sabell, que me acercó a la cautivadora personalidad de Roberto Nóvoa Santos, el maestro de la patología general, muerto en 1933.
También me fue de mucha utilidad la consulta de las investigaciones históricas de Dionisio Pereira, V Luis Lamela y Carlos Fernández.
A Juan Cruz, quien sencillamente dijo: ¿Por qué no escribes esa historia? Y me hizo llegar por medio de Rosa López un bonito lápiz de carpintero chino.
A Quico Cadaval y Xurxo Souto, que respiran cuentos y luz de niebla.
A Xosé Luis de Dios, que con su pintura me recordó a las lavanderas.
Y a Isa, en los peñascos de Pasarela, en los colmenares de Cova de Ladróns.