23. NED

Ahora ya tenemos en qué pensar, por lo menos nos dejarán mascullar nuestros pensamientos a cada uno en privado. Todos tenemos una habitación individual, austera pero agradable y con la suficiente comodidad. El monasterio es mucho mayor de lo que parecía desde el exterior: las dos alas anexas son sumamente largas y quizás haya cincuenta o sesenta habitaciones en el interior del edificio, sin contar con la posible existencia de otras habitaciones subterráneas. Ninguna de las habitaciones que he visitado tiene ventanas. Las piezas centrales, las que llamo «salas públicas», tienen el techo descubierto, pero las celdas laterales, donde viven los hermanos están totalmente cerradas. Ignoro si existe algún sistema de climatización, ya que no he visto ni tubos ni entradas de aire, pero cuando se pasa de una sala abierta a una cerrada, se experimenta una baja muy sensible de temperatura, del calor del desierto se pasa al confort de un hotel. La arquitectura es sencilla: salas desnudas y rectangulares, paredes y techos en gris marrón, sin yeso, sin molduras o aparentes vigas, u otros elementos decorativos. El suelo es de pizarra oscura, no hay ni tapices ni moquetas. Los muebles parecen reducirse al mínimo necesario: mi habitación sólo tiene una litera baja hecha de palos y cuerdas, con un pequeño cofre maravillosamente trabajado en una madera dura y negra, supongo que será para meter la ropa. Lo único que contrasta con la austeridad del ambiente es una fantástica colección de máscaras y raras estatuas que, supongo, datan de la época precolombina y están colgadas por las paredes o colocadas en nichos: terroríficos rostros, ángulos atormentados, lujuriosa ostentación de monstruosidades. El símbolo del cráneo es omnipresente. No tengo ni idea de las causas que han conducido al periodista autor del recorte del periódico a pensar en este lugar como una comunidad de «monjes» entregados a sus ritos cristianos. El artículo hablaba de un decorado que representaba «una combinación del estilo cristiano medieval con algo parecido a los motivos aztecas», pero, si la influencia azteca es indiscutible, ¿dónde, pues, ha podido ver la imaginería cristiana? Yo no veo ni cruces, ni vidrieras, ni imágenes de santos o Sagradas Familias, ni nada de todo cuanto se acostumbra. Aquí todo es pagano, primitivo, prehistórico; esto podría ser un templo dedicado a algún antiguo dios mexicano, e incluso a una divinidad del Neanderthal, pero, o Jesús está totalmente ausente de aquí o yo no soy un irlandés de Boston. Es posible que el refinamiento frío y austero que reina aquí le haya dado al periodista la impresión de que se encontraba en un monasterio medieval —los ecos, el sordo rumor de los cantos gregorianos en los corredores silenciosos— pero sin el simbolismo cristiano no podría haber cristianismo y estos símbolos son claramente extraños. El efecto global que producen estos lugares es de exuberancia compaginada con una renuncia estilística considerable. Lo han hecho todo de forma austera, con una cierta sensación de poder y grandeza, se desprende de los muros, del suelo, de los infinitos pasillos, de las salas desnudas y los austeros muebles. Evidentemente, la limpieza es aquí un elemento importante. Los medios higiénicos son extraordinarios. Hay surtidores de agua por todas partes, en las salas públicas. En mi propia habitación hay una gran bañera incrustada en el suelo, bordeada de pizarra verde y digna de un maharadajh o un Papa del Renacimiento. Cuando el hermano Antony me introdujo en la habitación, me sugirió que tomara un baño y su delicada sugerencia parecía tener la fuerza de una orden. Además, no era necesario que me hiciera rogar, pues la marcha a través del desierto me había impregnado de una capa de polvo pegajoso. Me bañé voluptuosamente en la bañera de pizarra brillante y, cuando salí, advertí que toda mi ropa húmeda y mugrienta había desaparecido, hasta los zapatos. Sustituyendo a la ropa, había unos vaqueros cortos y usados, pero limpios, encima de una litera y parecidos a los que llevaba el hermano Antony. Muy bien, la filosofía de este lugar parecía ser cuantas menos cosas haya, mucho mejor. Adiós camisas y suéters; me contentaría con unos pantalones cortos encima de los riñones desnudos. Este es un lugar interesante.

De momento, el problema es: ¿tiene este lugar alguna relación con el monasterio medieval de Eli y el supuesto culto a la inmortalidad? Creo que sí, pero no tengo la certeza. Es inútil sustraerse al aspecto teatral del hermano, a su dulce ambigüedad cuando, hace unas horas, le enseñó Eli El Libro de los Cráneos, su réplica sonora: ¿El Libro de los Cráneos? Qué nombre más extraño. Me gustaría saber qué es El Libro de los Cráneos. A raíz de lo cual, inició una rápida salida que le permitió controlar de una vez por todas la situación. ¿No sabía verdaderamente lo que era? ¿Por qué entonces pareció desconcertarse durante unos rapidísimos segundos cuando Eli le mencionó el nombre? ¿La inmensa cantidad de cráneos que había por aquí sería simple coincidencia? ¿Habrá sido olvidado El Libro de los Cráneos por sus propios adeptos? O bien, ¿está el hermano jugando con nosotros para introducir la incertidumbre en nuestros espíritus? La estética del humor: ¡cuánto arte se ha hecho basándose en este principio! Se divertirán así con nosotros durante algún tiempo. Me gustaría bajar a discutir con Eli, tiene un ingenio vivo, sabe interpretar con rapidez los matices. Quisiera saber si la respuesta del hermano Antony le ha sumido en la perplejidad. Pero supongo que tendré que esperar un poco antes de poder hablar con Eli. Me da la impresión de que mi puerta está cerrada con llave.

Загрузка...