– ¡No me lo creo! -soltó Jack Radley, sentado a la mesa del desayuno sosteniendo el periódico en alto con las manos temblorosas y la cara pálida.
– ¿Qué pasa? -preguntó Emily, cuyos primeros pensamientos volaron hacia el asesinato de Maude Lamont, ocurrido hacía justo una semana. ¿Había descubierto Thomas algo tan irrefutable que incriminaba a Rose? Solo ahora se daba cuenta de lo mucho que había temido que ocurriera. Los remordimientos la abrumaron-. ¿Qué has leído? -En su voz se podía percibir el miedo.
– ¡Aubrey! -exclamó Jack, bajando el periódico para verla-. Ha escrito una carta al director. Supongo que es para refutar lo que dijo el general Kingsley de él, pero no está bien planteada.
– ¿Quieres decir que está escrita de forma descuidada? No es propio de Aubrey. -Recordaba su bonita voz; no solo era la dicción, sino también la forma de elegir las palabras-. ¿Qué dice?
Jack respiró hondo y se mordió el labio, negándose a responder, como si al leerlo en alto cobrara mayor dimensión real.
– ¿Tan terrible es? -preguntó ella, con una angustia que la estremecía y la consumía por dentro-. ¿Cambiará algo?
– Creo que podría hacerlo.
– ¡Bueno, entonces o me la lees o me pasas el periódico! -ordenó ella-. ¡Por el amor de Dios, no me digas que es terrible y luego te lo calles!
Él bajó la vista hacia las páginas y empezó a leer en voz baja, casi inexpresiva:
He sido acusado recientemente en este periódico por el general de división Roland Kingsley de ser un idealista con poco conocimiento de la realidad, un hombre que renunciaría a las glorias del pasado de nuestras naciones, y con ellas, a los hombres que lucharon y murieron para protegernos y extender el imperio de la ley y la libertad a otros países. En circunstancias normales me habría contentado con dejar que el tiempo demostrara que estaba equivocado. Confiaría en que mis amigos me conocieran mejor y esperaría que los desconocidos fueran sinceros en su juicio.
Sin embargo, voy a presentarme candidato para el escaño de Lambeth sur en las actuales elecciones parlamentarias, y la inminencia de las mismas no me permite tomarme ese tiempo.
En nuestro pasado ha habido muchos sucesos gloriosos que no puedo ni quisiera cambiar. Pero el futuro nos pertenece y podemos moldearlo a nuestro gusto. Escribamos grandes poesías sobre desastres militares como el asalto de la brigada ligera de Sebastopol, donde hombres valerosos perdieron inútilmente la vida a las órdenes de generales incompetentes. Compadezcamos a los supervivientes de tales acciones desesperadas cuando pasen cojeando a nuestro lado por la calle, ciegos o lisiados, o los veamos en camas de hospital. Llevemos flores a sus tumbas.
Pero también actuemos para que sus hijos y nietos no caigan del mismo modo. Es algo que no solo podemos sino que tenemos la obligación de cambiar.
– ¡No está mal planteado! -argüyó Emily-. En mi opinión, lo que dice es cierto, una valoración totalmente justa y sincera.
– Aún no he terminado -dijo Jack sombrío.
– Bueno, ¿qué más dice?
Él volvió a bajar la vista hacia la página.
Necesitamos un ejército que luche en tiempos de guerra si un país extranjero llegara a amenazarnos. No necesitamos aventureros cortados con el patrón del imperialismo, que creen que como ingleses tenemos derecho a atacar y conquistar el país que se nos antoje, ya sea porque estamos profundamente convencidos de que nuestro estilo de vida es superior al suyo, y sus habitantes se beneficiarán de nuestras leyes e instituciones impuestas por la fuerza de nuestras armas, o porque ellos tienen tierra, minerales y cualquier otro recurso que podemos explotar.
– Oh, Jack. -Emily estaba horrorizada.
– Sigue con más de lo mismo -dijo él con amargura-. No acusa abiertamente a Kingsley de buscar interesadamente la gloria a expensas del hombre de a pie, pero la insinuación está bastante clara.
– ¿Por qué? -preguntó ella con profunda desazón-. Pensé que tenía más… más sentido de la realidad. ¡Aunque todo eso fuera cierto, no le haría ganar seguidores! ¡Los que piensan como él estarán en su bando de todos modos, y los que no, le odiarán por ello! -Ocultó la cara entre las manos-. ¿Cómo ha podido ser tan ingenuo?
– Porque Kingsley debe de haberle puesto nervioso -respondió Jack-. Creo que Aubrey siempre ha odiado el oportunismo, la idea de que el más fuerte tiene derecho a tomar lo que quiere, y ve el imperialismo de ese modo.
– Es un tanto intolerante, ¿no te parece? -dijo ella, aunque en realidad no se trataba de una pregunta. No acataba las opiniones de Jack ni las de nadie. Una cosa era el conocimiento factual, pero aquello tenía que ver con los sentimientos y la comprensión de la gente-. Estoy empezando a creer que la política solo requiere una buena comprensión de la naturaleza humana y el suficiente sentido común para mantener la boca cerrada cuando no sirve de nada hablar. Y no decir mentiras que puedan delatarte, y nunca perder los estribos ni prometer algo que tal vez no puedas cumplir.
Jack esbozó una sonrisa, pero no reflejaba la menor satisfacción.
– Ojalá se lo hubieras dicho hace un par de días.
– ¿Realmente crees que cambiará algo? -Ella seguía aferrada a la esperanza-. Es el Times, ¿verdad? Sí. ¿Cuántos votantes de Lambeth sur calculas que lo leen?
– ¡No lo sé, pero te apuesto lo que quieras a que Charles Voisey lo lee! -respondió él.
Emily se planteó por un momento aceptar la apuesta y pedir una nueva sombrilla si ganaba, pero luego se dio cuenta de lo inútil que era. Por supuesto que Voisey lo leería y lo utilizaría.
– Aubrey habla de los militares como si los generales fueran estúpidos -continuó Jack con un deje de desesperación en la voz-. Dios sabe que hemos tenido bastantes que lo eran, pero planificar tácticas de batalla es más difícil de lo que crees. ¡Puede que tengas enemigos listos, armas inadecuadas, escasez de suministros, cambios en la meteorología…! O sencillamente mala suerte. Cuando Napoleón nombraba a un nuevo mariscal no preguntaba si era inteligente, sino si tenía suerte.
– ¿Qué preguntaba Wellington? -replicó ella.
– No lo sé -admitió él, levantándose-. Pero no habría aceptado a Aubrey. ¡Esto no es un caso de falta de honradez ni de mala política, sino las tácticas más espantosas que se podrían haber empleado contra un hombre como Charles Voisey!
A primera hora de la tarde, Emily fue con Jack a escuchar el discurso que Voisey iba a pronunciar delante de una gran multitud. Era en Kennington, y el parque estaba lleno de gente que paseaba bajo el fuerte sol tomando helados y manzanas de caramelo, y bebiendo limonadas mientras esperaba impaciente que comenzara para divertirse e interrumpir al orador. Para empezar, a nadie le importaba demasiado lo que tenía que decir Voisey. Era una buena manera de pasar una hora, mucho más interesante que el anodino partido de criquet que jugaban una veintena de chicos en el otro extremo del parque. Si quería que le prestaran atención tendría que divertirles, y si no lo sabía a esas alturas, pronto se enteraría.
Evidentemente, solo algunos de los que le escucharían tenían derecho al voto, pero el futuro de todos se vería afectado. De modo que se apiñaron alrededor del quiosco de música vacío, al que Voisey se subió con gran confianza en sí mismo y donde tomó la palabra.
Emily permaneció de pie al sol con la cara protegida por el sombrero, contemplando primero a la multitud, luego a Voisey, y mirando de reojo a Jack. No escuchaba realmente las palabras. Sabía que trataban de patriotismo y orgullo. Era un discurso muy sutil, pero elogiaba a la multitud en un sentido muy general, haciendo que se sintiera parte del logro del Imperio, aunque no lo llamó así. Ella observó cómo la gente se erguía un poco más, sonriendo inconscientemente, poniéndose derechos y con la barbilla ligeramente más alta. Les hacía sentir que eran parte de algo, que participaban de la victoria, que se contaban entre la élite.
Miró a Jack y vio cómo se le curvaban hacia arriba las comisuras de los labios. Tenía el rostro crispado por la indignación, pero también se apreciaba en él cierta admiración; por mucho que quisiera, no podía ocultarla.
Voisey continuó. No mencionó el nombre de Serracold. Serracold podría no haber existido. No les hacía escoger: votadme a mí o al otro candidato, votad a los tories o a los liberales; sencillamente les hablaba como si la decisión ya hubiera sido tomada. Eran de una sola opinión porque eran de una sola raza, un solo pueblo, un solo destino compartido.
Por supuesto, aquel argumento no persuadiría a todo el mundo. Emily vio en muchos rostros obstinación, desacuerdo, cólera, indiferencia. Pero él no les necesitaba a todos, solo a los suficientes para formar una mayoría junto con los votantes tories de toda la vida.
– Va a ganar, ¿verdad? -susurró ella, escudriñando la cara de Jack y viendo la respuesta en su expresión. Se sentía furioso, impotente, frustrado, y sin embargo era plenamente consciente de que si salía en defensa de Aubrey Serracold como pretendía, solo lograría demostrar lealtad a un amigo y poner en peligro su propio escaño. Nada era tan seguro como había creído hacía una semana.
Emily le observó mientras Voisey seguía hablando y la multitud escuchaba. El personal estaba con él en esos momentos, pero ella sabía lo voluble que era la popularidad. Hacías reír a la gente, la elogiabas, le dabas esperanzas de obtener beneficios y le brindabas una creencia común, y la tenías en el bolsillo. La menor sospecha de miedo, un insulto insinuado o incluso el aburrimiento, y volvías a perderla.
Una parte de Emily deseaba que él hiciera honor a su amistad, que dijera lo que pudiera para corregir la desigualdad entre Aubrey y aquel hombre que manipulaba la situación con tanta destreza. La carta de Aubrey al director le había hecho el juego a Voisey. ¿Por qué había sido tan necio? Sintió desaliento a medida que la respuesta acudía a su mente de forma espontánea. Porque era idealista pero ingenuo. Era un hombre bueno con un sueño honrado, pero aún no era un político, y las circunstancias no le brindarían la ocasión de convertirse en uno. No había ensayos, solo la realidad.
Volvió a mirar a Jack y vio que todavía estaba indeciso. No dijo nada. Aún no estaba preparada para la respuesta, fuera cual fuese. El tenía razón: el precio a pagar por el poder podía ser demasiado alto. Y sin embargo, sin poder uno conseguía muy poco, tal vez nada. Las batallas costaban caro; era la naturaleza de la lucha por cualquier principio, por cualquier victoria. Y si uno se retiraba de la lucha porque resultaba dolorosa, el premio iba a parar a otro, a alguien como Voisey. ¿Y cuál era el precio? Si los hombres buenos no empuñaban la espada, ya fuese de forma literal o figurada, la victoria era de quien estaba dispuesto a ello. ¿Era justo?
Si fuera algo fácil de ver, tal vez habría más personas que la encontraran y menos que se dejaran engañar por el camino.
Dio un paso para acercarse a Jack y le cogió del brazo. Él se volvió hacia Emily, pero ella no le miró.
Esa noche había una recepción que, según le había parecido a Emily anteriormente, prometía cierta diversión. Era menos formal que una cena y brindaba muchas más posibilidades para hablar con una mayor variedad de gente del agrado de uno, sencillamente porque no había que estar sentado alrededor de una mesa. Como siempre en tales ocasiones, habría alguna clase de entretenimiento, como una pequeña orquesta con un solista que cantara, o tal vez un cuarteto de cuerda o un pianista excepcional.
Sin embargo, sabía que Rose y Aubrey Serracold estarían también allí, y como mínimo algunos invitados ya conocerían la noticia del discurso de aquella tarde, de modo que en cuestión de una hora todos estarían al corriente no solo de la extraordinaria insensatez que había demostrado Aubrey en los periódicos, sino de la magnífica respuesta de Voisey. Prometía ser una situación embarazosa, hasta violenta. E hiciera lo que hiciese Jack al respecto, no podría seguir posponiendo la decisión durante mucho más tiempo.
Era injusto, pero Emily estaba enfadada con Charlotte por no estar allí con ella para hablar de ello. No tenía a nadie más a quien confiar sus sentimientos, dudas y preguntas.
Como siempre, se vistió con esmero. Las primeras impresiones eran muy importantes, y hacía tiempo que sabía que una mujer hermosa podía atraer la atención de un hombre mientras que a una menos agraciada no le resultaba nada fácil. También había aprendido recientemente que acicalarse con esmero, ponerse un vestido con un tono y diseño que le favorecieran y exhibir una sonrisa franca con aire de confianza, podían hacer que los demás consideraran a la persona más hermosa de lo que era en realidad. Por consiguiente, escogió un vestido de falda acampanada y cintura ajustada elaborado con una tela fina estampada en verde, color que siempre le había favorecido. El resultado era tan espectacular que hasta Jack, que estaba de pésimo humor por culpa de Voisey, abrió los ojos como platos y se vio obligado a felicitarla.
– Gracias -dijo ella con satisfacción. Se había vestido para luchar, pero él seguía siendo la conquista que más le importaba.
Llegaron sesenta minutos después de la hora indicada en la invitación; presentarse antes no habría sido aceptable. Una veintena de personas llegaron inmediatamente antes o después de ellos, y por unos momentos el vestíbulo se llenó con una aglomeración de invitados que se saludaban. Las señoras se despojaron de sus capas. Aunque hacía una noche agradable, no se marcharían hasta después de medianoche, y para entonces haría fresco.
Emily vio a varios conocidos y esposas de políticos con quienes convenía entablar amistad, y unas cuantas personas que le caían bien. Sabía que esa noche Jack tenía obligaciones que no podía permitirse pasar por alto. No era simplemente una ocasión para divertirse.
Se puso a escuchar con atención, mostrándose encantadora, haciendo cumplidos adecuados y debidamente meditados, intercambiando un par de chismes que si conseguía que se repitieran dejarían de atormentarla.
Dos horas después, una vez que hubo empezado el espectáculo musical -la solista era una de las mujeres menos agraciadas que había visto jamás, pero tenía una voz que brotaba sin esfuerzo como la de una verdadera diva de ópera-, Emily vio a Rose Serracold. Debía de acabar de llegar, porque iba vestida de un modo tan llamativo que era imposible que no hubiera reparado en ella. Llevaba un vestido bermellón a rayas negras cubierto con encaje negro sobre las mangas y el busto, lo que realzaba su extrema esbeltez. Tenía una flor de color bermellón en la falda a juego con las del pecho y el hombro. Estaba sentada en una de las sillas situadas a un extremo del grupo, con la espalda rígida, mientras la luz se reflejaba en su pelo claro como el sol o el maíz maduro. Emily buscó a Aubrey a su alrededor, pero no le vio.
La cantante era tan buena que se apoderaba de la mente y los sentidos, y tenía una voz tan hermosa que habría sido un acto de vandalismo para el oído hablar durante su actuación. Pero tan pronto como terminó, Emily se levantó y se acercó a Rose. Tenía un pequeño corro a su alrededor, y antes de que alguien se apartara un poco para permitir que se uniera al grupo, oyó la conversación. Y con una sensación de ansiedad, supo al instante a qué se referían exactamente, aunque no habían mencionado nombres.
– Es mucho más listo de lo que me pensaba, lo reconozco -decía con aire arrepentido una mujer vestida de dorado-. Me temo que le hemos subestimado.
– Creo que habéis sobrestimado su moralidad -dijo Rose con aspereza-. Tal vez ese haya sido nuestro error.
Emily abrió la boca para intervenir, pero alguien se le adelantó.
– Desde luego debe de haber hecho algo extraordinario para que la reina le haya concedido el título de sir. Supongo que deberíamos haberlo tenido en cuenta. Lo siento mucho, querida.
Tal vez fue el tono condescendiente empleado, pero para Rose fue una puya que no pudo pasar por alto.
– Estoy segura de que hizo algo muy especial -replicó-. Probablemente desembolsando varios miles de libras… y se las arregló para hacerlo mientras todavía había un primer ministro tory que le recomendara.
Emily se quedó paralizada. Tenía un nudo en la garganta, la habitación brillaba y daba vueltas a su alrededor, y veía cómo las luces de las arañas se multiplicaban, como si fuera a desmayarse. Todo el mundo sabía que ciertos hombres ricos habían hecho enormes contribuciones a ambos partidos políticos, y a cambio les habían concedido el título de sir o incluso un título nobiliario. Había sido uno de los escándalos más desagradables, y sin embargo era así como se habían financiado los dos partidos. Pero decir que a alguien en concreto se le había recompensado de ese modo era imperdonable y terriblemente peligroso, a menos que uno pudiera y estuviera en disposición de probarlo. Emily sabía que Rose arremetía en todas direcciones porque temía que después de todo Aubrey no ganara. Deseaba que venciera por el bien que le constaba que podía hacer y en el que creía apasionadamente, pero también por él mismo, porque le quería y sabía que era lo que él más deseaba.
Tal vez también temía que si él perdía la consumieran los remordimientos por la parte que habría tenido en el fracaso. Tanto si los periódicos se enteraban de su relación con Maude Lamont como si no, o incluso si lo utilizaban, ella siempre sabría que le habían preocupado más sus propias necesidades que la carrera de Aubrey.
No obstante, lo urgente en ese momento era detenerla antes de que pudiera empeorar aún más las cosas.
– ¡La verdad, querida, es muy extremista decir eso! -le advirtió ceñuda la mujer vestida de dorado.
Rose arqueó sus rubias cejas.
– Si la lucha para obtener un cargo en el gobierno de nuestro país no es extremista, ¿qué premio esperamos obtener a cambio de no decir lo que realmente queremos expresar?
Emily trató de pensar a toda prisa en una respuesta que pudiera salvar la situación. No se le ocurrió nada.
– ¡Rose! ¡Qué preciosidad de vestido! -Sonó estúpido y forzado incluso a sus oídos. Qué ridículo debía de haberle parecido a los demás.
– Buenas tardes, Emily -respondió Rose con frialdad. No había olvidado una palabra de su anterior encontronazo. Toda la efusión de la amistad se había desvanecido. Y tal vez se había dado cuenta de que Jack no iba a defender a Aubrey si le parecía que ponía en peligro su escaño. Aunque ese no fuera el precio, podía significar perfectamente que cualquier cargo que Gladstone se planteara ofrecerle sería reconsiderado a la luz de su imprudente amistad. Aubrey sería señalado como un hombre que inspiraba poca confianza, como un cañón desvencijado en la cubierta de un barco que cabeceaba. Si no podía salvar su escaño en esas elecciones, al menos ella salvaría su honor y reputación en las siguientes, que según decían no podían quedar demasiado lejos.
Emily le dirigió una sonrisa forzada que temió que fuera tan horrible como la sensación que estaba experimentando.
– ¡Qué discreta eres al no decir lo que hizo! -Se oyó a sí misma decir con voz fuerte y un tanto estridente, pero sin duda atrayendo toda la atención del resto del corro-. Pero creo que al no decirlo podrías haber dado a entender que contribuyó con dinero antes que con un servicio de gran valor equiparable a esa suma… -Trató de recordar la información que Charlotte o Gracie habían dejado caer sobre el caso Whitechapel y el papel que Voisey había desempeñado en él. Por una vez se habían mostrado sorprendentemente discretas. ¡Maldita sea! Sonrió de oreja a oreja y miró a las mujeres que la rodeaban, todas sorprendidas y ansiosas por saber qué más iba a decir.
Rose tomó aire con brusquedad.
Emily debía darse prisa antes de que Rose hablara o lo estropearía todo.
– Yo no lo sé, por supuesto -continuó de repente-. Sé algo pero, por favor, ¡no me pregunten! Fue, sin duda, un acto de gran coraje físico y violencia… No puedo decir qué, pues no quisiera describir engañosamente a alguien o incluso difamarle… -Dejó la insinuación en el aire-. Pero fue de gran valor para Su Majestad y para el gobierno tory. Es muy natural que se le recompense por eso… y totalmente justo. -Lanzó una mirada de advertencia a Rose-. ¡Estoy segura de que era eso lo que querías decir!
– Es un oportunista -replicó Rose-. Un hombre que busca el poder para sí mismo y no para aprobar leyes que proporcionen justicia social a un mayor número de gente; a los pobres, ignorantes y desposeídos, que deberían ser nuestra principal preocupación. Creo que si uno escucha durante un rato lo que dice, empleando la cabeza y no solo el corazón, queda suficientemente claro. -Era una acusación, y la dirigió a todas las mujeres.
Emily empezó a asustarse. Rose parecía empeñada en autodestruirse y, por supuesto, eso significaba arrastrar a Aubrey consigo, lo que después le causaría unos remordimientos y un dolor infinitos. ¿No se daba cuenta de lo que estaba haciendo?
– Todos los políticos se ven tentados a decir lo que creen que hará que les voten -respondió elevando demasiado la voz-. Y responder ante una multitud y tratar de complacerla es facilísimo.
Rose tenía los ojos muy abiertos, como si creyera que Emily la estaba atacando deliberadamente, traicionando una vez más su amistad.
– ¡No solo los políticos han sucumbido a la tentación de actuar para la galería, como una actriz barata! -contraatacó.
Emily perdió los estribos.
– ¿En serio? No acabo de entender tu comparación. ¡Pero por lo visto sabes más de actrices baratas que yo!
Una mujer soltó una risita nerviosa, y luego otra. Varias de ellas parecían muy incómodas. La discusión había llegado a un extremo en que ya no se alegraban de ser testigos y estaban desesperadas por encontrar un pretexto para retirarse y unirse a otro grupo. Una por una se fueron, murmurando excusas ininteligibles.
Emily cogió a Rose del brazo, sintiendo cómo su cuerpo rígido se resistía.
– ¿Qué demonios te pasa? -murmuró-. ¿Estás loca?
La cara de Rose perdió el poco color que conservaba y se quedó lívida.
Emily la agarró del brazo, temiendo que se cayera.
– ¡Ven a sentarte! -ordenó-. ¡Deprisa! Ponte en esta silla antes de que te desmayes. -La arrastró los pocos metros que había hasta el asiento más cercano y la obligó a sentarse, bajándole la cabeza hasta que la tuvo sobre las rodillas, y ocultándola con su cuerpo del resto de la sala. Le habría gustado traerle algo de beber, pero no se atrevía a dejarla sola.
Rose se quedó inmóvil.
Emily esperó.
Nadie se acercó a ellas.
– No puedes quedarte sentada eternamente -dijo Emily por fin con bastante suavidad-. No puedo ayudarte si no sé qué te pasa. Hay que actuar con sentido común y evitar los berrinches. ¿Por qué Aubrey se está comportando como un necio? ¿Tiene algo que ver contigo?
Rose se levantó bruscamente, con dos manchas de color intenso en las mejillas, y los ojos brillantes como hierba azul verdosa.
– ¡Aubrey no es ningún necio! -dijo en voz muy baja, pero con una vehemencia que resultaba casi sorprendente.
– Sé que no lo es -dijo Emily empleando un tono más suave-. Pero se está comportando como tal, y tú lo estás siendo aún más que él. ¿Tienes idea de la mala impresión que causa verte atacar a Voisey como acabas de hacer? Aunque lo que dijeras fuera cierto y pudieras demostrarlo, y sabes que no es el caso, seguiría sin beneficiarte a la hora de conseguir votos. A la gente no le gusta que derriben a sus héroes o hagan trizas sus sueños. Odian a los que les engañan, pero también a los que les hacen que se den cuenta de ello. Si quieren creer en un héroe, lo harán. Comportándote así solo consigues parecer desesperada y maliciosa. El hecho de que puedas tener razón es lo de menos.
– ¡Eso es monstruoso! -protestó Rose.
– Por supuesto que lo es -coincidió Emily-. Pero es una estupidez jugar según las reglas que te gustaría que hubiera. Siempre acabarás perdiendo. Debes jugar según las reglas que hay… Es mejor si te gustan, pero nunca peor.
Rose no dijo nada.
Emily repitió la primera pregunta que le había formulado, que seguía creyendo que podía ser la que aclarase aquel lamentable asunto.
– ¿Por qué acudiste a la médium? Y no me digas que lo hiciste solo para ponerte en contacto con tu madre y tener con ella una charla reconfortante. No harías algo así en plenas elecciones, ni se lo ocultarías a Aubrey. Te atormentaban los remordimientos y aun así seguías yendo. ¿Por qué, Rose? ¿Qué asunto del pasado necesitas resolver a ese precio?
– ¡Eso no es cosa tuya! -exclamó Rose con desconsuelo.
– Por supuesto que lo es -replicó Emily-. Va a afectar a Aubrey, de hecho ya lo está haciendo, y eso afectará a Jack, si es que esperas que trate de ayudarle y le apoye en las elecciones. Y así es, ¿verdad? Si ahora se echara atrás, se notaría demasiado.
Por un instante pareció que Rose iba a discutir, con la mirada encendida y llena de cólera. Pero no dijo nada, como si las palabras le resultaran inútiles incluso mientras las buscaba.
Emily acercó otra silla y se sentó frente a Rose, ligeramente echada hacia delante y con la falda arrebujada.
– ¿Te estaba haciendo chantaje la médium porque acudías a ella? -Emily vio cómo Rose hacía una mueca-. ¿O por lo que averiguaste sobre tu madre? -insistió.
– ¡No, no me hacía chantaje! -No mentía, pero Emily sabía que tampoco estaba diciendo toda la verdad.
– ¡Afróntalo, Rose! -le rogó-. ¡Asesinaron a esa mujer! Alguien la odiaba lo suficiente como para matarla. No fue un lunático que venía de la calle. ¡Fue alguien que estaba en la sesión de espiritismo de esa noche, y tú lo sabes! -Vaciló antes de lanzarse-. ¿Fuiste tú? ¿Te amenazó con algo tan terrible que te quedaste atrás y le metiste eso en la garganta? ¿Fue para proteger a Aubrey?
Rose estaba lívida, con los ojos casi negros.
– ¡No!
– Entonces ¿por qué? ¿Tenía que ver con tu familia?
– ¡Yo no la maté! ¡Dios mío! ¡La necesitaba viva, te lo juro!
– ¿Por qué? ¿Qué hizo por ti que te importe tanto? -No creía realmente lo que estaba diciendo, pero quería provocar a Rose para que le contara por fin la verdad-. ¿Compartía contigo los secretos de otras personas? ¿Se trataba de poder?
Rose estaba horrorizada. En su rostro se reflejaba su angustia, su cólera y su vergüenza.
– Emily, ¿cómo puedes pensar esas cosas de mí? ¡Eres una rastrera!
– ¿Eso crees? -Era un desafío, una petición para que le dijera la verdad.
– No hice nada que perjudicase a otras personas… -bajó la mirada- aparte de a Aubrey.
– ¿Y tienes el coraje de reconocerlo? -Emily se negaba a tirar la toalla. Veía que Rose temblaba y estaba a punto de desmoronarse y perder el control de sí misma. Le cogió la mano entre las suyas, ocultándola aún con su cuerpo al resto de personas de la sala, mientras todos estaban ocupados hablando, chismorreando, flirteando, creando y rompiendo alianzas-. ¿Qué necesitabas saber?
– Si mi padre murió enajenado -susurró Rose-. A veces hago locuras; tú misma acabas de preguntarme si estaba loca. ¿Lo estoy? ¿Voy a acabar loca como él, muriendo sola en un manicomio? -Se le quebró la voz-. ¿Va a tener que pasar Aubrey el resto de su vida preocupándose de lo que yo pueda hacer? ¿Voy a ser una vergüenza para él, alguien a quien tendrá que vigilar y por la que deberá disculparse continuamente, aterrado ante lo que pueda decir o hacer a continuación? -Jadeó-. Él no permitiría que me encerraran. No es así, es incapaz de salvarse a sí mismo perjudicando a otra persona. ¡Esperaría hasta que yo arruinara su vida, y me resultaría imposible soportarlo!
Emily se sintió abrumada por una compasión que la dejó sin habla. Quería rodear a Rose con los brazos y estrecharla muy fuerte para infundirle calor y consuelo, pero era imposible. Y si lo hiciera, solo conseguiría que la gente ocupada y absorta de aquella atestada sala se volviera a mirarlas. Lo único que podía ofrecer eran palabras. Debían ser las adecuadas.
– Es el miedo lo que hace que te comportes como una lunática, Rose, no la locura heredada. Lo que has hecho no es más estúpido que lo que cualquiera de nosotros hacemos de vez en cuando. Si necesitas saber de qué murió tu padre, debe de haber otro modo de averiguarlo a través del médico que lo atendió…
– ¡Entonces todo el mundo se enteraría! -exclamó Rose, con una voz en la que se percibía el pánico, aferrando las manos de Emily-. ¡No podría soportarlo!
– No, no tienen por qué hacerlo.
– Pero Aubrey…
– Yo iré contigo -prometió Emily-. Diremos que vamos a pasar el día juntas e iremos a preguntárselo al médico que lo atendió. Te dirá si tu padre estaba loco o no. Y si la respuesta es afirmativa, te explicará si es algo que le ocurrió a él solo a causa de un accidente o una enfermedad, o algo que podrías haber heredado. Hay muchas clases de locura, no solo una.
– ¿Y si se entera la prensa? ¡Créeme, Emily, si se llegara a saber que fui a una sesión de espiritismo, no sería nada comparado con eso!
– Entonces esperemos hasta que pasen las elecciones.
– ¡Necesito saberlo ya! Si Aubrey sale elegido y le dan un cargo en el gobierno, en el Ministerio de Asuntos Exteriores… yo… -Se calló, incapaz de pronunciar las palabras.
– Entonces será terrible -dijo Emily-. Y si no estás loca, pero el miedo ha hecho que pierdas el juicio, habrás sacrificado para siempre todas tus oportunidades por nada. Además, el hecho de no saberlo no cambiará nada.
– ¿Lo harás? -preguntó Rose-. ¿Vendrás conmigo? -Luego su expresión cambió: la esperanza se desvaneció y volvió a ensombrecerse y a llenarse de dolor-. ¡Supongo que luego irás a hablar con tu cuñado policía! -Era una acusación nacida de la desesperación, y no una pregunta.
– No -respondió Emily-. No entraré contigo, y no me enteraré de lo que te diga el médico. Además, a la policía no le incumbe la enfermedad que le causó la muerte… a menos que eso te llevara a matar a Maude Lamont porque ella lo sabía.
– ¡Yo no lo hice! Yo… nunca llegué a preguntarle nada al espíritu de mi madre. -Volvió a ocultar la cabeza entre las manos, sumida en la desdicha, el miedo y la vergüenza.
Esta vez la exquisita voz de la cantante llegó flotando desde el otro extremo de la sala, y Emily se dio cuenta de que se habían quedado solas, a excepción de una docena de hombres que hablaban con gran seriedad en la otra esquina junto a las puertas del vestíbulo.
– Vamos -dijo con firmeza-. Échate un poco de agua fría a la cara. Luego iremos a buscar una taza del té que están sirviendo en el comedor y nos reuniremos con los demás. Haremos ver que estamos haciendo planes para una fiesta o algo así. Pero será mejor que nos pongamos de acuerdo. Una fiesta… para recaudar dinero para una obra benéfica. ¡Vamos!
Rose se levantó despacio, se irguió y obedeció.