Pitt volvió inmediatamente a casa de Vespasia, pero esta vez escribió una nota que entregó a la doncella mientras esperaba en el salón de las mañanas. Creía que Vespasia se abstendría de juzgar el papel que había desempeñado él en la muerte de "Wray, pero no podía darlo por sentado sin antes haber hablado con ella. Esperó dando vueltas por la estancia con las manos sudadas y la respiración agitada.
Cuando se abrió la puerta del salón, se volvía rápidamente esperando que fuera la doncella, que le diría si lady Vespasia iba a recibirlo o no. Pero era Vespasia en persona. Entró y cerró la puerta detrás de ella, dejando fuera a los criados y, a juzgar por su expresión, al resto del mundo.
– Buenos días, Thomas. Supongo que has venido porque tienes un plan de acción, y yo juego un papel en él. Será mejor que me digas cuál es. ¿Vamos a luchar solos o tenemos aliados?
Emplear el plural fue lo más alentador que podría haber hecho. No debería haber dudado de ella, pese a lo que había publicado la prensa o los elementos que pudieran tener en su contra. No era modestia por su parte, sino falta de fe.
– Sí, el subcomisario Cornwallis y el inspector Tellman.
– Bien, ¿y qué podemos hacer? -Vespasia se sentó en una de las grandes butacas rosas y señaló otra para él.
Pitt le contó el plan, tal como lo habían formulado alrededor de la mesa de su cocina. Ella escuchó en silencio hasta que él hubo terminado.
– Una autopsia -dijo ella por fin-. No va a ser fácil. Era un hombre no solo venerado, sino querido. Nadie, aparte de Voisey, querrá que se le considere un suicida, aunque eso sea lo que todos suponen. Imagino que la Iglesia intentará por todos los medios evitar que se establezca con exactitud la causa de la muerte, y sostendrá, al menos tácitamente, que fue alguna clase de accidente, convencida de que cuanto menos se diga, antes se olvidará todo. Y es un hecho de bastante discreción y bondad. -Le miró fijamente-. ¿Estás preparado para aceptar que se quitó realmente la vida, Thomas?
– No -dijo él con sinceridad-. Pero lo que yo sienta no va a cambiar la verdad, y creo que necesito saberla. Realmente no creo que se quitara la vida, pero admito que es posible. Creo que Voisey se las ingenió para matarlo utilizando a su hermana, seguramente sin que ella lo supiera.
– ¿Y crees que una autopsia lo demostrará? Tal vez tengas razón. De todos modos, y como sin duda estarás de acuerdo, disponemos de poca cosa más. -Vespasia se levantó con rigidez-. Yo no tengo la influencia para conseguirlo, pero creo que Somerset Carlisle sí la tiene. -Esbozó una sonrisa que iluminó sus ojos gris plata-. Seguramente lo recordarás de la absurda tragedia entre matones en Resurrection Row. -No mencionó el extraño papel que él había desempeñado en ella. Era algo que ninguno de los dos olvidaría. Si había algún hombre en el mundo que estaría dispuesto a poner en peligro su reputación por una causa en la que creía, ese era Carlisle.
Pitt le devolvió la sonrisa; el recuerdo hizo que por un instante desapareciera el presente. El tiempo había atenuado el horror de aquellos sucesos, y de ellos solo quedaba el humor negro y la pasión que había impulsado a aquel hombre extraordinario a actuar como lo había hecho.
– Sí -asintió con fervor-. Sí, se lo pediremos.
A Vespasia le gustaba el teléfono. Era uno de los inventos que por lo general se habían vuelto accesibles para las personas que tenían medios para pagarlo, y era bastante útil. En menos de un cuarto de hora se cercioró de que Carlisle estaba en su club de Pall Mall, donde naturalmente no se admitían mujeres, pero se marcharía inmediatamente de allí para dirigirse al hotel Savoy, donde les recibiría en cuanto llegaran.
En realidad, en el estado en que se hallaba el tráfico en esos momentos, tuvo que pasar casi una hora hasta que Pitt y Vespasia fueron conducidos a la salita privada que Carlisle había reservado para la ocasión. Se levantó en cuanto les hicieron pasar, elegante aunque algo demacrado, con aquellas cejas tan poco comunes que todavía le conferían una expresión ligeramente burlona.
Tan pronto como estuvieron sentados y hubieron pedido los refrescos apropiados, Vespasia fue directa al grano.
– Seguramente ha leído los periódicos y está al corriente de la situación de Thomas. Es posible que no se haya hecho cargo de que ha sido amañado de forma cuidadosa y muy inteligente por un hombre cuyo deseo más vehemente es vengarse de una reciente y muy grave derrota. No puedo decirle de qué se trata, solo que es un hombre poderoso y peligroso, y que ha logrado rescatar de las ruinas de su preciada ambición una pretensión poco menos ruinosa para el país.
Carlisle no preguntó cuál era. Estaba muy familiarizado con la necesidad de discreción absoluta. Observó a Pitt con una mirada penetrante, detectando tal vez bajo la superficie el cansancio y las huellas de la desesperación.
– ¿Qué quieren de mí? -preguntó con mucha seriedad.
Fue Vespasia quien respondió.
– Una autopsia del cadáver del pastor Francis Wray.
Carlisle tragó saliva. Por un instante se quedó desconcertado.
Vespasia esbozó una pequeña sonrisa.
– Si fuera fácil, querido, no necesitaría su ayuda. El pobre hombre va a ser considerado un suicida, aunque la Iglesia, naturalmente, nunca permitirá que se diga con todas las letras. Hablará de accidentes desafortunados y lo enterrará como es debido. Pero la gente seguirá creyendo que se quitó la vida, y eso es lo que necesitaba desesperadamente nuestro enemigo para vengarse de forma efectiva de Thomas.
– Entiendo -afirmó Carlisle-. Nadie puede haberle inducido al suicidio a no ser que uno considere que se ha producido tal cosa. La gente supondrá que la Iglesia lo está encubriendo por lealtad, y probablemente estará en lo cierto. -Se volvió hacia Pitt-. ¿Qué cree que pasó?
– ¿Creo que lo asesinaron -respondió Pitt-. Me cuesta creer que se produjera un accidente a la hora exacta, de forma que encajara con sus propósitos. No sé si una autopsia lo demostrará o no, pero es la única posibilidad que tenemos.
Carlisle reflexionó en silencio unos minutos, sin que Pitt y Vespasia le interrumpieran en lo más mínimo. Se cruzaron una mirada y esperaron.
Carlisle levantó la vista.
– Si está preparado para atenerse a los resultados, sean cuales sean, creo que sé cómo persuadir al juez de instrucción de ese lugar de la necesidad de tomar esa medida. -Esbozó una sonrisa ligeramente amarga-. Eso implicará abordar la verdad con cierta flexibilidad, pero ya he demostrado anteriormente mi habilidad en ese terreno. Thomas, creo que cuanto menos sepa usted sobre ello, mejor. Nunca ha tenido talento en ese sentido. De hecho, me preocupa bastante que la Brigada Especial esté tan desesperada como para haberle contratado. Es usted la persona menos adecuada para esa clase de trabajo. He oído decir que tal vez le han reclutado solo para que les dé una imagen más respetable.
– En ese caso, han fracasado estrepitosamente -respondió Pitt, con una nota áspera en la voz.
– Tonterías -replicó Vespasia-. Despidieron a Thomas de Bow Street porque el Círculo Interior quería colocar allí a uno de sus hombres. No hay nada sutil ni taimado en ello. Sencillamente, la Brigada Especial tenía una vacante y no estaba en posición de rehusar la propuesta. -Se levantó-. Gracias, Somerset. Supongo que, además de la necesidad de la autopsia, se hace cargo de la urgencia. Sería conveniente hacerla mañana mismo. Cuanto más tiempo circule esa calumnia contra Thomas, más gente se enterará de ella y más difícil será reparar el daño. Naturalmente, también está el asunto de las elecciones. Una vez que se cierran las urnas, hay ciertas cosas que son muy difíciles de anular.
Carlisle abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
– Es usted infalible, lady Vespasia -dijo, levantándose también-. Le aseguro que es usted la única persona que conozco desde que tenía veinte años capaz de pillarme totalmente desprevenido, y siempre lo consigue. Siempre la he admirado, pero no alcanzo a comprender por qué también me cae bien.
– Porque no le gusta lo fácil, querido -respondió ella sin vacilar-. Cuando algo dura más de un par de meses, se acaba aburriendo. -Le dedicó una sonrisa encantadora, como si le hubiera hecho un gran cumplido, y le tendió la mano para que se la besara, lo cual él hizo con elegancia. Luego cogió a Pitt del brazo y, con la cabeza alta, salió al pasillo que conducía al vestíbulo principal.
Habían cruzado la mitad de la estancia cuando Pitt vio con toda claridad cómo Voisey se excusaba de un grupo de personas y se acercaba a ellos. Sonreía ligeramente, totalmente seguro de sí mismo. Pitt supo por su cara que había acudido para disfrutar de la victoria, para saborearla y recrearse paladeándola. Era muy posible que se las hubiera ingeniado para estar en aquel preciso lugar con tal objeto. ¿De qué valía vengarse si uno no veía el dolor de su enemigo? Y en aquel instante no solo tenía a Pitt, sino también a Vespasia.
No podía haberla perdonado, teniendo en cuenta el papel crucial que había desempeñado, no solo en la derrota de Whitechapel, sino al emplear toda su influencia para que le otorgaran el título de sir. ¿Tal vez al arruinar a Pitt pretendía perjudicarla a ella tanto como a él? Y en esos momento podía observarlos a los dos.
– Lady Vespasia -dijo con extrema cortesía-. Es un placer verla. Y qué lealtad la suya, al invitar a almorzar al señor Pitt en un lugar tan concurrido en estos momentos tan aciagos. Admiro la lealtad: cuanto más costosa es, más valiosa resulta. -Sin esperar a que ella respondiera, se volvió hacia Pitt-. Tal vez logre encontrar empleo fuera de Londres. Se lo aconsejaría después de su desafortunado comportamiento con el pobre Francis Wray.
¿En algún lugar en el campo? Tal vez en Dartmoor, si su mujer y sus hijos le han tomado el gusto. Aunque Hartford es demasiado pequeño para necesitar a un policía. Se parece más a una aldea que a un pueblo, con un par o tres de calles, y está muy aislado, en los límites de Ugborough Moor. Dudo que hayan visto alguna vez un crimen, y no digamos un asesinato. Porque usted está especializado en asesinatos, ¿verdad? Aunque supongo que eso podría cambiar. -Se volvió hacia Vespasia sonriente y siguió su camino.
Pin se quedó paralizado; el frío le recorría el cuerpo como una ola que le ahogara por dentro. Casi no era consciente de la habitación en la que se hallaba ni de la mano de Vespasia en su brazo. ¡Voisey sabía dónde estaba Vespasia! En cualquier momento podía alargar la mano y destruirla. Se le encogió el corazón. Apenas podía respirar. Oyó la voz de Vespasia muy lejana, sin lograr entender sus palabras.
– ¡Thomas!
El tiempo parecía haberse detenido.
– ¡Thomas! -Ella le agarró el brazo con más fuerza, clavándole los dedos. Pronunció su nombre por tercera vez…
– Sí…
– Debemos irnos de aquí -dijo ella con firmeza-. Estamos empezando a llamar la atención.
– ¡Sabe dónde está Charlotte! -Pitt se volvió para mirarla-. ¡Tengo que sacarla de allí! ¡Tengo que…!
– No, querido. -Vespasia le sujetó con todas sus fuerzas-. Tienes que quedarte aquí y luchar contra Charles Voisey. Si estás aquí, él se centrará en lo que pase aquí. Pide al joven Tellman que se lleve a Charlotte y tus hijos a otro lugar lo más discretamente posible. Voisey necesita ganar las elecciones, pero también necesita protegerse contra tus esfuerzos por averiguar la verdad sobre la muerte de Francis Wray, y descubrir qué has averiguado sobre el tal Cartucho. Si Voisey está verdaderamente relacionado con la muerte de Maude Lamont, no podrá permitirse delegar en otra persona. Ya sabes que no se fía de que nadie, para evitar que conozcan su secreto y ejerzan poder sobre él.
Vespasia tenía razón, y cuando Pitt se despejó y se enfrentó a la realidad, reparó en lo que le había dicho. Pero no había tiempo que perder. Debía encontrar a Tellman inmediatamente y asegurarse de que iba a Devon. Mientras pensaba en ello, se metió una mano en el bolsillo para ver cuánto dinero llevaba encima. Tellman necesitaría comprar un billete de tren a Devon de ida y vuelta. Y también necesitaría dinero para trasladar a su familia y buscarles otro lugar seguro. No podían volver aún a Londres, y no tenía ni idea de cuándo podrían hacerlo. Era imposible hacer planes con tanta antelación o pensar en el modo en que podría lograr que estuvieran a salvo allí.
Vespasia comprendió el gesto y la necesidad que inquietaba a Pitt. Abrió su bolso y le dio todo el dinero que llevaba. Él se sorprendió de lo mucho que era: casi veinte libras. Con las cuatro libras con diecisiete chelines más unos pocos peniques que él tenía, bastaría.
Vespasia le dio el dinero sin decir nada.
– Gracias -dijo él, aceptándolo. No era momento para mostrarse orgulloso o agobiarse por el peso de la gratitud. Ella debía saber que se lo agradecía más profundamente de lo que podía expresar con palabras.
– Mi coche -señaló ella-. Tenemos que encontrar a Tellman.
– ¿Tenemos?
– ¡Querido Thomas, no vas a dejarme en Savoy sin un penique y a enviarme a casa mientras tú te dedicas a perseguir tu causa!
– Oh, no. ¿Quieres…?
– No, no quiero -dijo ella con decisión-. Puede que necesites cada penique. Sigamos adelante. Deberíamos utilizar también cada minuto. ¿Dónde puede estar? ¿Cuál es su obligación más urgente? No tenemos tiempo para buscarlo por todo Londres.
Pitt hizo un gran esfuerzo de memoria para recordar exactamente qué le habían mandado hacer a Tellman. Primero debía de haber ido a Bow Street para hablar con Wetron. Eso debía de haberle llevado una hora como mucho, a menos que Wetron no hubiera estado allí. Después, ya que por lo visto su mayor preocupación era identificar a Cartucho, debía de haber hecho algo para que pareciera que lo estaba buscando. Pitt no había mencionado al obispo Underhill. Simplemente era una deducción basada en los ataques del obispo contra Aubrey Serracold.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Vespasia, mientras él le ayudaba a subir al coche, y a continuación ascendió él.
Debía responder algo. ¿Habría dejado dicho Tellman adónde iba en Bow Street? Tal vez no, pero era una posibilidad que no debía descartar.
– A Bow Street -respondió.
Cuando llegaron, se excusó y fue derecho al sargento de la recepción.
– ¿Sabe dónde está el inspector Tellman? -preguntó, tratando de disimular el pánico que se advertía en su voz.
– Sí, señor -respondió el hombre inmediatamente. Saltaba a la vista por su cara que había leído los periódicos, y su preocupación no solo era sincera sino también compasiva. Hacía muchos años que conocía a Pitt, y prefería creer lo que sabía, y no lo que leía-. Ha dicho que iba a ver a alguno de los clientes de la médium. Ha dicho que si usted venía por alguna razón y preguntaba por él, señor, le dijera dónde estaba. -Miró a Pitt ansioso, y sacó una lista de direcciones escrita en una hoja arrancada de un cuaderno.
Pitt rezó una oración de agradecimiento por la inteligencia de Tellman, y a continuación dio las gracias al sargento con tanta sinceridad que el hombre se sonrojó, complacido.
De nuevo en el carruaje, sintiéndose débil a causa del alivio cada vez mayor, mostró la hoja a Vespasia y le preguntó si prefería que la llevaran a casa antes de que empezara a visitar las direcciones de la lista.
– ¡Por supuesto que no! -respondió ella con brusquedad-. ¡Empecemos de una vez!
Tellman ya había comprobado la coartada de Lena Forrest, quien aseguraba que había ido a ver a una amiga a Newington, y había confirmado que había estado realmente allí, aunque la señora Lightfood tenía una noción muy vaga del tiempo. En esos momentos desandaba lo andado con otros clientes de Maude Lamont, con la vaga esperanza de averiguar algo más sobre los métodos de la médium que pudiera conducirle hasta Cartucho. Tenía pocas esperanzas de éxito, pero debía dar a Wetron la impresión de que lo hacía con urgencia. Hasta entonces había visto a Wetron como a un mero sustituto de Pitt, que ocupaba su puesto más por casualidad que porque lo hubiera planeado. Estaba resentido con él, pero sabía que Wetron no tenía la culpa. Alguien debía ocupar el cargo. No le gustaba Wetron; tenía una personalidad calculadora, demasiado diferente de la cólera y la compasión que Tellman estaba acostumbrado a ver en Pitt. Claro que no le habría gustado nadie que lo hubiera sustituido.
De pronto veía a Wetron con otros ojos. Ya no era un policía de carrera anodino, sino un enemigo peligroso que debía ser contemplado desde una perspectiva profundamente personal. Un hombre capaz de erigirse en dirigente del Círculo Interior tenía que ser a la fuerza valiente, cruel y sumamente ambicioso. Y también lo bastante listo para haberse burlado incluso de Voisey, o de lo contrario no sería una amenaza para él. Solo un necio dejaría de vigilar sus palabras o sus acciones.
Tellman hizo ver, por tanto, que iba tras Cartucho, después de dejar al sargento de la recepción una lista de los lugares en los que iba a estar, en caso de que Pitt le buscara por cualquier motivo relacionado con los asuntos verdaderamente importantes.
Estaba escuchando cómo la señora Drayton describía su última sesión de espiritismo, en la que había habido manifestaciones tan dramáticas que habían dejado perpleja a la misma Maude Lamont, cuando el mayordomo los interrumpió para decir que un tal señor Pitt había acudido a ver al señor Tellman, y que el asunto era tan urgente que lamentaba que no pudiera esperar.
– Hazle pasar -dijo la señora Drayton antes de que Tellman pudiera dar una excusa para marcharse.
El mayordomo obedeció, y un momento después Pitt estaba en la habitación, pálido y casi incapaz de estarse quieto.
– Realmente extraordinario, señor Tellman -dijo la señora Drayton con entusiasmo-. ¡Quiero decir que la señorita Lamont no había esperado semejante demostración! En su cara de asombro pude ver incluso miedo. -Elevó la voz con la emoción-. Fue en ese momento cuando supe con absoluta certeza que tenía poderes. Confieso que me había preguntado un par de veces antes si podía estar preparado, pero aquello no lo estaba. La expresión de su cara me lo confirmó.
– Sí, gracias, señora Drayton -dijo Tellman con bastante brusquedad. Todo parecía tan terriblemente trivial ahora. Habían encontrado la palanca en la mesa, un sencillo truco mecánico. Miró a Pitt y comprendió que había ocurrido algo muy serio.
– Discúlpeme, señora Drayton -dijo Pitt con voz ronca-. Me temo que necesito que el inspector Tellman haga algo… inmediatamente.
– Oh… pero… -empezó a decir ella.
Probablemente Pitt no pretendía rechazarla de ese modo, pero su paciencia había llegado al límite.
– Gracias, señora Drayton. Buenos días.
Tellman salió detrás de él y vio el coche de Vespasia en la cuneta, y entrevió su perfil en el interior.
– Voisey sabe dónde están Charlotte y los niños. -Pitt no podía seguir conteniéndose-. Nombró al pueblo.
Tellman comenzó a sudar y sintió una opresión en el pecho que le hacía difícil respirar. Le tenía aprecio a Charlotte, desde luego, pero si Voisey enviaba a alguien, Gracie también correría peligro, y ese pensamiento invadió su mente y lo sumió en un estado de horror. La idea de que hicieran daño a Gracie, el espectro de un mundo sin ella, era tan terrible que no podía soportarla. Era como si la felicidad no pudiera volver a ser posible.
Oyó la voz de Pitt como si estuviera a kilómetros de distancia. Tenía algo en la mano.
– Quiero que vayas hoy mismo a Devon y las lleves a algún lugar seguro.
Tellman parpadeó. Lo que Pitt le tendía era dinero.
– Sí -dijo cogiéndolo-. ¡Pero no sé dónde están!
– En Harford -respondió Pitt-. Toma el Great Western hasta Ivybridge. Desde allí solo hay un par de kilómetros hasta Harford. Es un pueblo pequeño. Pregunta y los encontrarás. Será mejor que los lleves a una de las ciudades de los alrededores, donde nadie te conozca. Busca alojamiento donde haya muchas personas. Y… quédate con ellos, al menos hasta que se sepan los resultados de las elecciones. No falta mucho. -Sabía lo que le estaba pidiendo, y lo que podía costarle a Tellman cuando Wetron se enterara, pero de todos modos lo hizo.
– De acuerdo -aceptó Tellman, sin plantearse siquiera cuestionar su petición. Dijo a Pitt que Wetron le había dado órdenes de ocuparse de Cartucho, luego se guardó el dinero y se sentó al lado de Vespasia.
Tan pronto como Pitt se subió, se dirigieron a la estación de tren del Great Western y, tras una despedida muy breve, Tellman fue a comprar el billete para tomar el siguiente tren.
Fue una pesadilla de viaje que no parecía acabar nunca. Kilómetros y kilómetros de campiña desfilaban más allá de las ventanas del traqueteante vagón. El sol empezaba a ocultarse por el oeste, y la luz de la última hora de la tarde se atenuaba poco a poco, y sin embargo seguían sin estar cerca de su destino.
Tellman se levantó para estirar las piernas, pero no había nada que hacer aparte de balancearse tratando de mantener el equilibrio y contemplar cómo las colinas y los valles se elevaban para allanarse a continuación. Se sentó y siguió esperando.
Ni siquiera había pasado por su casa para recoger unas camisas limpias, unos calcetines o algo de ropa interior. De hecho, no tenía ni una navaja de afeitar, un peine o un cepillo de dientes. Pero nada de eso importaba, y era más fácil pensar en las cosas pequeñas que en las grandes. ¿Cómo iba a defenderlos si Voisey enviaba a alguien? ¿Y si cuando llegara allí ya se habían ido? ¿Cómo los encontraría? Era un pensamiento demasiado terrible para soportarlo, y sin embargo no podía apartarlo de su cabeza.
Se quedó mirando por la ventana. Seguramente ya estaban en Devon. ¡Llevaban horas viajando! Advirtió lo roja que era la tierra, tan distinta de la de los alrededores de Londres a la que estaba acostumbrado. El campo parecía inmenso, e incluso en pleno verano había algo amenazador en él. Las vías se extendían sobre la elegante arcada de un viaducto. Por un momento la osadía que revelaba la construcción de algo semejante le dejó pasmado. Luego se dio cuenta de que el tren reducía la velocidad; estaban llegando a una estación.
¡Ivybridge! Ya había llegado. ¡Por fin! Abrió la puerta de par en par y casi tropezó con las prisas por bajar al andén. La luz de la tarde alargaba las sombras y aumentaba dos y hasta tres veces la longitud de los objetos que las proyectaban. El horizonte al oeste ardía en un derroche de color tan brillante que al contemplarlo le dolía la vista. Cuando le dio la espalda estaba cegado.
– ¿Puedo ayudarle en algo, señor?
Se volvió parpadeando. Tenía ante sí a un hombre con un elegante uniforme de jefe de estación que ciertamente se tomaba muy en serio su cargo.
– ¡Sí! -dijo Tellman con tono apremiante-. Tengo que llegar a Harford lo antes posible. En menos de media hora. Se trata de algo urgente. Necesito alquilar un vehículo para un día entero como mínimo. ¿Dónde puedo empezar a buscar?
– ¡Ah! -El jefe de estación se rascó la cabeza, ladeándose la gorra-. ¿Qué clase de vehículo desea, señor?
Tellman apenas podía contener su impaciencia. Tuvo que hacer un esfuerzo monumental para no gritarle.
– Cualquiera. Es urgente.
El jefe de la estación no pareció inmutarse.
– En ese caso, señor, pregunte al señor Callard, al final de la calle. -Señaló solícito-. Es posible que tenga algo. Si no está, vaya a ver al viejo Drysdale en la otra dirección, a un kilómetro y medio. Tiene algún que otro carro pesado, o algo por el estilo, que no utiliza demasiado.
– Me convendría algo más rápido, y no tengo tiempo para caminar en las dos direcciones para buscarlo -replicó Tellman, tratando de que su voz no reflejara el pánico y la cólera que sentía.
– Entonces es mejor que tuerza a la izquierda, por allí. -El jefe de la estación señaló en la otra dirección-. Pregunte al señor Callard. Si no tiene nada, tal vez sepa de alguien que le pueda ayudar.
– Gracias -dijo Tellman por encima del hombro mientras echaba a andar.
La carretera era cuesta bajo y avanzó a grandes zancadas lo más deprisa que pudo, manteniendo el ritmo. Cuando llegó al patio tardó otros cinco minutos en localizar al propietario, que pareció inmutarse tan poco por sus prisas como el jefe de estación. Sin embargo, el dinero de Vespasia atrajo su atención y encontró un carro muy ligero, que todavía podía llevar a media docena de personas, y un caballo lo bastante bueno para tirar de él. Le pidió un depósito exorbitante, lo que molestó a Tellman, hasta que cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de cómo o cuándo iba a devolverlo, y que su destreza para conducirlo era mínima. De hecho, incluso le costó subirse, y oyó a Callard murmurar algo en voz baja al darle la espalda. Tellman alentó con mucha cautela al caballo a moverse y condujo el carro fuera del patio y a lo largo de la carretera que le habían dicho que llevaba a Harford.
Media hora después llamaba a la puerta de Appletree Cottage. Estaba oscuro, y a través de las cortinas de las ventanas veía luces. No se había cruzado con nadie por la carretera, aparte de un hombre en un carro pesado a quien le había preguntado el camino. De pie en el umbral, fue plenamente consciente de la profunda oscuridad que le rodeaba y del rugido del viento en la abierta extensión del páramo, donde ya no se alcanzaba a ver hacia el norte. Era de un negro tan profundo como el que servía de fondo a las estrellas desperdigadas. Era un mundo muy distinto a la ciudad y se sentía extraño allí, sin saber qué hacer o cómo enfrentarse a él. No tenía a nadie a quien acudir. Pitt le había confiado el rescate de las mujeres y los niños. ¿Cómo demonios iba a estar a la altura de la situación? ¡No tenía ni idea de qué hacer!
– ¿Quién es? -preguntó una voz detrás de la puerta.
Era Gracie. A Tellman le dio un vuelco el corazón.
– ¡Soy yo! -gritó. Luego añadió con timidez-: ¡Tellman!
Oyó cómo descorría los cerrojos y la puerta se abrió con gran estrépito, dejando ver el interior iluminado por velas y a Gracie de pie en el umbral, y a Charlotte justo detrás de ella, con el atizador de la chimenea en las manos. Nada podría haber expresado más claramente lo mucho que se habían asustado, más allá de la inquietud provocada por la simple llamada de un extraño a la puerta.
Vio en la cara de Charlotte el miedo y la duda.
– El señor Pitt está bien, señora -dijo en respuesta-. Las cosas se han puesto difíciles, pero está a salvo. -¿Debía hablarle de la muerte de Wray y de todo lo que había ocurrido? No había nada que ella pudiera hacer. Solo haría que se preocupara, cuando debería estar preocupada por sí misma y por escapar de allí. ¿Y debía decirles lo urgente que era? ¿Era su deber protegerlas del miedo así como del peligro físico?
¿O mentir por omisión haría que actuasen con menos urgencia? Había pensado en ello en el tren y se había debatido entre una respuesta y otra, tomando una decisión para a continuación cambiar de opinión.
– Entonces ¿por qué estás aquí? -La voz de Gracie penetró en sus pensamientos-. Si no ha pasado nada, ¿por qué no estás en la ciudad haciendo tu trabajo? ¿Quién mató a esa misteriosa mujer? ¿Lo has averiguado?
– No -respondió él, entrando para dejar que cerrara la puerta. Miró su cara pálida y firme, y la rigidez de su cuerpo enfundado en su vestido campestre heredado, y tuvo que esforzarse por contener la emoción e impedir que se le formara un nudo en la garganta que no le dejara hablar-. El señor Pitt está en ello. Ha habido otra muerte y necesita demostrar que no ha sido un suicidio.
– Entonces ¿por qué no estás allí haciendo algo al respecto? -Gracie estaba lejos de sentirse satisfecha-. Parece que vengas de la guerra. ¿Qué te pasa?
Tellman comprendió que estaba dispuesta a enfrentarse con él hasta el final. Era exasperante y, sin embargo, tan típico de ella que sintió el escozor de las lágrimas en sus ojos. ¡Era ridículo! ¡No debería permitir que le hiciera aquello!
– El señor Pitt no está seguro de que este lugar sea lo bastante seguro -dijo con brusquedad-. El señor Voisey sabe dónde estáis y debo llevaros a otra parte inmediatamente. Probablemente no corréis peligro, pero es mejor prevenir. -Vio el miedo en el rostro de Charlotte y supo que a pesar de toda la bravuconería de Gracie, eran tan conscientes como Pitt de que el peligro era real. Tragó saliva-. De modo, señora, que si despiertan a los niños y los visten, nos iremos esta misma noche mientras esté oscuro. Enseguida amanece en esta época del año. Necesitamos estar bien lejos de la zona dentro de tres o cuatro horas, porque para entonces será de día.
Charlotte se quedó inmóvil.
– ¿Estás seguro de que Thomas está bien? -Empleó un tono cortante, con un matiz de duda, y tenía los ojos muy abiertos.
Si se lo explicaba, evitaría que Pitt tuviera que hallar el modo de hacerlo cuando volvieran finalmente a Londres. Y tal vez paliaría el miedo que Charlotte sentía por él. Voisey nunca le haría daño ahora; quería que siguiera vivo para verle sufrir.
– ¡Samuel! -exclamó Gracie con brusquedad.
– Bueno, está bien y no está bien -respondió él-. Voisey se las arregló para que pareciera que el señor Pitt fue el culpable del suicidio de ese hombre, y era un clérigo muy apreciado. Evidentemente no fue así, y vamos a tener que demostrarlo… -Era una forma muy optimista de decirlo-. Pero de momento los periódicos se lo están haciendo pasar mal. Vaya a despertar a los niños y haga las maletas o lo que trajeron consigo. ¡No tenemos tiempo para quedarnos aquí hablando!
Charlotte se movió con la intención de seguir sus indicaciones.
– Será mejor que recoja las cosas de la cocina -dijo Gracie, lanzando a Tellman una mirada feroz-. ¡Bueno, no te quedes ahí parado! ¡Pareces tan hambriento como un gato callejero! Toma una rebanada de pan con confitura mientras recojo lo que trajimos. ¡No tiene sentido dejarlo aquí! Puedes llevártela al carro que tienes ahí fuera. ¿Qué clase de carro es, por cierto?
– Servirá -respondió él-. Prepárame una rebanada y me la comeré por el camino.
Ella se estremeció, y él advirtió que tenía los puños cerrados, con los nudillos blancos.
– ¡Lo siento! -dijo, embargado por una emoción tan intensa que le salió la voz ronca-. No tienes por qué tener miedo. ¡Yo cuidaré de vosotros! -Alargó una mano hacia ella, y una oleada de recuerdos físicos le hizo revivir el momento en que la había besado cuando seguían a Remus en el caso Whitechapel-. ¡Te lo garantizo!
Ella desvió la mirada y sorbió por la nariz.
– Sé que lo harás, bobo -dijo con vehemencia-. ¡Y nos cuidarás a todos! Tú solo eres como todo un ejército. Ahora haz algo útil y mete esas cosas en una caja y llévala a tu carro, o lo que sea. ¡Espera! ¡Apaga esa luz antes de abrir la puerta!
Tellman se quedó paralizado.
– ¿Os están vigilando?
– ¡No lo sé! Pero es posible, ¿no? -Gracie empezó a sacar cosas de los armarios y a ponerlas en una cesta de mimbre. A la tenue luz de las velas, Tellman vio dos onzas de pan, una gran barra de mantequilla, una pata de jamón, galletas, medio bizcocho, dos potes de confitura y otras latas y cajas que no supo distinguir.
Cuando estuvo lo bastante llena, cubrió la vela con la mano, abrió la puerta y, tras apagar la llama soplando, agarró la cesta y se dirigió al carro, dando traspiés por el camino desigual.
Quince minutos después estaban todos apretujados en el carro: Edward temblando, Daniel medio dormido y Jemima sentada con incomodidad entre Gracie y Charlotte, abrazándose con fuerza. Tellman espoleó al caballo y empezaron a moverse, pero la sensación era totalmente distinta de la que había experimentado en el camino de ida. Ahora el carro estaba muy cargado y la noche era tan oscura que costaba imaginar cómo podía orientarse el caballo. Además, no tenía mucha idea de adónde iban. Paignton era un destino demasiado obvio, el primer lugar donde se le ocurriría buscar a la persona contratada por Voisey. ¿Sería igual de previsible avanzar en la otra dirección? ¿Tal vez había algún camino a un lado? ¿En qué otros sitios había estación de tren? ¡En tren podrían llegar a cualquier parte! ¿Cuánto dinero le quedaba?
Tendrían que pagar el alojamiento y la comida además de los billetes.
Pitt le había dicho que se dirigieran a una ciudad, a algún lugar muy concurrido. ¡Eso significaba ir a Paignton o Torquay! Pero en la estación de Ivybridge recordarían haberles visto a todos juntos esperando el primer tren. El jefe de estación podría decirle a cualquiera que le preguntara adónde habían ido exactamente.
Como si le leyera los pensamientos incluso en la oscuridad, Gracie habló.
– ¿Adonde vamos, entonces?
– A Exeter -dijo él sin vacilar.
– ¿Por qué? -preguntó ella.
– Porque no es un lugar de veraneo -respondió. Parecía tan buena respuesta como cualquier otra.
Avanzaron en silencio durante un cuarto de hora. La oscuridad y el peso del carro hacían que avanzaran muy lentamente, pero él no podía meter más prisa al caballo. Si resbalaba o se quedaba cojo, estarían perdidos. Debían de estar a más de un kilómetro y medio de Harford. La carretera no era mala y el caballo avanzaba con menos dificultad. Tellman empezó a relajarse un poco. No habían topado con ninguna de las dificultades que había temido.
De pronto el caballo se detuvo bruscamente. Tellman casi se cayó del carro y se salvó agarrándose en el último momento.
Gracie contuvo un chillido.
– ¿Qué pasa? -preguntó Charlotte con brusquedad.
Había alguien más adelante, en la carretera. Tellman solo distinguía la oscura silueta en la penumbra. De pronto una voz habló con toda claridad, a solo un metro de distancia.
– ¿Adónde van a estas horas de la noche? Es usted la señora Pitt, ¿verdad? ¿Vienen de Harford? No deberían estar fuera a estas horas. Se perderán, o tendrán un accidente. -Era una voz de hombre, grave y con un deje de sarcasmo.
Tellman oyó el grito ahogado de miedo que soltó Gracie. El hecho de que aquel hombre hubiera dicho el nombre de Charlotte significaba que les conocía. ¿Iba a amenazarles? ¿Era la persona que les vigilaba y que había informado a Voisey de su paradero?
El caballo sacudió la cabeza como si alguien le sujetara las bridas. La oscuridad impedía la visibilidad a Tellman. Esperaba que también se lo impidiera a aquel hombre. ¿Cómo sabía quiénes eran? Debía de haber estado vigilándoles y había salido antes que ellos, sabiendo que irían por aquel camino. Si había visto a Tellman llamar a la puerta de la casa y luego sacar las cajas, significaba que había estado allí todo el tiempo. Tenía que ser el hombre de Voisey. Se había adelantado por aquel solitario tramo de carretera entre Harford y Ivybridge para sorprenderles donde nadie pudiera verles o ayudarles. Y no había nadie… aparte de Tellman. Todo dependía de él.
¿Qué podía utilizar como arma? Recordaba haber visto una botella de vinagre. Estaba medio vacía, pero quedaba lo suficiente para que pesara. Sin embargo, no se atrevía a pedírsela a Gracie en voz alta. El hombre le oiría. ¡Y no sabía dónde había dejado ella la cesta!
– ¡Vinagre! -le susurró al oído, inclinándose sobre ella.
– Qué… ¡Ah! -Gracie comprendió. Se deslizó un poco hacia atrás y empezó a buscar a tientas la botella. Tellman también se movió para amortiguar el ruido y se bajó del carro, dejándose caer por el lado hasta alcanzar el suelo con los pies. Rodeó a tientas la parte trasera, palpando la áspera madera, y cuando salía por el otro lado distinguió en la penumbra la figura de un hombre delante de él. De pronto sintió un peso en el antebrazo y el aliento de Gracie en la mejilla. Cogió de sus manos la botella de vinagre. Veía la oscura silueta de Charlotte rodeando a los niños con los brazos.
– ¡Otra vez usted! -La voz de Gracie se oyó con claridad justo detrás de él, pero se dirigía al hombre que estaba junto a la cabeza del caballo, atrayendo su atención-. ¿Qué hace usted aquí en plena noche? Nosotros nos vamos porque ha surgido un asunto familiar urgente. ¿También usted se va?
– Qué lástima -respondió el hombre con un tono que resultaba imposible de interpretar-. ¿Vuelven a Londres, entonces?
– ¡Nunca hemos dicho que vengamos de Londres! -exclamó Gracie de forma desafiante, pero Tellman percibió el miedo, el ligero temblor, el tono más elevado de su respuesta. Estaba a un metro escaso del hombre. La botella de vinagre le pesaba en la mano y la balanceó hacia atrás. Como si hubiera captado el movimiento con el rabillo del ojo, el hombre se volvió y alargó rápidamente un puño. Tiró a Tellman al suelo, y la botella de vinagre se le escapó de las manos y rodó por la hierba.
– ¡No haga eso, señor! -dijo el hombre con un tono repentinamente furioso, y un momento después Tellman sintió un tremendo peso encima de él que le vació el aire de los pulmones. No podía competir en fuerza con aquel hombre, y lo sabía. Pero había crecido en las calles y el instinto de supervivencia prevalecía sobre todo lo demás. Lo único que le sobrepasaba era su deseo de proteger a Gracie… y por supuesto, a Charlotte y a los niños. Dio un rodillazo al hombre en la ingle y oyó cómo jadeaba, y a continuación le metió los dedos en los ojos y en la parte de la cara que pudo alcanzar.
El forcejeo fue breve e intenso. Poco después alcanzó la botella de vinagre, que no se había roto, y terminó el trabajo estrellándola en la cabeza del hombre y dejándolo inconsciente.
Se levantó con dificultad y se acercó tambaleante al carro que obstruía la carretera, y condujo al caballo a un lado. Luego volvió corriendo y, buscando a tientas en la oscuridad, cogió las bridas de su caballo y le hizo pasar junto al otro. Volvió a subirse al carro y espoleó al animal para que avanzara lo más deprisa posible. Un poco más adelante, por el este, empezaba a clarear. No tardaría en amanecer.
– Gracias -susurró Charlotte, abrazando a una Jemima temblorosa y sujetando a Daniel con la otra mano. Edward se agarraba en el otro extremo-. Creo que nos ha estado vigilando prácticamente desde que llegamos. -No añadió nada más, ni mencionó el nombre de Voisey o el Círculo Interior. Estaba en la mente de todos.
– Sí -asintió Gracie, con un orgullo que se traslucía en su voz y en su postura, con los hombros cuadrados y rígidos-. Gracias, Samuel.
Tellman estaba magullado, y le palpitaban tanto las sienes que se sentía mareado, pero por encima de todo estaba asombrado de la agresividad que se había apoderado de él. Se había comportado como una criatura primitiva, y era algo emocionante y al mismo tiempo aterrador.
– Vamos a quedarnos en Exeter hasta que terminen las elecciones y sepamos si Voisey ha ganado o perdido -respondió.
– No, creo que voy a volver a Londres -respondió Charlotte, contradiciéndole-. Si están acusando a Thomas de la muerte de ese hombre, debo estar a su lado.
– Va a quedarse aquí -dijo Tellman con rotundidad-. Es una orden. Llamaré por teléfono y me encargaré de que le comuniquen a Pitt que están bien y fuera de peligro.
– Inspector Tellman, yo… -empezó ella.
– Es una orden -volvió a decir él-. Lo siento, pero no hay más que hablar.
– Sí, Samuel -murmuró Gracie.
Charlotte estrechó a Jemima en sus brazos y no dijo nada más.