CAPÍTULO II





LOS preparativos para las reuniones de juventud dan a los organizadores, normalmente, más trabajo que las clásicas fiestas pensadas para las personas adultas. Unos bocadillos de calidad, algunos refrescos, complementados con la limonada de rigor, bastan para poner en buen orden de marcha una reunión. Puede que cueste más, pero las molestias son infinitamente menores. Ariadne Oliver y su amiga Judith Butler se mostraron de acuerdo con este punto.

—¿Qué te parecen estas fiestas destinadas a la gente menuda, esto es, a los que cuentan diez, once años o más?

—La verdad es que no sé mucho acerca de ellas —confesó la señora Oliver.

—En cierto modo —manifestó Judith—, yo creo que ofrecen menos complicaciones. Empiezan a prescindir de todos los mayores. Y se dicen capaces de preparárselo todo por sí mismos.

—¿Y es cierto?

—Con arreglo a nuestro leal modo de entender las cosas, no —manifestó Judith—. Corrientemente, olvidan proveerse de ciertos elementos imprescindibles y adquieren en cambio otros de los que nadie hace el menor caso. Después de desentenderse de nosotros por completo, nos acusan de no haberles puesto a mano cosas con las que no han logrado dar. La gente joven rompe mucha vajilla de loza y cristal y otros efectos; hay siempre entre ella algún tipo indeseable o aquel que se hace acompañar por un amigo detestable… Ya sabes lo que pasa… Luego vienen las drogas, un poco de hierba, el L.S.D., las cuales siempre he pensado que cuestan dinero, pero, al parecer, no es así, por la facilidad con que se consumen.

—Yo me inclino a pensar que son cosas raras —apuntó Ariadne Oliver.

—Y desagradables… La hierba tiene un olor muy desagradable.

—Me parece muy deprimente el capítulo de las drogas —comentó la señora Oliver.

—Bueno, por lo que a esta reunión respecta todo marchará bien. Ahí está Rowena Drake para conseguirlo. Como organizadora es maravillosa. Ya lo verás.

—No creas que tengo muchas ganas de reuniones —suspiró la señora Oliver.

—Tienes que asistir a ésta, aunque estés una sola hora con esa gente. Te gustará. Lo pasarás bien. Ojalá no tuviese fiebre Miranda… La pobre criatura ha sufrido una gran desilusión al ver que no podría asistir.

La reunión se inició a las siete y media. Ariadne Oliver tuvo que admitir que su amiga estaba en lo cierto. La gente fue puntual. Todo marchó magníficamente. La fiesta había sido bien planeada y todo fue como un reloj. Hubo lámparas azules y rojas en las escaleras y profusión de amarillas calabazas. Chicas y chicos se presentaron con escobas decoradas, para la competición que se iba a celebrar. Tras los saludos de rigor, Rowena Drake anunció el programa de la noche.

—Primeramente, tendremos el concurso de las escobas decoradas. Habrá tres premios. Luego, vendrá el corte del pastel de harina. Eso se hará en el pequeño invernadero. A continuación, veremos lo que sucede con las manzanas… Ha sido confeccionada ya una lista que se pondrá en la pared, en la que aparecen relacionados todos los concursantes… Seguidamente, el baile. Cada vez que las luces se apaguen habrá cambio de parejas. Después, las chicas pasarán al pequeño estudio y se les hará entrega de los espejos. Tras esto será servida la cena y vendrá lo del «Snapdragon» y el acto de entrega de premios.

Como sucede en todas las reuniones, al principio las cosas marcharon con arreglo al plan trazado previamente, de un modo riguroso. Las escobas fueron admiradas por todos. Eran unas miniaturas preciosas. En conjunto, los adornos no resultaron ser de gran calidad. La señora Drake dijo en un aparte a sus amigas:

—Aquí, como en todas las fiestas de esta clase, hay dos o tres chicos o chicas que una sabe perfectamente que obrando con un espíritu de estricta justicia no se llevarían premio alguno. Entonces, para que encajen en el ambiente, es preciso hacer alguna trampa inocente y contentarlos de alguna manera.

—No tienes escrúpulos, Rowena.

—En realidad, no. Dispongo las cosas para que sean distribuidas equitativamente. El caso es que todo el mundo aspire a ganar algo.

—¿En qué consiste el juego del pastel de harina? —preguntó Ariadne.

—¡Ah, claro! Usted no se encontraba en la casa cuando nos pusimos a prepararlo. Bien… Hay que rellenar un recipiente con harina, apretando ésta todo lo que se pueda. Encima de la masa se coloca una moneda de seis peniques. Después, cada concursante procura cortar un trozo de pastel sin tirar aquélla. El que falla, queda eliminado. Así hasta que sólo queda uno, que recibe la moneda como premio, claro está. Bueno, vamos a la tarea.

De la biblioteca salían gritos de alborozo. Celebrábase en ella el concurso de las manzanas. Los concursantes regresaban de allí con las caras remojadas y huellas de agua sobre sus ropas.

Uno de los momentos de mayor animación se produjo a la llegada a la casa de la «bruja», encarnada por la señora Goodbody, una mujer de la localidad que se ganaba la vida haciendo faenas de limpieza por las casas. La buena señora se hallaba en posesión de una nariz ganchuda y una barbilla saliente, poseyendo por añadidura la habilidad de proferir unos raros chillidos con la garganta, de naturaleza evidentemente siniestra.

—Bueno, ahora te toca a ti. Te llamas Beatrice, ¿no? Beatrice… Un nombre muy interesante. ¿Quieres saber cómo va a ser tu esposo, eh? Perfectamente. Siéntate aquí, querida. Sí, sí… Bajo la luz. Siéntate aquí y sostén este pequeño espejo entre las manos. En cuanto las luces se apaguen verás aparecer en él la cara que ansías conocer. Mantén bien firme el espejo… Abracadabra, ¿que veré? La cara del hombre que se casará conmigo. Beatrice, Beatrice: vas a contemplar el rostro del hombre que te agradará más que ningún otro.

Un repentino foco de luz cruzó la habitación desde lo alto de una escalera colocada detrás de una pantalla. El foco iluminó un punto de la estancia señalado previamente y la luz fue reflejada por el espejo que se encontraba en las manos de Beatrice, sumamente excitada en aquellos instantes.

—¡Oh! —exclamó Beatrice—. ¡Le estoy viendo! ¡Le estoy viendo! ¡Lo veo en mi espejo!

El foco se esfumó repentinamente. Se encendió la luz de la habitación y una fotografía en colores pegada a una cartulina descendió del techo. Beatrice se puso a bailar de un lado para otro alocadamente.

—¡Era él! ¡Era él! ¡Lo vi! —chilló—. ¡Oh! Es un atractivo muchacho de barba pelirroja.

La muchacha se lanzó sobre la señora Oliver, que era la persona que tenía más a mano.

—Mire, mire… ¿Verdad que es maravilloso? Es como Eddie Presweight, el cantante «pop». ¿No opina usted igual que yo?

La señora Oliver estaba contemplando, a su juicio, una de las caras que, bien a su pesar, veía todos los días en el periódico de la mañana. La barba, discurrió, había sido un toque posterior.

—¿De dónde salen todas estas cosas? —inquirió.

—¡Oh! Rowena se las encarga a Nicky. Un amigo de éste, Desmond, colabora en la empresa. Está habituado a efectuar todo género de experimentos en el laboratorio fotográfico. Aquí se manejan sin muchos quebraderos de cabeza patillas, bigotes o barbas. Luego, con ayuda de la luz y todo lo demás, las chicas se quedan encantadas.

—No puedo evitar el pensar que las chicas son bastante tontas en nuestros días —comentó Ariadne Oliver.

—¿Y no cree que siempre lo han sido? —inquirió Rowena, interviniendo.

La señora Oliver reflexionó unos instantes.

—Creo que tiene usted razón —admitió.

—Bueno, ahora le ha llegado el turno a la cena —anunció la señora Drake.

La cena estuvo bien. Helados, dulces, quesos… Chicos y chicas comieron de todo, hasta hartarse.

—Y ahora —dijo Rowena—, lo último de la noche: el «Snapdragon». Por ahí, más allá de la despensa. Bien. Primeramente los premios, ¿eh?

Los premios fueron presentados y luego se oyó el lamento clásico, en forma de llamada, de un hada. Los presentes regresaron a toda prisa al comedor.

De la mesa habían sido retirados los platos y demás objetos. Aquélla había sido cubierta por un paño verde, siendo colocada encima una gran fuente de llameantes uvas. Todos chillaban, abalanzándose, procurando quedarse con algunas de las ardientes uvas, con voces de: «¡Oh! ¡Me he quemado! ¿No es delicioso?». Poco a poco el «Snapdragon»[*] fue chisporroteando, hasta apagarse por completo. Fueron encendidas las luces. La reunión había llegado a su fin.

—La reunión ha sido un éxito —sentenció Rowena.

—¡No faltaría más, con la serie de molestias que usted se ha tomado!

—Ha sido todo magnífico —indicó Judith con su gesto sereno de costumbre—. Magnífico. Hubo una pausa.

—Y ahora —agregó un tanto fatigada—, tendremos que aclarar esto un poco. No podemos dejarlo todo para mañana, para cuando vengan esas pobres mujeres a limpiar…

Загрузка...