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Había sido duro, pero entraba en su salario. Acababa de dar a Carlos Arróniz la noticia de la muerte de su novia. Si ya la muerte en sí es una desgracia, la sordidez que la acompañaba en este caso hacía aún más difícil superar el trago.

– No lo entiendo, señor Artetxe. Es imposible que Begoña se drogara.

– Sobre ese aspecto no hay ninguna duda posible. No sólo murió como consecuencia de una dosis en mal estado, sino que había en sus brazos señales clarísimas de que lo hacía habitualmente.

– ¡Cómo he podido estar tan ciego! -se lamentó Arróniz.

– No se culpe -contestó Artetxe-. Estas cosas pasan y no hay que darles más vueltas. Es duro, pero es así.

– Le agradezco sus palabras, pero no conseguirá hacer que me sienta bien.

– Lo sé. Por desgracia tengo cierta experiencia y sé que lleva tiempo. El tiempo todo lo cura. Suena a tópico, pero es cierto.

– No se puede cambiar el pasado, señor Artetxe, lo sé de sobra yo también, pero me gustaría poder hacer algo, no sé, no quedarme aquí, llorando y gimoteando, sin hacer nada.

– Pero es que ya no se puede hacer nada.

– No estoy de acuerdo, señor Artetxe. Aunque su misión ha terminado, ¿querría seguir trabajando para mí?

– Depende de en qué esté usted pensando.

– Mire, aunque he resultado ser tan ciego que teniendo el problema junto a mí no me he percatado de su existencia, sí creo que los problemas no surgen de la nada. En algún momento empezaría a drogarse, alguien la pondría en contacto con un suministrador, alguien se lucraría al venderle ese veneno. Me gustaría que indagara por ahí. Quiero que encarcelen al hijo de puta que le proporcionaba la droga.

– Eso es más bien labor de la policía.

– ¡No me venga con hostias, Artetxe! -respondió Arróniz vehementemente-. No quiero denigrar a nuestra policía, pero todos sabemos que por el motivo que sea no es un prodigio de eficacia en estos asuntos.

– Hacen lo que pueden con unos medios muy limitados si los comparamos con los de los narcotraficantes.

– De acuerdo, no se lo discuto. Que la policía actúe por su cuenta, pero ¿por qué no podemos nosotros intentarlo por la nuestra?

– En primer lugar porque nuestra legislación no lo permite.

– ¿Cómo que no lo permite?

– Los detectives en España no pueden actuar ante delitos perseguibles de oficio, es decir, les está vedada la investigación de robos, asesinatos, secuestros, tráfico de estupefacientes, etc. Si eso es así con los detectives que poseen la correspondiente licencia, imagínese lo que podría ocurrir en mi caso.

– No creo que eso constituya ningún problema. El señor Uribe me ha explicado que aunque no le puedan conceder durante un tiempo el permiso, extraoficialmente le han asegurado que si actúa dentro de unos cauces de, digamos, colaboración con las autoridades no tendrá ningún problema. Y según parece algún inspector de la Jefatura Superior le ha puesto bajo su protección.

El inspector Rojas se estaba moviendo, pensó Artetxe. Debía de estar muy interesado en que se reabriera el caso del periodista.

– Si me lo plantea de ese modo no me queda más remedio que contestarle afirmativamente, pero por mucha vista gorda que haga la policía, un asunto en el que confluyen las drogas y una muerte antes o después acaba por estallar.

– Si tiene que estallar que estalle -contestó, furioso, Arróniz-, pero las cosas no pueden quedar como están.

– Que estalle entonces -respondió Artetxe-, pero más vale que rece para que el estallido no nos pille en medio.


El resultado de la autopsia confirmó que Andoni Ferrer y Begoña González habían fallecido como consecuencia de una sobredosis de droga en mal estado perteneciente a la misma partida, le reveló Rojas a Artetxe en una cafetería de Deusto en la que se habían citado. Artetxe le enseñó al inspector una carta firmada por Carlos Arróniz en la que le solicitaba que investigara lo que había hecho Begoña en los dos últimos meses, ya que le preocupaba el no encontrar una serie de monedas de plata de la época de Isabel II pertenecientes a su madre y que su difunta novia pensaba enmarcar. Era un asunto baladí comparado con la muerte de la propia Begoña, decía Arróniz en su carta, pero su madre se llevaría un gran disgusto si desaparecieran, ya que habían pertenecido a su bisabuela.

– No está mal -comentó Rojas-. Todo el mundo sabrá en qué estás metido de verdad -los dos, una vez establecida su colaboración, habían pasado al tuteo de un modo natural-, pero como excusa para meter tus narices en la vida de Begoña sin que se te acuse instantáneamente de interferir en una investigación criminal es verosímil.

– Con eso será suficiente por ahora -dijo Artetxe-. Aparte de la confirmación de que Ferrer y la chica se inyectaron la misma mierda, ¿has avanzado algo más en el asunto?

– Nada de nada. Hay que tener en cuenta que estoy con las manos atadas. Además, me han encargado de otro caso que me va a llevar bastante tiempo, me temo que para nada.

– Pues estamos como queremos, según parece, porque la conexión entre el periodista y la joven no es tan evidente. El que hayan tomado la misma droga sólo demuestra que han tenido el mismo proveedor.

– Hay un dato que quizá sea interesante tener en cuenta y en el que tú, según parece, no te has fijado.

– Venga, lúcete.

– La novia de tu cliente desapareció de casa justo en las mismas fechas en que se publicó en los periódicos la noticia de la muerte de Andoni Ferrer.

– Podría ser una coincidencia.

– Sí, claro, la segunda coincidencia del caso. Por otra parte, tú mismo te extrañaste de que la muchacha se escondiera en una casa en ruinas de Lutxana, cuando por su dinero podría haber ido a vivir a los mejores hoteles o apartamentos. Da la impresión de que no quería dejar ninguna pista tras de sí. ¿De verdad piensas que ahí no se encierra algo raro?

– No sé qué pensar, pero es lo único que tenemos, así que habrá que trabajar con la hipótesis de que hay alguna relación, a expensas de lo que podamos averiguar investigando qué hizo Begoña durante el tiempo que estuvo escondida. ¿Se te ocurre alguna idea para empezar?

– Me gustaría que hablaras con la viuda de Ferrer. Tendría que ser yo quien lo hiciera, pero estoy caminando sobre un cable sin red, así que hasta que no haya algo más concreto me tendré que mantener al margen.

– De acuerdo. Proporcióname teléfono y dirección y procuraré entrevistarme con ella.

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