SE ACABÓ LO QUE SE DABA

A primer golpe de vista, aquel individuo entronizado tras la mesa me recordó a Vargas Llosa, pero con menos dientes. Supongo que fue una sorpresa, pero estaba ya tan harto de sorpresas que no me inmuté. Además, de pie a su lado, había otra: una tipa elegante, treinta y tantos, media cabellera Raíces y Puntas, bello rostro y ojos como dragones apostados.

Sí me extrañó, sin embargo, la mirada que se mantenían The First y mi Beatriz de los ojos verdes.

– Vaya, vaya… Los hermanos Miralles al fin reunidos. Y con una encantadora señorita -dijo el Exorcista.

– Señora -corrigió la Fina, que es muy sensible a los tratamientos y venía un poco mosca tras el reciente episodio con los guardias. El tío se levantó de la mesa con la vista puesta en ella y me aposté un cubata a que estaba a punto de besarle la mano. Gané.

– Perdón: señora.

A la Fina empezó a deshelársele la mueca; incluso, como avergonzada por el descuido, se apresuró a quitarse de la mano recién besada unos cuantos pelos de guardia que se le habían quedado enredados en los dedos.

El Exorcista hizo ver que no se daba cuenta, y siguió con los saluditos. Ahora le tocó turno a mi Estupendo Hermano: le tendió la mano y The First, naturalmente, no pudo responder al gesto.

– Oh… Perdona: no me había dado cuenta de que estabas esposado.

– No te apures, puedo pasarme sin darte la mano.

Bien dicho, qué caray: estaba claro que aquel tío era el mandamás de todo aquello, no había más que ver el despacho. Pero se limitó a asentir sonriendo al desplante de The First y dedicó el último turno de salutaciones a mi persona:

– Nos conocemos, ¿verdad? Espero que le resultara agradable la cena con Gloria. Perdices encebolladas, si no recuerdo mal… Y creo que también conoce a mi hija Eulalia.

Bueno, eso desdoblaba a mi Beatriz en secretaria de dirección y sobrina-nieta de un nuncio, todo de un mismo saque. Procuré no dejar ver mi asombro:

– Sí, nos conocemos.»Una comedia divina, Beatriz, te felicito.

– Gracias, tú tampoco estuviste mal…

Lo dijo sin mirarme. Sólo tenía ojos para mi Estupendo Hermano. Se acercó a él y le dio un beso en los labios. The First se dejó hacer, mirándola muy serio. Mal rollo, pensé: ten una amante y págale un sueldo de secretaria de dirección para esto.

– La compañía es muy grata pero tengo que dejaros -dijo ella, y, sin privarse de pasarle el dorso de la mano por la mejilla a The First, salió de la habitación.

– Tenéis que perdonar a mi hija. Hoy tenemos numerosos compromisos que atender. Lamento haberte estropeado la verbena, Pablo…, ¿me permites que te llame Pablo?

– Lo soportaré. Pero no creo haberte autorizado a tutearme -dije, para que viera que puedo ser tan antipático como mi Estupendo Hermano.

El tío hizo ver que se reía:

– Siempre con la espada en alto, eh… Bien, no se lo reprocho. Pero le aseguro que terminaremos entendiéndonos.»Guardia, por favor: retire las esposas a los detenidos.

»No serán necesarias, ¿verdad? -añadió, dirigiéndose a nosotros.

– En lo que a mí respecta sí: pienso saltarle al cuello en cuanto tenga las manos libres -contesté.

– Muy amable al advertirme. Sin embargo, no le aconsejo un jaque al rey, al menos en un solo movimiento. Como verá tengo las torres bien situadas.

Inmediatamente hizo gesto al guardia de que cumpliera la orden de soltarnos. Me fijé en el par de hienas que flanqueaban la mesa. Eran especiales, tan especiales que las reconocí: los mismos dos enormes tiparracos que custodiaban la puerta del restaurante. Además de ellos seguían con nosotros tres de los guardias que nos habían traído y el voceras del megáfono. La Fina, viendo que la escena empezaba a adquirir cierto aire civilizado, se atrevió a preguntar si había algún lavabo de señoras, y el Exorcista dio entonces instrucciones al del megáfono para que se retiraran los guardias y añadió que enviara «una oficial para acompañar a la señora». Después pulsó el botoncito del intercomunicador que tenía sobre la mesa y pidió que viniera también quienquiera que estuviese al otro lado.

Durante un par de segundos sólo se oyeron los petardos de la verbena, ahora tan intensamente como se oyen desde cualquier edificio de la ciudad. «San Juan: una noche mágica», dijo al fin nuestro anfitrión, rompiendo así toda la magia que pudiera tener la noche. Me olí una inminente disertación sobre el rapto de Perséfone; y yo tenía hambre, tenía sed y tenía ganas de terminar con aquello lo antes posible. Miré a The First de reojo y comprendí en su mueca que por una vez en la vida habíamos encontrado a alguien que nos caía igual de mal a los dos. La Fina en cambio parecía encantada con lo de la «noche mágica». Pero entraron en la habitación dos mujeres e interrumpieron la disertación: una vestida de guardia y otra con uno de esos monos de color negro. El mono negro venía a ser él último grito allí dentro, la mayor parte de los individuos que había visto por los pasillos lo llevaban. La verdad es que parecían figurantes de una película de cienciaficción con Florinda Chico y Antonio Garisa.

Cuando la Fina hubo ya salido con el guardia-hembra («Disculpadme, ahora vuelvo», dijo, contagiada de tanta delicadeza), el Exorcista nos preguntó a The First y a mí si necesitábamos algo. A mí, a parte de tener hambre y sed, me apetecía horrores un café y un porro. El porro podía proporcionármelo yo mismo si me devolvían el contenido de mis bolsillos, y así lo hice saber al tipo. The First quiso sólo agua, pero su ascetismo era una apariencia porque en cambio no se privó de dedicarme una de esas largas miradas desaprobatorias en las que a menudo se complace. El Exorcista pronunció un «por favor» dirigido a la chica del mono negro para darle a entender que debía ir en busca de lo que pedíamos y después nos invitó a sentarnos. Tanto The First como yo aceptamos la propuesta y nos dejamos caer con alivio en las butacas enfrentadas a la mesa.

El Exorcista ocupó de nuevo su trono de cuero negro:

– ¿Sabían ustedes que la fiesta de San Juan es probablemente de origen caldeo? Algunos antropólogos la asocian a un antiguo culto en honor al dios Bel. Parece que ya remotamente se comía una torta circular para celebrar su memoria, una torta con un agujero central en representación del disco solar…

Malditas las ganas que tenía de asistir a una conferencia, pero no quise contrariarlo, al menos hasta que me hubieran servido el café. Mi Estupendo Hermano, en cambio, no pudo contenerse:

– Mira, Ignacio, tienes una conversación muy interesante pero, si no te importa, preferiría volver a mi calabozo cuanto antes.

El Exorcista sonrió a su modo característico, enseñando toda la piñata:

– Oh…, qué desconsiderado soy. Debéis de estar cansados, habrá sido un día duro para vosotros. Es lástima, porque la noche se presta a la charla… Fíjate: la ciudad explota.

Lo dijo mientras su mano bajo el sobre de la mesa accionaba algún dispositivo que matizaba la intensidad de las luces. Casi al tiempo, oímos un zumbido mecánico que nos hizo volvernos hacia la pared de nuestra espalda. Toda su anchura era en realidad un telón metálico, que ahora se alzaba hasta descubrir un enorme acristalamiento tras el que apareció Barcelona vestida de noche, como una vedet con su mejor traje de lentejuelas. Si quería impresionarnos iba por buen camino, pero de momento me interesó más ubicar nuestra posición que recrearme en la pirotecnia. Estábamos en un edificio muy alto, demasiado para ver la calle sobre la que se alzaba, pero me bastó fijarme en las azoteas para comprender que estábamos en Jaume Guillamet, justo al lado de la casa del 15. Eran quizá las once, y la ciudad entera debía de estar comiendo coca y bebiendo ese champán barato que los usuarios registrados de Güindous llaman «cava». En eso pensaba justamente cuando reapareció la chica del mono negro empujando un carrito sobre el que destacaba, además de lo que The First y yo habíamos pedido, una coca de piñones y la consabida botella verde oscuro, aunque ésta no procedía de San Sadurní sino de la mismísima Gabacia. Un examen más detenido de la superficie del carro reveló también la presencia de mi librillo de Smoking y mi última china, ambos presentados en una bandejita de plata.

Chachi.

– He pensado que debíamos celebrar la fiesta comme il faut-dijo el Exorcista-. ¿Una copa de champagne?, es un brut magnífico. Desde luego el paladar aconsejaría tomar otra cosa con los dulces, pero las tradiciones populares pierden todo el encanto si uno no las respeta tal cual se manifiestan, ¿no le parece, Pablo?

– Pse: tengo por costumbre respetar únicamente las tradiciones populares imprescindibles.

– Aja…, ¿por ejemplo?

– Respiro.

Ni siquiera hizo gesto de subir a la red, sólo enseñó de nuevo la dentadura a modo de encaje deportivo. The First, aparentemente ajeno al rifirrafe, se sirvió agua en un vaso y bebió. Yo hice lo mismo mientras don Ignacio aprovechaba la pausa entre dos sets para descorchar su Estupenda Botella. Todavía se estaba sirviendo en una copa alta cuando The First, que ya debía de conocerse el percal, volvió a meterle prisa.

– Bueno, Ignacio, si quisieras ir al grano y decirnos lo que tuvieras previsto…

El tío se volvió a su trono con la copa llena, dio un sorbito y cerró un momento los ojos teatralmente, como si le encantara ese vino malo con gas que siempre resulta ser el champán. Quedábamos en la habitación sólo nosotros cuatro (y las dos super-hienas armadas, pero era como si formasen parte del mobiliario) y, para ser franco, el clima de aquel espacio abierto a la creciente bulla verbenera empezaba a transmitir un nosequé muy cinematográfico. Era como si tras el ventanal se estuviera proyectando un anuncio de Repsol, y creo que de haber tenido una lira a mano hubiera entonado una oda a la ciudad en llamas.

Pero tuve que dejar de prestarle atención al espectáculo porque el Exorcista terminó con los aspavientos degustativos y volvió a hablar. Y esta vez, siguiendo el ruego de The First, trató de ser más directo:

– Tengo pensado haceros una propuesta, pero creo que será mejor empezar con un turno de preguntas. Supongo que debéis de estar un poco confundidos… Sobre todo usted, Pablo. Y cuanto mejor comprenda la situación en que se encuentra mejor podrá valorar esa proposición que pretendo hacerle.

Se había terminado dirigiendo a mí, pero fue The First el que habló, lo hizo con el aire escéptico del periodista que pregunta algo concreto a un político:

– Muy bien, empecemos con las preguntas: ¿cuándo vas a dejarnos salir de aquí?

– Digamos que eso depende del acuerdo al que lleguemos.

– Bien, pues acordemos: qué quieres de nosotros.

– Completa discreción.

– Oquey, seremos discretos. ¿Podemos marcharnos ya?

– Temo que necesito alguna garantía.

– Tienes nuestra palabra.

– No será suficiente. Entiéndeme: no tengo nada personal contra vosotros, pero no dependo de mí mismo, ya lo sabes.

Yo, aunque estaba aún en fase de lamer la goma del papel, no quise descolgarme del todo:

– Perdón: ¿alguien podría informarme de qué se está tratando?

El Exorcista abandonó la momentánea circunspección con que había estado hablando con The First y me dirigió su tono más grandilocuente:

– Ha entrado usted en la Fortaleza, señor Miralles: ha traspasado la frontera hacia un lugar en el que rigen otras leyes, y ése es un raro privilegio por el que generalmente ha de pagarse un precio.

Bonito, casi parecía un aforismo, pero a mí se me estaba empezando a agotar la paciencia.

– Mire, don Ignacio, perdone la franqueza pero si hay algo que no soporto son las adivinanzas. Partiendo de que no sé qué demonios es esa Fortaleza de la que habla, ¿puede decirme de forma inteligible por qué se nos retiene aquí?

Pareció rebuscar en su memoria hasta dar con un registro vulgar:

– Digamos que saben ustedes demasiado. ¿Le parece esto lo suficientemente inteligible?

– Va aprendiendo. Pero si eso es lo que le preocupa, sepa que yo no sé nada de nada: de hecho llevo una semana sin enterarme de qué está pasando.

– Siento contradecirle pero sabe usted más de lo que cree. Sabe que existe Worm, puede asociarlo a una dirección concreta de una ciudad concreta, y conoce al menos dos de las Puertas de la Fortaleza en Barcelona. Además puede identificar a varios miembros externos de la organización, incluido yo, que no soy exactamente un externo sino alguien que por razón de su jerarquía tiene cierta relevancia para Worm. Y toda esa información es suficiente para poner en peligro ochocientos años de discreta existencia. Creo que sabrá de qué le estoy hablando: recibimos su cuestionario vía web. Por cierto, espero que a sus amigos alemanes no les cause mucho contratiempo el virus de defensa que les enviamos. Nuestros técnicos tienen instrucciones de actuar con toda rotundidad en casos de ataque informático.

Una panda de locos bien pertrechada. Pero The First, unos pasos por delante de mí, quería acelerar la conversación a toda costa:

– De acuerdo, has dicho que tenías una propuesta que hacernos. Hazla.

El tipo se repantigó un poco en el sillón, nos miró alternativamente y, cuando ya no podíamos prestarle más atención, dijo:

– Uno de los tres tiene que quedarse con nosotros. Y tiene que ser Pablo.

Casi se me atraganta la bocanada de porro que mantenía en los pulmones, de modo que fue mi Estupendo Hermano el primero en expresar su desacuerdo:

– Ni hablar… ¿Por qué él?

El Exorcista hizo alarde de paciencia:

– Sebastián, por favor, sé sensato. Estás casado, tienes dos hijos y un negocio que regentar, hay un montón de personas que notan tu ausencia cada hora que pasa; tu padre es un hombre poderoso, tiene excelentes contactos, puede complicarnos mucho la vida. Y aparte de que tampoco nos conviene, no creo que prefieras que se quede vuestra amiga… Pablo es el único que puede desaparecer del mapa sin que nadie se extrañe demasiado: lo ha hecho antes, bastaría una postal sellada en el extranjero de vez en cuando para mantener a tu padre tranquilo.

– Perdone usted, pero me encuentro muy a gusto en el mapa y no pienso salirme de él, así que vaya pensando en otra cosa -intervine.

El tío se me quedó mirando con una cara que no le conocía:

– Creo que debería probar, Pablo… Quédese con nosotros, necesitamos hombres como usted.

Era la primera vez que alguien que no regentara un establecimiento de hostelería me decía una cosa así, y tengo que confesar que me sentí halagado, pero me resistí de todas formas.

– Le advierto que tengo poca predisposición a ingresar en ninguna secta. No me van las reglas.

– ¿Secta? -se sonrió-: nunca se me había ocurrido pensar en Worm como una secta -volvió a reclinarse en el trono-. Si no recuerdo mal lo que suele denominarse así cumple ciertos requisitos que no tienen ningún paralelo en nuestro caso. Nosotros no hacemos apología de nuestro modo de vida, al menos no de forma indiscriminada: casi podría decirse que nuestra manera de actuar es antipublicitaria. Nos interesan muy pocas personas, y a las pocas que nos interesan les ponemos bastante difícil la aproximación; usted es una excepción, se ha saltado el procedimiento normal. Tampoco tenemos un líder carismático. Yo, por ejemplo, ocupo un alto cargo, pero mi poder no es personal, he sido elegido por un consejo que, a su vez, está en constante renovación. Y cierto que un alto rango lleva aparejado algún privilegio, como el de este excelente champagne, pero ocurre lo mismo con cualquier directivo de una compañía multinacional. Por otro lado, todos nuestros recursos económicos provienen del exterior, de negocios que nada tienen que ver con el núcleo de la organización. Nuestros internos y nativos no tienen más obligación que la de observar la disciplina y ocuparse de sí mismos, y si hemos de contar con empleados externos remuneramos generosamente el servicio -hizo un gesto que incluía a las dos superhienas, impávidas-. Definitivamente no somos una secta, o no lo somos más que el Fútbol Club Barcelona, aunque como ellos somos también más que un club. Incluso más que una sociedad secreta. Casi diría que somos un mundo aparte. Y este otro plano de la realidad necesita pensadores tanto como los necesita el mundo que hasta ahora conocía usted, amigo Pablo.

– Pues sepa usted que yo pienso lo menos que puedo, y casi siempre a regañadientes.

El tío rió y compuso una expresión de inteligencia:

– No sea modesto… En los últimos días hemos seguido muy atentamente su teoría de la Realidad Inventada y nos ha sorprendido muy favorablemente. Creo que si de algo nos ha servido todo este embrollo ha sido para dar con usted. En general no solemos ocuparnos de la Red más que por razones de comunicación interna, pero a raíz de la conexión que estableció con nosotros bajo nombre falso nos pareció conveniente seguirle el rastro. No sólo comprendimos inmediatamente que era usted el hombre al que Sebastián había encargado investigar nuestra Puerta, sino que, casi por casualidad, también llegamos al Metaphisical Club, ¿no es así como se llama? Al principio no podíamos creer que quien escribía aquellas palabras no tuviera nada que ver con nosotros: las mismas conclusiones: casi literalmente las mismas palabras que llevaron a Geoffrey de Brun a fundar la Fortaleza y retirarse del mundo en la primavera del 1254. La diferencia quizá es que usted se apoya en ocho siglos más de pasado y nuestro fundador tuvo que salvar esa distancia solo. Pero aun así es una coincidencia realmente notable. Creo que puede ser usted feliz con nosotros, y desde luego muy útil para la organización. Estamos en condiciones de ofrecerle cualquier cosa que necesite para continuar con su trabajo.

– Lo dudo -dije. Ahora era The First el que no se enteraba de qué iba la conversación.

– ¿Por qué lo duda? Pruebe a pedir…

– Mire, no vale la pena. Para empezar, yo no tengo ningún trabajo que continuar. Tenga en cuenta que los metafísicos tenemos poco que hacer; de hecho por eso me gustó el oficio: nadie te paga pero tampoco tienes mucho trabajo, y el poco que hay casi nunca es urgente. Por otro lado ya le he dicho que no me van las reglas, me da igual si son las de Van Gaal o las de la Orden de Malta. Si ha leído usted mis intervenciones en el Metaphisical sabrá que, al margen de esos ocho siglos de tonterías acumuladas, tengo por costumbre hacer estrictamente lo que me viene en gana: ni más ni menos. Digamos que soy oso de espíritu, si usted me entiende.

– ¿Incluso cuando se le termina el crédito? Perdone, pero desde luego nuestra investigación no se ha limitado a seguirle la pista por la Red… Piense por un momento en un lugar en el que pudiera hacer lo que le antojara sin preocuparse del dinero. Aquí no lo usamos, no existe en La Fortaleza.

– Ya que está usted tan bien informado sabrá que la mitad del dinero de mi padre es mucho más de lo que necesito para mantenerme borracho durante los próximos quinientos años. Después ya veremos.

– ¿Conoce usted el contenido del testamento de su padre? Puede que después de todo no divida su fortuna a partes iguales.

– Da igual, la legítima sería también suficiente.

El tío fingió cejar por un momento:

– ¿Debo entender entonces que no acepta mi propuesta?

The First me tomó el relevo en el diálogo:

– Claro que no acepta.

– Bien. En ese caso no me queda más remedio que reteneros a los tres -dijo el tío, como si le diera mal rollo tener que tomar tal medida.

The First se rebotó:

– No seas ridículo, Ignacio: tú mismo has dicho que nos echarán de menos. Mi padre removerá cielo y tierra para encontrarnos, tarde o temprano dará con vosotros, lo sabes.

– Siempre podemos proporcionarle un par de cadáveres a los que llorar. Tres cadáveres, para ser exactos: sus dos queridos herederos y la amiga de uno de ellos. Un accidente lamentable: tres pasajeros apretados en el interior de un Lotus biplaza, alto contenido de alcohol en sangre, la música a todo volumen…

Me acordé del Corsa patas arriba en el hueco del parquin en construcción:

– El hijo de Robellades no tenía ni veinticinco años: es usted un cerdo, señor mío.

– ¿Quién es Robellades? -preguntó The First, pero ni el Exorcista ni yo nos entretuvimos en ponerlo en antecedentes.

– Antes de perder los modos, sepa que lo de Robellades fue un accidente auténtico, y lo lamenté tanto como usted. Estoy siendo completamente sincero, créame: había llegado demasiado lejos y quisimos actuar al respecto, pero teníamos planeada otra cosa. No somos asesinos.

– ¿Y lo de atar a éste en una silla y sacudirle el polvo también ha sido sin querer, o le han puesto la cara así los mosquitos?

– Con su hermano hemos tenido que llegar bastante más lejos de lo que acostumbramos. Es un hombre obstinado, no sabíamos hasta qué punto. Pero hemos tenido buen cuidado de no causarle ningún mal que no se remedie con un par de semanas de reposo. Piense, antes de juzgarnos tan severamente, que está en juego nuestra supervivencia, y recuerde que ustedes mismos han tratado de intimidar a uno de nuestros empleados amenazando con introducirle un objeto contundente por la nariz. Un… cepillo de dientes, si no me han informado mal -lo leyó de un papel que rondaba por su mesa.

– Sólo queríamos asustarlo -dijo The First.

– ¿Quieres decir que la tortura psicológica deja de ser tortura? Eso por no hablar de los huesos que les habéis roto y de que hay un guardia en la enfermería con un testículo partido en dos mitades. No tienes más disculpa que nosotros, Sebastián, lo sabes muy bien. Todos hemos estado tratando de eludir un peligro que amenazaba nuestra supervivencia. Y nada de esto hubiera pasado si no te hubieras entrometido en nuestros asuntos. Sabes que Lali está con nosotros por propia voluntad, del mismo modo que Gloria no lo está, y no tenías ningún derecho a inmiscuirte. Quisiste salvar a su pesar a quien no necesitaba ser salvado, ése ha sido tu error. Y ahora no os estoy amenazando, simplemente os estoy ofreciendo la única posibilidad que veo de salvaros. Tómalo como una muestra de buena voluntad: sabes que quiero a tu mujer como a una hija, y sé que tú quieres a mi hija como a una mujer.

Al margen del trabalenguas final, el Exorcista debía de tener razón en acusar a The First de metomentodo, reconozco su estilo. Por otro lado pensé que aquel tipo podía perfectamente retenerme a la fuerza y dejar marchar a The First y a la Fina con la amenaza de hacer rodar mi cabeza si se iban de la lengua. Es decir: en realidad importaba poco que estuviéramos de acuerdo o no con su idea: tenía la sartén por el mango.

No dije nada porque de momento no me pareció buen rollo expresar semejante idea, pero en caso extremo me parecía mucho mejor eso que terminar nuestros días en las curvas de Garraf. Y visto de este punto de vista, lo mejor era aceptar directamente la proposición de quedarme; eso permitiría quizá negociar las condiciones.

– Bien, supongamos por un momento que aceptara quedarme aquí como rehén -empecé a decir.

– Ni hablar -interrumpió The First.

– Cállate un poco, ¿quieres?, estoy hablando con tu amigo.

– Bien: supongámoslo -dijo el Exorcista-. Pero empecemos por considerarlo, no un rehén, sino un invitado.

– Muy bien. Supongamos que me quedo como invitado: ¿en qué condiciones concretas se daría el caso?

– En las que usted prefiera. Podemos proporcionarle casi cualquier cosa que desee, ya se lo he dicho. ¿Qué cree que necesitaría para sentirse a gusto?

Pensé un poco y traté de hacer un recuerdo de mis bare necessities:

– A gusto, lo que se dice a gusto…, no sé… Comida abundante… Un litro diario de aguardiente o su equivalente en alcohol de baja graduación… Diez gramos de hachís semanales… Compañía femenina de vez en cuando (sólo con fines sexuales, naturalmente)… Una conexión a Internet… En fin…, y nada de horarios preestablecidos, soy alérgico a los despertadores.

Parecieron hacerle gracia mis exigencias.

– Es usted un hombre extraordinario, permítame decirlo. Estaría encantado de charlar más detenidamente con usted. Pero de momento puedo decirle que estoy en disposición de aceptar sus condiciones, con algún pequeño matiz. Puedo proporcionarle casi cualquier tipo de droga, alcohol incluido, pero la compañía tendrá que buscársela usted mismo, aunque verá que en la Fortaleza no le resultará difícil encontrarla. Nuestra población femenina en este enclave es de casi dos mil mujeres entre internas y nativas, y estoy seguro de que una buena parte de ellas estará interesada en usted. En cuanto a la conexión a Internet, es un raro privilegio aquí dentro, pero atendiendo a las circunstancias especiales de su caso no habrá inconveniente en facilitársela. Siempre bajo ciertas condiciones de control, por supuesto, comprenda que no podemos dejarle comunicarse indiscriminadamente. Me atrevo a adelantarle que podrá acceder a cualquier información que le interese pero, con toda seguridad, sus emisiones tendrían que superar un proceso de censura. Creo que eso será técnicamente posible. Y además, por supuesto, disfrutará de unas condiciones de higiene y salud adecuadas y de un espacio privado lo suficientemente amplio como para trabajar y descansar cómodamente. ¿Qué le parece?, ¿se le ocurre algo más?

Pensé con toda la concentración de que fui capaz tratando de no dejarme nada fundamental. -¿Podré ver la tele?

Volvió a sonreír. No sé qué coño le hacía tanta gracia.

– Lo siento pero eso no puedo concedérselo: es decir: a menos que se organice usted para verla a través de la Red.

The First me miraba con cara de «no sabes dónde te metes», pero a mí empezó a parecerme un lugar apetecible. De hecho no creo que yo mismo pudiera imaginar un paraíso más a mi gusto: en el jardín del Edén había una sola mujer, nada de alcohol y ni siquiera un triste transistor; eso por no hablar de Yahvé, que debía de ser como SP pero mucho peor, y encima omnisciente. Sólo me preocupaba lo de las «condiciones de higiene y salud» (¿me obligarían a ducharme cada día?), y sobre todo que fuera tan fácil encontrar compañía femenina en un lugar donde no circulaba el dinero. El lector fiel ya sabe cómo desconfío de las mujeres que no cobran por la jodienda. ¿Qué demonios podía interesarle de mí a una mujer de la Fortaleza?: algo sórdido, seguro.

En ese momento volvió la Fina del lavabo acompañada de la oficial, que sólo asomó un momento para abrir la puerta. Había cambiado la bata por uno de aquellos monos negros y ahora parecía un ángel de Charlie.

– ¿Me he perdido algo? Contestó el Exorcista:

– Sí: una copa de champagne. ¿Le apetece?

– Si está fresquito…

– ¿Y un pedacito de coca?

– ¿De frutas?

– De piñones.

– Bueno, pero sólo un pedacito que engorda horrores. Veo que estáis celebrando la verbena -se fijó en el ventanal abierto-: uh, qué bonito: han encendido los focos de Montjüich.

El Exorcista sirvió a la Fina y alzó la copa para formular un brindis:

– A su salud, Pablo, y por que el trato que hemos cerrado sea tan beneficioso para nosotros como va a serlo para usted.

Entonces también The First se levantó:

– Perdona, Ignacio, pero todavía no hemos cerrado ningún trato. Y si no te importa quisiera hablar unos minutos con mi hermano, a ser posible en privado.

– Desde luego. Comprendo que tengáis algunos asuntos particulares que zanjar. Puedo ofreceros mi sala de juntas. Mientras tanto quizá vuestra encantadora amiga quiera terminar su copa charlando conmigo.

A un gesto del Exorcista, la superhiena de la izquierda abrió una puerta corredera que pasaba desapercibida sobre el aplafonado de madera. The First se acercó al umbral con decisión y desde allí me hizo señal con la cabeza para que lo siguiera.

La sala a la que accedimos estaba amueblada con una mesa oval y su correspondiente veintena de sillas. Otro gran ventanal daba a los fuegos de la ciudad tras las lamas de una persiana metálica.

– ¿Estás loco? -dijo The First.

– Naturalmente -dije yo.

– No te están proponiendo unas vacaciones en el monasterio de Poblet, idiota, te están proponiendo que pases el resto de tu vida aquí dentro. ¿Te das cuenta de lo que significa eso?

– ¿Y qué?, si no acepto el trato estaré igualmente condenado de por vida a quedarme afuera.

– Haz el favor de no empezar con tus galimatías, ¿quieres?, y deja de fumar esa porquería, te está reblandeciendo el cerebro. Ahora mismo vamos a salir de esta habitación y le vamos a decir a Ignacio que no aceptamos el trato.

– Ah ¿sí?, ¿prefieres que nos despeñen a los tres en tu coche?

– Que lo intenten, te aseguro que antes de conseguirlo les vamos a dar guerra.

– Ya está: ya habló el Terrible Sven: ¿y la Fina qué?, listo, ¿vas a obligarla también a morir con la espada en alto? ¿Y tus hijos?, ¿cómo llegarán a tus hijos a ser tan pijos como tú si no estás con ellos para adiestrarlos?

Vaciló un momento y aproveché para reforzar mi razonamiento.

– Piensa un poco: si nos negamos a colaborar no vamos a escapar ni de milagro, todo lo más conseguiremos que nos maten con la sangre caliente. En cambio si aceptamos estaremos ganando tiempo, y desde fuera quizá puedas hacer algo para ayudarme a salir. ¿No te parece más fácil que sólo tenga que escapar uno de nosotros, planeando tranquilamente la fuga y contando con ayuda externa?

– Muy bien, entonces me quedo yo y tú sales con Josefina.

– Ya has oído lo que ha dicho tu amigo: no aceptará a nadie más que a mí.

– Veremos.

Cambié de táctica:

– Sebastián, joder: ¿no ves que me apetece probar?

Eso sí que lo sacó de sus casillas:

– ¿Probar?, ¿probar a qué?, ¿a meterte en un agujero?

– Ya estamos… Te has pasado toda la maldita vida tratándome como si me estuviera hundiendo en la miseria. Entérate de una vez de que estoy encantado con mi misería.

– Lo que tú estás es enfermo.

– Vale, pero no quiero curarme.

– No dices más que tonterías.

– Muy bien, pero por una vez en tu vida escúchalas porque no voy a repetirlas. No me interesa tu mundo ni me interesa tu gente. Puede que a veces le tome cariño a alguien, pero casi siempre es como tomarle cariño a una tortuga acuática: puedes observarla al sol de la terraza pero no puedes sentirte acompañado por ella, ¿me sigues? Yo no necesito a nadie; tú sí: tú necesitas un público que te admire, espejitos que reflejen las distintas facetas de tu grandeza: mujer, hijos, amante, padres, amigos, clientes, empleados, viajar en primera, ganar medallas, tocar a Debussy, conducir un Lotus, satisfacer sexualmente a las mujeres. Yo no: ¿y sabes por qué?, porque la única manera en que el común de la gente puede admirar es sólo una forma velada de envidia, y yo no quiero que me envidien: me da asco, me da vergüenza, me repatea, ¿te enteras? Y te voy a decir más: es posible que durante un tiempo sí estuviera enfermo: enfermo de soledad, como el Patito Feo, o como un neanderthal erguido y lampiño en un mundo de cromañones; tan enfermo que llegué incluso a recorrer el planeta tratando de encontrar al resto de los cisnes. Pero descubrí que no hay cisnes, apenas uno o dos por cada cien patos, lo mismo aquí que en Yakarta, y me costó aceptarlo pero terminé por hacerme a la idea. Desde entonces siento preferencia por aislarme de ese mundo que habéis inventado tan mal. ¿Qué me propones?: ¿sustituir la cerveza por el gimnasio, el Metaphisical por un coche llamativo, las putas por una esposa a la que sólo le interese como progenitor y una amante que me la chupe de vez en cuando para compensar? Gracias pero ya estoy hecho a lo mío, disfruto de la vida a mi manera y eso es mucho más de lo que puede decir la mayoría.

Parece que mi vehemencia estaba causando el efecto de hipnotizar a The First, que no tenía costumbre de oírme hablar en ese tono. ¿Dije lo que pensaba? ¿Me sinceré, por una vez, con mi Estupendo Hermano? Es difícil saberlo: lo que solemos llamar verdad es sólo una mentira más, pero mejor publicitada. Pongamos que dije lo que me pareció adecuado decir en aquel momento ante The First, y que así seguí durante un buen rato, hasta que me pareció que él empezaba a entender algo.

Cuando terminé el discursito The First tenía una expresión grave. Apartó una de las sillas, se sentó en ella con los brazos apoyados en la mesa y durante cerca de un minuto permaneció en silencio mirándose los pulgares enlazados. Yo di la vuelta a la mesa y me senté frente a él en la misma posición, dejando que se cociera un poco el silencio.

– ¿Estás seguro? -preguntó al fin, levantando la vista hacia mis ojos.

– Llevo un buen rato explicándotelo.

– Bueno, entonces hazme un favor.

– Veremos.

– Voy a proponerle a Ignacio una modificación del trato. Quiero que de aquí a un año podamos volver a vernos y hablar a solas tú y yo. Si para entonces has cambiado de opinión tendrá que aceptar que durante el siguiente año me quede yo en tu lugar.

– Idea de Perrito Piloto.

– ¿Qué?

– Da igual… De acuerdo: si él acepta yo también.

– ¿Qué le vamos a decir a tu amiga?

– De momento que nos han secuestrado para pedir un rescate y que papá ha pagado. Supongo que el Exorcista se prestará a seguirnos la corriente. Y en cuanto a que yo no salga de aquí con vosotros, podemos decirle que me quedo hasta que paguen el segundo plazo. Después ya le escribiré una postal convenientemente sellada explicándole que me he marchado en busca de cualquier cosa que suene bien. Aunque ella piense lo contrario, me conoce lo suficientemente poco como para creérselo.

– ¿Y a papá y mamá?

– A mamá le diremos de momento que me has enviado a Bilbao a investigar.

– ¿A Bilbao?

– Ella cree que estás en Bilbao.

– Ah ¿sí?, ¿y qué se supone que estoy haciendo en Bilbao?

– Necesitaré un buen rato para explicártelo. Para el que va a ser más difícil inventar algo es para papá. Lleva días siguiéndome los pasos. Pero si se la cuentas tú creerá cualquier historia que no incluya marcianos. En cuanto a tu mujer, tendrás que apañarte solo porque yo ni siquiera estoy seguro de cuánto sabe ella de todo esto. Por cierto: curioso que tu mujer y tu secretaria tengan el mismo segundo apellido.

– Ya te he dicho que no has de juzgar mal a Gloria.

– Desde luego tiene talento. Contratamos a un detective y llegó a fingir que fingía ser la hermana de quien en efecto lo era… Otra cosa, y perdona pero siempre se me ha dado mal seguir los argumentos: si tu secretaria es, además de hermanastra de tu mujer, hija del jefe de todo esto, ¿por qué la secuestraron contigo?

– A ella no la han secuestrado: sólo desapareció de la circulación a la vez que yo por si la policía tomaba cartas en el asunto. Eso reducía el caso a una fuga con la amante.

– Pero Gloria lo sabía…

– Pero Lali es su hermana, y Gloria ni siquiera llegó a conocer a su padre, así que se crió con Ignacio al morir su madre.

– Joder, ahora resulta que he estado metido en una película de Almodóvar… Pero yo cené con tu mujer en el Vellocinp y no me pareció que la relación entre Ignacio y ella tuviera nada de paterno-filial.

– Debieron cuidar de que no lo notaras.

– Vale, pero aun así tú eres su marido, y por descabellado que parezca yo diría que te quiere…

– Por eso trató de que encontraran cuanto antes a quien realmente buscaban. Sabía que darían contigo tarde o temprano y quiso ahorrarme la molestia de resistirme a dar tu nombre.

– Y a papá, a santo de qué lo atropellaron…

– Para presionarme. Pero se dieron cuenta enseguida de que con él no se puede jugar.

– ¿Y por qué no te dejaron en paz en cuanto supieron que era yo el que andaba husmeando en Guillamet? Parece que hace días que lo saben.

– Porque me cuidé mucho de dar pistas falsas. Y lo hice tan bien que cuando supieron que tú andabas en el ajo pensaron que no eras el único y que, además de a mi hermano, estaba tratando de proteger también a otra persona. Supongo que también sospecharon de Josefina. Y a ella pudieron simplemente meterla en un coche y traérsela.

– Me están dando mareos…

– Bueno, déjalo y vamos a lo práctico. Hay que pensar también en qué le vamos a decir a la Beba.

– Le conté que estabas en la cárcel, también en Bilbao, así que no será difícil engarzar la versión con la de mamá.

– ¿Le has dicho a la Beba que estoy en la cárcel?, ¿has hecho eso?

– Joder, Sebas, me gustaría haberte visto a ti inventando patrañas para justificar la movida que se había montado en casa.

– Pues para ser un especialista en patrañas, ésta me parece bastante burda. Si no bebieras tanto mentirías mejor…

– Pues yo creo que sólo te parece una patraña burda porque eres un pijo de mierda, tete.

– Si me vuelves a llamar «tete» va a volar ese cenicero. Y haz el favor de concentrarte en lo que estamos y no empezar con tonterías…

En fin, aquí empezó una noche muy larga pese a la fecha, pero creo que el resto se puede fácilmente imaginar. Así que se acabó lo que se daba.

Загрузка...