Desperté de una siesta sin sueños a las cinco de la tarde. Me mosquea no soñar. Estoy acostumbrado a recordar un sueño a cada despertar como el que está acostumbrado a cagar cada mañana: si un día se levanta y no caga es que algo pasa ahí dentro. Además, recordar los sueños acaba siendo muy útil. Y no me refiero a los cuarenta principales de Sigmund Freud: me refiero al sueño como oráculo, esa dimensión del soñar sólo al alcance de quien comprende que la razón ilustrada es el más descabellado de los esoterismos, o quizá la más barroca de las religiones.
Puse la radio. Café. Porro. Estado de ánimo especialmente propicio para retomar el correo del Metaphisical Club. Incluso era un buen momento para las Primary Sentences de John, que suelen ser espesas y reconcentradas como ellas solas. Pero lo primero es lo primero, y había que resolver cuanto antes el asunto de la pasta, de lo contrario no habría más porros, ni más cerveza, ni más mantequilla para los cruasanes.
Marqué al teléfono el número particular de The First para ir preparando el terreno y no hacer la visita en balde. Contestó uno de mis Adorables Sobrinos, justamente el más adorable de los dos, que se empeña en llamarme «tío Pablo» por mucho que yo lo taladre con la mirada. Creo que es el mayor, o al menos es el que hace más bulto. Y creo también que es hembra, pero de esto último no estoy muy seguro porque ha salido a su madre.
– ¿Está tu padre, rica?
– ¿De parte de quién?
– De Pablo: Pablo Miralles.
La oí llamar gritando: «Mamá, es el tío Pablo, que quiere hablar con papá. Debe de estar borracho, porque no me ha reconocido».
Se puso la madre: mi Adorable Cuñada.
– ¿Pablo?
– Sí, dime.
Se habían invertido los papeles. El que llamaba era yo, pero era ella la que preguntaba por mí. Su voz sonaba tensa.
– Tengo que hablar contigo -dijo, sin el leve tono de superioridad con que se había dirigido a mí en las pocas ocasiones en que habíamos hablado-.
– Joder, últimamente todo son misterios.
– ¿Por qué dices eso?
– Por nada, ¿qué pasa?
– Nada grave, por el momento. Pero tienes que venir a casa cuanto antes. Tengo que contarte una cosa.
– Pensaba pasarme ahora por ahí, necesito ver a Sebastián. ¿No puede ponerse?
– No, no puede -vaciló un momento-: no está.
– Pero si me han dicho en el despacho que estaba en cama, con fiebre… ¿Ha ido a trabajar por la tarde?
– No. Vente a casa y te explico, no puedo salir en este momento. Iría yo a verte, pero no puedo.
A estas alturas de la película, comprendí ya que lo desacostumbrado había empezado a desencadenarse a ritmo creciente y sin visos claros de remisión. Había cruzado con Lady First un total de treinta y siete palabras desde el remoto día en que casó con mi Estupendo Hermano, y ahora de repente me pedía que fuera a su casa para hacerme confidencias. Raro, muy raro; pero ya todo era posible desde que The First regalaba dinero, pedía cosas por favor y dejaba de ir.a1 despacho alegando una falsa indisposición. Me pasó por la cabeza un lío de faldas. Todo encajaba, incluso la ausencia simultánea de The First y su secretaria. Todo encajaba menos yo. Porque, ¿qué demonios tenía que ver yo en los conflictos matrimoniales de The First? Aunque supongo que estaba empezando a sentir cierta curiosidad, sin duda morbosa.
– Muy bien, me paso ahora mismo.
– Escucha: si ves a tus padres no les digas nada de esto. Si te preguntan di que Sebastián está enfermo. Sólo durante un par de días, ¿de acuerdo? Y lo mismo a cualquier otro que te pregunte.
El ruego tenía algo de imperativo.
– ¿Me estás pidiendo que mienta?
– Mira, Pablo, no nos engañemos: tú y yo no nos hemos llevado nunca bien, así que si me trago el orgullo y te pido un favor es porque tengo buenos motivos para hacerlo.
Franca y directa, no le conocía esa faceta a Lady First. Pero la petición de actuar con discreción confirmaba mi hipótesis del lío de cuernos. Y confieso que la posibilidad me encantó: The First protagonizando un escándalo sexual, liado con su secretaria, qué vergüenza; o mejor: con un joven percusionista mulato recién llegado de La Habana; más aún: involucrado en un asunto de zoofilia y sectas necrófilas, que saliera en todos los periódicos de la galaxia con foto en portada: la congregación reunida de noche en el cementerio de Montjüic, honorables ciudadanos vestidos de drag-queen sobre enormes botas de plataforma, el rímel corrido por el disgusto y en posición de acabar a besarle el culo a una cabra… En fin, tampoco me hice muchas ilusiones. Después de todo ni siquiera es probable un lío con la secretaria. Parecía una chica sensata, y además de hacer de adorno creo que usaba el Excel para convertir divisas. Antes de acostarse con mi herman seguro que intentaría encontrar un trabajo honrado, cuando menos algún otro lugar donde prostituirse decentemente.
Pero a todo esto volví a caer en mis treinta y cinco billetes. Hacer tan seguido otra visita de cortesía a mi Señores Padres y soltarles distraídamente que me dejara diez mil pelas sueltas para pagar el aparcamiento en Zona, Azul hubiera despertado la susceptibilidad de mi Señor Padre, que se empeña en sospechar intereses espúreos tras mis más sentidas muestras de amor filial. Además no tengo coche y entraba dentro de lo posible que SP cayera en la incongruencia. Busqué alternativas. Sablear a Lady Firs tendría todo el encanto de una primicia; al fin y al cabo también era un miembro de la familia y ya era hora de que empezara a tratarla como tal. O también podía deslizarme subrepticiamente en la habitación de uno de mis Adorables Sobrinos y hurgar en la hucha, a riesgo, eso sí, de que se dispararan las alarmas antirrobo, porque sin duda estarían ya iniciados en los métodos más rudimentarios de protección de la propiedad privada.
En fin, de momento me vestí y salí hacia casa de TheFirst. Mi Estupendo Hermano todavía no ha alcanzado el estatus de todo un Señor Padre, de modo que tuvo que conformarse con comprar el ático de rigor en la calle Numancia, bajo la barrera psicológica de la Diagonal, e espera de recibir el resto de la herencia paterna que le permitirá fijar residencia de invierno donde le salga de los cojones. Aun así había sabido sacarle partido a los 150 metros cuadrados de su ático y le había cabido el yacusi y el correspondiente piano a juego. Claro que es un piano vertical y abulta poco. El inconveniente es que Debussy no suena igual que en un piano de cola, pero mi Estupendo Hermano es hombre paciente y sabe que hay un tiempo para piano vertical y BMW y un tiempo para piano de cola y Jaguar Sovereign.
En el jol de su edificio también hay sofás y conserje -un tipo muy repeinao con una bata azul eléctrico a modo de uniforme-, pero los ascensores no son ni de lejos tan divertidos, se limitan a subirte al ático sin mayores alardes antigravitatorios.
Timbre.
Abre Lady First. Nos besamos las mejillas. Tiene mejor pinta de lo que yo recuerdo. Me dice que pase. Se nos cruza en el pasillo el otro de mis Adorables Sobrinos, de envergadura mucho más modesta que el primogénito y probablemente macho, a juzgar por la ausencia de pendientes y lazos. Pasa por delante de nosotros desarrollando un movimiento de cierta complejidad que recuerda a la locomoción cuadrúpeda, especialmente a la de los cocodrilos y otros reptiles, pero apoyando en el suelo la rodilla en lugar de la zarpa o extremidad inferior homóloga, y desde luego sin la gracia que otorga el ir arrastrando una larga cola zigzagueante. Un sistema bastante rudimentario, se mire por donde se mire: hace pensar en la degeneración de la especie que se temía Jean Rostand. Pero ahí no acaban las sorpresas: de pronto se para en seco, se apoya en un culo enormemente abultado que le deforma los leotardos azules, mira hacia arriba, y hace una mueca que recuerda misteriosamente a la sonrisa humana.
Horror: no tiene dientes.
Enfermo de aprensión, procuro ignorarlo pasando sobre él de una zancada larga. Mi cuñada en cambio debe de estar acostumbrada y, sin evidencias de sentir ningún asco, se agacha y alza en brazos a la criatura, que muestra ya a las claras su escasa inteligencia al acompañar un balbuceo de palmotazos sin justificación aparente.
– Verónica: ven, ocúpate un momento de Víctor -dijo Lady First alzando la voz hacia algún lugar remoto del pasillo.
Como estábamos solos en el salón deduje que «Víctor» debía de ser el nombre de la criatura, con lo que quedaba confirmada mi sospecha de que se trataba de un macho. Parece mentira: aún no tenía dientes y sin embargo ya tenía sexo. Enseguida apareció la tal Verónica, que resultó ser una teenager gordísima con una camiseta del Grin-pis y unos pantalones elásticos de color lila. Me gustó su aspecto y le dediqué un «Hola» amable; la gente francamente gorda siempre me cae bien, aunque sean ecologistas. La criatura pasó de unos brazos a otros sin cesar en sus gesticulaciones delirantes y Verónica se lo llevó lejos de mi presencia, pasillo allá, con lo que mi simpatía por la muchacha quedó reforzada por un punto de gratitud. No es que yo sea racista, pero hay que reconocer que los cachorros humanos huelen mal, especialmente en estas fases tempranas; desprenden un tufo empalagoso, mezcla de colonia dulzona, cremas pal culo, papillas…, un hálito repelente que impregna todo lo que entra en contacto ín timo con ellos.
– Siéntate donde quieras: ¿quieres tomar algo? -¿Tienes cerveza?
– Me parece que no.
– ¿Vodka?
– Seguramente.
– ¿Vichy?
– Puede que agua con gas.
– Entonces tomaré un Vichoff: vaso largo con hielo, mitad de vodka helado, medio limón exprimido y el resto de algún agua carbónica si no tienes Vichy. No uses la coctelera porque el agua pierde gas.
– Oye, ¿no te apañas con un whisky?
Alcancé a ver en el mueble bar una botella de Havana 7. Prefiero el 3, que es menos dulce, pero el jodido de The First compra siempre lo más caro. Es de ese tipo de gente que, de poder, respiraría algo más refinado que simple aire.
– Pásame la botella de ron. ¿No te importa que beba directamente de ella?
– Toma, haz lo que quieras.
Lady First se había servido un par de dedos de güisqui en un vaso chato. Me tendió la botella asiéndola por el cuello, pero no agarrándola como para servirse, sino con el pulgar hacia abajo, como el que ha de transportarla durante un buen rato. Se sentó en el otro enorme sofá de cuatro plazas que había frente al que ocupaba yo. Estaba desconocida: el detalle de la botella, la despreocupación con que se había sentado en el sofá sobre una pierna, el sorbo pausado al güisqui… además, no era tan repulsiva como la recordaba. Quizá es que la mitad de las veces la había visto embarazada, y una mujer embarazada siempre da un poco de angustia, no sé, como un huevo de alien a punto de soltar al monstruo. Ahora en cambio tenía un aire canalla a lo Greta Garbo que no le conocía. Bien mirado incluso tenía algún parecido físico con la Garbo, quizá por el peinado. Y unos ojos verdes bastante bien terminados.
Yo también me puse cómodo. Destapé la botella, la empiné, y puse la boca bajo el chorro del dosificador hasta que la noté llena. Bajé el codo y tragué. Lady First disparó a traición:
– ¿Qué has pensado cuando te has enterado de que Sebastián no estaba en casa?
Bueno, estaba dispuesto a seguirle el juego mientras hubiera ron gratis.
– ¿Quieres que te sea sincero?
– Por favor.
Improvisé partiendo de un retazo:
– He pensado que tiene un lío con su secretaria, que han pasado la noche juntos y que algún contratiempo les ha impedido llegar al despacho por la mañana, de manera que se han fingido enfermos.
– Pero la que ha llamado al despacho diciendo que Sebastián estaba enfermo he sido yo.
– Eso se puede hacer encajar.
– A ver, encájalo.
– Opción A: Sebastián te ha llamado y te ha contado una mentira convincente, algo que ante ti justifica razonablemente su ausencia pero que no conviene comunicar a los empleados, así que te ha pedido que llamaras al despacho y dijeras que estaba enfermo. Tú le has creído y has seguido sus instrucciones como una buena esposa.
– ¿Opción B?
– Opción B: tú sabes perfectamente que tu marido está liado con la secre y eso te repatea los higadillos, o no, es igual: el caso es que no quieres escándalos y te avienes a guardar las apariencias.
– ¿Opción C?
– Hayla: mi pobre hermano Sebastián y su amante han sido abducidos por unos extraterrestres ante tus propios ojos pero te resistes a contárselo a nadie por temor a que te tomen por loca.
Aproveché su ligero desconcierto para cambiar la dirección del juego:
– Y ahora pregunto yo: ¿cómo sabes que la secretaria de Sebastián tampoco ha ido a trabajar?
Se resistió a perder el servicio:
– ¿Cómo sabes que lo sé? Concedí:
– Porque yo lo he mencionado y a ti no te ha sorprendido.
– Podría habérmelo dicho María cuando he llamado al despacho.
– Podría. ¿Lo ha hecho?
– Sí.
– Pero eso no contesta del todo a mi pregunta. Quizá lo sabías ya cuando ella te lo ha dicho.
– No está mal: eres listo.
– Lo suficiente para desconfiar tanto de mi astucia como de tus halagos. Sabes algo que yo no sé y estás jugueteando conmigo.
– Me has interpretado mal.
– Es posible. Es que detesto las adivinanzas.
Aproveché el trago que ella le dio al güisqui para volver a tentar la botella. Un prudente primer envite me supo a poco y probé el segundo dejando que el chorro me llenara la boca hasta el límite de poder cerrarla y tragar. Inmediatamente me entraron ganas de empuñar un sable y abordar al primer galeón que se me cruzara por delante.
Pero Lady First seguía en tierra:
– Pues para no gustarte las adivinanzas lo has hecho bastante bien. Se ha dado una mezcla de las tres situaciones que proponías.
– ¿Incluida la abducción extraterrestre?
– No exactamente. O no lo sé, la verdad, estoy entrando en la fase de creer cualquier cosa.
Hizo una pausa para encender un Marlboro Super Extra Light. Supuse que, mediado el güisqui, había llegado ya el momento del desembuche y me dispuse a escuchar.
– Sebastián tiene un rollo con su secretaria desde hace dos años, en eso has acertado completamente. Yo lo sé y él sabe que yo lo sé, entre otras razones porque hemos hablado de ello mil veces. ¿Te extraña? A mí no. El matrimonio entre tu hermano y yo no ha funcionado bien jamás. Mejor dicho: ha funcionado siempre estupendamente porque se basa en la conveniencia mutua: él se acuesta con quien quiere manteniendo las apariencias de hombre de familia, y yo puedo dedicarme a no hacer absolutamente nada con la excusa de estar entregada a mi marido y mis hijos. No hay nada peor que tener una ambición y sentirse incapaz de luchar por ella. ¿Has intentado escribir alguna vez?
– Recuerdo haber compuesto una redacción sobre las vacaciones, pero en cuanto descubrí el Penthouse empezó, a interesarme más la fotografía.
Sonrió.
– Cualquier excusa es buena para abandonar… Llegué a publicar, ¿lo sabías? Lo malo es cuando todo el mundo empieza a considerarte una promesa que tú no te sientes capaz de materializar. Entonces comienzas a necesitar excusas.
Algo recordaba haber oído en familia sobre los méritos literarios de la Brillante Prometida de mi Estupendo Hermano, pero ciertamente no había vuelto a saber del asunto desde hacía años.
– Y no sólo es eso. Lo mejor de nuestro matrimonio es que la libertad de tu hermano me descarga del compromiso de acostarme con él, cosa que cualquier otro marido hubiera pretendido ineludiblemente. Los hombres nunca me han interesado mucho sexualmente…
¿Por qué me miras con esa cara?
– Chica, es que, francamente, así de sopetón…
Le di otro trago al ron. Joder, con Lady First.
– Sólo te estoy poniendo en antecedentes porque no quiero que te equivoques: tu hermano y yo nos queremos, sobre todo nos… entendemos. Es la única persona importante en mi vida por la que no me siento presionada; si no lo quisiera no estaría explicándote esto que te explico. Comprenderás que para soltar lastre mejor contrataría a una psicóloga progre. Al menos no me mancharía de ron el tapizado del sofá.
– Pero te cobraría más de lo que vale limpiarlo.
Procuré mantener la pose, pero no desestimé la indirecta. Dejé la botella sobre la mesita auxiliar y fui yo mismo hasta el carrito de las bebidas a por un vaso. Después puse voz de empezar a tomarme en serio todo aquello:
– Muy bien, cuñada, ya estoy al tanto de los antecedentes: no te va hacer guarrerías con tíos y mi hermano se busca la vida con la secretaria. Qué más…
– Tráete el whisky, si no te importa.
Ahora fui yo el que le alcanzó la botella. Ella parecía haberse detenido en una de esas rememoranzas retóricas:
– María Eulalia Robles, Lali.
– ¿Quién?
– Secretaria de Dirección. Licenciada en Ciencias Empresariales y Económicas, Máster ESADE, inglés, francés, informática a nivel de usuario avanzado… Fuimos juntas al colegio.
– Y ahora se beneficia a tu marido, qué pequeño es el mundo.
– No tan pequeño. Fui yo la que se la presenté a tu hermano, y fui yo la que se la recomendó como secretaria personal cuando se jubiló tu padre. Es del tipo preferido de Sebastián. Se parece un poco a mí… Y sabía que Sebastián es el tipo de hombre que le gusta a Lali… Así que. los puse en contacto para facilitarle las cosas a tu hermano. Una amante que es a la vez tu secretaria puede andar contigo tranquilamente por la calle, incluso comer en un restaurante en el que te conocen, sobre todo si se te ha visto con ella y tu mujer a la vez. ¿Me explico?
– Como un libro, pero tanta información de golpe colapsa un poco. Perdona la indiscreción, pero ya puestos ¿qué hay exactamente entre esa Lali y tú?
– Nada que diera para una escena porno, así que no te montes muchas películas. En cualquier caso, eso no interesa ahora. He entrado en algún detalle para que entiendas que estoy perfectamente al tanto de la doble vida de Sebastián. Incluso participo en cierta medida de ella. A menudo no viene a casa hasta las cinco o las seis de la madrugada. Normalmente avisa con antelación, y si no sencillamente llama por teléfono al salir del despacho. De cara a la niña está trabajando. Los vecinos no lo ven entrar, y si lo ven llega con su maletín, pero lo importante es que todo el mundo lo ve salir de aquí por la mañana.
– Muy ingenioso.
– Anoche no llamó. Y esta mañana no estaba en su cama. Es curioso: me ha despertado el hecho de no oír su despertador… Enseguida he llamado a casa de Lali y me ha saltado el contestador automático. No sé nada de ellos desde ayer a mediodía.
Se notó que habían terminado las explicaciones previas porque apuró el vaso de güisqui de un sorbo, lo dejó en la mesita y se quedó mirándome.
– Yo hablé con él ayer por la tarde -dije.
– ¿Dónde?
– Por teléfono.
– ¿Te dijo desde dónde llamaba?
– No, pero me dio la impresión de que estaba en el despacho.
– Ah, ¿sí?: ¿por qué?
– No sé… -reflexioné en voz alta-: Si hubiera llamado desde una cabina o un teléfono público se hubiera notado, y desde el móvil también, ¿no?… Pero quizá es sólo que di por supuesto que a esa hora debía de estar trabajando.
– ¿No oíste voces de fondo, o ruidos de impresoras, algo?
– Creo que no. De todas maneras su despacho está bien insonorizado y no creo que se oigan ruidos de fondo a través del teléfono. ¿Tú recuerdas ruidos de fondo cuando te llama desde allí?
– No. Pero yo suelo hablar con él fuera del horario de oficina.
– Bueno, da igual, el caso es que a media tarde estaba bien. Llamó para darme un recado del despacho y decirme que mi padre se había roto una pierna.
Me acordé perfectamente mientras decía esto de que la actitud de The First cuando llamó no había sido en absoluto normal, pero de momento me reservé esa impresión. Preferí enterarme primero de qué es lo que Lady First pretendía que yo hiciera; porque evidentemente, tal como ella misma había reconocido, no me estaba contando la movida sólo para desahogarse.
– ¿Has dado algún paso para averiguar qué puede haber ocurrido? -pregunté, para ir entrando en materia.
Hizo gesto de cansancio:
– He llamado a los hospitales, al teléfono de información de la Guardia Urbana, al de la Policía… Nada. Era de esperar, porque si hubiera tenido un accidente me hubiera enterado, alguien se hubiera puesto en contacto conmigo.
Además llevo todo el día llamando a casa de Lali y sigue saltando el contestador. Ya no sé qué más puedo hacer. Estoy preocupada. Y no es sólo que haya desaparecido durante veinticuatro horas, es que ayer a mediodía me llamó para pedirme una cosa un poco extraña.
– Qué cosa.
Ahora levantó las cejas, como esforzándose en ser escueta pero precisa:
– Me dijo que entrara en la habitación que usa como despacho aquí en casa, que metiera una determinada carpeta en un sobre y que la enviara por correo certificado a esta misma dirección.
– ¿La de este piso?
– Sí.
– ¿Y qué papeles eran ésos?
– No lo sé exactamente, apenas abrí un momento la carpeta y hojeé tres o cuatro folios sueltos. Parecían informes mecanografiados sobre no sé qué sociedades, leí uno o dos párrafos, era muy lioso, nombres en siglas, términos jurídicos, cosas así. Me limité a meterlos en un sobre, escribir la dirección y llevarlos a correos antes de que cerraran.
– ¿Y no te extrañó que te pidiera una cosa tan rara?
– Claro, por eso te lo cuento. Pero yo no entiendo nada de sus negocios, me dijo que era muy importante recibir un sobre grande con matasellos de no sé qué fecha y yo le creí. Pensé que era algún trapicheo suyo, ya sabes cómo es. De todas formas parecía nervioso. Y después de lo que ha pasado empiezo a sospechar cualquier cosa, llevo todo el día dándole vueltas.
– ¿Por qué no denuncias la desaparición a la policía?
– No conviene. Al menos todavía. Sólo hace veinticuatro horas que ha desaparecido, lo primero que se les ocurrirá en cuanto entren en materia es que tiene un lío con su secretaria y que reaparecerán los dos en un par de días. Y si no, tampoco les extrañará.
– Si les explicaras lo que me has explicado a mí…
Enseguida me di cuenta de que no era muy buena idea.
– Bueno, ¿y qué piensas hacer? -pregunté.
– No lo sé, pero no quiero que de momento se enteren de esto tus padres, pondría sobre el tapete cosas que ni a tu hermano ni a mí nos conviene que se sepan. A ellos no les iba a hacer ningún bien la información y de todas maneras tampoco podrían ayudar. Pero necesito de tu complicidad para mantenerlos al margen. De no haberte avisado hubiera corrido el riesgo de que levantaras la liebre ante ellos sin querer. Y ya que de he contar necesariamente contigo resulta que eres la única persona que sabe lo suficiente de todo el asunto como para ayudarme a buscar. Además, estás en una posición inmejorable.
– ¿Yo?
He viajado por los cinco continentes, pero si en algún lugar no he estado nunca es precisamente en una «posición inmejorable».
– Al fin y al cabo eres socio al cincuenta por ciento en los negocios de tu hermano… en vuestros negocios. Podrías sonsacar discretamente al personal: te conocen bien, haces algún trabajo de información para ellos, ¿no?, y en ausencia de tu hermano eres el dueño, y libre de moverte y revolver por la oficina sin que nadie pueda impedírtelo.
– Yo no estaría tan seguro. Quizá no se atrevan a impedirme nada, pero se les haría raro que me pusiera de repente a revolver cajones. Son muchos años de indiferencia. Generalmente me pasan los balances, yo finjo que me los creo y cobro lo que quieran darme. Y los trabajitos de información los trato siempre personalmente con mi hermano.
– Podrías ir de noche…
La sola idea de entrar en Miralles amp; Miralles de noche me dio repelús. Era como colarse en una iglesia por la ventana para hurgar en el sagrario, con el mismísimo Padre, y el mismísimo Hijo como testigos de la profanación de su casa. '
– De noche va a ser muy difícil sonsacar al personal -dije.
Ella al parecer se cansó de mis evasivas y trató de acortar camino:
– Muy bien: ¿vas a decirme entonces que soy una paranoica que imagina secuestros cada vez que su marido echa una cana al aire, o que te importa un pimiento todo esto que te explico y no vas a hacer nada al respecto?
– Mujer, si me dieras más opciones preferiría decirte otra cosa.
– Como por ejemplo…
– Qué haré lo que pueda. No me preguntes qué, pero, algo haré.
Error. Pase lo de ser un blando y un sentimental porque no puedo evitarlo, pero jamás hay que dejar que los demás se enteren. Debió ser el medio litro largo de ron que me había echado al coleto, no suelo beber nada fuerte antes del anochecer.
Nos interrumpió entrando en el salón la canguro gordeta. Llevaba a la criatura macho en brazos y la seguía por; su propio pie el Adorable Sobrino Hembra.
– Perdonad… Dice Merche que si puede ver un rato la tele.
Lady First se dirigió al sobrino hembra:
– ¿Has terminado los deberes?
– Sí.
Por lo visto el sobrino estaba todavía en período de domesticación. Me retrepé un poco en el sillón y liberé la zurda del vaso que sostenía, por si acaso. It the right don't get you / Then the left one will.
– Son las ocho y media, a esta hora ya no hay programación infantil -dijo Lady First consultando el reloj.
– Hemos grabado los dibujos animados en vídeo -replicó el sobrino hembra, con sorprendente desparpajo-.
– ¿Qué dibujos animados?: ¿japoneses?
– No, de Walt Disney.
Me tranquilizó suponer que al sobrino hembra le estaba vedada cualquier oportunidad de iniciarse en las artes marciales y me relajé un poco.
– Bueno, puedes verlos hasta la hora de cenar. Pero primero saluda como es debido al tío Pablo.
Cielos.
Avanzó hacia mí trotando como una bestia mítica. Ya iba a levantar la guardia para protegerme cuando de pronto se paró, dijo «Hola, tío Pablo», acercó la desproporcionada testa y, con los belfos obscenamente fruncidos, pretendió nada menos que besarme en plena cara. Todo el mundo miraba, incluida la pequeña criatura desdentada, así que no tuve más remedio que aguantar la respiración y someterme al abuso sin chistar. Afortunadamente, Verónica y los monstruos desaparecieron inmediatamente por donde habían venido, pero yo sólo pensaba ya en marcharme cuanto antes, incluso sin terminar de apurar la botella.
Lady First me cortó la retirada reteniéndome por un brazo:
– Pablo: cuento contigo. Llámame a cualquier hora si se te ocurre algo, por tonto que te parezca.
Yo estaba pensando en otra cosa:
– Oye: ¿cómo sabías lo del accidente de mi padre? Tampoco te ha sorprendido cuando lo he mencionado.
– Me lo dijo Sebastián cuando lo del sobre. Me conto que un coche se había subido a la acera y le había dado un golpe, que no era grave pero que tenían que enyesarle una pierna. Salía hacia el hospital en ese momento. Ahora que lo pienso, no estaría mal preguntarle a tu padre si sabe adónde fue después de dejarlo en casa.
– Muy bien. Eeeeeh, por cierto cuñada: no me acuerdo de cómo te llamas…
Lo tomó a broma.
– Gloria.
– Encantado de conocerte, Gloria. ¿Siempre te bebes tres güisquis antes de cenar?
– Generalmente no bebo nada hasta que se acuestan los niños. ¿Y tú?: ¿siempre bebes ron a morro?
– Sólo cuando los extraterrestres abducen a mi hermano y mi cuñada me pide que investigue.
Todavía no eran las nueve y ya estaba borracho. Mal rollo. Al salir de allí traté de pasear un rato para asimilar la información, pero no pude pensar en nada coherente. Me fui derecho a casa y me eché a dormir con la cabeza como un almacén de pirotecnia.