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Mientras contemplaba la pantalla de su ordenador y se pasaba la lengua por una llaga que tenía en el interior del labio inferior, no tuvo más remedio que reconocerlo, nunca pensó que Oliver fuese capaz de hacerlo. Charlie, quizá. Pero no Oliver. Es cierto que, en algunas ocasiones mostraba momentos de grandeza… el incidente de Tanner Drew había sido el más reciente… pero en el fondo, Oliver Caruso seguía tan asustado como el día en que comenzó a trabajar en Greene & Greene.

No obstante, la prueba estaba ahí, y en este momento todo parecía indicar que el pastel estaba a punto de ser enviado a Londres, Inglaterra. Empleando la misma técnica que sabía que Shep usaba, buscó la cuenta de Martin Duckworth y examinó la columna marcada «Actividad actual». La última entrada «Saldo de la cuenta al C.M.W. Walsh Bank», seguía señalada como «Pendiente». Ya no tardaría mucho.

Sacó una pluma del bolsillo de la chaqueta y apuntó el nombre del banco, seguido del número de la cuenta. Seguro que podía llamar al banco de Londres… tratar de apoderarse del dinero… pero para cuando hubiese terminado la operación, el dinero ya habría desaparecido. Además, ¿por qué interferir ahora?

El teléfono comenzó a sonar y descolgó el auricular inmediatamente.

– ¿Hola? -contestó él con su seguridad habitual.

– ¿Y bien…? -preguntó una voz ronca y desagradable.

– ¿Y bien qué?

– No bromees conmigo -le advirtió el hombre-. ¿Lo han cogido?

– En cualquier momento… -dijo sin apartar los ojos de la pantalla. En el extremo inferior de la cuenta se produjo un rápido parpadeo y «Pendiente» se convirtió en «Pagado».

– Ahí va -añadió con una amplia sonrisa. Shep… Charlie… Oliver… si supiesen lo que se avecinaba.

– ¿O sea que ya está? -preguntó el hombre.

– Ya está -contestó-. La bola de nieve ha comenzado a rodar oficialmente.

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